En la dispersión hay fragmentos que navegan y,
si no se cohesionan, se chocan:
pero no se cohesionan desde un continente
que les da forma, sino desde alguna
operación que arma un remanso.
Lewkowicz (2004, p. 112)
Muerden la almohada de desesperación.
No saben que hacer con sus vidas, ya todo fracasó.
Han masticado chicles, han comido chocolates,
han leído Radiolandia, han llamado a sus amigos,
han salido con mil mujeres, han grabado treinta mil discos,
han sido famosos, han firmado autógrafos,
han comido hasta reventar, han fumado hasta acabar.
¿Y que queda? No queda … nada queda.
Moris (1969)
El sigilo es una característica propia de los depredadores, para quienes la invisibilidad, la cautela, el pasar inadvertidos está en relación directa con el éxito obtenido al abalanzarse sobre su presa.
Sigilo que es posible gracias al conocimiento del terreno en el que se mueven, lo que les permite no solo pasar desapercibidos, sino hacer que cada posible alerta sea leída por sus potenciales víctimas como parte del escenario habitual. Estas características, sumadas a su alto poder de afectación sobre la víctima, permiten a los depredadores colocarse en su lugar de poder.
Respecto de la violencia, Zizek (2009) refiere que es necesario poder distanciarse de aquella violencia visible, practicada por un agente agresor fácilmente identificable, que se convierte en un señuelo fascinante para así, de ese modo, poder identificar a aquella violencia inherente al funcionamiento del sistema, y cuyo núcleo esta inserto estructuralmente en este. Violencia sistémica difícilmente perceptible, en tanto es inherente a un estado de cosas que se considera como normal. Violencia invisible, pero no por eso menos violenta. Invisibilidad que garantiza su éxito, dado que, como refiere Foucault (2010), el éxito del poder está en proporción directa con su capacidad para esconder, enmascarar, sus mecanismos. Poder que es aceptado gracias a que solo se muestra como un simple límite impuesto al deseo que deja intacta una reducida parte de libertad. Violencia que logra el desconocimiento de esta por parte de la víctima, ya que logra apropiarse abusivamente de los calificativos de necesaria y natural.
Violencia que basa su potencial en el miedo a la diferencia y a la exclusión (Zizek, 2009); estos elementos serán promovidos por el propio sistema, pero naturalizados bajo la forma de diferencias culturales, estilos de vida, decisiones individuales, resultado de la reducida parte de libertad a la cual se refiriese Foucault; todos apoyados en el soporte masificador del mensaje massmediático.
Mientras que en el mundo moderno la realidad se ajustaba a los dictámenes de la razón y era construida bajo estrictas normas de procedimientos prediseñados —el mundo de los creadores de rutinas—, en la posmodernidad neoliberal globalizada, las pautas y las configuraciones ya no están determinadas. Se superponen y se contradicen de modo tal que ya no encuadran un curso a seguir. Motivos estos que llevan al colapso de la creencia de que el camino a transitar posee un final seguro de alcanzar. La postergación de la gratificación, motor y principio de la modernidad, ha perdido valor, ya que, en el mundo de la instantaneidad, nada asegura la vigencia del premio al ser obtenido.
Pautas y configuraciones deben ser construidas situacionalmente. La desregulación y privatización de las responsabilidades lleva al reemplazo del sustrato social grupal en pos de una obligatoria autodeterminación (Hobsbawm, 1998), en la cual cada uno es responsable ante sí mismo de haber tomado un camino en lugar de otros.
Las referencias que legitimaban determinados estándares de conformidad se disolvieron en infinidad de pseudoreferencias, cuya instantaneidad implica tener que estar permanentemente listo para aprovechar la oportunidad en cuanto esta se presenta, y antes que dicha pseudoreferencia se desvanezca. De manera tal que la oportunidad sacrificada en el presente, en pos de una gratificación futura, se impone como una oportunidad desperdiciada. La gratificación inmediata se impone como ideal.
El sentimiento de pertenencia se apoya en un proceso identificatorio exhibido a través de marcas fácilmente adquiribles en los comercios. Emblemas que conllevan la esperanza de ser reconocido como un integrante de determinado conjunto social, y es requisito indispensable estar alertas al momento en que dichos emblemas sean declarados caducos, ya que su no actualización se transforma en una inapelable sentencia de exclusión. Así, la volatilidad y fragilidad de las marcas identitarias llevan a que la promesa de convertirse en diferente, en tanto parte de un conjunto social determinado, se transforme silenciosamente en el imperativo de tener que ser permanentemente alguien diferente. Se establece así una trampa entre la necesidad de lograr una identidad lo suficientemente sólida como para ser reconocida, a la vez que lo suficientemente flexible para que permita el cambio rápido y continuo. Situación que lleva al callejón sin salida de la elección continua, en la cual el propio acto de elegir se convierte en el objeto de consumo privilegiado. De este modo, la libertad de elección, propuesta por el sistema como uno de sus más valiosos estandartes, se transforma en una esclavitud sigilosamente disfrazada, generadora de sufrimiento psíquico. Un sálvese quien pueda en la carrera por pertenecer a algo, no importa a qué, en tanto permita ser explotado para no ser excluido. Sociedad de consumo en la cual todo es a elección (on demand), excepto el imperativo de tener que elegir sin la posibilidad de elegir no elegir ni de saber que esto no es posible. Coerción sigilosa de un sistema violento.
La oferta es infinita y si no está codificada se la codifica de inmediato (Deleuze, 2005). Apenas surge una expresión marginal, el sistema muestra su capacidad de autoperpetuarse. Mientras prepara la codificación, reprime y, luego, en una jugada magistral, la incorpora. No hay afuera, el margen es una estrategia del sistema. Por eso los márgenes tienen renglones.
La durabilidad implica una desventaja, en grado tal, que la caducidad se convierte en un evento para celebrar, en tanto permite deshacerse de aquello que ya ha quedado obsoleto. Motivo por el cual los objetos pasan a ser apreciados, no por sus prestaciones, sino por sus limitaciones, las que son promesa de una cercana y segura obsolescencia, posibilitadora de la actualización que promete nuevas experiencias, «ahora sí», satisfactorias. Entonces, lo que se muestra como salida no es otra cosa que la parte trasera de la puerta de entrada la que se encuentra cerrada y custodiada por un deslumbrante cancerbero que amablemente puede vendernos la llave que nos deposite nuevamente en la loca carrera por el habitual sendero.
El cambio ya no se percibe como evento extraordinario, sino que ha pasado a ser la norma. La percepción de continuidad ha cedido paso a la de fragmentación. Episodios siempre presentes que deben ser abordados de a uno por vez con estrategias siempre diferentes y desarrolladas ad hoc.
Fragmentación y falta de referencias que llevan a que las personas pasen de un paradigma al otro, muchas veces contrapuestos entre sí, conectándose y desconectándose sin siquiera establecer una síntesis entre las partes (Pelento, en Puget 2018). De este modo, una persona puede salir de una sesión con su analista, y asistir luego a una sesión de reiki, o pasar a visitar a una tarotista sin que eso le genere el menor ruido.
Así, hoy, ya no se sufre por alienación y represión, sino por destitución y fragmentación. El autoritarismo dio paso a la incertidumbre y la exclusión. El brazo armado de esta nueva violencia ya no son los agentes del Estado, sino los productores de la información. En la sociedad de la información (Corea, 2004), la violencia del sistema ya no se ejerce mediante la sujeción, la censura, la prohibición y la regulación, sino que se apoya en la velocidad, la saturación y el exceso de la información, factores que conspiran contra la posibilidad de puesta en sentido.
Información que imperiosamente debe llegar en tiempo real, se confunde así el suceso con la información que da cuenta de este y queda un escaso margen para que el mismo pueda ser experimentado, procesado, narrado.
Cientos de estímulos sobresaturan la percepción y doblegan toda posibilidad de establecer códigos compartidos, toda referencia duradera sobre la cual generar un intercambio estable. No hay tiempo de cortar, anexar, bloquear, seleccionar. Solo es posible conectarse y desconectarse sin tiempo para metabolizar un enunciado. Todo es opinión, reacción. Pura descarga que queda rebotando en el afuera, y va de uno a otro, repiqueteando sin generar ningún tipo de operación duradera, ningún tipo de transformación que apunte a generar algo nuevo, creativo, transformador.
Así, en este ambiente «suficientemente malo», la única posibilidad de inscripción de las experiencias depende de la gestión individual de prácticas de condensación, detención o desaceleración de la saturada avalancha informativa a fin de no permanecer como un punto más en un flujo que se disuelve a la velocidad de un zapping.
Desaceleración y desaturación de estímulos que posibilita una puesta en sentido que, si bien puede no visibilizar la violencia sistémica a la que se está expuesto, implica un posicionamiento activo que permite, a partir de la percepción, inscripción y elaboración de las situaciones, accionar en lugar de reaccionar.
Posicionamiento activo que no conlleva eludir el cambio, sino evitar que se imponga cuasi compulsivamente. La creación de respuestas, en lugar de la reacción —hecho básico que Winnicott (1991) coloca del lado de la salud— implica poder abandonar el presente fugaz y recuperar el pasado y el futuro que sucumbieron con la inmediatez propuesta por la fragmentación. Por tanto, se puede recorrer el camino de la sobreadaptación y reaccionar frente a la saturación de estímulos, caminando por el sendero del cambio perpetuo y la obsolescencia. O, por el contrario, se puede intentar una desaceleración y convertir así el turbulento flujo en aguas, en las cuales nadar no sea sinónimo de ahogarse. Desaceleración para la cual el psicoanálisis se erige como instrumento altamente necesario y, por lo tanto, peligroso para el sistema.
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