…Acaeció que, llegando a un lugar que llaman Almorox al tiempo que cogían las uvas, un vendimiador le dio un racimo ´dellas´ en limosna. Y como suelen ir los cestos maltratados y también porque la uva en aquel tiempo está muy madura, desgranábasele el racimo en la mano. Para echarlo en el fardel, tornábase mosto y lo que a él se llegaba.
Acordó de hacer un banquete, ´ansí´ por no poder llevar, como por contentarme, que aquel día me ´avía´ dado muchos rodillazos y golpes. Sentámonos en un valladar y dijo:
—´Agora´ quiero yo usar contigo de mucha liberalidad, y es que ambos comamos este racimo de uvas y que hayas ´dél´ tanta parte como yo. ´Partillo´hemos ´desta´ manera: tú picarás una vez y yo otra, con tal que me prometas no tomar cada vez más de una uva. Yo haré lo ´mesmo´ hasta que lo acabemos y ´desta´ suerte no habrá engaño.
Hecho ´ansí´ el concierto, comenzamos; mas luego, al segundo lance, el traidor mudo propósito y comenzó a tomar de dos en dos, considerando que yo ´devría´ hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él; mas aún pasaba adelante: dos a dos y tres a tres y como podía las comía. Acabado el racimo estuvo un poco con el escobajo en la mano, y, meneando la cabeza, dijo:
—Lázaro, engañado me has. Juraré a Dios que has tú comido las uvas tres a tres.
—No comí, dije yo— mas, ¿por qué sospecháis eso?
Respondió el sagacísimo ciego:
—¿Sabes en qué veo que las comiste tres a tres? En que comía yo dos a dos y callabas.
Reíme entre mí, y aunque ´mochacho´, noté mucho la discreta consideración del ciego.
(La vida del Lazarillo de Tormes, 1550, pp. 62-64)[1]
Me pregunto: ¿qué tiene que ver este tierno, pícaro y sabio relato, ubicado en un pueblo de la provincia de Salamanca, allá por la Edad Media, con el tema que hoy nos ocupa?
Intentaré desgranar algunos pensamientos acerca de estas cuestiones complejas.
Si nos ubicamos en el contexto bio-psico-social del siglo xvi durante el imperio de Carlos I de España y V de Alemania, época de desmesura y expansión territorial de la península y de enriquecimiento progresivo de la Corona desde el descubrimiento del “Nuevo Mundo” acaecido 58 años antes, podemos ver cómo la literatura picaresca era una de las mejores formas de analizar, publicar y cuestionar la otra realidad de la cultura y de la vida cotidiana de la gente y, en particular, la vida de los más indigentes.
Una madre viuda, carente de medios para alimentar y educar socialmente a su hijo, lo “entrega” a un mendigo, “buen hombre”, ciego, a modo de un padre sustituto, para que este lo oriente en las artes de la supervivencia y del aprendizaje en la relación con sus semejantes; lo “haga hombre de provecho para la vida”. Del mismo modo, el nuevo padre sustituto proveerá y alimentará a este nuevo hijo a través de las limosnas que reciba y que compartirá con él, tanto en la vida andariega como en el descanso. El “buen ciego”, que ve más allá de sus ojos, fallos de visión, adopta a Lázaro como “hijo”. Lázaro, a su vez, servirá al “ciego astuto” de acompañante y sirviente, para “adestralle” (guiarlo). Será “sus ojos”.
Como dice Freud (1921): “…el otro cuenta para el sujeto, con toda regularidad, como modelo, como auxiliar, como objeto y como enemigo, y por eso mismo desde el comienzo mismo, la psicología individual es simultáneamente psicología social…”.[2]
Podríamos decir que el ciego se beneficia de la compañía de Lázaro y este se beneficia de la experiencia y protección de su amo. Se ha instalado la función de “ley organizadora” en esta relación acordada entre el Ciego, Lázaro, y la “Madre integradora” que los presenta. Este es el modo en que entra Lázaro “oficialmente” a su proceso de formación socio-cultural de la época en la que le toca vivir.
Se ha establecido entre ambos un lazo de intercambio de beneficios y carencias, cuya base es el estado de Necesidad. Ambos están en situación de indefensión. En el decir de Shiller, citado por Freud: “Necesidad y Amor (Ἀνάγκη y Ἔρως) mantienen cohesionada la fábrica del mundo”.[3] En tal situación, se despliega un sistema de atención, percepción, memoria, conocimiento, juicio, fantasías, mecanismos de defensa, etc. que se irá desarrollando en el aparato psíquico de cada sujeto a medida que comparten día tras día la aventura del peregrinar por los pueblos de la meseta castellana.
El lazo de intercambio, inscripto por la Palabra del acuerdo entre la madre, el ciego y Lázaro, instala un vínculo con características ambivalentes, entre confianzas y desconfianzas, amores y odios, compasiones y venganzas, aprendizajes y desprecios. En definitiva, se ponen en marcha identificaciones y afectos que jaquean el narcisismo de cada uno. Cada quien tendrá que realizar renuncias a ciertos impulsos e intereses si quieren permanecer conviviendo durante largo tiempo.
Al mismo tiempo, se observa que, debido al estado de necesidad y de los intereses de cada uno, como en las costumbres y modo de pensar de la sociedad en que se mueven, se potencia un vínculo asimétrico de sometimiento, naturalizado, en el que se sobreadaptan ambos. Se establece el juego entre el caritativo y el menesteroso, entre el protector y el protegido que avanza hacia un posible exceso que tiende a saturar el juego establecido. ¿Se llegaría así a un pacto cómplice y secreto, inconsciente que en el decir de Kaës “pacto de negación”[4], en el cual no interviene ningún otro sistema ni organismo social, como el Estado, que regule y organice la posibilidad de un modo de vivir digno entre ciudadanos?
Después de varios episodios y aventuras que Lázaro y el ciego pasaron juntos, cansado Lázaro de los duros castigos que el ciego le propinaba, a la vez que el “aprendido lazarillo” respondiera también con crueles venganzas. Paulatinamente se fue deteriorando y pervirtiendo la relación, tronchándose los lazos que se habían ido construyendo entre ellos. Es así que un cierto día Lázaro abandonó a su Amo, dejándolo a la buena de Dios; y después de haber ejecutado sobre él una última y brutal venganza y con ansias de libertad buscó mejor suerte. Esta vez eligiendo él mismo a su otro amo. Un clérigo.
En el “Malestar en la Cultura”, Freud nos habla de que hay tres fuentes fundamentales del sufrimiento humano: los acontecimientos de la naturaleza, “el cuerpo propio y los vínculos con otros seres humanos”.[5]
Tomaremos la tercera como el tema a desarrollar.
La Ley y los lazos entre los sujetos de la sociedad son considerados principios básicos para la convivencia entre los humanos. La instalación de la Ley engendra el comienzo de la Eticidad, a saber, la Cultura.[6]
El Diccionario de filosofía define “LEY” como NOMOS griega: “uso”, “costumbre”, “convención”, “mandato” significando un cierto “ORDEN”, esto es, que regula la relación entre los humanos. También invoca a un LEGISLADOR.
Heráclito la utiliza como el “orden natural del Cosmos organizador”.[7]
Con respecto a la Ley social se la considera como Ética (ETHOS) o moralidad (MORALITAS), siendo la que regula las libertades, derechos, obligaciones y costumbres de los ciudadanos, cuyo legislador es el Estado representante del pueblo soberano con sus tres poderes independientes para que la Ley sea respetada.
Dicha ley se inscribe profundamente en la instancia del Superyó de cada sujeto durante la crianza familiar y social, constituyendo en cada uno la característica de SER SOCIAL ( ζῷον πολῑτῐκόν = zoon politicón, lo llama Aristóteles en su “Política”).[8]
Algunos autores como Bion y Trotter proponen en cada individuo un instinto Gregario. Freud rechaza este principio como originario, alegando que existen solo dos pulsiones originarias en cada sujeto, Eros y Pulsión de Muerte, en tanto la pulsión social es resultado de la experiencia en la vida familiar.[9]
En nuestra época cultural, es el Estado el encargado de regular las relaciones entre los ciudadanos a través de las Instituciones, procurando la libertad, el bienestar y la armonía entre todos, incluyendo las múltiples diferencias ideológicas y culturales de cada individuo y de cada grupo. De los diferentes sistemas de gobierno, la Democracia es proclamada como el sistema más adecuado y justo para la convivencia entre los ciudadanos. “La democracia es el menos malo de los sistemas políticos”, diría W. Chorchill en el Discurso a los Comunes el 11 de noviembre de1947.
Rousseau: “Un pueblo que se gobernara siempre bien no necesitaría ser gobernado…”[10]
Hegel, en su Fenomenología del Espíritu, aspira a un Estado Ideal y universal en el que la democracia (la historia) sea un proceso y desarrollo dialéctico hasta alcanzar la mayor aspiración hacia la conciencia de su propia libertad y armonía.[11] Evocado este concepto y sentimiento en la Oda a la alegría de Friedrich von Schiller (1785) y recreado brillantemente por Beethoven en el 4º movimiento de su Sinfonía n.º 9.
Para Kant la Ética se inscribe en lo más íntimo de la racionalidad del hombre con carácter universal, y la Ley la expresa a través de su “imperativo categórico”: “Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en una ley universal”.[12]
Pero no siempre las sociedades logran vivir en armonía y en el equilibrio comunitario deseado. Estallan controversias y enfrentamientos, difíciles de conciliar. Es entonces cuando el Estado debería implementar los mejores medios de los que dispone para lograr el diálogo y entendimiento entre las partes, a través de sus gobernantes, de los representantes del pueblo en el parlamento y de los jueces reguladores e intérpretes de la Ley consensuada.
Cuando esto no se logra, puede explotar una guerra, como vemos que sucede a través de la historia y en nuestros mismos tiempos. Se rompe el “Pacto Social”.
“El Estado, civilizado tenía estas normas éticas por base de su subsistencia; adoptaba serias medidas si alguien osaba infringirlas…Cabía suponer, pues, que él mismo las respetaría y no intentaría nada que contradijera ese basamento de su propia existencia…La guerra en la que no quisimos creer, ha estallado ahora y trajo consigo…la desilusión. El Estado…transgrede todas las restricciones…destroza los lazos comunitarios….” (Freud, 1915)[13].
En 1932, Einstein escribe una carta a Freud: “¿Por qué la guerra?”.
Expresa su preocupación, analiza y pregunta acerca de diferentes causas, y si puede ser evitada. Plantea el tema del derecho y el poder. Finalmente, propone crear un cuerpo legislativo y judicial internacional, consensuado por todas las naciones para resolver los litigios. Mientras tanto, la seguridad internacional implica “un renunciamiento incondicional de los Estados a una parte de su libertad de acción, es decir, de soberanía”.[14]
Freud responde un mes después. Analiza la situación social. Le pide cambiar el término “poder” por “violencia”, aclarando que “derecho” y “violencia” son antagónicos y que el primero se desarrolló desde la violencia si nos remontamos al origen arcaico de la humanidad. En los tiempos originarios, en el reino animal, “…los conflictos se zanjaban a través de la violencia…”, pero aclara que en los inicios, las cosas no eran del mismo modo, “…Al comienzo, en una pequeña horda de seres humanos, era la fuerza muscular la que decidía a quién pertenecía algo o de quién debía hacerse la voluntad”. (Freud, 1913)[15]
Aquí, Freud se refiere al mito de la horda primitiva del que hablan Darwin, Atkinson y Smit: Los humanos vivían reunidos en hordas, comandados por un macho, dueño y señor, protector y dominador de todos los integrantes, con poder absoluto sobre las hembras. Este Padre de la horda no solo era admirado y adorado por todos, sino que también era sumamente envidiado y odiado. Los hijos se confabulan y le dan muerte entre todos, celebrando un banquete en el que lo devoran. Desde este atroz parricidio y el consiguiente banquete míticos todo cambió. Surge la pérdida, el remordimiento, la culpa, la intensa frustración, la añoranza por el padre, que se erige mucho más poderoso después de muerto, dentro de cada comensal asesino. Es cuando lo elevan a la categoría de Tótem, al que cuidarán y del que se cuidarán.
Comienza la nueva sociedad. Nace la Cultura y la eticidad con dos principios Tabú: La prohibición del incesto o Exogamia, para evitar discordias entre hermanos con sus mujeres; y la prohibición de matarse entre los hermanos pertenecientes al mismo Tótem, nadie podía ocupar el lugar del padre.[16]
Freud insiste en que la violencia está en los orígenes de la humanidad y que después de la fuerza bruta surge el uso de utensilios y, posteriormente, con el desarrollo del pensamiento, el humano logra inventar y usar los métodos más sofisticados, no solo para su bienestar, sino también para la destrucción de sus semejantes. Aún hoy, el derecho se sigue apoyando en la violencia. ¿Acaso se ha naturalizado la violencia? Esta violencia social tiene una influencia directa en el mundo endopsíquico de cada individuo conduciéndolo a estados traumáticos que alcanzan hasta la desestructuración del propio yo.
En cada hombre moderno residen los rastros del hombre primitivo, y en todo hombre primitivo existían en ciernes las capacidades del hombre moderno.[17]
En cada sujeto, dicha violencia se desprende de la desmezcla de las pulsiones, que en el decir de Freud en su origen: “No son ni buenas ni malas”, pero que cuando se descomplejizan se manifiestan en el mundo exterior como destrucción violenta, agresión, apoderamiento, etc.
Del mismo modo, como en la época primordial, después de padecer experiencias desastrosas y destrucciones masivas, los individuos y las sociedades buscaron la armonía y el equilibrio para la convivencia y el bienestar a través de diferentes modos culturales; leyes que los organicen, normas tabúes, sistemas mágicos ilusorios, regímenes restrictivos, y hasta tiránicos. Algunos pueblos logran firmar acuerdos y pactos, que necesitan revisar y actualizar constantemente, si quieren mantener el orden y equilibrio entre las fuerzas y sus diferencias individuales y sectoriales.
Estamos atravesados por culturas ancestrales como la judeocristiana y la grecorromana.
En tiempos bíblicos de los Patriarcas aparece la figura de Abraham con quien el Dios Yahaveh establece un pacto de Alianza, extensiva a toda su descendencia: “Yo soy Él `Saday`, anda en mi presencia y sé perfecto. Yo establezco mi alianza entre nosotros dos y te multiplicaré sobremanera”. (Gn 17: 1-2)
La fe y la descendencia de Abraham se continuará por milenios transitando por múltiples vicisitudes. Se constituyó un pueblo elegido por Yahaveh que transitaría por el camino pactado, conviviendo en armonía, pero que se desviaría en diversas ocasiones, recibiendo los “castigos divinos” y las correcciones permanentes de los profetas.
Es por esto que aparece de nuevo la renovación del pacto de alianza en los tiempos del Imperio Egipcio, allá en el Sinaí. Esta vez Moisés será el libertador y portavoz de Yahveh ante el pueblo. Impondrá la Ley divina a través del decálogo. Los tres primeros mandamientos se refieren al vínculo y pacto establecido entre Yahaveh y su pueblo, que se podrían resumir en la fidelidad y amor del pueblo a su Dios. Los siete restantes se refieren a la convivencia entre los miembros de la gran Comunidad y sociedad establecida, resumiéndose en el amor y respeto del derecho de cada individuo que comparte la Comunidad. “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. La promesa es que, si cumplen los mandamientos de Yahveh, Él los bendecirá y protegerá para que convivan gozando del bienestar comunitario y de los frutos de la tierra; de lo contrario, le sobrevendrán castigos. Este pueblo elegido padece y sigue padeciendo persecuciones, controversias y sufrimientos a lo largo de su historia. (Ex. 20, 25)
El surgimiento del cristianismo se establece como resultado de una época de dominio universal de los Imperios Griego y Romano. Aparece Cristo como la respuesta a la promesa del Mesías anunciado y esperado durante siglos en el pueblo judío. Él será el nuevo libertador que rescate al Pueblo de la esclavitud. El mensaje de Cristo es también del amor entre los humanos. “No he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento”. (Mt. 5: 17)
Durante los primeros tiempos de la nueva comunidad cristiana, los neófitos conversos gozaban de bienestar y concordia dentro del concierto de la sociedad judeo-romana. “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común … repartían sus bienes según la necesidad de cada uno … acudían al templo … y gozaban de la simpatía de todo el pueblo…”. (Hch. 2: 42-47).
El Cristianismo se constituyó como institución a partir del concilio de Jerusalén en el año 49 de nuestra era. La propuesta de Saulo de Tarso (San Pablo) de no imponer la circuncisión como obligatoria a los conversos no judíos, fue aprobada por el grupo de los apóstoles, representantes de la comunidad cristina (hasta ese momento, una secta más del judaísmo) y provocó la ruptura con las autoridades del Sanedrín, máxima autoridad del pueblo judío. “Los cristianos fueron expulsados del Templo”. (Hch 15) Judíos y cristianos, hermanos, hijos del mismo Dios y Padre, por diferencias disciplinarias y dogmáticas, “rompieron lanzas”. Dando lugar a un cisma, que se perpetúa a través de los siglos. Se producirá lo que Freud define como “El narcisismo de las pequeñas diferencias”.[18]
Desde entonces se formó la Iglesia como institución, autónoma e independiente. Ambas comunidades padecieron persecución y martirios durante más de dos siglos, por parte de los emperadores romanos. Los siglos subsiguientes están llenos de controversias internas y externas. Pactos con imperios, persecuciones, violencia, reparaciones, perdones… Las cruzadas, la Inquisición, la conquista de América… Recién, con la realización del Concilio Vaticano II (1961-65), se reiniciaron los contactos y conversaciones entre judíos y cristianos.
Mientras tanto: el mensaje del amor universal… “Ama y haz lo que quieras.”[19]
O el discurso sobre el amor del mismo Cristo en su última cena de Pesaj: “Amaos unos a otros como yo os amo. Nadie ama más que el que da su vida por los que ama…”. (Jn 13: 32 ss )
O el texto de San Pablo, citado por Freud en el “Malestar y la cultura”, referido al canto sobre el amor en su carta a los Corintios, capítulo 13.
O los discursos y pactos nacionales e internacionales de todos los hombres y mujeres pacifistas de todos los tiempos parecen ser insuficientes para poder lograr la paz y el equilibrio entre los pueblos ni entre los individuos.
Cada pueblo, cada etnia atesora, desde sus orígenes, mitos y relatos atávicos que identifican y adornan su carácter e identidad. Estaríamos hablando de la historia oficial, “historia vivencial”, “HISTORSCH” lo llama Freud al referirse al relato que los pueblos proclaman para poder sobrellevar, a lo largo de su evolución, el “trauma” de la tragedia originaria en la que se gestaron.[20]
En nuestros tiempos, cada grupo social deberá consensuar un pacto que respete los derechos y deberes de cada individuo que lo forman, teniendo en cuenta sus diferencias, constituyendo un modo de vivir en el que todos quepan, todos participen y todos gocen de los mismos derechos y responsabilidades. Al mismo tiempo, cada individuo tendrá que renunciar a sus propios intereses y pasiones que puedan afectar al pacto acordado. Del mismo modo, debería suceder en cada nación y en el concierto de las naciones.
Pero por lo que se observa en la realidad, dichos pactos se realizan, pero del mismo modo se transgreden desde los diferentes estamentos.
Freud considera que se dan dos tipos de lazos en las relaciones humanas, un lazo libidinal y un lazo por identificación, y que estos se originan en los primeros años de vida de cada individuo al abrigo del rescoldo hogareño junto a sus padres. Al mismo tiempo en el alma de cada criatura, en estado de indefensión, gracias a estos cuidados parentales, se desarrollarán con toda su fuerza las dos pulsiones originarias de vida y de muerte que, en su mejor equilibrio y mezcla, puedan lograr una realización esperanzadora.[21]
La familia responsable, podrá ser la primera institución adecuada y activa para formar y esperar una sociedad entre humanos mucho más digna.
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