Introducción
Como psicoanalistas hemos heredado de Sigmund Freud un interés muy especial por la historia. Nuestra tarea lenta y minuciosa, a la manera de un arqueólogo, va deconstruyendo y construyendo aquellos ejes que ordenan síntomas, sueños, una vida.
Este interés nos permite trabajar los conceptos universales en el espacio artesanal del proceso analítico y, finalmente, dar cuenta de una historia singular, resultado de la creación que el sujeto arma de su propia paradoja. Pensar cada sujeto en su individualidad y atravesado por su propia historia intersubjetiva implica ubicar las coordenadas específicas de su vida.
Dentro de este marco, uno de los acontecimientos que establece un antes y un después es el cambio migratorio. Tomando en cuenta que ser extranjero es símbolo de la alteridad que nos constituye como sujetos, asumir ese exilio en otra tierra, en otro marco cultural y social, es un desafío que deja sus marcas no solamente en sus protagonistas, sino en su descendencia.
En general se consideran dos tipos de migraciones, la voluntaria y la forzada. En ambas, convertirse en inmigrante, devenir un «extraño» o «extranjero» cuando se elige cambiar el lugar de nacimiento por otro, suele tener resonancias afectivas importantes. La fuerte presencia del sentimiento de culpa por atreverse a desafiar al destino creando un lugar propio. El alivio y la esperanza de situarse en un único y original punto de partida.
Paradójicamente, cuando se produce una migración forzada por la persecución, (política, religiosa, racial, etc.) las fronteras entre lo familiar y lo extraño, entre lo conocido y lo desconocido se vuelven reales, no ya imaginarias.
Las consecuencias del exilio en la vida de Marie Langer —médica psicoanalista formada en el Instituto de Psicoanálisis de Viena y que llegó a Buenos Aires en 1939— su esfuerzo por transformar este traumatismo de trasplante en una adaptación enriquecedora y en un legado importante para los psicoanalistas argentinos y mexicanos será el eje de este trabajo.
Respecto a la herencia freudiana, un aspecto de esta es la que intento mostrar aquí: esa posición vital de forastero que permite al analista cuestionar lo establecido buscando lo singular en cada sujeto, y más aún; atreverse a reflexionar sobre temas que, articulándose con la clínica, puedan ofrecer una lectura psicoanalítica de los acontecimientos sociales, históricos y culturales.
El exilio y sus vicisitudes
Podemos considerar dos tipos de migración, la voluntaria en la cual el sujeto asume el deseo de irse y la forzada, la del refugiado o el exilado, en la que el cambio es obligado por circunstancias que le son impuestas. Cada una con su especificidad. Sin embargo, en ambas hay un rasgo en común: queda atrás lo cotidiano, los referentes, la pertenencia a un grupo, todo lo que se ha construido en el lugar de origen.
Esta experiencia fue la vivida por aquellos pioneros del psicoanálisis que el nazismo los obligó a la diáspora. Quisiera tomar algunos momentos en la vida de una analista vienesa que, haciendo frente a su destino, dejó huella en muchos de los que tuvimos la posibilidad de conocerla.
En su intensa y riquísima historia, he marcado tres períodos que, a mi juicio, están signados por sus migraciones. Estas la llevaron, en primer lugar, a Barcelona y, cuando la guerra se volvió una amenaza demasiado próxima, al Uruguay. Más tarde vino a la Argentina que, luego de treinta y cinco años de arraigo dedicándose a la práctica y a la docencia psicoanalítica, debió partir hacia México. Allí permaneció hasta 1987, año en el que regresó a Buenos Aires y donde murió poco tiempo después.
Primer período: 1910 -1937
Marie Elizabeth Glass de Langer nació en Viena en 1910 en el seno de una familia perteneciente a la alta burguesía. La primera migración familiar, que señala en su autobiografía, es la de su abuelo materno, quién nació en un carro con el que la familia recorría el Imperio austrohúngaro; las normas impedían a los judíos ser dueños de propiedades. A partir de 1848, se produce un cambio en las leyes que posibilita a la familia Glass establecerse en Viena y, en poco tiempo, lograr un muy buen nivel económico, social y cultural.
Su familia, como muchas otras, superó en una generación la enorme distancia que va del carromato del abuelo a la bonanza económica de la que disfrutó Marie que deja sus marcas generacionales.
Transcurre su adolescencia bajo la influencia de un movimiento cultural renovador en lo político, social y sexual que, durante la década del veinte convirtió a Viena en el centro de reunión de científicos, filósofos y artistas hasta que el advenimiento del nazismo los obligó a la dispersión. Nombraré solo a unos pocos emigrantes: Popper, Mahler, Einstein, Freud.
Paralelamente a este clima efervescente y novedoso, Austria atravesaba una fuerte crisis económica que tuvo consecuencias muy graves para la familia de Marie. Sus padres debieron emigrar a Checoslovaquia y, así, a los 17 años, ella se encontró viviendo sola en el piso familiar: «Podía firmar mis propias justificaciones para faltar al colegio y era completamente libre para hacer lo que me diera la gana, aunque esto no fuera del todo cierto porque al fin y al cabo llevaba dentro el mandato de mis padres»[1].
Es esta primera separación del grupo familiar el punto de partida de lo que será una vida signada por migraciones obligadas, más allá de su deseo. Sin embargo, en cada una de ellas va desplegando una diversidad de recursos y una actividad creativa que quizás evoca al modelo identificatorio del abuelo materno, trashumante y batallador, que logró arraigar la familia en Viena.
En esos años de la posguerra y como parte de la educación recibida, sus inclinaciones políticas la ubican en el movimiento socialista. Sin embargo, por el impacto que le produce estar en un mitin en el que escucha por primera vez a Hitler, decide incorporarse al partido comunista: «Entrar al partido me significaba encontrarme en un ambiente nuevo, de nuevos valores, de una solidaridad como práctica cotidiana, significaba que mi vida había adquirido sentido más allá de lo personal, de lo individual» [2].
Y cita a su maestra que le decía: «Hay gente que dice que no debes meterte en política, que la política es sucia. Sin embargo, si no participas activamente en la política, igualmente harán política contigo»[3].
Más adelante, afirmará que pertenecer al Partido Comunista Austríaco y militar en la clandestinidad le enseñaron a percibir el peligro mucho antes de la guerra y el exilio. Me pregunto si desarrollar este estado de alerta frente a situaciones de exclusión o marginalidad, le dieron esa particular impronta a su manera de integrarse a los grupos en los que le tocó participar y, también, a los temas que le interesó investigar. En cuanto a sostenerse en el lugar de extranjera, fue algo que muchas veces más la llevó a partidas y a exilios a lo largo de su vida. Pareciera que su relación con el Partido Comunista le demandó mantener un lugar de ocultamiento —como más adelante veremos—, sintiéndose deudora de lo que ella misma llamó su pasado «frívolo» de damita burguesa.
Paralelamente a la militancia, obtiene su título de médica a los 24 años. Hace sus primeras prácticas en la sala de mujeres de la Cátedra de Psiquiatría que dirigía Heinz Hartmann. ¿Sería la posibilidad de ayudar en forma gratuita a las mujeres más pobres uno de los motivos que la acercaron al psicoanálisis? Lo cierto es que en 1934 la terapia analítica llega a los sectores más necesitados de la población en Viena.
Partiendo de la experiencia desarrollada primero por Ferenczi y luego en Berlín por la Policlínica Psicoanalítica, en la década del veinte, se había creado el Policlínico Psicoanalítico de Viena. Esta institución, apoyada y dirigida por Paul Federn y Helene Deutch, entre otros, respondía a la tendencia generalizada, en ese momento, de dar a los sectores más pobres una mejor atención médica que incluyera los aspectos psicológicos. A partir de su apertura, despertó resistencias en el ámbito psiquiátrico respecto del psicoanálisis y su práctica por profesionales no médicos. Sin embargo, en poco tiempo, alcanzó mucho prestigio dando formación teórica y supervisión a los jóvenes candidatos. Las consecuencias fueron la difusión del psicoanálisis y una rica producción de la práctica clínica.
La experiencia de las Clínicas Psicoanalíticas Comunitarias gratuitas quedó abortada por el nazismo y cayó en un cono de sombra en la historia del psicoanálisis. En cuanto a la convivencia de la política y la práctica analítica, Marie nos dice:
Era el año 1935. Teníamos en Austria un gobierno fascista de corte corporativista, que había prohibido todos los partidos de oposición. Más de la mitad de la población pertenecía a ésta. Se vivía un clima de momento histórico básico y de militancia. Muchos intentaron, a través de la lucha ilegal, impedir la anexión de Austria por Alemania. Allí Hitler estaba en el poder. Todavía se podía ejercer el psicoanálisis en Alemania, pero una analista, creo que era Edith Jacobson, fue llevada presa, porque un analizando que activaba en la oposición fue detenido por la GESTAPO a la entrada de su consultorio. A raíz de esto, Freud, o como decíamos allá Der Herr Profesor, reunió a las autoridades del a Sociedad Psicoanalítica de Viena y tomo una decisión de mucho peso; para preservar al psicoanálisis, a la sociedad y a sus integrantes, se prohibía a los analistas ejercer cualquier actividad política ilegal y atender analizandos que estuviesen en esta situación. Esta medida, miope políticamente de por si, coloco a los integrantes de la sociedad en un estado de anomia, en un conflicto grave de lealtad no solamente frente a su ideología política, siempre que la tuviesen, sino también frente a su ética profesional. Quedaron en la práctica tres callejones sin salida frente al paciente que militaba ilegalmente: interrumpir su tratamiento, prohibirle seguir con su actividad, o aceptar, en una alianza no explicitada, que prosiguiera con ella, pero sin hablar de ello. De esta manera, para salvar los valores del psicoanálisis se atacaba a estos mismos valores en su esencia[4].
Por este motivo, no participó de los festejos por el cumpleaños de Freud, en 1936 y, si bien continuó la formación, su militancia política la absorbió casi totalmente hasta su partida a España.
Considerando las circunstancias de desmoronamiento social y político en las que toma su decisión de alejarse de Viena, es posible pensar que, para una joven de 26 años, acostumbrada a moverse en un círculo conocido, partir sea una experiencia traumática. Un exceso exterior al aparato psíquico, en un instante inesperado, lo enfrenta a su limitación para procesarlo. Freud utiliza la palabra hilflosigkeit para definir la sensación de estar al borde del abismo, sin poder contar con la ayuda externa, lo que suma el desvalimiento a la situación de peligro.
La función básica del aparato psíquico es reestablecer el equilibrio perturbado por un estimulo externo. La intensidad del impacto sentido por el sujeto es subsidiaria de cómo se conjugan su pasado y su presente. Hay personas que son más proclives a ser arrolladas traumáticamente por los estímulos externos, pero, en general, cada sujeto tiene su propio umbral de ruptura. Es en un momento posterior cuando el sujeto adjudica al acontecimiento su carácter traumático, y esta lectura dependerá de su historia.
Por otro lado, si se toma el modelo del fort-da, el sujeto se estructura sostenido en la relación con un otro que, lejos de ser una ayuda constante, se aleja, pero retorna. Para que la dimensión simbólica se constituya, es necesario el alejamiento del otro, pero si no retorna, queda una fisura, una hiancia. «Todo tiene lugar, en suma, entre dos nostalgias, (nostalgia viene de retorno: venir y volver). Freud afirma que el retorno es fundamental en lo referente al objeto. El objeto, subraya, sólo consigue constituirse en el desarrollo del sujeto bajo la forma del objeto vuelto a encontrar». (Lacan, 1971)
En los procesos migratorios con las características de exilio, falta el segundo momento, no hay regreso. Las fantasías de retorno que están presentes en las emigraciones no tienen posibilidades de ser concretadas en el destierro, y la posición de extranjero está presente con mayor fuerza. El emigrar, para salvar la propia vida, sólo se justifica si «valió la pena» tanto dolor. El exilado carga, entonces, con la necesidad de legitimar y justificar su permanencia en el país que lo ha recibido. En consecuencia, la posibilidad de darle un sentido y de superar la hiancia del exilio como momento traumático es un eslabón importante en la propia historia.
Segundo período: 1937-1967
En 1937, al estallar la Guerra Civil Española, se organizan equipos médicos (luego conformarían las brigadas internacionales) para colaborar con los republicanos. Max Langer, su futuro esposo, decide incorporarse y le propone que viaje con él a España. Ella la acepta y se transforma en una partida definitiva, ya que sólo regresará a Viena de visita muchos años después de terminada la guerra. Es posible que esta especial sensibilidad para percibir el peligro les haya permitido anticipar que Viena no tardaría en caer en el nazismo. Sin tener la posibilidad de compartir con nadie esta decisión, la única persona a la que recurre es a su madre, quien reprueba la idea y la amenaza con retirarle el soporte económico, sin imaginar que poco tiempo después la única salvación para muchas familias sería la emigración.
De ese momento, Marie recuerda un sueño recurrente que permite ilustrar claramente cómo alternan, en un proceso migratorio, el temor a lo desconocido junto al alivio que se experimenta al sentirse a salvo: «Soñaba todo el tiempo que cruzaba los Pirineos en una mula, ida y vuelta, ida y vuelta»[5].
La experiencia de la euforia política, de la igualdad entre hombres y mujeres y de no tener que ocultarse para expresar sus ideas políticas y sociales le permiten vivir este período español como «el más feliz y tranquilo” de todos sus exilios. “Aterrizamos en España sin entender gran cosa de lo que ahí pasaba, Nunca vi una ciudad tan alegre, tan llena de música y de entusiasmo»[6].
Al poco tiempo, se precipitan los acontecimientos por el triunfo del nazismo en Europa y, a fines de 1939, se encuentra en el Uruguay. Afortunadamente, esta migración incluyó a sus padres y a su hermana. Sufren el primer impacto por ser extranjeros cuando llegan: le habían prometido que, en el Uruguay, tanto su marido como ella, podrían ejercer la medicina. Sin embargo, cuando se instalan, comprueban que no, que deben revalidar el título, lo que implica años de preparación y estudio. Es así como esta joven de 28 años, que solía llegar a su escuela vienesa envuelta en un tapado de piel y en un coche con chofer, para sobrevivir en esta lejana ciudad y colaborar con el sustento familiar, se dedica a cocinar para otros exilados que, como ellos, están atravesando el profundo impacto de una migración forzada
Cuando se vive una experiencia traumática de características similares a la vivida por Marie Langer, se hace necesario reelaborar los marcos referenciales que nos constituyen. En muchos casos, la salida del lugar de origen y el viaje eran ya situaciones absolutamente nuevas que ponían a prueba el equilibrio psíquico. Además, al cortarse los soportes identificatorios del grupo familiar y social que quedaban atrás, se perdía un marco de apuntalamiento significativo. Un elemento adicional lo constituía desconocer el idioma. Afortunadamente, tanto Marie como su esposo habían tenido la oportunidad de aprender el español. Sin embargo, el resto de su familia no, lo cual limitaba su adaptación inicial. Su madre instaló una pensión en la ciudad de Montevideo, y su hermana logró transformar su pasatiempo vienés en una profesión que la convirtió en la primera mujer chofer del Uruguay.
Estos pocos datos sirven para ilustrar cómo el inmigrante pone todo su esfuerzo al servicio de una adaptación para la que puede no estar preparado. Se ve sometido a conciliaciones y acomodamientos que lo conducen a incorporar nuevas costumbres y valores, otra lengua, otra forma de educar a sus hijos en detrimento de los que trae de su lugar de origen. Casi necesariamente se ve así enfrentado, consciente o inconscientemente, a un conflicto de lealtades. Si se adapta completamente, traicionará sus raíces, perderá los lazos genealógicos que sostienen su filiación a una familia y a una cultura determinada. Si se mantiene en los parámetros de su propia cultura, no aceptar lo nuevo le hace correr el riesgo de ser marginado en el nuevo lugar. Un acontecimiento fortuito pone a Marie nuevamente en el camino del psicoanálisis: es invitada a dar una conferencia en Montevideo sobre psicoanálisis y marxismo. Retoma así una senda que creía olvidada. Marie, acompañando a su marido que encuentra mejores oportunidades laborales en Buenos Aires, se presenta ante un grupo de intelectuales y médicos que están profundamente interesados en el psicoanálisis.
Su llegada, y posterior acreditación, posibilitó que el grupo pudiera constituirse en Asociación Psicoanalítica Argentina con reconocimiento de la Internacional. Del grupo fundador, cinco eran extranjeros o hijos de extranjeros. Marie era la única mujer, la más joven, 32 años, y la única que llegaba como exilada de la guerra sin posibilidad de revalidar su título de médica.
Otra cosa que no habla mucho a favor mío tiene que ver con el exilio. Llegué a la Argentina con una formación precaria prácticamente sin medios económicos. Hasta que no pude revalidar mi título, lo que ocurrió mucho después de nuestra llegada a Buenos Aires, tuve que callarme muchas veces. No siempre guardé silencio y tuvimos muchas luchas en las que siempre aparecía el fantasma de la clandestinidad de mi consultorio. Me nacionalicé argentina después de la guerra, y aunque por causas políticas la nacionalidad puede ser quitada a un extranjero, me sentía ya ciudadana argentina. Cuando en 1959, (a los 49 años) pude revalidar mi título de médica en Mendoza, adquirí mi legalidad plena junto a la posibilidad de ser presidenta de la Asociación… Me gustaría que en algún momento habláramos de lo que son las consecuencias del exilio, yo era ciudadana de segunda categoría[7].
Transcurren así años en los que los intereses sociales y políticos parecen adormecidos. En esa época, las responsabilidades inherentes al desarrollo de su familia, la amenaza de sentirse marginada por ser extranjera sin título habilitante como médica, el ser mujer y de izquierda realimentaban la sensación de exclusión, tan frecuente en este tipo de migraciones. Para sobrellevar este momento, recurrió a una doble exigencia. Por un lado, silenció sus ideas marxistas todo lo que pudo, por el otro, se sumergió en un intenso trabajo clínico, docente e institucional. Dice: «Pero una vez terminada la guerra se dio un corte: efectivamente sustituí, en dedicación y lealtad, durante varias décadas mi militancia política por una “militancia” institucional-analítica, sin por eso romper nunca del todo el vínculo con la izquierda»[8].
Es en este período, de 1944 a 1971, en que despliega una cuantiosa producción escrita. He contado casi cuarenta, entre las que destaco, es su texto más conocido: Maternidad y Sexo. Conjuntamente con G. Grimberg y E. Rodrigué escribe Psicoterapia de Grupo. En colaboración con R. Sterba publica Teoría psicoanalítica de la libido y su aporte kleiniano. (Horme. 1966).
Sin embargo, en estos años fue acusada de moralista, rígida y superyoica porque no adhería a cierta manía elitista que reinaba en la comunidad psicoanalítica porteña y que disfrutaba de un sólido prestigio. Basta mencionar, para dar cuenta de ello, que había listas «de espera» de cinco o seis años para poder acceder a un análisis didáctico. Además, la Asociación Psicoanalítica Argentina se había transformado en un importante centro que recibía candidatos de México, del Brasil y del Uruguay que acudían a recibir la formación analítica.
Una mención especial merecen sus cuentos de ciencia ficción, la creación literaria se mantiene como una especie de canal abierto por donde puede expresar sus ideas y sus sentimientos humanistas y solidarios.
Tercer periodo: 1967-1985
Todo lo que la condujo en su juventud hacia la militancia política reapareció con la fuerza de un acontecimiento azaroso que le haría tomar un nuevo rumbo a su vida. En 1966, su hija la invita a participar de un homenaje a los sobrevivientes que colaboraron con las Brigadas Internacionales en la Guerra Civil Española. «Pensé que era la vuelta, pensé que volvía prácticamente al lugar que había dejado. Lo pensé toda la noche. Al día siguiente acepté (…) Esa decisión marcó el principio de mi vuelta a la política»[9]. En ese momento, los años que van del 64 al 74, Buenos Aires, como la Viena de los veinte, era un centro de intensa actividad política. Un grupo de jóvenes analistas crearon un movimiento que dio lugar a Plataforma y Documento, precipitando la ruptura con la institucionalización del psicoanálisis tal como era formalizada por la Asociación Psicoanalítica Argentina. Se ve reflejada en estos psiquiatras y psicólogos que intentaban modificar las estructuras de la práctica de la salud mental, comprometidos con el contexto social y político y que tanto le recordaban su propia postura frente a la estructura institucional vienesa. Probablemente se haya visto a sí misma con la misma mirada que ella le dirigía a Sterba, entre otros, encontrándose en una encrucijada similar a la de 1936: el psicoanálisis o la política. Así, como antes, ahora se reeditaba la misma oposición: por un lado, los viejos analistas, de los cuales ella formaba parte y, por el otro, los jóvenes, con todo el ímpetu para armar algo equivalente a lo que fueron los Policlínicos o Ambulatorias Psicoanalíticas de Berlín y Viena. En este sentido, orienta su trabajo de investigación hacia lo grupal, tarea que ve cristalizada, junto a otros colegas, en la fundación de la Asociación Argentina de Psicoterapia de Grupo con el objetivo de recuperar el espíritu de los primeros institutos psicoanalíticos y los policlínicos Más allá de la presencia silenciosa de lo traumático, me pregunto sobre el esfuerzo que debió hacer para prestar toda su capacidad de simbolización a la necesidad de recuperar las huellas de lo perdido en su exilio. Era, creo, la oportunidad única de cambiar su historia. Tomó el desafío enlazado a su pasado y, coherente con su integridad ética, eligió a partir de ese momento la opción de un psicoanálisis que no se opusiera a sus ideales políticos. Para ello, decide renunciar a su pertenencia como Miembro didacta de la Asociación Psicoanalítica. Así es como, rodeada de la presencia de jóvenes miembros de Plataforma y Documento, en la actividad de la Federación Argentina de Psiquiatras, se permite, por primera vez en su exilio argentino, desplegar con intensidad toda la energía de sus intereses político-sociales que había contenido en los últimos años. Dentro de este período, me detengo un momento en una ocasión particularmente significativa. En 1971, se lleva a cabo en Viena el Congreso Internacional por primera vez después de la guerra. Para Marie, como para tantos analistas vieneses (Anna Freud, entre otros) tuvo un matiz especial regresar a la ciudad que los había expulsado treinta y tres años antes. En esta ocasión, decide presentar un trabajo llamado «Psicoanálisis y/o revolución social». Me pregunto si necesitaba cerrar en su ciudad la brecha entre sus dos pasiones, el psicoanálisis y el marxismo, encontrar la aprobación tardía de sus maestros analistas. En este artículo, hace un paralelo entre la Viena de los treinta y la situación de los setenta. Recuerda su vuelco hacia la izquierda en un enorme mitin, en el que escucha a Hitler, y dice:
Ya que me tome de ejemplo tendré que hablar de los muchos años durante los cuales opté por el análisis. Analizando ahora mi decisión encuentro causas muy personales y otras comunes probablemente a muchos de nosotros, los que habíamos emigrado. Tuvimos que rehacernos una posición, durante cierto tiempo carecimos del titulo nacional que nos autorizara a trabajar legalmente, nos sentíamos inseguros y extraños en este nuevo país. No conocíamos lo bastante de su historia y estructura política, nuestro acento nos traicionaba como ajenos. Estábamos cansados de luchar y teníamos mucho miedo” “Pero elegí la solución mas fácil: aceptar, a cambio de mi ideología, una Weltensdaung psicoanalítica, aunque ésta, según Freud no existe como tal. Es indudable que Freud tiene razón”. Termina diciendo: “Para que nuestra ciencia sobreviva en la nueva sociedad que se avecina y para que pueda complementar con sus conocimientos psicológicos lo acaecido en otro nivel, esta vez no renunciaremos ni al marxismo ni al psicoanálisis.
«Terminé de leer. Primero el silencio… Aprendí que no se pierde únicamente en una ruptura, se gana también»[10]. Y en su autobiografía dice: «Somos psicoanalistas y nos importa el psicoanálisis. Hemos comprobado que sirve para que el hombre se conozca mejor a si mismo y al otro, para que se mienta menos»[11].
Son años intensos en los que puede superar el quiebre en la transmisión entre la generación de los treinta en Europa y la generación de los setenta en América. Es la representante con cuya voz se rompe el silencio. Se permite la continuidad de una lucha vital para ella, hasta que se ve obligada nuevamente a partir.
En 1974, se precipita la persecución política más dramática de la historia argentina del siglo xx. El peligro de «desaparecer» (eufemismo con el que se denominó la tortura y asesinato de militantes y opositores al régimen) la obliga, más por decisión de su familia que por su voluntad, a tomar el camino del exilio nuevamente.
Esta migración tampoco le resulta fácil y con sus palabras nos recuerda el dolor y la culpa que predomina en aquellos que al exilarse salvan sus vidas: «…me enteré que estaba en la lista de la triple “A”. Me fui, pero durante largo tiempo me sentí culpable y avergonzada de no haberme quedado para terminar con mi función»[12].
Elige México donde vive su hija mayor. Desde ese momento hasta su muerte desarrolla una intensa actividad y logra, finalmente, el deseo de aunar sus grandes intereses, el psicoanálisis y el marxismo. Es conmovedor que haya sido en México, precisamente, donde pudo concretarlo, ya que había sido su primera opción cuando huían de Europa en 1939: «Cuando nos enteramos que Lázaro Cárdenas había abierto México para todos los refugiados políticos y raciales, me desperté de mi depresión: “Vamos a empezar de nuevo”, le dije a Max. Cuando bajamos del barco en Uruguay, nos alcanzó la visa mexicana que habíamos pedido desde Europa»[13].
Palabras finales
Es, pues, la migración un acontecimiento subjetivo que se presenta como multideterminado y plurisignificante. La sincronía entre el afuera y el adentro, propia del lugar de origen, se transforma. Para el que llega al nuevo lugar, la condición de extranjero lo acompañara por mucho tiempo hasta recuperar esa armonía.
Entre el lugar de origen y el lugar de adopción, se van tejiendo anudamientos que, si son transmitidos por canales históricos de héroes y de pioneros, posibilitan una continuidad generacional.
En ese sentido, la transmisión de la historia de los psicoanalistas pioneros en nuestros países es una forma de rememoración, de reencontrarse con el pasado visualizando cada uno de los eslabones que constituyen la cadena generacional.
Me pregunto si saber de dónde venimos, estableciendo lazos con las generaciones pioneras que sufrieron el exilio, considerando la resignificación de los bordes entre el ayer y el hoy, entre el país que expulsa y el país que recibe, apropiándonos de nuestras raíces nos permitirá, quizás, construir un futuro del psicoanálisis que acote las repeticiones institucionales.
Cuando Marie Langer llegó a Buenos Aires, América era el refugio para los europeos que huían del nazismo. Hoy, por el contrario, nuestros países ven en Europa la posibilidad de realización personal. Se produce una migración de retorno tras un ideal difícil de alcanzar. En muchos casos, se constituye en repetición no elaborada de las anteriores y, muy probablemente, en una experiencia traumática que se agrega al desarraigo y al sentimiento de extranjería que acompaña a los inmigrantes.
Aun cuando, como dice Julia Kristeva, todos provenimos de tierra ignota y seguimos ligados por mil lazos enigmáticos a nuestra patria inconsciente. «Inquietante, el extranjero está en nosotros, nosotros somos nuestros propios extranjeros – somos seres divididos»[14].
Epílogo
Me dijeron: Nos vemos en casa de Mimi el miércoles a las 6 de la tarde. Pregunté, incrédula: ¿Cuál Mimi? ¿Marie Langer? Sí.
En junio de 1977, como a muchos argentinos, chilenos y uruguayos, me había tocado encontrarme en México tratando de enfrentar una migración forzada por las condiciones políticas de América del Sur. Como consecuencia de la represión llevada a cabo por el gobierno militar en mi país, la Argentina, la falta de información sobre el destino de muchos intelectuales, científicos y psicoanalistas era total. De ahí mi sorpresa al saber que Marie Langer estaba en Ciudad de México, como tantos otros psicoanalistas emigrados.
Instalada desde hacía pocos años en una hermosa casa que reflejaba la calidez de su dueña, Mimi había convertido ese rincón de la ciudad en un refugio solidario para todos aquellos que llegaban desde Buenos Aires, Córdoba, Montevideo, Santiago de Chile. Un día a la semana, reunía a todos los analistas en lo que llamaba la Supervisión. Estos encuentros consistían en trabajar sobre material de pacientes que concurrían a un servicio asistencial que dependía de la Universidad Nacional Autónoma de México. Pero, además, nos permitía recuperar los lazos profesionales y sociales transitoriamente perdidos en el cambio de país. Volvíamos a ser psicoanalistas. Establecíamos lazos de sostén, retomábamos amistades perdidas, podíamos conocer las características particulares del medio y la cultura mexicana, los giros propios del lenguaje, la práctica clínica.
De aquellas reuniones, un recuerdo ha permanecido en estos veintitrés años transcurridos, el que evoca el sonido de las sirenas proveniente de la calle que provocaba un temeroso silencio en el grupo e interrumpía la discusión. Mimi lo disolvía, cada vez, con sus cálidas palabras: «Es una ambulancia. No se preocupen. Aquí, la sirena de la policía es diferente».
De esa forma imponía criterio de realidad, les recordaba a quienes habían escapado de la represión policial que estaban a salvo. Pero, al mismo tiempo, marcaba que este era otro país, contextualizando la experiencia migratoria. Con su estilo sencillo y despojado, su afectuosa contención lograba su objetivo, y volvíamos al trabajo.
Permanece en mí como modelo. Es posible ofrecerle palabras a la muda presencia de lo traumático, ligar el presente con el pasado y convertirlo en recuerdo que puede disolver el dolor por lo perdido.
Lo escrito es testimonio de la deuda contraída con ella en aquellos encuentros: dar sentido pleno a la ética del analista, hasta donde cada uno de nosotros pueda sostenerla.
Muchas gracias Lic. Cohan por recuperar a las maestras con sus biografias y pensamientos. Muy conmovedor el tratamiento sobre las migraciones y la capacidad de alojar y significar otros destinos posibles de la pulsion hostil y la idea de la muerte mediante la escritura como ejercicio de memoria y elaboracion de acontecimientos tristes que la humanidad ha padecido y desde lo singular cada unx puede dar testimonio.
Muchas Gracias!
Gracias Lic Graciela Cohan tanto aprendemos en tus textos de lo trabado por los maestros del psicoanálisis y como siempre tu profundidad en la escritura
Felicitaciones, lic Cohan. Siempre es necesario bucear, internarse en la historia del psicoanálisis y de sus pioneros en nuestros espacios geográficos. La biografía de Marie Langer expuesta por Graciela asocia psicoanálisis, política y adhesiones partidarias, un tema muchas veces, a mi entender, injustamente cuestionado.
Muchas gracias, Marie Langer fue una pionera con mucho coraje!