“¿Dónde esconder un grano de arena? En la playa. ¿Dónde esconder una figura con espada? En un campo de batalla. ¿Y dónde esconder un crimen? Ya no podía ser en el pasado. La respuesta era simple pero terrible: sólo quedaba el futuro, sólo podía ocultarse en una serie de crímenes.”
Guillermo Martínez. Crímenes imperceptibles.
Lo primero que se me ocurrió cuando me propusieron pensar este tema fue el epígrafe. Siempre me pareció interesante el recurso utilizado por tantísimos ilusionistas de la imagen y de la palabra, de hacer desaparecer algo visibilizándolo. Desde Poe en adelante, diferentes variantes del relato de suspenso ubicaron esta cuestión: ¿cuál es la mejor manera de que algo no se vea?, pues mostrándolo….
De la fundación del Aparato a lo público
Si bien los psicoanalistas siempre tuvimos por “privado” y aún “secreto” nuestro trabajo, la intimidad nunca fue un tema muy desarrollado como tal.
Yendo al diccionario éste define lo íntimo como” lo más interior o interno”. Intimidad, por su parte, refiere a la “zona espiritual íntima y reservada de una persona o de un grupo, especialmente de una familia”.
“Todo ser humano sabe que en su interior hay cosas que sólo comunicaría de muy mala gana, o cuya comunicación considera enteramente excluida. Son sus «intimidades» ”, dice Freud en 1926, ratificando el lazo que uniría íntimo con interno. La pregunta por lo íntimo entonces podría formularse como ¿qué es lo más interior? ¿Es lo mismo decir interno que íntimo?
En ese párrafo del “Proyecto” que conocemos como “complejo del semejante”, Freud ubica la compleja noción de un espacio interno de fundación exógena (das Ding: la cosa del mundo), que fue llamado éxtimo por Lacan. Algo de eso, proveniente del objeto con mayúscula, ese objeto satisfactor, hostil y auxiliador a un tiempo, permanece irreconducible a “una noticia del cuerpo propio” pese a los esfuerzos del yo que, finalmente opta por predicar sobre él construyendo decires que lo rodean. Así, es siendo ajeno y por su condición de tal, que algo del semejante, “del mundo” para tomar la terminología freudiana, termina tornándose en núcleo singularísimo del ser.
Esa ajenidad radical funda lo humano y lo pulsional, en tanto insta al trabajo psíquico de “alcanzar la situación perceptiva deseada”. Lo constituye como el carozo a la fruta. “Sobre el prójimo, entonces, aprende el ser humano a discernir”(Freud,1895) dirá Freud.
La imposible identidad perceptiva, siempre añorada, es buscada en el intento de reproducir la mítica satisfacción del instante inicial, esa que se ha perdido estructuralmente, dejando como resto lo ajeno habitante de lo propio. Un adentro- afuera. Un interno – externo. ¿Una manera de entender la extranjera vacuidad de lo propio? ¿Sería incorrecto entonces decir que lo propio es al mismo tiempo lo radicalmente extraño?
Decíamos externo – interno. ¿Cómo entender entonces lo íntimo del humano? Si íntimo significa interno y lo interno al psiquismo es axiomáticamente “cosa del mundo” ¿entonces lo íntimo es ajeno? ¿Íntimo y éxtimo se recubren totalmente? Entiendo que no.
Para seguir pensando con cierta comodidad, dejaría la extimidad para ese origen extranjero de la subjetividad, causa y al mismo tiempo corazón de los predicados que irán modelando el yo. Ese yo (inevitablemente escindido desde su oquedad originaria) construirá el espacio “de acceso restringido” que sí podríamos llamar íntimo.
Así lo íntimo quedaría del lado del yo más primitivo. Ese que en el decir de Freud edifica un primer adentro –afuera, expulsando lo displacentero de sí. Territorialidad primigenia que se irá demarcando en el camino de la vida, merced a frustraciones y rehusamientos y a la instauración progresiva del principio de realidad.
Por otra parte, en ese mismo acto de fundación psíquica que construye das Ding, se inicia el camino de la erotización materna. De la primera seductora, sabedora de todas las necesidades del niño, a la “vieja inútil” de la adolescencia deberá transcurrir tiempo, “repetidas experiencias”, atravesamiento y resignificación edípica. La construcción conclusiva de lo íntimo, anclada en la anterioridad lógica que lo éxtimo le ha provisto, será tarea de la adolescencia. El territorio de lo íntimo del joven, deberá separarse de lo privado, atinente a lo familiar.
Este camino, solidario de la demarcación de lo privado, se larga mucho antes con el encauzamiento pulsional que los diques proveen. Pudor, asco y vergüenza son balizas para la pulsión. Señalan una ruta restricta al paso que, post Edipo y represión, se demarcará como cerrada en forma permanente y, por su condición de prohibida, aún más añorada. Las coordenadas de la intimidad basculan así entre el niño y su familia, estabilizándose con la salida exogámica. Así lo íntimo no quedaría necesariamente en el interior de la subjetividad, sino que en tanto territorio a construir y delimitar, podría ir y venir en un “entre”. En el mismo movimiento que cerca lo propio, lo subjetivo, se precipita aquello “…cuya comunicación considera enteramente excluida”: lo íntimo. ¡Difícil concepto el de intimidad!
Ahora bien, no hay constitución psíquica posible sin condiciones propiciatorias. Entiendo que las “condiciones de producción de subjetividad” no son sin consecuencias. Proveen marco para los armados psíquicos, superficie para su despliegue y argamasa para su ensamblado. La subjetividad se inicia en un afuera decíamos, y sobre ese carozo, se tejen y destejen los avatares del tramado representacional.
El Aparato psíquico abreva en una cultura que aporta sus objetos y modos de satisfacción, que propone las coordenadas espacio temporales que modelaran las matrices preconcientes. ¿Qué intimidad propone nuestra época? ¿Qué ideales aporta respecto de los modos y objetos de satisfacción? ¿Qué dice sobre la rectificación de los diques pulsionales?
De lo público y la propuesta cultural
Vayamos ahora a la cuestión de lo público, deriva que nos conduce a “lo que está a la vista de todos”.
Debord, hace más de 50 años describe como si nos estuviera espiando: “…la realidad surge en el espectáculo y el espectáculo es real. Esta alienación recíproca es la esencia y el sostén de la sociedad existente.” “El espectáculo (…) dice solamente que `lo que aparece es bueno y lo que es bueno aparece” (Debord, 2008). Seguramente admitiremos que esta descripción se ajusta bastante a lo que hoy muchos teóricos dicen sobre la actualidad y los medios de comunicación. Entre nosotros Paula Sibilia (2010) habla de formas exteriorizadas de ser y estar en el mundo “…en el sentido de que esas subjetividades se construyen y se realizan en el campo de lo visible”. También, de nuevas prácticas confesionales que toman forma en los medios de comunicación masivos.
La clínica con adolescentes atestigua estas nuevas prácticas, que fundamentalmente se desarrollan a través de Internet. Muchos jóvenes hacen uso de la red como superficie de proyección dónde desplegar las tareas de la adolescencia: una de ellas, la delimitación de la intimidad, solidaria del logro exogámico.
Los tiempos que corren nos han acostumbrado al impacto visual. La obscena exhibición de lo que en la modernidad debía quedar velado, hoy llama estrepitosamente a la mirada. Como decía antes, en opinión de muchos, las subjetividades se construyen en superficie: es la mostración lo que convalida la existencia. Se habla del estallido de la barrera del pudor, y de la vergüenza como reguladora de los intercambios sociales (Sibilia 2014). “El miedo a ser observado ha sido vencido por la alegría de ser noticia” afirma Baumann (2013), en sintonía con el sujeto sinóptico de Mathiesen.
Esta suposición tan actual de que es la mirada del otro semejante la que corrobora la existencia, cobra inusitada fuerza durante la adolescencia. Tránsito vital dónde la asunción de una nueva imagen corporal se hace necesaria, lo puberal irrumpe en el cuerpo infantil como un tsunami. Urge encontrar nuevos espejos que devuelvan imágenes “integradas” de un cuerpo que se despedaza en el ojo del huracán pulsional, a ese lugar suelen advenir las redes sociales.
Otra característica de nuestra época es la velocidad que, en el decir de Virilio, destruye el acontecimiento; obligando a replantear la “flecha” continua del tiempo y en ese sentido, propendiendo la cultura de la imagen en tanto congelamiento del devenir temporal.
La “visibilidad”, de la que hace unos años sólo oíamos hablar en los informes meteorológicos, parece haberse vuelto un imperativo de la época, una forma de estar en el mundo y, a criterio de algunos, también de ser. Asimismo la mostración parece connotar algo de la existencia de esa persona y de su valor intrínseco, tal como lo ubica Debord.
Más allá de los discursos filosóficos, el predominio de lo que se ve, es para cada uno de nosotros un hecho de experiencia que no demanda, creo, más explicación. Diferentes “observables” cotidianos dan cuenta de ello (exposición en Internet, reality shows, valoración excesiva de la estética corporal, construcciones vidriadas).
Por oposición y a propósito de la imagen, Freud, un hombre de la modernidad, decía. “La impresión óptica sigue siendo el camino más frecuente por el cual se despierta la excitación libidinosa.(…) La ocultación del cuerpo, que progresa junto con la cultura humana, mantiene despierta la curiosidad sexual, que aspira a completar el objeto sexual mediante el desnudamiento de las partes ocultas” (Freud, 1905). En ese mismo texto, a propósito de la pulsión de ver, situará los diques que la encauzan. Pudor y vergüenza ¿están hoy ausentes? ¿Dónde fueron a parar esas bardas que marcan la senda de lo pulsional?
Freud nunca nos deja pensando solos. “La compulsión exhibicionista, por ejemplo, -dirá en una nota agregada en 1920- depende también estrechamente del complejo de castración; insiste una y otra vez en la integridad de los propios genitales (masculinos) y repite la satisfacción infantil por la falta del miembro en los de la mujer” (Freud, 1905). ¿Podríamos pensar entonces la urgencia en la exhibición, como una forma de desmentida de la castración? ¿Hay satisfacción ilimitada en el hacerse ver? Sabemos que, sin sofrenamiento pulsional, la satisfacción es más intensa… y la sociedad postmoderna parece propender esa satisfacción, propone “sé ilimitado”. ¿Desmentida de la castración? ¿Satisfacción sin rebaja?
Decíamos antes que la humanización se inicia con la intrusión de otro y eso nos ubica en un lugar de extrañeza radical respecto de nosotros mismos, extrañeza que las formaciones del inconsciente ponen en escena con crudeza. Sin embargo esa ajenidad que nos funda debe permanecer velada y si se hace presente en demasía no dudamos en hablar de esa forma de la angustia inundante, absoluta, extrema diría, que se manifiesta en lo siniestro. ¿Es este un enunciado aún vigente? ¿Ha desaparecido lo que debe quedar oculto, a manos de la satisfacción exhibicionista? ¿Qué pasa entonces cuando la propuesta es la mostración casi pornográfica?
La clínica, siempre soberana
Cuando conocí a los padres de Sabrina (14), supe que escribiría sobre ella. “El caso” convocaba a la mirada con un magnetismo hipnótico: exhibición en Internet, sexualidad en la vía pública, escándalos escolares y pericias de todo tipo, configuraban un cuadro digno de un programa de chismes.
Feucha, gordita, con uniforme escolar, un poco despeinada y sonriendo de oreja a oreja, conocí a Sabrina. Algo de su imagen discordaba visiblemente con el relato parental y con mi expectativa.
Los padres, a quienes conocí primero, desparramaron sobre mi escritorio una pila de informes, diagnósticos y pericias. Entre la certeza y la conjetura, buscan delimitar “la verdad” sobre el abuso sexual del que la niña se dice víctima. Sabrina se dice abusada y con este episodio ha conseguido disparar las “investigaciones” parentales sobre el cuerpo de la hija. “Quizás no esté bien, pero nosotros tenemos que saber qué hace Sabrina con su sexualidad” -insisten, provocativamente, los padres.
La niña, mientras tanto, habla de una familia que todo lo ve – aún auras y fantasmas- y se presenta como “la oveja negra de la familia”, a partir de una combinación que reúne mal desempeño escolar, fugas temporarias del hogar, exhibición online y este “ataque sexual en la vía pública” que la familia hoy supone inventado. Luego de las numerosas investigaciones que han llevado a término, sólo pueden concluir que lo que la joven dice es, cuando menos, una exageración: nuestra hija es una mentirosa, afirman.
Como casi todos los chicos de su edad, la muchacha pasa horas en las redes sociales. Ha elegido publicar en ellas fotos en ropa interior y revelar unos cuantos secretos y mentiras sobre ella y sus compañeras. El contacto con un adulto por Internet que terminó en un riesgoso “juego de manos”, gatilló el miedo y el escándalo familiar.
Haciendo grandes esfuerzos por abstenerme de “espiar” el material que me era propuesto, seguí trabajando con Sabrina. Cuánto más escuchaba, más insistía en mí la pregunta por lo íntimo. Intimidad que en esta muchacha se exhibía sin pudor, escandalizando a padres, compañeros y maestros.
En esa primera entrevista, los padres aún tenían más por develar. “ Tendríamos que decirle, no?– refiere la madre y el padre rompe a llorar amargamente- Sabrina dice que el padre la manoseó una vez estando borracho” El padre, apenas puede articular palabra “yo no lo recuerdo y no podría perdonármelo, creo que no lo hice, pero como antes tomaba…. Ahora hace meses que no pruebo una gota de alcohol”.
Transcurridas varias entrevistas con la joven pregunté a Sabrina por el episodio de “abuso”, mencionado por sus padres. Angustiada, cuenta: “andaba caminando por la calle después del colegio. No quería volver a casa, para que se asustaran… siempre miran más lo negativo que hago. Sabía que eso lo iban a ver. Un tipo me siguió, me acorraló y me tocó… Ellos quieren saber si fue violación. No ¿y qué? Lo buscamos, querían que lo reconociera, yo no lo vi…” -dice entre llanto.
“Siempre miran lo negativo. No quería volver a casa, sabía que se la iban a agarrar conmigo. Me llevaron a los médicos, a la psicóloga, se lo contaron a todo el mundo, ¡ahora soy una mentirosa! Además no sé qué dicen, si el primero que me manoseó fue mi papá…borracho una noche de Año Nuevo… mi mamá primero no me creía pero después lo empezó a llamar violador… y siempre le dice así cuando pelean”
El ataque sexual que los padres no han podido “certificar” pese a todos los estudios a los que Sabrina ha sido sometida, los lleva a concluir “nuestra hija es una mentirosa”. Estudios ginecológicos, psicodiagnósticos e investigaciones varias, pensadas como indispensables por estos padres, construyen en superficie un interrogante sobre la adolescente y acerca de lo privado de esta familia. Con el “ataque sexual en la vía pública” y la publicación en redes sociales de fotos en ropa interior, Sabrina se vuelve, paradójicamente, opaca para sus padres en el mismo acto en que se visibiliza en grado sumo. ¿Acaso miente Sabrina sobre la violación de la que se siente objeto? ¿Qué hace ver en su exhibición? ¿Qué dice cuando pone en los adultos y en su padre algo del abuso? ¿Miente o revela, desde lo más íntimo y concernido, algo de lo que le es propio? ¿Intenta construir algo del pudor y de la vergüenza en esta familia que todo lo ve? Parafraseando a Martínez me pregunto ¿Cuál es el mejor lugar para esconder lo íntimo? ¿En una serie de intimidades?
Resuena en mí el viejo problema de la fantasía de seducción. Freud la ubica entre las fantasías originarias, respuestas del niño a los enigmas de sexualidad y muerte, motorizadas desde su pulsionalidad. ¿Podría pensarse algo de esta fantasía en el material de Sabrina? Por otro lado, ¿La mostración de lo íntimo como señuelo que convoca la mirada, no es acaso sustentada desde lo cultural vigente? Y si lo fuera, ¿eso le quita legitimidad como expresión genuina de la joven? ¿Sabrina entiende como privado lo que se publica online? ¿Hay satisfacción pulsional en el exhibir de esta joven? ¿Y en las “requisas” familiares? ¿Cuál es la verdad que Sabrina hace ver? ¿Cómo cernir lo íntimo de lo privado en esta “familia de mirones”?
Evoco la lectura reciente de Baumann, quien trae la cuestión de los padres sospechados de abusadores, ubicándola como sucesora en tiempos líquidos de la sexualidad infantil descubierta por Freud, esa que se consagró como prototipo de lo que debía ser reprimido durante la modernidad. Si dónde antes estaba la pulsión a ser reprimida aparece ahora la sospecha de abuso sexual, ¿es aventurado pensar que aquello que la sociedad moderna ubicaba como interdicto y exigente de represión (satisfacción pulsional, deseo incestuoso) hoy se expone como un hecho? Y si así fuera ¿cómo pensar las propuestas sociales hoy en día? ¿Hay algo a reprimir? ¿Algo no debe ser visto? ¿Alguna renuncia es requerida para ser “socio de esta sociedad”?
El espacio del análisis
Me costó mucho ir descubriendo qué me pedía Sabrina. ¿Qué lugar le daba ella al espacio del análisis? Para mí era evidente que había conseguido volverse opaca para sus padres, paradójicamente, a través de una ostentosa exhibición. Primero en Internet y después con “el ataque sexual en la vía pública”, Sabrina se vuelve un enigma para sus padres, se construye un espacio íntimo en superficie, a fuerza de hacerse ver… y consigue que la traigan a una analista. Pero eso no alcanza para resolver la “crisis familiar” que también se ha visibilizado. ¿Qué me viene a contar con la denuncia de su padre “manoseador”? ¿Intenta armar una historia que explique eso extraño que la habita, una fantasía que arme guion para la pulsión?
El pensamiento y la palabra se fueron instalando. Aunque no es mi manera habitual de trabajar, las entrevistas con los padres fueron tan frecuentes como las que tuve con Sabrina, pero siempre diferenciadas. Entendía que algo de mi tarea consistía en delimitar, ir armando algo de lo privado en la familia. Suponía que, de esa manera, lo íntimo de Sabrina tendría un lugar, sin necesidad de ser “requisado” por sus padres, ni exhibido impulsivamente por la joven.
El trabajo con Sabrina y sus padres no fue fácil, por cierto. Me preguntaba si era posible encauzar la satisfacción pulsional que Sabrina exteriorizaba como mostración y que los padres espejaban en su conducta intrusiva. Decidí escuchar la angustia como indicador clínico. Entendiendo que allí dónde ella aparecía como señal, evidenciaba algo de la represión como mecanismo operante… Y aposté a eso.
A poco de andar, lo visible tuvo que ver con el vestido para la fiesta de 15. Colores, largos, modelos, contrapuntos entre su gusto y el materno, fueron construyendo una imagen nueva de la muchacha. Fue surgiendo así una pregunta que, a mi criterio, permitió anudar algo de la pulsión escópica que andaba girando alocada en Sabrina ¿Cómo volverse bonita para un semejante? Con los vestidos se fue haciendo un lugar para la belleza, la ocultación del cuerpo, para el pudor y la vergüenza.
“Johny quiere tener relaciones, yo también pero quiero que esté bueno. No quiero contarle a mi mamá, ¿vos qué opinás?”, me espetó Sabrina un buen día.
¿Cómo pensar el tránsito desde el “ataque sexual en la vía pública” al “tengo ganas de acostarme con mi novio”? ¿Apropiación? ¿Interiorización? ¿Palabras que entraman lo pulsional? … ¿Un camino de lo público a lo íntimo, con parada en el análisis?