COMENTARIO
A principios de marzo de 2021, recibí un mail de la institución Gradiva Grupo Atlántico de Psicoterapia Psicoanalítica (GGAPP), de Rio Grande do Sul en Brasil, convocándome como «miembro invitado» para debatir e intercambiar sobre psicoanálisis con colegas de otras instituciones. La propuesta de sus fundadoras, Adriana Mendonça, Denise Souza y Marcia Zart, tenía el plus de que las dos primeras fueron compañeras de mi camino como delegado de la AEAPG ante la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis (FLAPPSIP). La oportunidad que me dio Escuela de transitar por el intercambio latinoamericano seguía dando frutos. Acepté enseguida y las consecuencias fueron inmediatas. A los pocos días me solicitaron ser palestrante el 3 de mayo de una mesa por Zoom con dos prestigiosos colegas: Reinaldo Lobo, de Brasil, y Luis Correa Aydo, de Uruguay.
La idea del Grupo Gradiva era hacer una serie de encuentros sobre fundadores del psicoanálisis; lo coronaron con un título creativo: «Gradiva y sus andanzas de otoño», articulando la propuesta institucional inspirada en el personaje analizado por Freud con la estación del año de su realización. Y esta era una de sus andanzas: realizar una mesa en la que tres psicoanalistas latinoamericanos, en 20 minutos, disertaran y transmitieran lo que quisieran a partir de la consigna «Sigmund Freud en análisis».
Me significaron varios días de desvelo poder pensar sobre cómo encarar esta temática. Dos preguntas venían a mi cabeza: ¿De qué voy a hablar? ¿Qué implica «analizar a Freud»? En principio pensé que no se trataba de abordar su vida privada o, por mejor decir, analizar lo que sus biógrafos dicen de ella. No estaba dispuesto a semejante impertinencia. Además, de eso ya se había ocupado el propio Freud con varios ejemplos de sus producciones psíquicas expuestas generosamente, no sin el debido decoro, en los autoanálisis que relata en sus textos como método para formalizar su teoría del inconciente.
Así que, luego de varios devaneos, con la hoja en blanco, me propuse recorrer el camino freudiano, es decir, sus andanzas para desarrollar el psicoanálisis, pero a través del legado de sus escritos. Claro que allí me encontraba nuevamente con otro escollo: debía renunciar al ideal de completud, pues dar cuenta de su obra en 20 minutos era una tarea inabarcable y, a su vez, asumir que los recortes necesarios para alguna transmisión, en tan breve tiempo, quedarían deficitarios con relación a la riqueza conceptual de su producción.
Otra cuestión que irrumpía en mi pensamiento para elaborar el texto de mi participación era que no podía desprenderme de las referencias epocales que habían influido en Freud, consideré que era importante incluir algunas fuentes que lo nutrieron: su realidad social, cultural, los avances de las ciencias y las artes, con las cuales intercambiaba pareceres y producía psicoanálisis. Esta cuestión me llevaba directamente a la pregunta sobre cuál podría ser la vigencia de la teoría freudiana desde el actual contexto socio-cultural y asistencial.
En el texto traté de dar cuenta sobre esto, de modo incompleto, en tan breve tiempo.
Por último, gracias a las charlas previas vía email con Luis Correa Aydo, con quien me une un profundo respeto profesional y un afectuoso vínculo, me hicieron ver que para el mejor intercambio en la mesa era conveniente acompañar la lectura del texto con su homólogo traducido. Esta formalidad permitió sortear en gran medida las barreras idiomáticas que se presentaron en el diálogo con los panelistas y el público presente.
Me resultó muy productivo releer a Freud para hacer el texto y aprendí con su confección; también fue provechoso debatir sobre psicoanálisis con colegas de otros lares y confines, atravesando fronteras y creando puentes fraternos y de elaboración y pensamiento.
Vuelvo a agradecer la oportunidad de haber podido participar como panelista a partir de mi pertenencia a la Escuela, una de las instituciones que integran FLAPPSIP.
TRABAJO PRESENTADO
En principio, quiero agradecer a los organizadores del evento «Gradiva y sus andanzas de otoño» por invitarme a una mesa con una curiosa propuesta: «Sigmund Freud en análisis».
¿Hacer un análisis de Freud? Él mismo se ocupó de esa tarea en sus cartas a Fliess y en sus escritos donde expone y analiza sus recuerdos, sueños, olvidos y lapsus con el objetivo de dar cuenta de la teoría del inconciente. Llevó el análisis hasta donde se lo permitieron sus propias resistencias: las de las reservas que exige la comunicación pública y, por otro lado, la división del sujeto que hace que lo inconciente tenga límites para hacer explícito su saber.
Entonces, tomando el nombre del evento, decidí hablar de «Freud y sus andanzas», ya que recorrer el desarrollo de su obra es una forma de acompañar su propio análisis.
Gradiva se traduce como «la del andar resplandeciente o precioso», algo que no se ajusta a las andanzas de Freud. En el epígrafe del texto «Historia del movimiento psicoanalítico», su andar se detalla con una frase del escudo de armas de París: «Se sacude pero no se hunde»[1].
A casi 165 años del natalicio de Freud, valga esta mesa como un homenaje al legado de una obra y una vida entretejida en su letra, marcada por la exploración sobre la génesis del sufrimiento psíquico; sus textos abiertos a revisión le imprimen su sello de «letra viva». Freud investiga el alma humana con la pluma de un gran escritor. Su ficción teórica, con historiales clínicos novelados con exquisita prosa, funda una nueva luz sobre los procesos psíquicos normales y patológicos. En su presentación desarrolla conjeturas abiertas a nuevos interrogantes que hacen que su escritura reúna los requisitos para ser considerada un «clásico», tal como lo define Ítalo Calvino: «Es un libro que nunca termina de decir lo que tiene que decir, es un libro de relectura, de descubrimiento constante, cargado de huellas y señales, que suscita incesantemente; polvillo de discursos críticos y que en definitiva sirve para definirse a uno mismo en relación o quizá en contraste con él».[2]
Freud y sus andanzas
El psicoanálisis vuelve a la vida más simple. (…) reordena el enmarañado de impulsos dispersos, procura enrollarlos en torno a su carretel. (…) suministra el hilo que conduce a la persona fuera del laberinto de su propio inconsciente.[3]
Freud ingresa, por los laberintos psíquicos, de la mano cómplice de la histeria. Junto a ella siembra tempestades que trastornaron el orden instituido sobre la salud mental. La histeria desafía el saber médico de la época al develar «potentes procesos anímicos ocultos para la conciencia»[4]. El psicoanálisis es el hilo de Ariadna con el cual Freud accede a la realidad del inconciente, y aporta brújulas para navegar por los ríos revueltos de su laberinto, explora el camino, indaga sus enredos, sus desvíos, recorre puntos oscuros; dedica su vida a entender sus fundamentos, sus motivos y, a partir de los interrogantes de la patología anímica, formaliza un modelo de psiquismo normal y edifica un procedimiento terapéutico.
El psicoanálisis es hijo de su tiempo, pero, cuando interviene en el mundo para aplacar el sufrimiento humano, instaura un nuevo modo de concebir la subjetividad.
A fines del siglo xix, signado por el marco positivista de la Europa Central, la sugestión hipnótica era el nuevo método terapéutico para la neurosis que ilustraba el vínculo paciente-médico de esos tiempos: el enfermo aportaba sus síntomas y el médico, dueño del saber, ordenaba disolverlos por sugestión. Los lugares de poder están claros.
El problema es que la histeria no obedece fácilmente y, así como parece que se subordina al poder del otro, rápidamente se encarga de destituirlo. En el encuentro con esa barrera, Freud abandona la hipnosis e inaugura una nueva forma de trabajo terapéutico: le pide a la histeria que hable y, atento a sus palabras, reubica el lugar del dominio sobre la causa del enfermar. Ahora el saber se transporta en los relatos del paciente que se escuchan como novelas entramadas con sus síntomas; talking cure, lo llamó una de ellas cuando descubrió que hablar cura.
En el acto de hablar, al conectar el síntoma con la historia personal, aparecían recuerdos traumáticos que, al ser ligados con su afecto, lo resolvían. Pero Freud encuentra que la palabra sin hipnosis se resiste a evocar recuerdos penosos; este obstáculo lo lleva a formalizar una fuerza contraria, la represión: una defensa que consiste en un esfuerzo de desalojo de la conciencia de aquellas representaciones intolerables.
Y así, con su andar sacudido por las palabras y afectos de la neurosis, escucha que el trauma que opera como causa patógena es una experiencia sexual de la infancia resignificada por desencadenantes actuales. Esta escucha que da cuenta del momento de análisis de Freud ubica la importancia de la sexualidad infantil en el camino de enfermar.
Resistencia, represión, regresión, sexualidad infantil e inconciente componen pilares para orientarse en el laberinto neurótico. Son instrumentos que permiten transitar con la técnica que sustituye la hipnosis: el dispositivo de asociación libre y atención flotante como operador del análisis. Mientras el paciente hable y cuente sobre su vida, sus sueños, lo que le pasa o simplemente las tonterías que se le ocurren, el analista podrá pesquisar el modo de manifestarse esa otra escena que insiste desde las oscuridades, ese otro saber que se manifiesta con una legalidad propia, lógica nada asimilable al sentido común, pero que ubicará las coordenadas inconcientes del sufrimiento psíquico.
Como efecto de este nuevo dispositivo, Freud tuvo sacudones afectivos en el vínculo con sus pacientes; gracias a que no tomó estas vehementes demandas de amor como personales, inventa el concepto de transferencia como obstáculo y motor del análisis. En la otra orilla, ubica la contratransferencia cuando el analista resiste a la transferencia por puntos ciegos.
Con este esquema, la neurosis denuncia reminiscencias reprimidas de una seducción sexual traumática infantil que retorna por falso enlace como síntomas y en la transferencia.
La teoría de la seducción, expuesta en 1896 en la Sociedad de Psiquiatría y Neurología de Viena, fue rechazada por la ciencia de una época donde la moral «cultural» sólo legitimaba la sexualidad genital al servicio de la reproducción.[5]
Pero la conquista del laberinto neurótico fue encontrando también obstáculos internos.
En 1897, Freud, en una carta a Fliess[6], expresa su preocupación por algunos fracasos terapéuticos. La teoría de la seducción, derivada de las enseñanzas de Charcot[7], no le cierra. Sospecha que los traumas infantiles contados por sus pacientes podían responder más a la creatividad de fantasías inconcientes que a hechos realmente acontecidos. Las fantasías, apuntaladas en el quehacer autoerótico infantil, podían realizar recuerdos acerca del vínculo con los objetos primarios y retornar como vivencias sexuales de la infancia.
En su propio análisis con Fliess, estaba trabajando la teoría, su «neurótica»[8], como él la llamaba.
El pasaje de la teoría de la seducción a la fuerza de las fantasías inconcientes produjo una innovación teórica sobre la construcción de subjetividad. Destierra al psicoanálisis de la sexología y lo ingresa en el del arte de la interpretación[9]. Ahora, ante un relato de abuso sexual infantil, el análisis discernirá si se trata de un trauma realmente acontecido o de una verdad histórica, efecto de fantasías inconcientes que se realizan como suceso en una vida.
Este esquema se puede extender a la verdad que transporta cualquier relato en análisis: una ficción que expresa la fuerza pulsional de las fantasías inconcientes y da cuenta del modo de intercambio del sujeto con el mundo. La transferencia es un ejemplo de esta dinámica.
En 1900, en el libro de los sueños, su sacudido andar por los laberintos del inconciente se expresa en el epígrafe: «Agitaré los infiernos»[10]. Y así, a través de sueños propios y ajenos, justifica su teoría del sueño como realización de deseo. Arma un modelo de funcionamiento psíquico: la primera tópica donde lo inconciente tiene relevancia por sobre la conciencia. Aporte subversivo a la propuesta cartesiana imperante en esos tiempos. Ahora, donde no pienso existo. El error, la incoherencia, cualquier recuerdo, acto, sueño, por más disparatado que parezca, tiene valor de verdad para la vida de alguien y, como el síntoma, posee un sentido sexual inconciente para develar. La psicopatología de la vida cotidiana desdibuja la frontera entre lo normal y lo patológico ante las formaciones del inconciente.
Freud propone un esquema de interpretación onírica que pasa a ser el paradigma de cómo trabajar en análisis cualquier enunciado conciente: en la gramática se desliza la posición del sujeto del deseo inconciente, así como lo que resiste a su realización.
Con «Tres ensayos», en 1905, sus andanzas analíticas revolucionan la sexualidad al extenderla a la infancia y por fuera de la genitalidad. La presenta como esencial de la actividad humana, representada en la teoría por conceptos como pulsión, libido, deseo, amor. Con el aforismo «La neurosis es el negativo de la perversión» conmueve la separación entre la sexualidad llamada normal y la patológica. Mientras esta sexualidad genera escozor, la otra escena, con su determinismo inconciente sexual, opera desde ríos subterráneos con deseos incestuosos y parricidas que crean destinos como Edipo, Hamlet o el Norbert de Gradiva.
Freud elige de los clásicos a Edipo como modelo de las fuerzas inconcientes en pugna: allí, donde el héroe escapa de sus orígenes para evitar que se cumpla su destino, sin saberlo, obedece la predicción del oráculo realizando sus deseos prohibidos. También rescata al mito de Narciso para formalizar la constitución del yo y el complejo de castración.
En su andar por el laberinto del inconciente, Freud construye su «bruja» metapsicología: un modelo topológico, dinámico y económico que comercia con el mundo interno y externo. Nace una nueva concepción de sujeto: dividido, dependiente del otro, de la cultura, con una débil frontera entre el espacio propio y ajeno, y una dimensión temporal trastocada por los efectos de los dos tiempos de la sexualidad humana.
Estos conceptos, fuentes de inspiración del surrealismo, afectan la forma de pensar la clínica, pues interrogan el quién, el dónde y el cuándo de la génesis de la enfermedad: ¿La causa es externa o interna? ¿Es del presente o del pasado? ¿Cuál es la responsabilidad subjetiva ante el propio padecer? Preguntas que motorizan el análisis, o lo pueden detener…
Ni qué decir de sus andanzas analíticas con el valor que le atribuye al lenguaje: aún con sus equívocos, lo responsabiliza de crear realidad psíquica, diversa de la material y que ambas, entrelazadas, generan efectos subjetivos que construyen vivencia de realidad objetiva.
En el andar de Freud, la transformación del escenario social y político de Europa fue afectando su modo de lectura clínica: «El psicoanálisis no es hijo de la especulación sino el resultado de la experiencia»[11]. Así, en 1919, entre las dos cruentas guerras mundiales, escribe «Lo ominoso», texto nodal que adelanta argumentos del «Más allá del principio del placer». La clínica, cual dictador implacable, le exige cambios en la teoría pulsional al concebir fenómenos más allá del principio de placer, con fuerzas no ligadas, demoníacas, como expresión muda de la pulsión de muerte que insiste por su tramitación.
Esta reconversión pulsional lo conduce en 1923 a formalizar la segunda tópica —yo, ello y superyó— que complejiza el modelo de administración psíquica y lleva a crear una nueva operación analítica: ya no alcanza la interpretación, lo irrepresentable que insiste precisa de una construcción en análisis para tramitar, a través de un relato, un texto que será terapéutico si resuena con efecto de verdad para el analizante.
Por otro lado, las andanzas de Freud por lo inconciente también lo llevaron a construir puentes conceptuales entre las experiencias individuales y las colectivas, por ejemplo: cuando analiza la psicología de las masas, encuentra correspondencias entre las fuerzas que agitan las multitudes y las mociones pulsionales que mueven las vidas individuales.
En esta línea, en «Tótem y tabú», conducido por una pregunta que le insiste: ¿qué es un padre?, analiza los efectos de la prehistoria de la humanidad en el origen de la cultura y en la vida de las personas; aporta un mito del origen: el padre de la horda como antecesor lógico del Complejo de Edipo. Un padre gozador asesinado por sus hijos obliga a un pacto fraterno que, por obediencia retrospectiva, instala la prohibición del incesto y el parricidio. Pero la pregunta le insiste y, al final de su recorrido, escribe «Moisés y la religión monoteísta», su última versión del padre orientada a la función y alcance de la figura del padre muerto.
Freud mismo, a los 80 años, comparte esta pregunta sobre el padre en una bella carta a su amigo Romaind Rolland. Allí, recuerda su perturbada visita a la Acrópolis treinta años antes. Cómo cumplir el sueño de visitar la Acrópolis se transformó en una pesadilla. Ubica su división subjetiva entre la satisfacción y la aflicción: «Demasiado bueno para ser verdad», pensó. La frase lo conduce a la enigmática pregunta: «¿Qué diría nuestro padre si pudiera estar presente?». Freud analiza en ese texto cómo la satisfacción de su visita se empañó con un sentimiento de culpa ante la figura de su padre, como si «lo esencial en el éxito conseguido fuera haber llegado más lejos que el padre»[12]. Lo notable de su reelaboración en la ancianidad es que reconoce que Atenas no habría significado nada para su padre en vida, que sólo su fantasía le daba vida a ese interés, un duelo que retorna como «piedad» filial.
Actualidad y vigencia del psicoanálisis
¿Qué hace que estos fundamentos sigan vigentes en esta época condicionada por una velocidad no solidaria con los tiempos psíquicos, con predominio de la imagen sin memoria, de lo efímero, del desarraigo de la historia y la devaluación de la palabra, con nuevas familias que interpelan el Edipo y tecnologías que trastocan el tiempo y el espacio?
Y qué decir si a estas características de época le sumamos la pandemia global.
Esta situación no es nueva en la historia de la humanidad. Freud, a sus 63 años, pierde a su hija Sophie por la gripe española. Fue un dolor inconmensurable, según cartas de esa época.
¿Cómo pensar los efectos de la pandemia global desde el psicoanálisis?
Peligro, terror, desvalimiento y soledad acompañan los relatos de la clínica en pandemia.
Hoy lo ominoso, lo íntimo más familiar, lo que debe quedar oculto, el desvalimiento primordial están al acecho o salen a la luz de modo descarnado. Analizar en un período de tanta conmoción social plantea interrogantes respecto del padecer que trae un analizante y de las dificultades para el analista. La práctica psicoanalítica es sensible al modo en que los sucesos de la actualidad moldean y colorean la clínica. La pandemia es traumática, pues convoca al desvalimiento por el riesgo que representa, sumado a medidas sanitarias que exigen su tramitación con distanciamiento del otro. De aquí surge un conflicto, entre el desamparo y el aislamiento, entre el encierro y la apertura. Cuando el yo se vive en riesgo se defiende: huida, negación, desmentida y puede llevarlo a la boca del lobo.
En este tiempo, las demandas apremiantes del desamparo ponen a prueba nuestras teorías, sus posibilidades de intervenir y su eficacia. El análisis está vigente y es eficaz en su capacidad terapéutica, pues apuesta a la función de la palabra en transferencia, considerando el tiempo necesario de reelaboración con dispositivos creativos que favorezcan nuevas ficciones libidinales en pos de apaciguar el conflicto entre el empuje pulsional y la intimidación de la realidad, en el camino de transformar el espacio analítico en una experiencia subjetivante.
Buen Día Norberto. Magnífico artículo, has logrado en pocas líneas, realizar un recorrido claro, preciso del creador del Psicoanálisis, la vigencia de su postura ante la Clínica y la Teoría