NÚMERO 12 | Marzo, 2015

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Apuntes históricos de un agrupamiento llamado familia: un recorrido bibliográfico | Abel Zanotto

Ponencia de la Mesa «Diversidad parental. Documental “Homo Baby Boom”» organizada por el Área de Niños y Adolescentes, perteneciente al Ciclo «Miércoles en la Escuela», mayo de 2015.

Mejor que renuncie quien no puede
unir a su horizonte la subjetividad
de su época.
J. Lacan

Los siguientes apuntes parten de un aporte epistemológico fundamental que Sigmund Freud sostuvo en Psicología de las masas y análisis del yo (1921: 67): «La oposición entre psicología individual y psicología social […] pierde buena parte de su nitidez si se la considera más a fondo» y que «en la vida anímica del individuo el otro cuenta, con total regularidad, como modelo, como objeto, como auxiliar y como enemigo» y que por eso «desde el mismo comienzo la psicología individual es simultáneamente psicología social en este sentido más lato, pero enteramente legítimo».

Entre nosotros, la psicoanalista S. Bleichmar señaló en «Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo» que hay polaridades que determinan diferencias y condiciones: por una parte, el polo que está marcado por la producción de subjetividad; por otra, el que se relaciona con la producción psíquica. Remarcó que mientras la constitución del psiquismo está dada por variables cuya permanencia trascienden modelos sociales e históricos y que pueden ser «cercados» en el campo específico del psicoanálisis, la producción de subjetividad incluye los aspectos que contribuyen a la construcción social del sujeto y que, al articularse con variables sociales, lo inscriben «en un tiempo y espacio particulares desde el punto de vista de la historia política».

Los textos se escriben en contextos

La innegable presencia social de nuevas formas de agrupamiento familiar en occidente —familias ensambladas, monoparentales, comaternales y copaternales, por ejemplo— desafían los conceptos tradicionales de las ciencias sociales en general y del psicoanálisis en particular.

Roudinesco (2003) sostiene que en el siglo XX se introduce en el núcleo de las relaciones de parentesco «una mitología del destino trágico y de la condena de un hijo culpable de sus deseos». A partir de este aporte y considerando, por ejemplo, la inscripción oficial de un niño con dos madres y un padre en ciudad de La Plata el pasado 20 de marzo de 2015 —caso único de triple filiación en Argentina y en América latina— podemos recurrir a S. Bleichmar cuando, en el artículo antes mencionado, se pregunta sobre la vigencia del complejo de Edipo como articulador fundamental en las relaciones familiares: «¿este complejo puede ser derribado en su carácter de organizador general del psiquismo a partir de las nuevas formas de procreación y crianza?».

El psicoanálisis desafiado

La «contigüidad biológica», para esta autora, ha estallado frente a nuevos modos de acceso a la producción psíquica en sujetos que no provienen del modelo clásico de diferenciación sexual masculino / femenino. El engendramiento y la crianza se pueden desplegar en el interior de nuevas alianzas —femenino/femenino; masculino/masculino; femenino/espermatozoide donado; masculino, masculino/óvulos-vientre prestados; masculino, femenino/vientre prestado…— alianzas que «inciden en la fantasmática particular de progenitores e hijos».

Y que también actúan, como se señaló, en los paradigmas científicos clásicos: el psicoanalista J. Alemán (2014:74) dice: «hay un empeño en preguntarnos qué quiere decir el psicoanálisis en el siglo XXI […]. El psicoanálisis está siempre en el límite de lo que se puede sostener […]. En cada encrucijada histórica se ponen a prueba sus posibilidades, su pertinencia, su manera de estar en el mundo».

Segunda mitad del siglo XX

El historiador E. Hobsbawm (1997) dedica varios capítulos a analizar lo que él denomina «revolución cultural —un período que se extiende desde el año 1945 al ’90—, fenómeno occidental que se despliega a través de la familia y del hogar, o sea, a través de la estructura de las relaciones intra e intersexual y entre las distintas generaciones».

Entre 1965 y 1970 las naciones conviven con tres líderes mundiales en primer plano que sostienen distintos paradigmas socio-políticos: el presidente estadounidense J. F. Kennedy y las nuevas fronteras; el primer ministro N. Kruschev y la coexistencia pacífica y el papa Juan XXIII y el ecumenismo renovado y otros dirigentes y posiciones ideológicas en un trasfondo de renovación y cambios. Podrían citarse a M. L. King y la lucha por el fin de la discriminación racial; el avance del maoísmo en occidente; la insurgencia juvenil en el mayo francés del año 68; los años de la contracultura hippie; la consolidación de los movimientos feministas —sobre todo en su segunda versión— y de la aparición de la píldora anticonceptiva. En ese año 1965, E. Roudinesco (ob.cit) nos recuerda que gays y lesbianas de la costa californiana proclaman el deseo de ser padres y madres.

Neosexualidades / neoparentalidades

En 1982 la psicoanalista neozelandesa J. McDougall propone el neologismo «neosexualidades» con el fin de neutralizar el sentido generalmente despreciativo del sintagma «perversiones sexuales». Según ella, esta propuesta estaba sostenida por algunos de sus pacientes que —también siguiendo sus palabras— han «reinventado» la sexualidad humana en sus aspectos genitales y heterosexuales, cambiando metas y objetos y colaborando en la creación de una nueva escena primaria.

Años después, M. Libson (2006) dice que el término «homoparentalidad» se acuña en Francia en 1996 por la «Asociación de padres y futuros padres gays y lesbianas» y que designa diferentes situaciones por las que un adulto que se denomina homosexual, travesti o intersexual es (o pretende ser) padre o madre.

Pero según E. Roudinesco (ob. cit), estos nuevos agrupamientos que suelen ser visualizados como de vanguardia y rupturistas del orden establecido «no inventan nada», sino que perpetúan el modelo familiar impugnado. Dice: «cuando desde la diversidad sexual se tiene acceso a una serie de derechos antes vedados, se neutraliza la ruptura, la disidencia y se integra a una norma ahora legitimadora pero antes deshonrosa y causante de persecuciones».

Y continúa que esa integración tranquilizadora para la minoría puede resultar perturbadora para la mayoría. Los argumentos recurrentes son que se pervertiría el orden familiar y la función misma de la familia considerada la «célula básica de la sociedad».

Un aporte antropológico

Jelin (2006: 16 y subs.) señala que «hasta no hace mucho tiempo, había muy poco cuestionamiento a un modelo de familia “ideal” e idealizado: la familia “nuclear” y neolocal, o sea, en un lugar de residencia distinto a la familia de origen».

Este tipo de familia se caracteriza por convivencia de un matrimonio monogámico y sus hijos que conforma su propio hogar en el momento del casamiento y sexualidad, procreación y convivencia que coinciden en el espacio «privado» del ámbito doméstico.

Este tipo de familia se ha considerado durante siglos como sinónimo de familia y se lo ha concebido anclado en una «naturaleza humana» inmutable que desmiente la construcción cultural de los agrupamientos humanos y que se ha erigido como otro sinónimo de la normalidad.

Esta visión ha obstruido la comprensión —es más, en algunos sectores sociales, ha ocultado— la presencia y el accionar de dos fenómenos significativos cualitativa y cuantitativamente. El primero, indica que siempre hubo otras formas de organización familiar; otras formas de convivencia; otras sexualidades y otras maneras de llevar adelante las tareas de procreación y reproducción.

El segundo, y a partir de la democracia como régimen político imperante en occidente y, a pesar de diferencias locales y regionales, se ha puesto en tela de juicio y se ha condenado abiertamente ese modelo de «familia tradicional» estructurada patriarcalmente alrededor de un poder concentrado en el «jefe de familia» y con esposa y descendencia ancladas en la subordinación a ese jefe.

La grieta comienza a visibilizarse

La historiografía de la familia ubica un momento clave de esa ruptura en la revolución industrial inglesa o primera revolución industrial; un proceso de transformación económica, social y tecnológica que se inició en la segunda mitad del siglo XVIII en Gran Bretaña, que se extendió unas décadas después a gran parte de Europa occidental y Estados Unidos y que concluyó entre 1820 y1840. Durante ese período se vivió el mayor conjunto de transformaciones económicas, tecnológicas y sociales en la historia de la humanidad desde el Neolítico y se dio el paso de una economía rural basada fundamentalmente en la agricultura y el comercio a una economía de carácter urbano, industrializada y mecanizada.

La estructura familiar sufrió un alto impacto con esa revolución. Se crean oportunidades de trabajo asalariado en las fábricas urbanas coincidiendo con el éxodo masivo de poblaciones campesinas a las grandes urbes. Las primeras oportunidades de trabajo son aprovechadas por los padres de familia pero lentamente se van incorporando cónyuges e hijos aunque el padre se reserva el derecho a cobrar el salario de todo el grupo y a distribuirlo posteriormente.

Un segundo momento es cuando el salario pasa a ser cobrado individualmente por el trabajador fuera de la tutela paternal. La gran masa de asalariados con el tiempo estuvo integrada mayoritariamente por jóvenes rurales migrantes que dejaban a su familia férreamente patriarcal en el terruño; estos jóvenes, solos en el nuevo lugar de residencia, comienzan a agruparse entre sí y a compartir espacios habitacionales dando lugar a las familias obreras. El salario es cobrado directamente por ellos lo que va consolidando la independencia juvenil —o sea, el nombre propio (autonomía)— en desmedro de la heteronomía, o sea, del nombre del padre.

Esta individuación se ve impulsada, también, por la escolaridad extrahogareña lo que posibilita la incorporación de nuevos saberes y el tramado de nuevas relaciones sociales más allá de la familia y el ámbito doméstico. Esta paulatina pérdida de la autoridad parental se ve reflejada en la consolidación definitiva de la cultura juvenil urbana hacia mediados del siglo XX y a una pronunciada horizontalidad en los vínculos familiares.

Tres períodos históricos

Según E. Roudinesco (en concordancia con otros autores) pueden mencionarse tres grandes períodos en la historia de la familia occidental: familia tradicional; moderna y posmoderna o contemporánea.

El primero se basa en la transmisión patrimonial, o sea, se funda en un pacto que no tiene en cuenta sexualidad y afectividad. Contempla el matrimonio por «conveniencia» y se apoya en un orden inmutable, sometido a la autoridad del padre que encarna la monarquía en el ámbito doméstico y es una expresión del derecho divino.

El segundo —familia moderna— va dando lugar a la lógica del amor. Surge a fines del siglo XIX y comienzos del XX. Basado en el romanticismo, es un orden familiar (ya no divino) que valoriza la reciprocidad de sentimientos y deseos, la división del trabajo y la educación de los hijos.

La familia contemporánea o posmoderna (que caracteriza al tercer período) está conformada por parejas que se unen por períodos de relativa duración y que plantean un duro cuestionamiento a la figura clásica de la autoridad. En esta concepción pueden encuadrarse los estudios sobre la declinación del «nombre del padre» y el «deterioro» de la autoridad paterna.

La lógica del amor

Desde los aportes de E. Jelín (ob.cit) podría pensarse que la torsión más importante en este panorama está dada por la elección personal guiada por el amor. O sea, la pareja no es impuesta y se recuesta sobre el noviazgo, una institución histórica relativamente nueva y que se estructura a través del afecto y la compatibilidad personal.

Estas dos variables se contextualizan y refuerzan en los procesos de individuación que agrupan a la libertad y elección individual; al reconocimiento del deseo sexual y a la lenta y gradual aceptación social de comportamientos minoritarios que escapan a la normatividad de las mayorías.

Podría pensarse a la elección personal como un axioma actual fundante de parejas y familias, pero con algunas limitaciones que en algunas situaciones son sutiles y, en otras, evidentes y groseras. Si bien en el imaginario social tiene una fuerte impronta esta posibilidad de elegir a quien uno quiera, padres y familiares pueden ejercer una fuerte presión si la pareja elegida no se ajusta a las expectativas familiares.

En general, los procesos de socialización suelen moldear los sentimientos personales y delimitan espacios donde los futuros integrantes de una pareja pueden encontrarse. Si la pareja es el pasaporte de la salida de la endogamia a la exogamia, los condicionantes anteriores restringen lo exogámico a los límites de la homogamia, o sea, la pareja suele elegirse dentro de un mismo grupo o categoría social en términos de edad, clase social, identidad étnica, racial, religiosa y nacional.

Todo sexo es político

Los autores de Todo sexo es político (Pecheny, Figari, Jones y colab; 2006) señalan que en la ciencia todavía hay problemas de denominación dentro de las neosexualidades más allá de los genéricos universales masculino / femenino: personas no heterosexuales; homosexuales; gays y lesbianas; travestis; transgéneros; trans, bisexuales e intersex. O sea, miembros de la diversidad actual que no se ajustan a los patrones establecidos y que se agrupan en la sigla LGBTTTIQ (1).

Esta sigla desafía categorías tradicionales (por ejemplo, masculino / femenino) afianzadas en la heteronormatividad que todavía es el principal organizador de las relaciones sociales y que se basa en la heterosexualidad reproductiva, parámetro que legaliza el intercambio entre hombre y mujer y que condena otra serie de prácticas sexuales, afectivas y amorosas existentes. M. Foucault sostenía que la sexualidad se asocia a un dispositivo que produce la identidad sexual de una manera normativa, política e ideológica; ligada al poder y a equipamientos constructores y modelizadores de la subjetividad.

Por su parte, P. K. N. Schwarz (ob.cit) resume en su aporte: «Las lesbianas frente al dilema de la maternidad» lo que se ha señalado hasta este momento: el concepto de familia nuclear ha recorrido la historia moderna de occidente y parte de un sustrato biológico que suele ligar la sexualidad, la procreación y la convivencia en una unidad fundada a partir del matrimonio monogámico.

Esta concepción de la unidad social (la clásica definición de «célula básica de la sociedad») tiene dos efectos básicos: se naturaliza este tipo de familia y se la representa como exponente genuino de la normalidad. Pero es innegable que se está frente a nuevas formas familiares que cuestionan ese modelo y que han conmovido la misma interioridad de la estructura.

Esa estructura básica conmovida se apoya en tres elementos iniciales: biológico, simbólico y jurídico. El biológico se refiere a la relación de engendramiento entre hombre y mujer; el simbólico, a la presencia de la madre y el padre en la crianza de los hijos y el jurídico, al conjunto de normas regulatorias de esa relación.

Esa estructura básica no se ha visto conmovida sólo por la presencia de la familia homoparental: familias adoptivas, monoparentales y ensambladas han aportado sus características para esa conmoción. Pero las familias homoparentales (actualmente se comienza a hablar de comaternales y copaternales con un atisbo de estructuras más novedosas como la señala anteriormente de un niño inscripto en un régimen de dos madres y un padre) parecen haber «movido el avispero» de una forma inédita y alarmante para sectores más conservadores de la sociedad.

La familia homoparental

Resulta difícil encuadrarla porque comparte características de los otros tipos familiares, pero tiene sus especificidades distintivas, por ejemplo, puede haber dos mamás o dos papás en la crianza de la prole, pero esta condición es compartida por las familias coparentales.

Una definición aceptada dice que es una familia en la cual las personas —o alguna de ellas— a cargo de la crianza de los hijos no se inscriben en el modelo de heterosexualidad obligatoria y que están formadas por personas travestis, transexuales e intersexuales en cuanto a su identidad de género y a personas homosexuales en cuanto a su orientación sexual.

Según A. Cadoret (2013) dentro del colectivo «familia homoparental» existen, hasta ahora, cuatro posibilidades: ruptura de una unión heterosexual y la formación de una nueva alianza no heterosexual; sistema de coparentalidad en el que hombres y mujeres no heterosexuales que viven solos o en pareja, se ponen de acuerdo para tener un hijo o hija que se criará entre las dos unidades familiares; adopción y, por último, nacimiento engendrado con técnicas de procreación asistida a través de inseminación artificial con donante o madre sustituta.

Esta autora también señala que, junto con estas condiciones estructurales, la familia homoparental pone en entredicho el lugar de la sexualidad en la sociedad y que cuestiona las formas tradicionales de pensar la complementariedad y la parentalidad ya que socava los aspectos simbólico y jurídico tradicionales ocupados por los hijos.

Si nos referimos nuevamente al aporte de S. Bleichmar, la sociedad debe debatir si una criatura necesita a un padre y a una madre como figuras fundamentales para su crianza. En este sentido, las familias mixtas, coparentales o monoparentales todavía gozan de mayor legitimidad que las homoparentales.

El debate actual gira alrededor de dos ejes básicos: si es necesaria la presencia de una figura materna y una paterna y qué influencia puede tener la orientación sexual de padres y madres «diversos» sobre hijos e hijas.

Relación infancia y «diversidad familiar» y «diversidad sexual»

Todavía, y más allá de las legitimaciones, los organismos y agrupamientos conectados con la problemática de la aceptación y/o rechazo de estas neosexualidades señalan que queda mucho por hacer y muchos prejuicios a vencer. Un seguimiento cronológico de las consignas políticas desplegadas en las sucesivas marchas por el «orgullo LGBTTTIQ», que se llevan a cabo el primer sábado de noviembre de cada año en Buenos Aires, pueden visibilizar cuánto se ha avanzado y cuánto queda por conquistar.

Las consignas de «matrimonio igualitario» e «identidad de género» que eran fuertemente aglutinantes en oportunidades anteriores fueron neutralizándose en la medida que el estado argentino dio respuesta a estas necesidades. De todas maneras, esta lucha por la vigencia de los derechos humanos de las minorías sexuales seguían un curso previsible: el estado era el interpelado por sujetos que reclamaban reconocimiento y aceptación legal y social y fue el estado el agente de responder a lo solicitado.

En las últimas marchas —años 2013 y 2014— se lucha por la legalización y despenalización del aborto —un reclamo político que excede al colectivo de las minorías sexuales y que se encuadra en la demanda de los sujetos al estado nacional—. Pero en esas últimas marchas, una parte de las consignas giraban alrededor de la no discriminación de los hijos de estas familias en escuelas e instituciones donde se desarrolla la vida infantil. Una oradora, en el acto de cierre, repetía: «Por la no discriminación de nuestros hijos en las escuelas». En este caso, el derecho exigido era de un sujeto al estado representado por la institución escolar, pero también del derecho de un sujeto atravesado por la diferencia a otros sujetos pertenecientes a la mayoría.

Es conocida la existencia y accionar del INADI, Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo. Rescatamos una experiencia poco conocida llevada a cabo por este organismo.

El INADI realizó una investigación titulada «Análisis de libros escolares desde una perspectiva de los derechos humanos» (2014) que gira alrededor del espacio, estilo y contenidos escritos y gráficos que los derechos humanos poseen en el texto escolar actual considerando que, a pesar del desafío e incuestionable presencia de los recursos informáticos, la educación formal y el libro de lectura son todavía un dispositivo social y un agente de subjetivación muy importantes en la infancia argentina.

El estudio se centra en analizar los temas «igualdad y discriminación», «pobreza», «aspecto físico», «género», «afrodescendientes», «discapacidad», «migrantes», «pueblos indígenas», «diversidad religiosa» y «diversidad familiar» en una muestra de libros escolares de editoriales nacionales y con presencia en las aulas escolares.

Las conclusiones demuestran que, por el momento, existe una disociación (intensa o más leve) entre aceptaciones formales o «teóricas» del sujeto diferente a la norma y una realidad empírica que se cuela, todavía, en textos e ilustraciones escolares. En la categoría «género», por ejemplo, la mujer aparece en más ilustraciones que en etapas anteriores, pero los roles estereotipados de mujer y hombre continúan. La mujer está en el ámbito de la escuela, en la familia y en el hogar en un alto porcentaje y en una expresión mínima en escenarios políticos e históricos. En estos últimos, la preeminencia sigue siendo fuertemente masculina.

El «aspecto físico» recalca el cuerpo idealizado de la cultura narcisista actual: delgadez, blancura y ausencia de personas con sobrepeso y, prácticamente, no hay alusión al tema «discapacidad». El inmigrante «blanco» y «europeo» mantiene su lugar tradicional y casi no hay alusión a inmigraciones más recientes de países vecinos.

Por último, y en relación al capítulo «diversidad familiar», textos e ilustraciones reproducen en un porcentaje abrumadoramente mayoritario el predominio de la familia tradicional con un desconocimiento casi absoluto de otras formas familiares. Si bien en los textos se menciona el tema de los derechos humanos, se encuentra una marcada disociación entre la presencia de ese enunciado universal —algo así como «los derechos humanos», enunciado muy valioso, por otra parte— y la casi ausencia total de los derechos más específicos de las minorías, en general, y de las diversidades familiares y sexuales, en particular.

Cerremos los presentes apuntes con una cita de la página 77: «debe garantizarse la visibilidad de estos fenómenos sociales para que niños y niñas tengan referencias que puedan tomar como propias, ya que la visibilidad implica dar identidad, reconocer la existencia y poner en valor esta diversidad».

Notas al pie

(1) Estas denominaciones suelen agruparse en la sigla LGBTIQ que, reconstruida, se refiere a L (homosexualidad femenina); G (homosexualidad masculina); B (bisexuales); T (travestis, o sea hombres que no se han operado los genitales masculinos, pero que tienen prótesis femeninas, en especial, busto); T (transexuales, personas que modifican el sexo original mediante cirugías); T (transgénero, personas en las que no existe concordancia entre el sexo y el género); I (intersexuales, personas con características geno y fenotípicas de varón y mujer) y Q (queer, traducción del inglés como «género raro» o «intergénero»).

Bibliografía

Alemán, J. En la frontera: sujeto y capitalismo. Barcelona, Gedisa, 2014

Bleichmar, S.: «Entre la producción de subjetividad y la constitución del psiquismo» [en línea]. Dirección URL: <http//: www.silviableichmar.com/artículos8.htn (Consulta: mayo 2015).

Bleichmar, S.: «Travestismo infantil», en Paradojas de la sexualidad masculina, Buenos Aires, Paidós, 2006.

Cadoret, A.: Padres como los demás, Madrid, Gedisa, 2013.

Freud, S. (1921): Psicología de las masas y análisis del yo, A. E., XVIII.

Hobsbawm, E. «La revolución cultural», en Historia del siglo, Barcelona, Grijalbo, 1996.

Jelin, E. Pan y afectos. La transformación de las familias, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2006.

Roudinesco, E.: La familia en desorden, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003.

Schwarz, P.K.N.: «Las lesbianas frente al dilema de la maternidad», en Mario Pecheny, Carlos Figari, Daniel Jones et ál.: Todo sexo es político, Buenos Aires, Libros del Zorzal, 2006.

Acerca del autor

Abel Zanotto

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