COMENTARIO
Asistir a un evento científico, como es un congreso, siempre resulta una experiencia enriquecedora y placentera por diversos motivos.
En este caso en particular, asistir al XIX Congreso Internacional «El futuro por-venir: psicoanálisis entre certezas, perplejidades e incertidumbres” organizado por el Centro de Psicoterapia Psicoanalítica de Lima (CPPL) como representante de la AEAPG ha sido un honor del que estoy muy agradecida.
La mesa en la que participé tuvo como título: «El lugar de la realidad en los procesos de subjetivación y en la clínica». Allí se encontraban otros representantes de instituciones psicoanalíticas miembros de Federación Latinoamericana de Asociaciones de Psicoterapia Psicoanalítica y Psicoanálisis (FLAPPSIP) provenientes de Brasil, Chile y Perú.
En el escrito que presenté y que está siendo publicado en esta edición de Psicoanálisis Ayer y Hoy. trabajo sobre algunas ideas acerca de los procesos de elaboración del trauma puberal en la adolescencia y cómo en ello se hace necesario el encuentro con el otro semejante en la realidad para establecer inscripciones sensocorporales. A partir de esto, planteé algunas dificultades en este procesamiento a raíz del distanciamiento social y aislamiento ocurrido por la pandemia de la COVID-19.
En lo personal, ha sido una experiencia muy rica la de compartir con colegas de diversos países y en la que fue posible intercambiar sobre temas tan relevantes, en un clima de mucha calidez y rigurosidad científica.
Aún resulta sorprendente la facilidad con la que podemos desplazarnos en el espacio de lo virtual y estar en simultáneo en Argentina y en otros países gracias a la tecnología.
Me queda como recuerdo el grato momento compartido y el agradecimiento a mis colegas de la AEAPG que me brindaron ese lugar para representar a nuestra institución.
TRABAJO PRESENTADO:
«Cuando abrir la puerta para ir a jugar se cierra. Avatares en la inscripción de la novedad en la adolescencia»*
La actual coyuntura que estamos atravesando iniciada en 2020 y, en particular, el distanciamiento social me mantuvieron reflexiva sobre su incidencia en los complejos procesos que deben elaborar psíquicamente las adolescencias, especialmente, en lo que respecta a la genitalización de la pulsión y el heteroerotismo. Me he interrogado acerca del modo en el que participa la presencia real del otro semejante en esta metamorfosis, y los efectos de las restricciones en el encuentro con el cuerpo real del otro semejante que podrían tener lugar en las y los adolescentes, en la inscripción del cuerpo genital. Dado que en el inicio puberal la voluptuosidad erótica desborda sobre el aparato psíquico y la sensualidad orgánica, en tanto cuerpo erógeno, se requerirá del ligamen representacional para la inscripción de la excitación genital. Este primer tiempo se caracteriza por la tramitación autoerótica y por un incremento de la sensorialidad periférica.
Freud nos enseña que en este recorrido el yo, que hasta el tiempo infantil satisfacía sus pulsiones de manera autoerótica enlazadas a fantasías incestuosas, se deberá abrir el camino al hallazgo de objeto (Freud, 1905). Nos describe estos avatares de la metamorfosis puberal mediante el enlace de la cooperación pulsional y reunión de corrientes pulsionales, preeminencia de la zona genital y de cómo el plano de la fantasía/representación es la antesala y geografía transicional de juego y ensayo de lo que devendrá como elección de objeto (Freud, 1905). Hallazgo que, si bien considera como un «reencuentro» (Idem), no deja de incluir el factor novedoso y de sorpresa de todo descubrimiento que conllevará algo de lo inédito, algo nuevo (Grassi, 2010).
La acometida en dos tiempos de la sexualidad marca una de las tantas diferencias con los otros vivientes. Ella le exige a lo psíquico un trabajo de ligadura, de modo tal que podemos indicar que la irrupción de la sexualidad en la pubertad exigirá a lo psíquico una tarea compleja de simbolización. Diré que algo tiene que agregarse a la pubertad, una nueva acción psíquica para que la adolescencia se constituya, parafraseando a Freud, en su texto «Introducción del narcisismo» (1914, p. 74), cuando refiere al autoerotismo y la nueva acción psíquica necesaria para la constitución del narcisismo.
También me interesa compartir con ustedes algunas ideas sobre las diferencias entre la experiencia de presencialidad y virtualidad en la inscripción del cuerpo genital, teniendo en cuenta que «el otro, como par y extraño en presencia y diferencia coadyuva a su inscripción» (Grassi, 2010). Así mismo puntualizaré sutilmente algunos aspectos vinculados al trabajo de duelo desencadenado por la dificultad de acceder e investir al espacio exterior y a los otros semejantes en el plano de la presencialidad.
En virtud de la brevedad en la exposición a la que fuimos convocados, no redundaré en enumerar las múltiples tareas, duelos y movimientos que debe atravesar la constitución de la subjetividad adolescente, ya que confío que quienes compartimos el recinto estamos al tanto de ello. Sólo subrayaré este triple entramado «intra, inter y transubjetivo» (Cao en Fischer, 2020) necesario para producir el pasaje a lo extra y heterofamiliar (Grassi, 2020). Este punto es central para lo que quiero puntualizar con relación al concepto de experiencia de encuentro.
Palabras en primera persona
Una adolescente de 18 años recibe como consigna en una de las materias de su inicio universitario, en contexto de virtualidad y aislamiento social, la solicitud de narrar la experiencia de cómo vive este comienzo. Estas fueron sus reflexiones:
Frustrante. Se me rompió el auricular izquierdo y me olvidé de acomodar la pila de ropa que ahora se está viendo en un rincón del encuadre de mi cámara. Es el izquierdo. El mismo lado del auricular que no funciona y que ahora está caído, haciendo que no escuche el 50 % de la clase. Uno pensaría que las mitades son siempre necesarias, pero no en este caso.
Hoy siento que estoy cursando a la mitad: estoy medio entusiasmada, medio presente, medio aprendiendo. Medio porque estoy en clase, pero también en mi casa. Porque conozco a mis compañeros, pero no realmente. La mitad que le falta a la cursada se me hace más extrañable que mi auricular izquierdo, que ya no parece la mitad de nada. Frustrante.
La idea de comenzar algo nuevo, algo que elijo, que me interesa. Y los sueños, y las ganas, y los objetivos y el placer aparecen cuando escribo una idea al margen de un texto, mientras lo leo por segunda vez. Y es que tengo ganas, ganas enteras, de aprender a mirar, a pensar, a crear. Sin embargo, esas ganas se me parten al medio cuando siento que me falta ese contacto con el otro, ese auricular roto, y más que ninguna otra cosa, el movimiento.
Nuestra joven adolescente comienza describiendo su experiencia como frustrante, término que en psicoanálisis hace referencia a la denegación de la satisfacción y el concomitante estado de privación y angustia. La «frustración» (Freud, 1912), versagung, nos invita a ubicar esta denegación como una suerte de ruptura de promesa de satisfacción. La experiencia descripta a medias nos introduce en la dimensión de aquella promesa rota con relación al encuentro. Si bien no podemos soslayar la siempre presente dimensión del desencuentro entre lo anhelado y lo hallado, en esta situación pareciera abrirse una brecha mayor e inesperada. Es tarea del sujeto habérselas con la falta y el desencuentro. Dicha tarea corresponderá, por ejemplo, al trabajo de duelo: elaborar la pérdida de lo anhelado, inscribir su pérdida para así relanzarse a investir nuevas posibilidades como promesa de ganancia de placer (Freud, 1917). Ahora bien, ¿acaso no todo encuentro conlleva un desencuentro? ¿Acaso no es ese encuentro con la diferencia lo que complejiza el funcionamiento psíquico? Recordemos lo que Freud (1895) nos dice sobre el complejo del semejante (p. 376) en su maravilloso «Proyecto de psicología». El pensar sólo se complejiza abandonando la identidad de percepción, y la realidad fuerza a ello.
Nuestra adolescente escribe y la escritura es un modo de elaborar, un modo de recortar aquel real del acontecimiento y de transformar en memoria el devenir. Escribir es historizar y tejer trama significante. Nuestra joven hace del dolor poesía.
Sobre el cuerpo y la experiencia en la adolescencia
La referencia más directa al concepto de experiencia podemos ubicarla en lo que Freud describe en su «Proyecto de psicología» (1895) como vivencia de satisfacción (Fuentes, 2016). Dicha experiencia es sólo posible mediante el encuentro con otro real que cumple la función de auxiliador (Freud, 1985). Otro humanizante (Bleichmar, 1999) que sexualiza e introduce, en el mundo de lo simbólico, a la promesa de sujeto.
Este encuentro produce una marca como inscripción de la satisfacción y el placer y deja como resto una pérdida y el motor del deseo según la perspectiva freudiana. Y de este modo el nacimiento del sujeto psíquico está inaugurado por una experiencia sexual.
En el tiempo puberal, la subjetividad se ve demandada para encontrar un nuevo orden en el «des-orden» (Grassi, 2010) propuesto por la reactivación de lo pulsional y cierta pérdida de la vivencia de unidad del cuerpo que ahora deberá enlazarse a lo genital. Es un tiempo en el que urge inscribir un nuevo cuerpo en simultaneidad a la reestructuración de la trama identificatoria.
Vuelvo a las palabras de nuestra adolescente que enuncia a la «experiencia más extrañable» a la del movimiento. Sin dudas se refiere al desplazamiento de un sitio a otro con destino cierto, o deambulando por las calles vivenciando aglomeraciones de tránsito y personas, la brisa en el rostro o el abrazador calor de las tardes de verano, los «pogos» en recitales y el frenesí de música y luces de las discotecas. Pero aún, sin esa experiencia de desplazamiento en la que su habitación es en simultaneidad su adentro y su afuera, podemos pensar en movimientos. Movimientos psíquicos que requieren simbolizar de un modo diverso la intersubjetividad.
Ahora bien, el mundo de lo virtual es el mundo en el que reina lo escópico. Mirar, mirarse y ser mirado (Freud, 1914, pp. 105-134) es el modo en el que se revisita el «estadio del espejo» (Lacan, 1975) en la adolescencia como operatoria constitucional. Pero, para inscribir lo genital en el cuerpo, no basta con lo escópico y con la satisfacción masturbatoria. Grassi nos dice: «El otro (a la vez par y extraño), en su función de compañero/a sexual (opaco, ajeno), en presencia (y diferencia), con su participación coadyuva en la inscripción del cuerpo genital» (p. 35). La genitalización es efecto de la complejización psíquica. Es una novedad y experiencia que requiere más que el goce autoerótico. La presencia real con el otro semejante en la experiencia sexual introduce una falta, una diferencia que promueve un trabajo. La barradura del goce autoerótico es efecto del encuentro con la alteridad que, como todo encuentro, conlleva un desencuentro.
Sostengo que el distanciamiento social ha provocado un impasse en la inscripción de dicha experiencia que seguramente encontrará próximas ocasiones para retomar su senda. El compartir la territorialidad en presencia con el otro abre una hiancia sustancial respecto del encuentro mediatizado en el «espacio de lo virtual» (Farrés, Ferreira dos Santos, Veloso, 2008). El sexting, como otra práctica del erotismo posibilitado por la virtualidad, refuerza el goce autoerótico sin poner en juego la diferencia que se produce en la sensorialidad, en el hallazgo del cuerpo del otro. El otro del vínculo en presencia deja una huella en el cuerpo propio y activa una sensorialidad singular que permite a cada adolescente entramar la experiencia sexual y complejizar la inscripción del propio cuerpo como genital. Si el «yo deriva en última instancia de sensaciones corporales» (Freud, 1923), entonces en este tiempo de la sexuación adolescente, el par, en su función apuntalante (Grassi, 2010) y desde su diferencia, invita a abrir la puerta para ir a jugar- se en el territorio de la sexuación y el deseo, en una cartografía erógena por construir.
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