NÚMERO 23 | Mayo 2021

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«Sex time»: imperativos de época y sexualidad adolescente en lo virtual | Silvina Ferreira dos Santos

Silvina Ferreira dos Santos aborda el modo en que la virtualidad influye en las manifestaciones actuales del ejercicio de la sexualidad y la relación con la otredad haciendo foco en la naturalización de prácticas desubjetivantes, la lógica del rendimiento, el consumo y el juego sosteniendo como horizonte el interrogante por la ética.

El espectáculo es una relación entre personas
mediada por imágenes
(Debord, 1967)

 

Lejos de la opacidad pudorosa de la época freudiana, la sexualidad ha dejado de estar resguardada en lo más íntimo para exhibirse cual espectáculo (Debord, 1967). Encontramos en la contemporaneidad una particular devoción por publicar y compartir aquello que antes se consideraba como propio de la esfera privada. Sibilia (2010) acuña el neologismo extimidad para referirse a tales prácticas confesionales en las que estallan los límites antes claramente delimitados entre lo público y lo privado.

La virtualidad, por su propia lógica de funcionamiento, se presta a tales prácticas en las que lo escópico se torna pregnante, en sus diversas facetas: mirar, ser mirado, hacerse mirar. Encontramos que la tendencia más exhibicionista, en sus diversos gradientes, se combina con otra práctica también muy común online, el stalkeo[1].

De este modo se va delineando una subjetividad contemporánea volcada hacia el afuera, más dispuesta a conquistar visibilidad, en poner al descubierto que a velar, y ávida por consumir vida ajena (Sibilia, 2010).

En este escenario de espectacularización social, todos advenimos, en cierto modo, personajes y espectadores. La existencia se constituye desde la proyección de la propia imagen en la superficie virtual, en busca de reconocimiento a través de la mirada (Sibilia, 2010). Si bien esa imagen refiere a lo identitario, no es un reflejo fidedigno. Muestra su carácter más ideal y supone el armado de algún grado de falsedad del self como modo novedoso de velar la mismidad online en tiempos donde el imperativo es mostrar. En este sentido, la subjetividad explota la capacidad heterónima que la virtualidad habilita y, en especial, en los adolescentes (Ferreira dos Santos, 2020).

La hipersexualización epocal (Berardi, 2007), observable en la cultura de la conectividad que habitamos, encuentra en el sexting[2] un claro exponente. La proliferación del intercambio de material erótico online, no siempre bajo consentimiento, abre la puerta a posibles situaciones de hostigamiento, acoso, extorsión, o bien, engrosa una dark web[3] que alimenta a pedófilos y a la explotación pornográfica infantojuvenil. Pese a haber sido recomendado, en el último tiempo, como práctica sexual restitutiva ante el distanciamiento social que la pandemia impuso, el sexting ya venía siendo una práctica online en aumento, especialmente en adolescentes[4], quienes lo consideran un juego sexual. Pero ¿es posible encontrar allí las trazas de lo transicional? ¿Se trata de un modo creativo de hacer un experienciar sexual deseante propio o simplemente son prácticas que replican los guiones imperantes de la época?

Franco Berardi (2007) sostiene que la hipersexualización epocal se acompaña de una creciente des-sensibilización, es decir, una incapacidad profunda para empatizar con la otredad dada la inaprensibilidad de las corporeidades. La mediación de las pantallas va generando una falta de intercambios sensibles que hace imposible la «com-pasión en su sentido etimológico: percepción extensa, participación en el sentir del otro, comprensión carnal de lo sentido en tanto sensible» (p. 204). Cuando desaparece la posibilidad de empatizar con el sentir de la otredad (placer o dolor), caen los reparos ante lo pulsional y resulta más sencillo zafarse online al no evidenciar los efectos de las propias acciones. Ante tal atrofia afectiva por la falta de contacto que haga sentir, el acto visual se torna pregnante y dispara circuitos compulsivos excitatorios que buscan con urgencia descarga, pero no necesariamente producen experiencias eróticas de encuentro. Esto explica por qué la virtualidad se presta para lo pornográfico y, también, por qué hoy el pudor recae más sobre la afectividad que sobre lo sexual.

Cuando la sexualidad se desentiende de la otredad, deviene en consumismo (Byung-Chul Han, 2012). «En ese sentido, el otro ya no es una persona, pues ha sido fragmentada en objetos sexuales parciales. No hay una personalidad sexual» (p. 13). De ahí que observemos más una maquinaria que produce sexo sujeta a una lógica de rendimiento, pero que evidencia una agonía de la capacidad de Eros para ligar(nos). Paradójicamente, al instar por la satisfacción y no por la renuncia, la cultura construye, bajo el disfraz de la liberación, nuevas formas de tiranía y padecimientos, y deviene una cultura del malestar (Murillo, 2012). Colonizado el deseo bajo el imperativo del «tú puedes», la subjetividad se ve sometida a trabajo forzado y forzoso, se transforma en reactiva y pierde su potencial creativo y espontáneo, puesto en términos winnicottianos. Aparecen todo tipo de sufrimientos ligados a sensaciones de irrealidad y futilidad subjetiva que se reflejan en «patologías de época» como son el pánico, depresión, abulia, apatía, hiperactividad, compulsiones, adicciones, obsesiones, etc. (Sibilia, 2010, p. 48).

En este horizonte epocal, los adolescentes transitan un tiempo vital de reverberación sexual y reorganización subjetiva inaugurado por la eclosión de la genitalidad. Tal ruptura de la continuidad existencial pone a prueba la capacidad de transformación psíquica para que lo diferencial traído por lo puberal sea entramado en una recomposición identitaria, pulsional y representacional. Entre las marcas de su propia historia y el tiempo epocal a transitar, los adolescentes toman esa territorialidad fluida que es la virtualidad para producir trabajos de escritura psíquica que serán múltiples y diversos como las adolescencias mismas (Farrés, Ferreira dos Santos, Veloso, 2010).

 

La virtualidad al palo

Los viajeros huyen de la nostalgia.
Cuando se viaja no hay tiempo para la memoria.
Los ojos están llenos. Los músculos, cansados.
Apenas quedan fuerzas ni atención para otra cosa
que no sea seguir moviéndote.
Hacer una maleta no te hace consciente de los cambios,
más bien te obliga a postergar el pasado
y al presente lo absorbe la inquietud de lo inmediato
Andrés Newman, El viajero del siglo

 

Adolescentes y virtualidad parecen consustanciados. Intenso, exacerbado y fluctuante son cualidades válidas tanto para describir la condición adolescente como el modo de habitar virtual. El funcionamiento narcisista que predomina en los adolescentes condice y hasta se potencia con la lógica digital. Comparten la excitabilidad, la avidez por la inmediatez, la tendencia a la acción poco acompasada por el reparo, un modo binario de pensar que tamiza la valoración de sí y del mundo, oscilando entre idealizaciones y desidealizaciones, a veces muy bruscas, donde no es tan sencillo encontrar las sutilezas de los matices.

Esto también hace que los adolescentes sientan como tan propio al espacio virtual, aún cuando esto no sea así; sumado a que las diferencias generacionales, en términos de habilidades digitales, ayudan a sostener tal ilusión. Así como sucede con la noche, copar la virtualidad es un modo de buscar espacios velados al miramiento adulto en un gesto de opacidad equivalente a la función que la mentira tiene en la adolescencia: desmarcarse del deseo del Otro e ir trazando lo propio en una multiplicidad de sentidos.

Al ir desprendiéndose de las referencias propias de la infancia, los adolescentes se lanzan al encuentro con pares en busca de acompañamiento y sostén. Expanden libidinalmente sus redes de pertenencia y referencia en la vida online entramadas con el mundo offline. Se disponen de un modo flotante a conectar, se amuchan por gustos o intereses compartidos, fluctúan también esquivamente. Este modo de estar se asemeja al ranchear. La confluencia en un punto de encuentro está dada por la necesidad de acercamientos que cubra la vulnerabilidad que sienten. El ensimismamiento en el viciar (Ferreira dos Santos, 2020), incluso grupal, funciona como un «estar sin estar», un estar no presente como la virtualidad favorece y que Winnicott llamó «estados de no integración». Ese modo de perder tiempo funciona como «zona de descanso» de la tarea permanente de mantener interrelacionadas y, a la vez separadas, la realidad interna y externa (Winnicott, 1968, p. 13).

Los adolescentes devoran imágenes y también las producen. Navegar en el mundo virtual les permite ir tomando fragmentos (de películas, series, videojuegos, etc.) para ficcionalizar sensaciones, sentires y estados afectivos que aún no pueden comprender ni poner en palabras. Se produce un pensar en imágenes sobre lo novedoso que arroja inscripciones posibles y también resignificaciones como una forma de novelar muy contemporáneo.

La producción fecunda de fotos y videos que hacen los adolescentes está relacionada con sus ensayos identitarios (Ferreira dos Santos, Veloso, 2019). La predilección por las selfies, por las fotos en grupo, la fascinación por intervenir o mutar las imágenes con aplicaciones o filtros, las grabaciones seriadas van mostrando un uso lúdico de la virtualidad que tiene la reversión del narcisismo como protagonista y que refleja así un ir siendo que se va haciendo.

En este sentido, la virtualidad puede pensarse como una superficie especular desde la cual, a través de la mirada del par, se construye una representación más unificada de sí. Será en la grupalidad donde los adolescentes buscan reconocimiento y valoración medidos en términos de seguimiento en lo virtual y likes. En esa trama intersubjetiva, los adolescentes descubren e inscriben experiencias nuevas, se van apropiando de un cuerpo genitalizado y van definiendo un posicionamiento deseado y deseante en el que jugarán sus marcas tanto la historia singular como lo epocal.

La recarga de lo pulsional que se produce en la adolescencia discurre su cantidad y va buscando modos singulares de tramitación también en la superficie virtual. Encontramos, entonces, cómo el cuerpo es ofrecido a la mirada y se hace mirar en toda su extensión, en su voluptuosidad, derrama erotismo, se fragmenta en emblemas de lo sensual. Muchos de estos despliegues adolescentes online no tienen un fin necesariamente erótico, sino que más bien están al servicio de convocar una mirada a través de la cual producen una reinvención del sí mismo. Otras veces, en esos derroteros virtuales, los adolescentes pueden extraviarse. Caen en una práctica abusiva de la sensualidad para compensar carencias narcisistas de larga data. Otras veces exhiben su cuerpo como una «prueba» que el grupo demanda para pertenecer y recibir reconocimiento. Otras tantas, la saturación de lo virtual con contenido sexual tiene un matiz provocador y contestatario al modo de una contra investida colectiva para intentar destituir o deconstruir una moral heteronormativa patriarcal imperante tal como observamos en la actualidad.

La disponibilidad libidinal para investir y hallar objetos (Freud, 1905) dependerá de la suerte que corra el trabajo de duelo. Sin desasimiento pieza por pieza, la libido pierde su movilidad. Algunos adolescentes pujan por desasirse de los objetos primarios, buscan trazar exogamia y encontrar un posicionamiento propio. Vemos cómo para ellos lo virtual es una puerta de salida de lo familiar. Entonces, lo extraño, lejos de asustarlos, los fascina y atrae. Su curiosidad los puede lanzar a aventuras que no están desprovistas de riesgos (grooming[5], por ejemplo). A través de la osadía que ponen en juego, tratan de ir definiendo la medida de su capacidad y también de sus posibilidades. Atreverse online es más sencillo dado que el modo no presencial de estar con otros habilita el anonimato. Pero, además, lo inaprensible que se vuelve la corporeidad del otro favorece el relajamiento de los reparos (pudor, vergüenza, compasión) que inhiben lo pulsional y hacen más fácil zafarse y excederse sin evidenciar los efectos del propio accionar.

Animarse al encuentro con el cuerpo sexuado del otro no es sin titubeos ni evitaciones en la adolescencia, pero la distancia que genera la pantalla muchas veces facilita la exploración de posicionamientos sexuales y deseantes. Pero, otras tantas, pueden favorecer encerronas y, lejos de pulsar por el «hallazgo de otros objetos», la libido queda extasiada en un autoerotismo que los adolescentes insisten con llamar «paja». Varias razones facilitan el predominio de estos modos de satisfacción pulsional. En principio, porque aún no se ha terminado de producir la reorganización pulsional bajo el primado de la genitalidad. Las pulsiones parciales y las zonas erógenas campean autárquicamente, en especial, a los inicios de la adolescencia. Pero, además, aún no se produce un encuentro con la otredad en su valor diferencial, sino, más bien, desde lo especular. La cultura también los promueve. La espectacularización de lo social supone la imposibilidad de vivir experiencias de modo directo sino mediatizadas por imágenes y de modo fragmentado. La experiencia se recorta en torno a la hipertrofia de lo visual y auditivo del vivenciar, en detrimento del resto de los registros. Ese no contacto corporal transforma al otro prácticamente en un holograma imposible de ser tocado y sentido, y arroja a las subjetividades a la propia soledad en la búsqueda del placer.

 

Juegos que no son juegos

Siempre estamos observando a alguien, siguiendo a alguien y alguien nos sigue… Facebook, Twitter, Instagram nos convirtieron en una sociedad de acosadores y nos encanta. Por supuesto, acechar a alguien en la vida real es muy distinto.
Hannah Baker, 13 Reasons Why

Mucho del hacer adolescente en lo virtual puede pensarse como despliegue de una transicionalidad que tiene potencia subjetivante (Ferreira dos Santos, 2020). En la adolescencia, el jugar se relanza en su carácter más exploratorio. Los adolescentes juegan con el cuerpo, con las ideas y también en los vínculos armando no pocos enredos, casi telenovelescos.

Lo transicional puede pensarse como una cualidad lúdica que se desplaza y adosada a otras actividades (Rodulfo, 2012), por ejemplo, la exploración de experiencias eróticas para producir una apropiación creativa de la sexualidad. Ese sentido profanador del jugar (Agamben, 1979) se mete con lo que está prohibido, con lo que pareciera intocable y lo transmuta. ¿Acaso la exploración de una multiplicidad y diversidad de posicionamientos deseantes, sexuales y de género, que los adolescentes plantean en la contemporaneidad, no pueden pensarse como efecto de un jugar colectivo?

Los adolescentes explotan el disfraz en sus diversas vertientes, se travisten en personajes y avatar, mutan looks y se camuflan en tribus. Otros, ante la dificultad para jugar, se valen de los formatos identificatorios que propone lo cultural (youtubers e influencers) y siguen prácticas ritualizadas con las que buscan entretener, pero carentes de una apuesta subjetivante propia.

Resulta un observable la cantidad de cuentas sociales dedicadas a «enseñar» cómo obtener placer como si se tratara de un simple ejercicio de técnicas y juguetes sexuales (la industria del onanismo es rentable) y no de una experiencia deseante y singular. Pero, paradójicamente, cuanto más se enseña, al mismo tiempo, más se subjetiviza la experiencia. Podríamos decir que se gamifica la sexualidad.

El cuerpo será el territorio a explorar en un jugar a solas o compartido. Se recorre, se registran nuevas sensaciones, funciones, capacidades y sorprende con sus respuestas. También los adolescentes exploran sus límites, hasta dónde pueden llegar.

Esos tanteos a solas y compartidos, a veces pantalla mediante, implican una búsqueda por definir un posicionamiento sexuado y deseante singular. ¿Qué efecto tiene en el experienciar sexual adolescente lo impalpable de la corporeidad no presencial del otro? Si bien el intercambio de fotos o material erótico suponen modos restitutivos de una corporiedad disponible, pero inaccesible, no obstante, resulta de por sí insustituible. La presencia real del otro es imprescindible, en su calidad de «diferente de mí», que, al resistir al dominio mágico de la fantasía, permite ser experienciado y aprehendido como real (Winnicott, 1968). De este modo, vemos cómo en los adolescentes la manipulación en lo real pone a jugar la agresión, en su potencia estructurante, posibilita la exterioridad del objeto más allá del propio mundo fantaseado (Ferreira dos Santos, 2020). Por el contrario, lo virtual muchas veces favorece un registro holográfico de la otredad que borra su encarnadura doliente o deseante.

Otros aspectos de la lógica virtual, como son la imposibilidad del olvido y la circulación exponencial de los contenidos, pueden transformar el terreno del juego en una experiencia de intenso sufrimiento psíquico. Muchas aventuras osadas de los adolescentes online pueden terminar en situaciones de hostigamiento y socavamiento psíquico tal como sucede en el acoso, el abuso, la extorsión y pornografía infantojuvenil.

Un tema importante es poder diferenciar juegos sexuales y prácticas abusivas entre adolescentes. ¿Cuándo los juegos dejan de ser juegos? Debemos recordar que todo adolescente se encuentra en construcción psíquica, por lo tanto, es importante no coagular ese movimiento en una categoría diagnóstica anticipada. Resulta importante poder pesquisar aquella operatoria psíquica que se puso en juego, especialmente, en un momento vital donde la tendencia a la actuación es más una constante que una excepción.

En los juegos sexuales hay acuerdo explícito o implícito en descubrir y buscar experiencias placenteras corporales. En cambio, en las prácticas abusivas, hay sometimiento, un ejercicio del poder para imponer al otro la realización de algo que no desea o bien que no puede elegir (Susana Toporosi, 2019).

El consentimiento o el acuerdo enmarca lo lúdico de una práctica sexual compartida y propicia una superposición de zonas de juego que arman encuentro entre cuerpos y subjetividades. En cambio, en las prácticas abusivas, el dominio prevalece e instrumenta la sexualidad para imponerse. Se produce una distribución desigual del poder y se facilita el sometimiento.

A diferencia de la vida real, en la virtualidad perdemos contacto con la corporeidad del otro y con su sentir, con la posibilidad de empatizar. La desinhibición se encuentra facilitada por el relajamiento de los diques pulsionales y se habilitan en diversos gradientes destituciones subjetivas de la otredad. Entonces, ¿cómo reconstruir una ética que tenga en cuenta a ese otro como ser humano, sujeto de su propio sentir, cuando observamos una insensibilidad y acostumbramiento a ciertas prácticas que se van naturalizando y cobran carácter de espectacularidad en las redes sociales? (Ferreira dos Santos, 2020).

Notas al pie

[1] Stalkear es la acción que realiza un individuo para investigar a una persona a través de las redes sociales. Se puede observar dos tipos de prácticas con diferentes fines.

Puede ser una persona que revisa el perfil de las redes sociales, comentarios, amigos, fotos, de los propios amigos, ex parejas o de cualquier celebridad, pero sólo con el fin de observar su estilo de vida debido a que posee la red social abierta, sin límites de privacidad. Esta práctica puede transformarse en hostigamiento o acoso.

Por el otro lado, existen los individuos que crean perfiles falsos para obtener información y vigilar sus movimientos con el objetivo de ejecutar secuestros, robo de identidad, desacreditación, entre otros.

[2] Se denomina sexting a la actividad de enviar fotos, videos o mensajes de contenido sexual y erótico personal a través de dispositivos tecnológicos, ya sea utilizando aplicaciones de mensajería instantánea, redes sociales, correo electrónico u otra herramienta de comunicación.

La palabra sexting es un acrónimo en inglés formado por `sex´ (sexo) y `texting´ (escribir mensajes).

[3] La Deep Web hace referencia a todo el conjunto de Internet que no vemos. Es el contenido que no está abierto libremente. Es básicamente lo que no puedes encontrar en Google. Como, por ejemplo, archivos alojados en un servidor en la nube, los mensajes de correo electrónico, etc. La mayor parte del contenido de Internet está en la Deep Web.

La Dark Web es una sección de la Deep Web, es la parte negra u oscura de Internet, y a esta parte hay que acceder mediante el uso de ciertas herramientas que no son los navegadores más usados. Es aquí donde se encuentra el contenido ilegal (armas, drogas, malware de todo tipo, explotación de menores, pornografía, incluso terrorismo, etc.).

[4] https://www.infobae.com/sociedad/2020/04/19/cuatro-de-cada-10-jovenes-argentinos-practican-sexo-virtual-un-informe-alerta-sobre-los-riesgos-en-la-red/

[5] Se denomina grooming a la situación en que un adulto acosa sexualmente a un niño o niña mediante el uso de las TIC.

Bibliografía

Agamben, G. (1979). Infancia e historia. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.

Berardi, Franco (2007). Generación post-alfa. Buenos Aires: Tinta Limón.

Byung-Chul Han (2012). La agonía de Eros. Buenos Aires: Herder.

Debord, G. (1967). La sociedad del espectáculo. Valencia: Pre-textos Editorial.

Farrés, M. E.; Ferreira dos Santos, S.; Veloso, V. (2010). “Adolescentes en la red. Algunos aportes psicoanalíticos”. Revista de la AEAPG nro. 33: Actualización en Psicoanálisis de Niños. Buenos Aires: AEAPG.

Ferreira dos Santos, S. (2017). “A qué juegan los adolescentes en los interminables mundos digitales”. En D. Winnicott. Realidad y experiencia, comp. Alicia Levín. Buenos Aires: Vergara.

Ferreira dos Santos, S; Veloso, V. (2019). “Especularidad digital y trama identificatoria en adolescentes”. Trabajo presentado en XII Congreso anual y XXXII Symposium: Laberintos Identificatorios: Marcas y Movimientos. Buenos Aires. AEAPG.

Ferreira dos Santos, S. (2020). “Entre lo virtual y lo presencial: problemáticas clínicas con adolescentes hoy”, en Clínica con Adolescentes. Problemáticas contemporáneas, (comp.) Silvina Ferreira dos Santos. Buenos Aires: Entreideas.

Freud, S (1905): “Tres ensayos de teoría sexual”. O.C., A.E., VII.

Murillo, S. (2012) “La cultura del malestar o el gobierno a distancia de los sujetos” en Actas electrónicas del XIV Congreso Argentino de Psicología. “Los malestares de la época”. Salta, Argentina, 12, 13 y 14 de abril de 2012 http://www.fepra.org.ar/docs/Actas_XIV_Congreso.pdf

Rodulfo, R. (2012). “Los destinos del jugar”, en Padres e hijos. En tiempos de la retirada de las oposiciones. Buenos Aires: Paidós.

Sibilia, P. (2010). “Mutaciones de la subjetividad” en La intimidad: un problema actual del psicoanálisis. Buenos Aires. Psicolibro ediciones. Colegio de Psicoanalistas.

Toporosi, S. (2019). “¿Juegos sexuales o conductas sexuales abusivas?”, en En carne viva. Buenos Aires: Topia.

Winnicott, D. (1968). “El jugar y la cultura” en Exploraciones psicoanalíticas I. Buenos Aires. Paidós.

Winnicott, D. (1968). Realidad y Juego. Barcelona. Gedisa, 1992.

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Silvina Ferreira dos Santos

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