SOBRE EL TÍTULO
Cuatro palabras encabezan este escrito, un título. Cada una de ellas nos permitirá adentrarnos en un tema clínico que hace borde con lo social: el embarazo adolescente. Comenzamos por las dos últimas:
Embarazo, según la Real Academia Española (RAE), en su primera acepción, es impedimento, dificultad, obstáculo. Es decir, que vamos a hablar de jóvenes en situación de dificultad, que están atrapadas delante de un enorme obstáculo e impedidas para seguir siendo adolescentes.
Entiendo este momento de la vida, la adolescencia, como un fuera de casa; cuando aún se necesita entrañablemente la casa de los padres. Se abre la puerta a una agenda propia, a los amigos con quienes se construirá un discurso común, a nuevos emblemas, identificaciones, ideales, significaciones. Se abre la puerta al deseo, a las fantasías eróticas, a conocer el amor no filial.
Este pasaje[1] hacia diferenciarse de los padres para reconocerse como sujeto con un deseo propio es época de enormes descubrimientos, alegrías y profundos malestares contenidos en la misma palabra:
Adolecer indica algo que falta.
Doler remite al sufrimiento.
Dol, en catalán, —lengua en la que también trabajo dado que vivo en Barcelona— significa duelo.
Estamos en una etapa de duelo por la infancia, mientras aún se adolece de años y experiencia para ser considerado adulto. Como sabemos, la adolescencia fue inventada por un poeta en el S XVII, antes no existía —como el inconsciente que existe a partir de que Freud le da un lugar—. Entonces a Góngora[2] le debemos esta joya, nombrar esta etapa de adolecer y de dolor y de duelo, productores de mucho malestar. Los síntomas se multiplican en el mejor de los casos. En el peor, hay un empuje al acto.
Es importante establecer esta diferencia entre síntoma y acto. En el primero, hay palabras no dichas escondidas detrás del dolor, el insomnio, los miedos, el fracaso escolar o el encierro en casa. El síntoma interroga al sujeto ¿por qué me pasa esto? Cualquier síntoma acabará siendo hablado, es de lo que se ocupa el psicoanálisis.
En cambio, en el empuje al acto, hay silencio. Se trata de la evitación de la angustia. Es una huida hacia adelante, anorexias, bulimias, drogas, alcohol, sectas, racismo, violencia terrorista, etcétera, donde hacer y no poder parar de hacer tienen como objetivo el no interrogarse, que no surjan palabras o, peor aún, sumergirse en un imposible de decir.
Incluyo el embarazo adolescente en este empuje al acto. Quienes trabajamos en este campo hemos de tener claro que estamos en el terreno del acto y que suelen ser necesarias palabras prestadas (desde el lugar del psicoanalista) para ayudar a poner sentido en el ruido de la actuación que oculta silencio y angustia.
Muchos años de trabajo en un lugar llamado Maternal, dan para pensar en dos sentidos: que las adolescentes pudiesen aprender a ser mamás y que los educadores amparasen a las adolescentes tan carentes de mamás. Algunas de ellas parieron, no diré que se hicieron madres. Parir y la maternidad no siempre coinciden.
También he supervisado al equipo educativo de otra institución de jovencitas embarazadas. He escuchado, por más de diez años, los discursos implicados en esta intervención: las adolescentes, a veces sus familias (si había), a veces su pareja (si daba la cara), los discursos médico, social, legal, docente. Fruto de este trabajo fecundo fue la escritura de un libro: Madres no mujeres, embarazo adolescente[3].
Acabo de utilizar una de las acepciones de la palabra fecundo, y no ha sido al azar. Vamos a detenernos en el significado de esta palabra. Fecundidad[4] es la cualidad que tienen los seres humanos de reproducirse, lo opuesto a la esterilidad. Sinónimos: prolífico, fértil, fructífero, rico, abundante. Como en el caso en que anteriormente lo he utilizado: trabajo fecundo. Con lo que la fecundidad queda asociada a lo rico, prolífico, abundante; a lo que uno quiere tener. Creo que es por esta razón que nunca se piensa la fecundidad como un problema, se la supone buena y sana, y en general se habla de lo infecundo, por lo tanto de la esterilidad o la infertilidad como aquello que sería un problema. Y os puedo asegurar que una niña embarazada no tiene un problema, sino que ha transformado su vida en el problema, ha decidido —inconscientemente— por el fracaso de su juventud, por tener una adolescencia infecunda. Y así terminamos de trabajar las cuatro palabras del título.
Antes de avanzar he de aclarar que trabajo en un país donde hay ley de interrupción voluntaria del embarazo sin restricciones. Y, en esta clínica, poder o no abortar según el deseo de cada mujer o adolescente implica un cambio radical para la libertad de elección que se puede dar durante la cura. No me gustan mucho las cifras, pero voy a detenerme en algunas que aportan luz sobre este tema.
En Argentina:
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- 1 de cada 6 mujeres argentinas tiene su primer hijo/a antes de los 19 años de edad
- Edad promedio del primer embarazo: 16,6 años
- 322 nacimientos de adolescentes por día[5]
En algunas provincias, los partos de adolescentes son el 25% del total, entre los 15 y los 19 años, mientras 3000 son de niñas de 10 a 13 años[6]; en estos casos hemos de hablar de embarazo infantil. Y el 69% no conoce métodos anticonceptivos. Son datos de 2010.
Si nos vamos a datos actualizados en 2018[7], leemos que 68 de cada mil embarazos es de adolescentes, cifra que solo es superada por Bolivia, Colombia y luego África. En España, en 2012, fue de 10,62 por cada mil y menos del 20% llega a la maternidad[8].
Este último es el dato importante, prácticamente ninguna niña se hace madre y muy pocas adolescentes avanzan con su embarazo. Si una chavala de 13 años está de parto será noticia en todo el país por el horror que la situación produce a nivel social.
Copio textualmente[9]:
Por día, 300 adolescentes menores de 19 años se convierten en madres en la Argentina:
Los embarazos adolescentes representan el 15% de todos los nacimientos que ocurren en el país. En la franja etaria de 10 a 14, 3 mil embarazos por año y el 80% son producto de abusos sexuales, generalmente intrafamiliares.
Respecto a este último dato, la violación en las familias es algo habitual en la sociedad Argentina y, en España, un tema excepcional que raramente llega a la experiencia clínica de instituciones socio-educativas. Quedan en el registro del delito, es un tema judicial y las niñas son acogidas por el departamento de Atención a la Víctima.
Entonces, insisto, trabajar esta clínica con la opción o no del aborto, modifica absolutamente la dirección de la cura. Es el punto donde el psicoanalista está atado a lo social de manera irrevocable.
Si una muchacha de 16 años quisiera adoptar un niño, ninguna legislación la autorizaría. Si una chica de 15 quisiera hacerse madre soltera por vías de cualquier método de concepción asistida, ninguna legislación lo permitiría. Entonces ¿por qué se pone a parir a las niñas? Solo encuentro una respuesta y esta está dentro del campo de las religiones, que con este asunto —como en otras cuestiones con menores— solo optan por la crueldad. La moral que impide la elección libre sobre el propio cuerpo y el deseo de ser o no madre, funciona contra toda ética. Entendiendo lo moral como efecto de la cultura, de lo social y la ética, como posición subjetiva atada al deseo.
SOBRE LA DEMANDA
La primera demanda que recibí era de los educadores. Habían vivido una escena brutal, donde la policía tuvo que arrancar (literalmente) un bebé de los brazos de una joven de 17 años. Se trataba de una muchacha psicótica que igualmente podía ahogar al niño abrazándolo como querer estamparlo contra una pared, lo que les exigió durante días no separarse de esta pareja madre-niño para que no lo mate. Igualmente angustiante para el equipo había sido el modo en que se debió proceder para la separación.
Los educadores que no quieren volver a vivir algo de ese orden, me piden que pueda trabajar si una maternidad será o no posible. Acepto, responsable de los límites de esta demanda. Establezco un dispositivo de dos sesiones individuales por semana con cada residente, reuniones con los tutores cuando cada caso lo requiriera, entrevistas familiares si había con quién, y un par de reuniones al mes con el equipo. Aceptan.
En ese primer momento, no sabía —esto se ha construido a lo largo de la experiencia— que se trataría de una intervención sobre la urgencia. En primer lugar, escuchar sobre la continuidad o no de un embarazo según cada chavala se lo planteaba. Y un segundo momento, donde se trató de ver quién asumiría el rol maternal; en general no era la adolescente en cuestión y, entonces, cuál podría ser el amparo para el hijo que podría quedar a la deriva.
En las adolescentes no había demanda. Eran mandadas. El primer paso fue trabajar la demanda, esa, oculta detrás de montañas de actos empujados por un «yo no necesito a nadie»; «no hablo con loqueros»; «odio a los psicólogos»; «vengo para que no me quieten el niño»… Cuando empezaron a comprender que no se trataba de necesitar a alguien, sino de ver qué necesitaban; que no soy una psicóloga, sino una psicoanalista y que aquí no había amenazas respecto a sus conductas u obligaciones con los bebés, se abría camino la transferencia, esta que les permitiría pensar en qué situación estaban, cómo habían llegado ahí y qué plan podrían hacer para un futuro que se planteaba demasiado cercano. Sobre todo cuando nunca habían pasado por la sencilla pregunta: «¿Qué quiero ser cuando sea grande?». La imposibilidad de hacerse esta pregunta es una de las causas del embarazo adolescente.
Un hijo resuelve imaginariamente dos de los grandes enigmas de la subjetividad ¿quién soy? y ¿qué tengo?, lo que conduce inevitablemente a lo que no tengo y qué deseo. Es como si la adolescente se dijera: «Si tengo un hijo, soy madre —ya no necesito enfrentarme al vacío de ¿qué seré cuando sea grande?—. Ya soy grande». Pienso que se trata de una causación de este orden.
A la vez, todo el imaginario popular está organizado en torno a la idealización de la maternidad donde María es su máxima representante. Y la virgen no es otra que una adolescente. Así, la identificación —se sea o no cristiano— con este ideal de la virgen madre posibilita la construcción de un Todo, donde no hay pérdida. Ni siquiera el himen falta. Cuando, en verdad, los seres nacidos del lado femenino habrán de atravesar un largo camino para colocarse del lado no-toda que hace a una mujer. Dicho de otro modo, algunas mujeres tienen hijos, no toda maternidad es de una mujer. Se puede ser madre siendo toda (la virgen) que es una posición opuesta a ser una mujer, se puede ser una madre niña. En este sentido una maternidad adolescente puede producirse a los 28 o 40 años. No es un problema cronológico, sino lógico. Si el hijo viene a completar el vacío existencial de la madre, si el hijo viene a salvarla (como Cristo), estaremos delante de un embarazo adolescente, algo que he llamado complejo de María. Al hablar de sus relaciones con los chicos que las han dejado embarazadas, hay una inconsistencia importante del otro. En general no les importan. Aparece en el discurso un yo con mi hijo que dejaría fuera al otro como puro resto del vínculo. No hay relato de una vida erótica, ni del placer. Dan cuenta de que no hay relación sexual. Haciendo desaparece el acto. Como si se tratara de embarazadas vírgenes. Excepción hecha de las que llegaban por efecto de una violación, que no dudaban ni dos minutos en tramitar lo necesario para abortar y eran acompañadas en ese proceso.
En cambio, cuando la pareja consiste, quiere estar ahí, ellas son puro reproche y exigencia de lo que le deben. Ellos deben. Deben hacerse cargo. Hay un delicado trabajo sobre la trama del amor, si lo hay y, en algunos casos, ha sido oportuno trabajar con estas parejas-niños para ver cómo hacían entrar a otro niño en sus vidas. Quienes pudieron decidir avanzar juntos, lo hicieron apoyados fuertemente por alguien de la familia extensa, siempre algún adulto que se hace cargo del bebe y puede dar cobijo a la pareja adolescente que se disolverá en más o menos tiempo, como casi todos los primeros rollos amorosos, sin importar si se ha tenido o no un hijo. Lo importante será seguir investigando en el amor.
Otra característica de estas curas, es que se trabaja contra reloj. El tiempo de poder elegir: «Quiero estar preñada», «Deseo o no un hijo», «Me veré madre a los 16», etcétera, es un tiempo que suele no coincidir con los meses de un embarazo. A veces la decisión de no quiero hacerme madre llega luego del tiempo legal para hacer un aborto. En esos casos hay que poder trabajar el dar el hijo en acogida o en adopción. Entonces el tratamiento empieza a tener efectos sobre dos vidas, la de la adolescente que no sabe dónde está parado y cómo llegó ahí, y la de un bebé que no se sabe dónde irá a parar.
Las chicas que no saben si quieren o no este hijo o aquellas atrapadas en la pura idealización están obligadas a prepararse para un parto que todos califican de alto riesgo. En este momento del análisis, el trabajo está abocado al fantasma de destrucción que acompaña el parto. Parirás con dolor es sentencia que desata miedos y hasta el terror que les produce tener que pasar por el paritorio. En mi experiencia, luego de darle lugar a la palabra sobre este pánico, ninguna ha tenido problemas a la hora de parir, por fuera de los dolores normales de contracciones y pujos.
Los problemas aparecerán en el momento de amamantar. No pueden o no quieren. Hemos de tener en cuenta que se trata de adolescentes con importantes dificultades con el límite, los hábitos, lo reglado. La sola idea de estar ahí cada tres horas para nutrir las espanta. Los educadores de la Residencia acompañan y disciplinan este proceso. Alimentar, cambiar pañales, bañar, limpiar ropa, todo aquello que hace a poder cuidar está gravemente dificultado. La mayoría de estas jóvenes vienen de hogares desestructurados, en muchos casos con problemas con la ley, hogares que no pueden contenerlas, son hijas de la falta de deseo, de la falta de atención, de la falta de cuidado. No han sido cuidadas, no saben cuidarse, no pueden cuidar. El hijo algunas veces viene a ese lugar: «Le mostraré a todos que puedo hacerlo», «Mi hijo y yo seremos una familia, no como el desastre de mi madre».
Lo intentan. Dentro de la disciplina cálida y contenedora que los educadores van imponiendo, comienzan a dar sus pasos, les gustaría poder cuidar. Los primeros días, lo intentan. Pero cuando no hay esta trama en torno al amor que pueda soportar la caída del ideal hijo para salvarme, la caída puede ser un derrumbe. Y este ideal suele caer en el momento en que el bebé comienza a demandar algo más que cuidados físicos. Mientras el circuito es biberón, pañales y dormir, la cosa parece funcionar. Hacia los tres meses, cuando aparece el despertar y las adolescentes se abruman, se fatigan, no saben qué hacer, no pueden jugar, no pueden responder a un bebé, se llenan de rabia ante tanta demanda, enloquecen. El hijo para salvarme ha de ser un hijo crucificado, si el hijo está vivo y demanda es un estorbo.
En este sentido, hay un importante trabajo a hacer con los educadores. Que no presionen, que no obliguen, que no castiguen por abandonos. Que estén atentos a suplir, a ser cuidadores de los bebés y permitir así que la separación transcurra en acto, en los casos donde la joven aún no se ha animado a nombrarla. Mientras, se estimula la vertiente adolescente, que recuperen estudios, que se formen profesionalmente, que asuman responsabilidades en la casa, que vaya a estudiar idiomas o al club. Que se apunte a armar una vida y se permita nombrar el deseo de no hijo sin prejuicio.
A MODO DE CONCLUSIÓN
Intervine en 76 casos. Siete jóvenes armaron familia con sus parejas, y en casas de familiares, pero no sé con qué suerte. Diez pacientes decidieron un aborto, hubo 2 de los llamados espontáneos y también la muerte de dos bebés; 26 dieron el niño en adopción. En los otros casos, ha sido la familia quien se ha hecho cargo del niño, como sobrino, como nieto, incluso como hijo, quedando como hermano de su propia madre quien ha seguido con su vida adolescente como ha podido. Solo una se hizo madre que yo sepa, porque estuvo cuatro años en análisis y pude acompañarla en el proceso.
Transformar estas vidas en cifras no es algo que me guste, espero que no queden en puro número y sirvan para una reflexión. En mi libro cuento 17 de estos casos, los que he considerado paradigmáticos y donde se pueden entender los procesos. Hay un relato, una subjetividad en juego y no porcentajes.
Decido terminar con algunas palabras de ellas. Escuché: «Yo quiero bailar, no quiero parir»… mientras se fugaba los sábados por la noche para ir a discotecas con una panza de ocho meses. También: «Este niño es un incordio, todo el rato llorando. Yo me quiero ir de fiesta y no lo puedo llevar».
Y, ¡sí! Eso es lo que les toca: ir de fiesta, bailar en la discoteca. Ir a la escuela, salir de levante, caminar por la montaña, disfrutar de excursiones, descubrir el amor y la sexualidad mientras se van dejando los cuentos de hadas. No se reemplazan muñecas por bebés, resulta que son de otro nivel de responsabilidad.
Quienes imponen que una adolescente se haga madre, lo hacen —lo sepan o no— como castigo. Has follado, has pecado, paga tus culpas. Porque supongo que no hay adulto que pueda pensar seriamente que una adolescente puede hacerse madre seriamente (la repetición es para señalar la falta de seriedad). Se lo decide desde una posición canalla: Ahora paga por tu goce, mientras se invoca la vida… dicen: Las dos vidas. ¿Qué vidas? ¿La de una adolescente y su bebé crucificados? Salvan sus propias vidas, crucificando. Es la misma historia, ya fue escrita en un libro magnífico[10], no les ha alcanzado con el hijo, también hacen que la madre niña arrastre su cruz (Nuevo Testamento).
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