Respirar…
instante primordial de desprendimiento
umbral del tiempo,
un giro interno y singular me lanza a los ritmos,
la cadena de montaje abre el movimiento
de codificación preestablecida en el cuerpo,
fuerza performativa singular, plural…
Respirar,
sola, con otras…
Reconfigurar el tiempo,
la pausa, el intervalo,
La pulsión inaugura ritmos
forzados, lentos,
agitados, únicos, irrepetibles…
Respirar
en la constelación de la vigilia eterna,
los sueños esperan la noche que no llega,
el campo material desfigurado, ambiguo, aterrador,
me sustraigo de la asfixia maternal, Respirar, respirar…
Reid, 2021
Escribir: ese ejercicio oculto, sin testigos, tantas veces postergado y sacrificado en la historia de las mujeres. Escribir como movimiento vertiginoso de resistencias frente a la palabra herida, secreta, silenciada. Escribir desde la llama del Eros femenino para regresar de los exilios de la lengua expropiada, de las citas perdidas de la infancia. Las promesas del ayer subvierten el orden político y nos preparan para la desobediencia, una ruptura de los cuerpos singulares desafían la ley patriarcal de la subordinación y se abre el teatro callejero de la Ola verde asumiendo la promesa colectiva de «Ni Una Menos»[1].
Escribir para este acontecimiento —los sesenta años del acto inaugural de la fundación, en 1963, de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapias para Graduados (AEAPG)—, es celebrar colectivamente la mirada plural, abierta y hospitalaria que sostiene la institución desde sus inicios. Una polifonía de voces y pensamientos son alojados para la formación de analistas, incorporando la investigación científica e interdisciplinaria en salud mental y abierta a los cambios de época y necesidades de la comunidad. Con esta impronta, hace cinco años conformamos el espacio de Psicoanálisis y Género(s) con la licenciada Graciela Cohan. Así, generamos un equipo de trabajo[2] con el deseo de convertirlo en un área, como un acto político.
En esta ocasión, entonces, escribo para realizar un aporte desde mi práctica clínica, mi formación como investigadora y como psicoanalista, navegando las tensiones e implicancias de los desarrollos fecundos propios del psicoanálisis y de los estudios de género(s) —rama académica de los feminismos donde me encuentro implicada política y éticamente—.
Para este número, volveré sobre el tema de mi Tesis de Maestría (AEAPG en convenio con UNLaM), recuperando los primeros artículos como el titulado «Ninguna y todas quieren ser madres hoy» (Reid, 2012) para actualizar y pensar críticamente la(s) maternidad(es).
En primer lugar, hay que dar cuenta de las lógicas patriarcales que, como señala Ana María Fernández (2021), animan aun muchas prácticas y saberes en el campo de algunos psicoanálisis. También, historizar, deconstruir y hacer un breve recorrido crítico que nos permita comprender cómo se constituyen las subjetividades e identidades femeninas y masculinas dentro del sistema heteropatriarcal desde una matriz de pensamiento atributiva, binaria y jerárquica (Fernández, 1993). Dicho sistema distribuye y constituye, dentro de la matriz productiva capitalista que promueve, modos de subjetivación que se asumen en singularidades heterogéneas bajo las condiciones de alteridad-subalteridad organizando la subordinación para mujeres, niñxs y subjetividades subalternizadas interseccionalmente[3]. En esta organización social, se reserva el mundo público para los varones y, para nosotras, las mujeres, el mundo privado de la reproducción y crianza como mandato de la feminidad normativa que naturaliza la dominación y las violencias.
Lugares asumidos y disposiciones otorgadas socioculturalmente expresan cómo, en diferentes períodos históricos, las diferencias sexo-genéricas producen desigualdades, pérdida de derechos económicos, políticos, sociales y deseantes para las mujeres, y que generan costos en la salud y desventajas en el proyecto vital. Las deudas patriarcales aún no han sido saldadas socialmente.
En la dicotomía activo-pasivo, el erotismo femenino quedó atrapado en el polo de la pasividad anudado al imaginario de la buena mujer que tendrá su deslizamiento en la buena madre: amarradas a los mitos, a los gestos, a las palabras y a los actos que nos mantienen aún en la piel social de la subordinación. Avasalladas por amar la idea del amor romántico que nos desiguala en el placer.
En este escenario, nosotras escribimos para ser leídas con lentes violetas, con herramientas epistemológicas que interpelen conceptos, prácticas e ideologías. Como bien apunta Lo Russo (2020): «Los diálogos de psicoanálisis y género priorizan incorporar la dimensión política de las subjetividades». Nosotras escribimos para que nos saquen del corsé hermenéutico del eterno enigma femenino que, desde los primeros escritos de Freud (1905, 1908), atraviesa la teoría y el pensamiento positivista en un interrogante: ¿qué quiere una mujer? Ahora bien, ¿cómo develar ese oscuro continente si se parte desde una lógica fálica de tener o no tener? ¿Qué quiere una mujer? Derechos y ¡que no nos maten por ser mujeres! Tal como exigimos en el campo político de los feminismos. ¿Qué quiere una mujer? Vivir del otro lado de la ventana, afuera de un adentro hecho de renuncias y rencores, afuera para abrir la boca, salir del murmullo, exhalar la melancolía asfixiante, para existir, mover el deseo y ser movidas por el deseo que no tenga sede sólo en el útero que legisla nuestros destinos patriarcales.
Por otra parte, escribir sobre maternidad(es) implica pensar un plural que se singulariza, que produce revoluciones íntimas, que suspende las certezas teóricas sobre el tener o no tener hijxs en clave fálica, que se interioriza en las feminidades como una posición de suplencia (pene=hijx) a partir de una falta que epistémicamente es necesario diferenciar. No confundir la falta del orden ontológico que atraviesa a todx sujetx de la que se inscribe en el psiquismo desde la diferencia anatómica entre los sexos en el camino de la sexuación y salida edípica. Aún persiste en formas sutiles en las teorías para las femenidades un lugar enigmático, un agujero en lo simbólico. Si bien en la teoría lacaniana el inconsciente estructurado como un lenguaje ubica la falta en el orden simbólico, la saca del esencialismo biológico freudiano, no salda la insistencia generizada del nombre del padre como operador de sentido que tiene implicancias teóricas y clínicas.
A las mujeres nos precede una genealogía en la matriz identificatoria, filiatoria, histórica y cultural que nos hace descender a la ficción del lazo de amor, a veces aterradora, profunda e indefinible repleta de relatos ambivalentes con matices felices sobre las experiencias múltiples y singulares de ser madre y maternar. Eva Giberti (2022) desimplica el significante madre del significante maternidad: «La madre incluye a la mujer cuyo deseo sexual ha sido habitado (…) una mujer que ha construido su subjetivación, su erotismo asociado al hecho de engendrar. (…) La maternidad ha sido sacralizada en la reproducción al servicio del aparato del poder aisladas de la sexualidad y de la producción económica que aporta el engendrar». (p. 28-30)
El modelo patriarcal capitalista del siglo xx instituye la familia nuclear moderna y crea la figura de «la madre» como su sostén. A su vez, produce los mitos y crea los síntomas al servicio de mantener aceitada la industria económica y filial del parentesco. Al mismo tiempo, el psicoanálisis crea la histeria desde la etiología causal de la represión sexual y su consecuente psicopatología femenina bajo la óptica del lugar patógeno de la moral sexual moderna. El psicoanálisis, como institución de lo simbólico, ubica a la sexualidad en el centro de la constitución psíquica. A su vez, comprende la diferencia sexual desde una matriz binaria, propia del pensamiento moderno, en clave de desigualdad: dos sexos, dos géneros, feminidades/masculinidades, varones/mujeres, activo/pasivo, naturaleza/cultura. (Fernández, 2009)
La psicopatología femenina moderna inaugura una particular sintomatología, entre ellas, la «frigidez femenina» que se constituye como síntoma bajo el mito de la pasividad erótica y el amor al amo, una particular misoginia romántica ligada a la monogamia del siglo xx que asimila feminidad a la pasividad (Meler, 2002) con las consecuencias epistémicas y ritualizaciones en las teorías sobre el masoquismo y el superyó femenino. Las relaciones de dominio-subordinación alcanzan no sólo las representaciones, las fantasías y las prácticas, sino que se viven en los cuerpos y las sexualidades. La subordinación al amo constituye un erotismo particular, un lugar subalternizado de dar placer a otro (Tajer, 2020) a través de contenidos del orden moral, del cuidado, de la entrega y de la dependencia al objeto amoroso. Como residuo de la fusión e identificación con la madre es que, tempranamente, la niña interioriza y asume lugares inferiorizantes que inhiben la sexualidad y la hostilidad por temor a la pérdida de amor (Levinton, 2000). La erotización del apego, los ideales y el narcisismo de género, descripto por Dio Bleichmar (1989), restringen las experiencias de placer en las mujeres y refuerzan la envidia hacia los privilegios de los varones. No se trata de la envidia al pene, sino al dispositivo que produce y reproduce las diferencias, jerarquías y desigualdades en las relaciones generizadas de poder. Los privilegios de los varones constituyen el extractivismo patriarcal del dispositivo de masculinidad (Fabbri, 2021) que toman los espacios de producción del placer erótico y económico, el uso del tiempo y de los cuerpos de las mujeres como fuente para el sostenimiento de la hegemonía masculina.
Pensar la constitución del superyó femenino, que ha sido revisada críticamente a la luz de los estudios de género(s), interrogando cómo se constituyen deseos, ideales y normas desde los primeros tiempos vía dos organizadores estructurantes como Edipo y castración, específicamente en las feminidades (Levinton, 2000 y Marchisio, 2019).
A la luz de estos desarrollos, podemos analizar diversos síntomas asociados a la feminidad moderna:
La neurosis del ama de casa asociada al lugar de subjetivación tradicional femenina (Burin, 1998; Meler, 1994, 1998 y Tajer, 2009) en la división mundo público para los varones y mundo privado-sentimentalizado para las mujeres, confinadas a lo doméstico y a la crianza dentro del sistema de parentesco moderno que nomina y otorga jerarquías en las relaciones sociales.
La depresión reactiva implica la tranquilidad recetada, que señala Burin (1991), para encorsetar el malestar en plus de la división sexual del trabajo desigualado con consecuencias en la salud mental de las mujeres.
Sobreinvestimiento a lxs hijxs ligado a la erotización del apego (Meler, 2010), facilitado por la dependencia y maternalización de los vínculos dentro del rol estereotipado.
Síndrome del nido vacío como consecuencia de la constitución subjetiva de «ser para otrxs» (Fernández, 1993). La partida de lxs hijos en mujeres que dedicaron su proyecto de vida a la función maternal las deja con un vacío y tristeza difícil de gestionar emocionalmente. Es así que aparecen sentimientos de abandono, estados depresivos como marcas de los procesos pulsionales atomizados sobre un saber y poder acotado al rol maternal. Este malestar, propio de las mujeres con modos de subjetivación tradicionales, convive con otros malestares que se desprenden de los conflictos actuales: la tensión entre trabajo rentado y maternar como marca específica de modalidades más innovadoras.
Narcisismo de género: ¿Cómo se constituyen los psiquismos, por fuera del paradigma binario, cuando el deseo sexual y el placer femenino —pasivizado, insatisfecho— han quedado normativizados con relación al sistema narcisista de género? Este último anuda la idea de ser valiosa para el sistema de ideales en el desarrollo de la sexualidad femenina moderna. Se presenta un conflicto subyacente: ¿es la especificidad del deseo o la psicopatología femenina? ¿La alternativa es pluralizar la histeria como dominio femenino, sin matices, bajo el lenguaje de la falta para emprender el camino de las diferencias para ser reconocida como semejante?, planteado por Dio Bleichmar en El feminismo espontáneo de la histeria (1985).
Si bien toda maternidad es política, no toda maternidad es deseada. El ideal sostenido en el mito mujer=madre forma parte de las estrategias biopolíticas y emocionales que, junto con el instinto materno y el amor maternal incondicional (Badinter, 1991) hacia lxs hijxs, lejos de la emancipación y a través del uso ideológico de la ilusión de naturalidad, evita los matices de la ambivalencia y de las ambigüedades que nos habitan y forman parte de toda relación intersubjetiva madre-hijx. Teniendo como horizonte la responsabilidad ética del cuidado y de humanización del niñx humano propio y de otrxs, la madre mantiene relación con lo enigmático de la vida, lo ancestral y hospitalario del acto político de gestar, parir, criar. El tema problema está en que las dos operatorias biopolíticas —el instinto y el amor maternal— son el soporte simbólico y emocional de la construcción imaginaria de la buena o mala madre. Desmontar los mitos y los imperativos categóricos, realizando un mapa reflexivo sobre las economías morales —como define Sara Ahmed (2019) al uso político de la emocionalidad, diferenciada genérica y simbólicamente—, nos lleva a desanudar cuatro términos que se implican, pero que no son lo mismo en el entramado intrapsíquico, pulsional e intersubjetivo.
Por un lado, la sexualidad —orden simbólico— y la reproducción —orden de la especie— con o sin deseo de hijx. Por otro lado, el par feminidad y maternidad: sus diferencias se velan, puesto que la feminidad ha quedado homologada a la maternidad como una de las salidas edípicas posibles y saludables que una niña puede alcanzar para sostener una feminidad normal (Freud, 1925, 1931, 1933). Mientras que el significante maternidad, en su función, libidiniza, sobrerepresenta el significante mujer-feminidad, se organiza el montaje que indica que para ser mujer se debe ser madre. Estos cuatro términos, como experiencias atomizadas, arman una trama de sentidos, deseos y fantasmáticas en tensión entre lo inconsciente, los ideales y las huellas históricas en cada subjetividad con afectaciones y posicionamientos complejos que la clínica psicoanalítica evidencia en los malestares y en los sufrimientos de las mujeres.
Maternar no es lo mismo que ser madre. El cuerpo de las mujeres es un cuerpo politizado y sigue siendo centro de disputas del poder religioso, político, económico y científico de diferentes modos y magnitudes, lo cual determinará cómo se procesen maternidad, femenidad y sexualidad, la salud mental y el lenguaje del cuerpo. El campo del conocimiento científico se basa en la idea de la naturalidad de los datos, supuestamente inmutables como los biológicos: tener ovarios, útero y potencial capacidad de gestar y parir. Tenemos que politizar las prácticas y saberes sobre las maternidades, los modos de vivirlas y desearlas, los malestares y las satisfacciones, la dimensión pulsional de la sexualidad para tener en cuenta que los datos biológicos no son suficientes para construir una maternidad o para el advenimiento del deseo de serlo.
Las ciencias médicas han avanzado con sus dispositivos biopolíticos sobre las subjetividades femeninas y con ellas en sus devenires deseantes (Reid, 2019). Históricamente, podemos situar que, durante la segunda ola feminista, se desarrolló la píldora anticonceptiva, que fue un hito para alcanzar mayor igualdad politica, social, económica y sexual de las mujeres. La autonomía y los derechos permitieron el control y la regulación de la capacidad reproductiva y la elección de cantidad de hijxs y liberaron a las mujeres de la economía reproductiva como único destino identitario y deseante.
En la actualidad, la Ola Verde o la cuarta ola feminista ha bajado y tomado las calles, ha hecho sentir sus pasos y sus voces sin pedirle permiso al Amo. En este tránsito, se logró el derecho al aborto. Aun así, las lógicas patriarcales insisten en volver al estado anterior y en no implementar la ley o prohibir a las mujeres y personas con capacidad de gestar el acceso al derecho a decidir si tener hijxs o no, cuándo y en qué condiciones según su ciclo vital. El derecho conquistado no ha quitado aún la sospecha moral de los imaginarios sobre las subjetividades femeninas que abortan y mantiene la clandestinidad simbólica que opera sobre los efectos psíquicos y subjetivos específicos de la experiencia de abortidad (Tajer, 2018, Fernández, Tajer, 2006, Rosemberg, 2017) según edad, clase, etnia, opción sexual a la que pertenezca.
La ciencia realiza muchos procedimientos sobre los cuerpos feminizados; operan las tecnologías científicas y sociales —articulación de poder y saber—, como la técnica de reproducción humana asistida (TRHA), entre otras, que aportan soluciones médicas sobre la (in)fertilidad o sobre la siempre sospechosa esterilidad que recae históricamente sobre las mujeres (Alkolombre, 2008). En estas últimas décadas, la criopreservación de óvulos ha comenzado a ser un motivo de consulta de mujeres que atraviesan la temprana treintena. En las consultas ginecológicas, existe una oferta y una insistencia en realizar estudios sobre la reserva ovárica para el conteo folicular y para decidir el congelamiento de óvulos y, así, lograr una mejor preservación de la fertilidad para aquellas que resuelven postergar la maternidad. En esta línea, una paciente decía: «Hoy ya no te preguntan si vas a tener hijxs, te preguntan si vas a congelar o si ya tenés congelados tus óvulos». Ya no se preservan en el organismo propio, sino fuera de él. Así se interrogaba en el momento de decidir si se hacía o no esa práctica, no sólo por los costos económicos, sino por ser un procedimiento sobre su cuerpo. También evaluaba otras alternativas para ejercer su deseo de maternidad a futuro. ¿Cómo se regulan las condiciones de posibilidad al interior de los modos de producción subjetivos, con lo que la ciencia ofrece? En este sentido, nos interpela como analistas sostener una clínica en virtud de nuestra ética que, a su vez, responda a los procesos de cambios actuales entre los ideales sociales, los contenidos singulares y las formas particulares de las normas; mandatos y mitos que operan en lo intrapsíquico de la vida pulsional y que también hacen puente en lo intersubjetivo del entramado social contemporáneo. En esas fronteras porosas, que exigen trabajo, aparecen el espacio analítico y la transferencia como dispositivos para alojar los interrogantes sobre los síntomas, malestares y anhelos. A partir de las rupturas simbólicas y de pasajes del cuerpo biológico, que se encuentra mediado por las estructuras discursivas científico-políticas, se construyen sentidos, temporalidades y prácticas que deben ser elaboradas para tomar o no la oferta de los procesos instituyentes que la ciencia otorga. También crea realidades y fantasías: si puedo postergar, puedo ir por otros deseos y, luego, llegar a la maternidad por otros medios. Esto no es sin costos y sin eludir la tensión, propia de la especificidad de las subjetividades feminizadas, de abordar el deseo de maternidad y el proyecto de autonomía económica y de subjetivación en el campo laboral-profesional en el mismo tiempo fértil. La treintena mantiene, aún, la desigualdad entre los géneros ya que, tal como describí en Maternidades en tiempos de des(e)obediencia (Reid, 2019), si se elige una opción, será en detrimento de la otra.
Debemos, entonces, desandar e indagar, desde una epistemología feminista, la relación entre sujeción y agencia, entre lo establecido por los imperativos categóricos, que han tomado nuevos ropajes en lo innovador de las prácticas de crianza, los mitos e imaginarios que deambulan entre lo nuevo, y lo que permanece en el ejercicio de maternar. Las trayectorias subjetivantes sobre el derecho al placer, al erotismo y a la sexualidad no genitalizada para la procreación determinan la modalidad y la moralidad intersubjetiva, y la disponibilidad intrapsíquica para el trabajo sobre la historia singular, las identificaciones, las fantasmáticas y los deseos que se presentan enigmáticos en lo singular. Un abanico de modos de asumir el ejercicio de maternidad(es) y la «producción deseante del deseo de hijx» (Glocer Fiorini, 2001), con o sin pareja de las mujeres, se presentan en una polifonía diversa que nos invita a esta revisión teórica con la brújula de la metapsicología —maga indiscutible de la clínica psicoanalítica— frente a la demanda subjetiva del síntoma para incluir la psicopatología en la metapsicología actualizada y no ritualizada.
Impecable artículo. De mucha utilidad para el pensamiento teórico y también para nuestro trabajo clínico a partir de la enumeración de las conflictivas femeninas en la actualidad.
Un texto riguroso y al mismo tiempo conmovedor! Gracias, Graciela Reid ,movilizando el deseo!