NÚMERO 15 | Marzo, 2017

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Psicoanálisis y género: alegato por cierta a-normalización | Facundo Blestcher

En este trabajo, el autor pone en perspectiva crítica el interior de las teorías psicoanalíticas y los posicionamientos de los/as analistas sobre la compleja temática de la construcción de la subjetividad y constitución del psiquismo y sus implicaciones a la hora de pensar las diferencias entre los sexos desde la teoría clásica en el histórico social, cultural, político y ético de nuestra contemporaneidad.  Invita a la reflexión aportando el capital de las teorías del género —que llevan más de cuatro décadas de desarrollos— en diálogo y en pos de un psicoanálisis más fecundo que esté a la altura de lxs sujetxs reales y sus sufrimientos.

En un escenario dominado por los debates de baja intensidad y por un empobrecimiento de las condiciones de producción del pensamiento a los que el propio Psicoanálisis no ha escapado, resultan llamativas las controversias —en muchas ocasiones francamente virulentas— que se han despertado en torno a los estudios de género y a sus herramientas conceptuales para pensar las problemáticas de las subjetividades contemporáneas. Más allá de un ejercicio necesario de la crítica que permita establecer la pertinencia de las categorías en función del campo específico, se plantea una recusación a priori sostenida en el supuesto riesgo de una desviación culturalista o sociologista a la que nos empujarían las perspectivas de género a quienes nos afirmamos como psicoanalistas. Tal prejuicio se soporta, en numerosas ocasiones, en un desconocimiento de las producciones, abordajes y herramientas que han venido construyéndose en las últimas décadas desde muy diversas disciplinas y enfoques —filosofía, sociología, antropología, historia, etnología, lingüística generativa, narratología postclásica, estudios culturales postcoloniales, teorías queer, entre otras— en un movimiento de diálogo que tensiona las intersecciones y promueve una desestabilización de los propios sistemas teóricos a partir de interrogaciones recíprocas.

El artefacto analítico, tal como es reproducido en diferentes discursos e instituciones, parece soportarse en una maquinaria endogámica que evita someter a caución las formulaciones canónicas. El intercambio aparente se degrada en monólogo en el que se busca la confirmación de los propios enunciados o la ilustración de las fórmulas establecidas. El dogmatismo que subyace a esta posición puede verse reforzado por múltiples modalidades de alienación en transferencias devocionales que deprimen los intercambios libres. Este fenómeno exige una lectura sintomática que someta al mismo psicoanálisis a sus propios instrumentos.

No resulta novedoso afirmar que nos encontramos ante transformaciones históricas profundas en los procesos de producción de subjetividades cuyo alcance antropológico resulta imprevisible. Sexualidad y sexuación no quedan al margen de estas mutaciones: diversidad de experiencias y recorridos van delineando un horizonte de posibles existenciarios que fracturan las pretensiones cartesianas de claridad y distinción, reintroduciendo transiciones, ambigüedades y matices que durante un largo período fueron desmentidos o expulsados al sumidero de la anormalidad. El recurso al estructuralismo para explicar lo inédito como mera actualización de posibilidades preexistentes o como resultado de una simple combinatoria de invariantes no parece productivo para la comprensión de los fenómenos subjetivos y colectivos que mencionamos, aun cuando produzca una reducción de la angustia ante lo desconocido.

El abanico de las alternativas para los emplazamientos sexuados parece expandirse en una proliferación que incomoda a las taxonomías y estereotipos establecidos por los dispositivos de normalización a los que cierto psicoanálisis también nutre. Nos encontramos ante un contexto plural y diverso: personas que, desde la infancia, solicitan el reconocimiento de su género tal como lo vivencian y perciben, aun cuando se encuentre en aparente discordancia con el sexo anatómico asignado en el nacimiento; sujetos que denuncian el carácter restrictivo del binomio masculino/femenino para instituir otras alternativas de identificación genérica; jóvenes que despliegan trayectorias deseantes homo y heteroeróticas sin que estas pasiones se excluyan entre sí, ni provoquen forzosamente conflicto, ni determinen un rasgo identitario inamovible; personas trans o intersex que resisten la imposición de someter sus cuerpos a tratamientos correctivos que los tornen más aceptables para los discursos dominantes que repudian toda ambigüedad; subjetividades alternativas o innovadoras que ponen en jaque las formas de nominación de las identidades y los erotismos como formas de encorsetamiento de la sexualidad y propician un deslizamiento de los sistemas clasificatorios convencionales; colectivos que defienden políticamente el derecho a la elección del emplazamiento sexuado singular como condición para la construcción de la igualdad, entre muchos otros posibles existenciales.

El dispositivo moderno de la sexualidad, descripto extraordinariamente por Foucault, instituyó un imaginario histórico-social que encaminó deseos, encarriló erotismos, disciplinó cuerpos, prescribió violencias y proscribió prácticas a partir de un proceso de producción subjetiva fundado en lógicas logofalocéntricas y heteronormativas. Las subjetividades sexuadas construidas bajo su imperio no pueden ser disociadas del sistema patriarcal al cual se subordinan, aunque en esta obediencia resida la causa de sus máximos sufrimientos.

Si el descubrimiento freudiano puso de relieve los malestares generados por la moral sexual cultural a través de distintos mecanismos represores —legitimados por los aparatos disciplinarios médicos, jurídicos y religiosos—, la posición analítica debe también advertir la infiltración —en cierta medida inevitable— de los modos históricos de subjetivación en sus teorizaciones para evitar su plegamiento permanente. El orden sexual moderno encontró, también en el psicoanálisis, la réplica de una serie de dicotomías que, cristalizadas en oposiciones excluyentes, pudieron promover un aplastamiento de la comprensión de la heterogeneidad de la vida psíquica y de la diversidad de experiencias subjetivas: hombre o mujer, masculino o femenino, activo o pasivo, heterosexual u homosexual. Aun conservando estas diferencias, la cuestión es advertir que la lógica de la contradicción establece una disyunción que da por sentada la concordancia entre sexo biológico, género, identidad sexual y orientación deseante como parámetro de normalización. Esta operación anima la patologización de todo emplazamiento sexuado que no se subordine al patrón convencional tanto como legitima desigualdades y tolera violencias cuyos efectos dramáticos todavía padecemos.

La perturbación del régimen sexual moderno no puede confundirse con la demolición del orden simbólico, tal como anuncian algunos catastrofistas que no advierten la potencia imaginativa que palpita en estos puntos de fuga. La cartografía psicoanalítica no se halla exenta de la incidencia de las significaciones hegemónicas y de las resistencias que aspiran a sostener el estado de cosas tal como se ha instituido. En este punto, el diálogo con dominios extraterritoriales —como es el caso de los estudios de género— puede contribuir a una interpelación productiva que nos conduzca a revisar nuestras teorías, tanto en su articulación con la clínica como en su fundamentación metapsicológica.

Hacer lugar al género no equivale a renunciar a nuestra concepción sobre la sexualidad, sino a situarla en el marco de la historicidad. Lo sexual pulsional no se subsume en las representaciones de género, como tampoco se reduce a la diferencia de sexos ni a ninguna de las propuestas identificatorias con los que se pretende su domesticación. Desde una conceptualización de la constitución del sujeto psíquico, el intercambio con las perspectivas de género permite considerar las formas con las que los enunciados, mandatos e ideales que modelan la distinción entre masculino y femenino, construidos según el imaginario histórico-social, se inscriben psíquicamente.

La identidad de género —como todo enunciado identitario— corresponde a la tópica del yo. La asignación de género se remonta a las propuestas identificatorias que parten de la fantasmatización de los atributos sexuales en el imaginario parental. Tal atribución es del orden de la cultura y no se halla determinada exclusivamente por la biología sino por un conjunto de significaciones en las que se hallan implicadas tanto las significaciones colectivas como la sexualidad inconciente del otro en tanto sujeto psíquico clivado. Quizás a partir de una compresión que sea capaz de sostener la complejidad de los procesos de constitución del psiquismo y de producción de subjetividad, en sus particularidades, tensiones y conflictos, sea posible recuperar una audacia que impugne los esfuerzos de normalización de los aparatos de disciplinamiento sexual.

Una propuesta de este artículo invita también a identificar una progresiva desexualización del corpus psicoanalítico que ha ido solapando la sexualidad pulsional, desfuncionalizada y atacante en el registro del deseo, la demanda y el narcisismo. ¿Qué queda de lo pulsional, parcial y erógeno, de la excitación material y carnalmente inscripta a partir de la sexualización precoz que adultos y adultas ejercen sobre la cría, cuando toda la dinámica se pretende subsumida en un espiritualismo deseante? El sometimiento de la sexualidad pulsional al circuito intersubjetivo de la demanda es solidario con una resubjetivación del Inconciente que le atribuye intencionalidad y restringe su materialidad a la condición lenguajera. La apelación a un goce que habría de reconducirse a lo real inefable —que no cesa de no inscribirse, según la conocida expresión— no resuelve los impases que ese modelo acarrea.

La oscilación entre el endogenismo biologicista y el idealismo nominalista —dos versiones de una misma concepción estructuralista— no parecen haber evitado los extravíos de una epistemología formalista cuya capacidad para la interpretación de los modos específicos de constitución del sujeto psíquico debe hoy ser sometida a caución.

Examinar las representaciones de género de las y los analistas —tanto como sus determinaciones ideológicas y de clase— reclama la superación de la lógica binaria según la cual la diferencia sexual es considerada el principio determinante de la constitución subjetiva y del reconocimiento de la alteridad. También exige desdogmatizar y someter a genealogización la significación que ha adquirido el operador «castración» como articulador central que define la estructura psíquica en su conjunto.

Establecer intersecciones que no partan de la recusación del interlocutor ni liquiden la diversidad de posiciones puede comportar la oportunidad para deconstruir la pasión por la identidad como reaseguro contante de las propias inconsistencias. La reapertura del enigma que motorice lo mejor de nuestros recursos teóricos y clínicos para la resolución del padecimiento psíquico nos coloca ante la exigencia de superar el dogmatismo normalizador y las certezas celosamente preservadas para estar, como en otros momentos, a la altura de nuestra contemporaneidad.

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