Dream a little dream of me
Ella Fitzgerald
Al estudiar los textos donde Freud intenta exponer de manera sistemática un modelo del aparato psíquico, con sus partes, sus relaciones y sus momentos, no puedo evitar pensar en el famoso cuento de Borges Las ruinas circulares (Borges, 1982). En el mismo Borges relata la historia de un hombre religioso, un místico, que arriba a una tierra nueva y se establece en un templo viejo persiguiendo una única meta: soñar un hombre.
El primer intento del místico de soñar un hombre resulta en un fracaso, y mucho le cuesta reponerse. Freud intenta soñar un hombre íntegro en el Proyecto de psicología (Freud, 1986b), o al menos soñar íntegramente su alma. Pero consideró este sueño un fracaso y su escrito de 1895 terminó en la basura. Recién en 1950, luego de su muerte, el texto fue rescatado y vio la luz. Hoy consideramos que su fracaso no fue tal, y que hay mucho que aprender de este simulacro.
¿Cómo dar cuenta de los mecanismos del alma, que es intangible? Freud se valió de la anatomía neurológica como metáfora para establecer su aparato psíquico. Ya el término ‘aparato’ da cuenta de su experimento: sus conclusiones han de ubicarse junto al aparato respiratorio, el digestivo, etcétera. El Proyecto resulta de particular interés ya que se sitúa justo en el borde entre dos mundos: el naturalismo y la hermenéutica. Como el místico de Borges
Soñó con un corazón que latía […] en la penumbra de un cuerpo humano aun sin cara ni sexo […] la noche catorceava rozó la arteria pulmonar con el índice […] invocó el nombre de un planeta y emprendió la visión de otro de los órganos principales. Antes de un año llegó al esqueleto, a los parpados. El pelo innumerable fue tal vez la tarea más difícil. (Borges, 1982)
Así es como Freud soñó su homúnculo en el Proyecto, cuya meta principal sería procesar cantidades. Vamos a recorrerlo para observar cómo Freud va animando órgano por órgano y articulación por articulación, a esta figura de arcilla:
- Comienza con la concepción cuantitativa. Este ser debía estar regido por el principio de inercia, es decir, debía tender a aliviarse de la cantidad que lo habita y que viene de estímulos exógenos a través de las neuronas φ, las cuales están encargadas de la percepción. Más adelante se denominó a esto ‘principio de constancia’.
- Pero el aparato no puede deshacerse de toda la cantidad, ya que necesita cierta energía para lidiar con los estímulos endógenos mediante una acción específica. Son las neuronas del núcleo (pulsiones) las que transmitirían energía endógena. Por eso tiene que mantener un acopio de energía, aunque tienda a ser lo más baja posible. Queda establecida una de las funciones del aparato: disminuir la cantidad.
- Intenta luego explicar la memoria, esencia de lo psíquico, que estaría constituida por facilitaciones y resistencias del flujo de las cantidades del aparato entre las células de recuerdo también llamadas neuronas no pasaderas (π).
- Establece un tercer tipo de neuronas (ω) para el sistema de la conciencia, a través del cual se manifiestan las cualidades. “Es el lado subjetivo de parte del acontecer psíquico” (p. 355). Esta es la otra función del aparato: pasar de cantidad a cualidad.
- Explica que el aparato tiende a pasar también de una acción inespecífica para descargar energía a una acción específica que es más eficaz a la hora de lidiar con el hambre, la respiración y la sexualidad.
- Como en un principio es imposible para este ser llevar a cabo la acción específica, necesita de auxilio ajeno. Y sentencia: “El inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (p. 363). Así se anima este ser, entrando en el reino de lo simbólico y de lo cultural. Este es el gran aporte del otro, sin el cual no hay posibilidad de humanización.
- A través del otro se inscribe la vivencia de placer, y a partir de este momento se tenderá a reproducirla sin tener en cuenta la realidad. Esto representa un peligro para el organismo ya que puede llevarlo a la muerte. Freud finalmente enuncia que sucederá un nuevo acto psíquico a partir del cual una parte de este complejo va a estar encargada de discriminar entre recuerdos y realidad con el fin de inhibir ciertas descargas. A esta parte la llamará ‘Yo’.
A través de este ‘golem’ explica el fenómeno de los sueños, el conocimiento psicopatológico del momento y gran parte de la vida cotidiana. En efecto, en sus propias palabras, es una “curiosa anatomía del alma”. Freud comenta el tormento que resultó escribir este texto en la Carta 27: “Descubrí que mi aliento no alcanzaba para esta nueva tarea […] La psicología es realmente un calvario para mí; jugar a los bolos o juntar hongos en el campo son, por cierto, cosas mucho más sanas” (Freud, 1986a). Borges escribe sobre el místico del cuento:
Comprendió que el empeño de modelar la materia incoherente y vertiginosa de que se componen los sueños es el más arduo que puede acometer un varón, aunque penetre todos los enigmas del orden superior y del inferior: mucho más arduo que tejer una cuerda de arena o que amonedar el viento sin cara. Comprendió que un fracaso inicial era inevitable. (1982, p. 60)
También Freud parece haber comprendido que un fracaso inicial era inevitable. Pero el cuento continua: “En el sueño del hombre que soñaba, el soñado se despertó”. ( p. 62) No estoy seguro de que podamos decir lo mismo de Freud, pero sí me atrevería a asegurar que continuó soñando a un ser que cada vez se asemejaba más a un hombre.
Continuó por la Carta 52 (Freud, 1986a) en la que, a mi entender, utiliza un modelo lingüístico proponiendo pensar al psiquismo como conjuntos de traducciones de los elementos internos y externos, y retraducciones entre estos conjuntos. También recuerda a su propia la metáfora sobre la ciudad antigua, que posee varios estratos ya que con el pasar del tiempo se fue construyendo una capa sobre la otra. O un palimpsesto, definido como un “manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente.” (Española, 2001)
Sin lugar a dudas, el modelo de aparato psíquico que figura en el capítulo 7 de la Interpretación de los sueños (Freud, 1991) da la impresión de haber sido “pensado entraña por entraña en mil y una noches secretas”, como hizo el soñante del cuento. Cuentan sus biógrafos que Freud dedicaba mucho tiempo al análisis de sus propios sueños, y que hasta el final de su vida reservaba la última media hora del día para estos propósitos (Jones, 1959). Producto exquisito, el mismo Freud reconoce a esta obra como una de sus preferidas en conjunto con Tres ensayos (Jones, 1959). Esta vez elige a la óptica como modelo oportuno de su aparato, alejándose de cualquier pretensión anatómica:
Queremos dejar por completo de lado que el aparato anímico de que aquí se trata nos es conocido también como preparado anatómico, y pondremos el mayor cuidado en no caer en la tentación de determinar esa localidad psíquica como si fuera anatómica. Nos mantenemos en el terreno psicológico y sólo proponemos seguir esta sugerencia: imaginarnos el instrumento de que se valen las operaciones del alma como si fuera un microscopio compuesto, un aparato fotográfico, o algo semejante. (Freud, 1991, p. 529)
Son entonces sistemas de lentes con relaciones establecidas entre ellos la forma en la que podemos figurarnos los intercambios que tienen como sede al psiquismo.
Más allá de La Interpretación de los sueños, muchos modelos más desfilaron por la pluma de Freud. Si tomamos por ejemplo, El yo y el ello (Freud, 1992), encontramos el diagrama que procede a aquel ‘esquema del peine’. Es fácil de observar que está plagado de imágenes que hacen de modelos que figuran el modelos que Freud está creando: ‘El jinete que debe enfrentar la fuerza superior del caballo’, ‘como el disco germinal se asienta sobre el huevo’, el yo como ‘el homúnculo del encéfalo’, etcétera. Además, aquel diagrama de El Yo y el Ello es continuado por aquel otro de la 31° Conferencia de 1933. La secuencia es infinita, ya que ningún modelo parece ser infalible para Freud, ningún hombre suficientemente soñado.
En este punto me pregunto qué otras metáforas y modelos habremos de proponer en el futuro para acercarnos cada vez más a una imagen suficiente del ser humano. Para Freud no importaba de donde provenga, en tanto “no confundamos los andamios con el edificio” (Freud, 1991) ( p. 530).
Un autor que se ocupó de la epistemología del psicoanálisis, considerando el lugar de los modelos en la teoría y en la práctica, fue Wilfred R. Bion. Para Bion la construcción y el uso de modelos es una parte importante del trabajo del psicoanalista. Los modelos ayudan a encontrar correspondencias entre las teorías y la clínica. Relacionó estos modelos con la idea de ‘mitos’. Para Bion los mitos son al psicoanalista lo que las fórmulas matemáticas son al científico. El mito permite ver algo no evidente
Porque el mito me dice que dichos elementos están constantemente en conjunción; o, quizás, no sea el mito adecuado. O bien, el mito es el adecuado, y no he conseguido ver, hasta ahora, el aspecto que aparece del mismo, o bien me equivoco al pensar que lo es. (Bion, 1996) ( p. 258)
Vemos aquí toda la complejidad de la construcción y uso de los modelos en psicoanálisis.
Consideramos valida la analogía de Bion entre los mitos y las fórmulas matemáticas, ya que ninguna disciplina se libra de la tarea de tener que soñar su objeto. Y el tiempo nos va enseñando que ese sueño nunca es acabado. En este punto podemos recordar el relato de Einstein sobre los mecanismos invisibles del reloj, que tiene casi el valor de una sentencia:
Los conceptos físicos son creaciones libres del espíritu humano y no están, por más que parezca, únicamente determinadas por el mundo exterior. En nuestro empeño de concebir la realidad, nos parecemos a alguien que tratara de descubrir el mecanismo invisible de un reloj, del cual ve el movimiento de las agujas, oye el tic tac, pero no le es posible abrir la caja que lo contiene. Si se trata de una persona ingeniosa e inteligente, podrá imaginar un mecanismo que sea capaz de producir todos los efectos observados; pero nunca estará segura de sí su imagen es la única que los pueda explicar. Jamás podrá compararla con el mecanismo real, y no puede concebir, siquiera, el significado de una comparación que le está vedada. Como él, el hombre de ciencia creerá ciertamente que al aumentar su conocimiento, su imagen de la realidad se hará más simple y explicará el mayor número de impresiones sensoriales. Puede creer en la existencia de un límite ideal del saber, al que se aproxima el entendimiento humano, y llamar a este límite la verdad objetiva. (Einstein, 1986) ( p. 34)
Perfila el problema de la verdad, pero vamos a dejarlo de lado para insistir en la tarea siempre inacabada, como la tendencia al límite cero de la asíntota, que es encontrar un modelo que dé cuenta de algo de la realidad. En el caso de Freud, que dé cuenta del alma.
Lejos estamos hoy de completar este sueño inacabado de Freud de soñar un hombre. Pero lo que considero más importante es que Freud dio en herencia este sueño incompleto a cada analista, que tiene el deber de soñarlo de nuevo agregando, restando o modificando, tal que cada vez se acerque más al hombre cotidiano, en toda su variedad de padecimientos, y nos permita acompañarlo a hacer algo con él. Quizá la respuesta a la pregunta ‘¿quién es un psicoanalista?’ tiene que ver con la filiación a este sueño freudiano, necesario e imposible.
Quizá algún día se alcance a soñar un hombre en su integridad, quien sabe, aunque implique una serie infinita de teorías. Pero en tal caso debemos estar listos para que ese día suceda como dice el final del cuento: “Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”. ( p. 65)
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