1. Cuestiones generales
Este trabajo tomará como eje el texto de Freud «Introducción del narcisismo» de 1914. De las diferentes preguntas que suscitaron mi interés, hay dos que direccionaron mi recorrido por este texto: una, que Freud plantea explícitamente, ¿por qué una estasis en el interior del yo sería displacentera? Y, la otra, que surge de pensar las paradojas de un caso: ¿puede la libido narcisista empobrecer al yo?
«Introducción del narcisismo» busca dilucidar la génesis del «yo» y su comprensión como una nueva instancia libidinal. Es decir, el yo como un lugar en el que se puede alojar libido. Por tal motivo, Freud sostiene que la libido narcisista «reclama su sitio dentro del desarrollo sexual regular» (1995a:71). Hasta ese entonces, entre el autoerotismo y la elección de objeto, había una brecha que no clarificaba la comprensión de las fases ni los fenómenos regresivos ni las diferencias de investiduras.
Freud dice que el concepto de narcisismo refiere a una «…conducta por la cual un individuo da a su propio cuerpo un trato parecido al que daría al cuerpo de un objeto sexual» (Freud, 1995a:71) con la particularidad de que podría absorber la vida sexual de la persona. Un paso preliminar que propone para abordar esta instancia es atender a la pérdida del interés por el mundo exterior, es decir, hay individuos que retiran libido del mundo y concentran su atención o afecto sobre sí mismos. Tal situación se puede ver en las parafrenias (esquizofrenias) como también en las neurosis, con la diferencia de que, en las primeras, al perder el vínculo con la realidad, se cancela la relación erótica con los objetos; mientras que, en las segundas, al resignar su relación con objetos del mundo exterior, no pierden la relación erótica con ellos, sino que ese vínculo es sustituido por representaciones en la fantasía. Para Freud la parafrenia es la principal vía de acceso al narcisismo, aunque en ambos casos se sustrae libido del mundo exterior y se la conduce al yo. Por eso postuló un narcisismo primario como lugar de regreso libidinal.
Otros elementos preliminares lo constituyen las alusiones a la vida anímica de los niños y a los pueblos primitivos, en tanto revelan algunos fenómenos característicos derivados de una concentración de libido narcisista como, por ejemplo: delirios de grandeza, poder de los deseos y de la palabra, omnipotencia de pensamientos, etc.
Freud no niega que, en un momento original, las energías sean indiscernibles, pero lo relevante es que, a partir de la investidura de un objeto, se puede diferenciar una energía sexual, la libido, de una energía que refiere a la conservación del yo.
Ahora bien, además de la tendencia del yo a su conservación y a la de la especie, lo que se busca es mostrar que el yo también es una instancia en la que se puede depositar y acumular energía sexual. Dichas tendencias se sintetizan con las sinécdoques: hambre y amor (ser eslabón de una especie y el placer singular).
Respecto de la génesis del «yo», Freud afirma que es una instancia que se «agrega» al autoerotismo, es una nueva acción psíquica (Freud, 1995a: 75). Al yo se lo deduce a partir de que invistió objetos y del hecho de que se produce un repliegue de investiduras. Pero ese proceso es el «narcisismo secundario» porque supone que tuvo que haber una instancia primera que justifique el regreso libidinal, es decir, un narcisismo primario.
2. Tres argumentos para reforzar la justificación de la introducción del narcicismo
Freud propone tres caminos para deducir el narcisismo: a. La enfermedad orgánica, b. La hipocondría, c. La vida amorosa de los sexos.
a. Por la enfermedad orgánica se resigna interés por las cosas del mundo y cesa el amar. Se retira libido de los objetos y se la ubica en el yo debido a que la dolencia logra absorber la atención del sujeto.
b. El segundo acceso es vía la hipocondría que permite descubrir semejanzas entre narcisismo y zonas erógenas. En efecto, la hipocondría retira libido de los objetos del mundo y la concentra en un órgano, aunque este, desde lo biológico, esté sano. El órgano en cuestión no está enfermo, sino, alterado. Dicho recorrido da pie para remarcar la noción de «zona erógena», o sea, un órgano se altera en cuanto que es una zona libidinizada, no enferma. Esta situación que permite hacer dos analogías: una, que existe una zona que naturalmente tiene la propiedad de alterarse sin enfermar, se trata de los genitales que se modifican con la excitación sexual; y otra, que el yo mismo podría ser pensado al modo de la erogeneidad. Así como una parte del cuerpo se altera, también el yo es pasible de alteración libidinal. Es a partir de este punto que cabe la duda: ¿por qué una estasis en el interior del yo sería displacentera?
c. La tercera vía de acceso al narcisismo es la vida amorosa. Allí, Freud distingue dos modos de elección de objeto: uno, por apuntalamiento, se elige según el modelo de la madre que dio el sustento para vivir o del padre protector; y otro, por un tipo de elección narcisista, es decir, amando a otro, el yo se busca a sí mismo como objeto de amor (ya sea que busque lo que es, lo que fue, lo que querría ser o a la persona que en algún momento fue parte de su «sí mismo”). Este punto introduce la problemática del ideal y permitirá abordar la otra pregunta inicial: ¿Puede la libido narcisista empobrecer al yo?
3. La cuestión del Ideal
Previo al planteo del Ideal, Freud hace un recorrido por diferentes momentos de la vida anímica: narcisismo infantil, castración, represión e Ideal.
En primer lugar, se refiere a la sobrestimación del que es objeto un bebé por parte de los padres, atribuyéndole toda clase de perfecciones (Freud, 1995a:88), aclarando que en realidad es el propio narcisismo de los padres el que se traslada a los hijos. En segundo lugar, a raíz del complejo de castración por el cual se produce angustia, el narcisismo se expone a perturbaciones. El yo va perdiendo el estado de pleno disfrute, se siente amenazado y procura diferentes tipos de defensa. En tercer lugar, Freud sugiere que es la represión la que permite entender lo que ocurre en la vida anímica y su relación con el problema del Ideal. En efecto, ¿qué pasó con la libido yoica y el narcisismo infantil donde todo era grandeza y poder? ¿El yo pudo investir todos los objetos que deseaba? Evidentemente no, y es allí donde se puede deducir la represión, porque hay mociones pulsionales y deseos de investidura de objeto que el yo no pudo llevar a cabo por ser inconciliables. En consecuencia, la represión también, en parte, será un modo de proteger al yo, lo cual refuerza el hecho de que retiene libido. De acuerdo al monto de esa energía acumulada, dependerá cierta patología o no. Por eso, ante la primera pregunta acerca de si una estasis en el interior del yo, puede ser displacentera, la respuesta es afirmativa, dependiendo del monto de energía acumulada y de la función que allí se desarrolle. Por último, Freud dice que puede producirse un desplazamiento en el yo. Es decir, si una moción pulsional no se tolera, se produce la represión, pero para ello, es condición que haya en el interior del yo una instancia evaluadora con la cual se confronte la moción, y a esa formación la llama el Ideal (Freud, 1995a:90). Pero ¿de dónde surgió ese Ideal? De todo lo depositado por los padres en el niño cuando él era un «yo ideal» para ellos (como narcisismo redivivo de los padres y como ideal del niño en sí mismo). Por lo tanto, algo ocurrió en la transición entre ese «yo ideal» de la infancia y la formación del Ideal del yo. Lo que sucedió es que el yo, al verse amenazado y juzgado, ya no puede sostener en sí mismo su gloria ni ser él mismo su ideal y, por lo tanto, para no perder esa grandeza alguna vez sentida, deposita libido en un «otro» Ideal que, de algún modo, sigue siendo prolongación de su narcisismo infantil[1]. Se desdobla y busca, en ese Ideal, retomar su sí mismo. En consecuencia, él mismo se amará en el Ideal. Pero si ese objeto Idealizado no responde de manera adecuada a la satisfacción yoica, el yo se volverá a enfrentar con su empobrecimiento. Luego, a la segunda pregunta sobre si la libido narcisista puede empobrecer al yo, podemos contestar que sí, en tanto se haya producido la formación del Ideal como destinatario del amor propio. Al haber distancia entre el yo y el ideal, hay frustración, energía que se pierde y, paradójicamente, la libido narcisista debilita al yo[2].
4. El caso
Marta, en el momento de la consulta, tenía 45 años. Estaba separada hacía bastante y convivía con su único hijo preadolescente. Llevaba dos años de relación con Eduardo, aproximadamente, a quien no nombraba ni como novio ni como pareja. En la mayoría de sus dichos oscilaba entre detallar las cosas que Eduardo iba haciendo para requerir su atención y en como ella iba manejando esas situaciones, las cuales, a veces, aunque le gustaban porque se sentía cortejada, le causaban cierto fastidio. Su posición de indiferencia le servía a los efectos de generar más deseo en Eduardo. Dicho deseo era acompañado de algunas demandas, la más importante era irse a vivir juntos. Después de un tiempo, Eduardo fue perdiendo el interés por el vínculo y justo, en ese momento, Marta accedió a la propuesta de vivir con él. Sin embargo, la situación pareció invertirse y pasó a ser él quien se mostró más reacio a la convivencia y a otras propuestas. Ante tal situación, la paciente comenzó a vivir una serie de episodios de angustia y a sentirse desorientada, no sabía qué hacer y no comprendía la situación Todo pareció aclarar y se fueron a vivir juntos (se interrumpió el tratamiento). Después de un año, Marta me pide retomar las sesiones porque está muy triste y angustiada. Comenta que tuvo conflictos con Eduardo y que él llegó a decirle que se fuera de la casa. Ella no puede dejar de pensar en él y le duele lo ocurrido. Pese a que ve actitudes en Eduardo difíciles de aceptar, dice que lo quiere, que depende de él, que tiene muchas cosas valiosas, que necesita «ayuda», que sola no puede, y una serie de expresiones similares que, si bien demuestran ambivalencia, siempre vuelven sobre la idea de que se siente ligada a él y en dependencia.
5. Breve análisis del caso y reflexiones finales
El caso adquiere cierta forma a partir del recorrido que se haga por las diferentes secuencias. En un primer momento, Marta, desde su posición de indiferencia, es deseada y requerida a través de diversos actos de cortejo. Como dice Freud, en la elección de objeto narcisista: «…la necesidad no se sacia amando sino siendo amada» (1995a: 86). Cuando dicha situación alcanza un límite de saturación por parte de Eduardo, en un segundo tiempo, al ver peligrar su posición, ella va cediendo a las demandas y experimenta episodios de angustia ante la posibilidad de dejar de ser deseada. En un tercer momento, ella opta por conceder algo que formaba parte de su poder, decide ofrecerse e ir a vivir con Eduardo. En esto puede vislumbrarse un desplazamiento narcisista hacia la figura de él, situación que se apreciará a la luz del último momento cuando su discurso se focalice en Eduardo como el único objeto de deseo en su vida, o Ideal e, inclusive, resaltando valores que anteriormente estaban diluidos en la ambivalencia de sentimientos. En el cuarto momento, cuando Marta vuelve a consultar, su estado era de empobrecimiento y de dependencia psíquica y material, porque no sólo ya no estaba con Eduardo, sino que, por su situación económica, tuvo que ir a vivir con un familiar. Además, su hijo se fue con el padre. Su situación era difícil, sin embargo, su relato volvía sobre el hecho de sentirse herida por Eduardo, por no ser querida, por haber dado y no haber recibido.
En un principio, resultaba difícil detectar qué significaba esa indiferencia o distancia que marcaba Marta. Recién, en el devenir de los acontecimientos, se pudo despejar cierto mapa libidinal de la paciente. Si ubicamos la propuesta freudiana de considerar al yo como una instancia en la que se puede alojar libido, es claro que, en toda la primera etapa del caso, hay un placer circunscripto al hecho de ser deseada, de ser requerida y de ser objeto de amor por parte de un otro. Por lo tanto, no se trataba tanto del haber querido a otro o del dar (objeto de la queja), sino de la necesidad de ser querida, de ser alagada con demandas. Cuando esa posición peligró, posiblemente como una experiencia revivida del debilitamiento de su narcisismo infantil, ella desplaza su libido hacia el objeto, pero no a los efectos de un cambio de posición, sino con el fin de sostener su propio narcisismo. En la figura del otro, se empiezan a depositar bondades que antes no revestían relevancia y por las cuales dicha figura pasa a representar, en cuanto Ideal, al «sí mismo» que debe responder al amor. Ese amor a sí mismo es intento de regreso al momento en que el yo fue su propio ideal. La diferencia radica en que el Ideal, como símbolo de la recuperación del “sí mismo”, no responde según lo esperado porque siempre hay distancia entre el «yo» que una vez se fue y lo que se encuentra para sustituirlo. Por eso experimenta angustia, porque la distancia entre el yo y el Ideal implica que sigue operando la castración, mientras que la persistencia en que el Ideal siga siendo el mismo narcisismo que el de la infancia indica que el sujeto no puede dejar de ser aquel todo de los padres. No puede perder. En consecuencia, la paradoja de este mapa es que la libido no termina de dirigirse realmente a un otro y tampoco resuelve el afecto sobre sí mismo y se produce así una acumulación que no puede tramitarse. Retomando las inquietudes iniciales, una estasis en el yo puede producir displacer debido a que esa energía no sólo debe ser pensada desde la cantidad y como monto acumulado, sino que es preciso tener en cuenta la función que está cumpliendo (Freud, 1995a: 82). En este caso, el recorrido libidinal es circular porque no puede amar a otro ni a sí mismo. Respecto de la segunda pregunta, en ciertos casos se producen esfuerzos en aras de un propósito narcisista, pero, paradójicamente, no logran una verdadera descarga o alivio. A raíz del lazo de dependencia instalado por la defensa para sostener su narcisismo, al tiempo que se produce angustia, se genera agotamiento y empobrecimiento de la vida.
Hasta aquí nos hemos referido al problema del narcisismo sobre la base de la propuesta que guía el texto freudiano, pero cabría dejar abierta otra pregunta que se sugirió antes: ¿En la elección de objeto narcisista y en el problema del Ideal, se trata sólo de un intento de recuperar el narcisismo infantil perdido o podría tratarse en realidad de un intento de armar un yo que fue deficientemente constituido?
En otros términos: ¿Se trata de los avatares de un yo o de las encrucijadas de un sujeto?
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