ASOCIACIÓN ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista
"Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº4
Mesa
redonda: Criterios de curación y objetivos terapéuticos en psicoanálisis en la
actualidad*
Panelistas: Dra. Mabel Fuentes
Dr. Aldo Melillo
Dr. Benzion Winograd
Coordinador: Dr. Ezequiel A. Jaroslavsky
Dr. Ezequiel Jaroslavsky: Hoy nos reunimos para presentar la mesa
"Criterios de curación y objetivos terapéuticos en psicoanálisis en la
actualidad", pero es al mismo tiempo la presentación de la revista
virtual El Psicoanálisis: Ayer y Hoy, nº 3
(www.elpsicoanalisis.org.ar), revista que ya tiene poco más de un año de
presencia en la Web. Por lo tanto voy a dedicar unos minutos a hablar de ella.
Quiero aclarar que esta revista es resultado de una
continuidad, si bien surgió a partir de la comisión que presido, la que trabajó
en el diseño de la propuesta durante más de 2 años con el respaldo técnico del
Centro de Información en Psicoanálisis, no hubiera sido posible sin el apoyo
que hemos tenido por parte de todos los colegas de nuestra institución y de la
riqueza de la producción de la revista (gráfica) de la Asociación Escuela
Argentina de Psicoterapia para Graduados, que fue obra de sucesivas comisiones
de publicaciones. En la revista El Psicoanálisis: Ayer y Hoy publicamos
por una parte los artículos de los números agotados de la revista impresa, que
actualmente no están a disposición de los lectores y que fueron seleccionados
por un comité de 30 profesores de nuestra institución. Uno de los números
agotados fue el 14, "Criterios de curación y objetivos terapéuticos en el
psicoanálisis", y es en su homenaje que hacemos la convocatoria de hoy. Quiero
remarcar el agradecimiento a las colegas: Vera Neuman; Verónica Ginocchio;
Alicia Slobinsky; Maria Teresa Reddel; Ana María Penacchionni, de la comisión
de la revista; la licenciada Alicia Hasson, del Centro de Informaciones en
Psicoanálisis; y la licenciada Mabel Rosenvald, de la Comisión de
Publicaciones; también a todos los colegas que colaboraron en la selección de
los artículos, a las autoridades de nuestra institución que apoyaron el
desarrollo de la misma; y, por último, a las secretarias que cotidianamente la
sostienen.
Pasamos ahora a presentar la mesa. ¿Qué pensamos
después de diecisiete años de su publicación en la revista sobre los
"Criterios de curación y objetivos terapéuticos en el psicoanálisis"?
¿Qué reflexiones nos suscita el tema?
Están aquí para disertar al respecto los doctores
Mabel Fuentes, Aldo Melillo y Bruno Winograd.
Dra. Mabel Fuentes: Bueno, en primer lugar, agradezco
la invitación a hablar de un tema tan interesante y vigente.
Me pregunto: ¿qué sería la curación desde el punto de
vista psicoanalítico? ¿Han cambiado los criterios, los objetivos de la cura
psicoanalítica? Si lo pensamos en comparación con los inicios, con los primeros
tiempos de Freud, el acento estaba puesto en la remisión sintomática lograda
por la vía de resolver las causas de la neurosis, renunciando a la sugestión
como modo de influir en la cura. Sacar a la luz el conflicto psíquico haciendo
consciente el deseo inconsciente debía conducir a recuperar la capacidad de
goce y trabajo -goce en el texto de Freud debe leerse en el sentido corriente,
como capacidad de disfrutar–. Esto conduciría a transformar la miseria
neurótica en el infortunio corriente.
O sea que Freud nunca nos prometió la felicidad.
En El malestar en la cultura, Freud se extiende
en los detalles de este infortunio corriente y dice: "Tal como nos ha sido impuesta la vida nos
resulta demasiado pesada, nos depara excesivos sufrimientos, decepciones,
empresas imposibles, para soportarla no podemos prescindir de calmantes, los
hay de tres especies: distracciones poderosas que nos hacen parecer pequeña
nuestra miseria, satisfacciones sustitutivas que la reducen, sustancias
embriagadoras que nos tornan insensibles a ellas. Alguno de estos remedios nos
es indispensable".
Freud, en este artículo de 1930 -aunque parezca tan
actual-, examina casi exhaustivamente los medios usados por los hombres para
conseguir la felicidad o al menos disminuir sus sufrimientos. El arte, la
ciencia, la religión, las drogas, el aislamiento de los demás, la técnica dirigida
por la ciencia, el trabajo, las fantasías, el amor, el goce de la belleza, pero
también la locura, los delirios colectivos, las adicciones y las neurosis.
¿Por qué cosas nos consultan nuestros pacientes en
este recién iniciado siglo XXI?
¿Acaso no es por el fracaso de alguno de los medios
anteriores, con los que intentaban evadirse del sufrimiento?
Freud nos había advertido que cada una de éstas, que
él denomina "técnicas de vida", eran insuficientes, y del peligro de
adoptar alguna de ellas con exclusión de las restantes. Sin embargo se muestra
optimista, dice: "El designio de ser felices que nos impone el principio
de placer es irrealizable, no por ello se debe, ni se puede, abandonar los
esfuerzos por acercarse de cualquier modo a su realización, ninguna regla vale
para todos, cada uno debe buscar por sí mismo la manera en que pueda ser
feliz".
Pregunto: ¿es el psicoanálisis en nuestros días uno de
los modos en que cada uno busca su peculiar modo de ser feliz? ¿Es esto algo
que el analista pueda ofrecer?
En 1960, en El Seminario La ética del psicoanálisis,
Lacan se pregunta: "¿Es el final de análisis lo que se nos demanda?"
Y responde: "Lo que se nos demanda debemos llamarlo con una palabra simple
que es la felicidad. El analista se ofrece -sigo con la cita- a recibir, es un
hecho, la demanda de felicidad, lo que articulé este año consistió en
mostrarles y hacerles sentir hasta qué punto tomamos las cosas en un nivel
diferente. Cuán lejos estamos de toda formulación de una disciplina de la
felicidad. Esto es lo que conviene recordar en el momento en que el analista se
encuentra en posición de responder a quien le demanda la felicidad. La cuestión
del Soberano Bien se plantea ancestralmente para el hombre, pero él -el
analista- sabe que es una cuestión cerrada, no solamente lo que se le demanda,
el Soberano Bien, él no lo tiene, sin duda, sino que además sabe que no existe,
haber llevado a su término un análisis no es más que haber encontrado ese
límite en el que se plantea toda la problemática del deseo. Se trata del
problema de la relación actual de cada hombre en ese corto tiempo entre su
nacimiento y su muerte con su propio deseo".
Ir más allá del Soberano Bien, de lo que Lacan llama
el servicio de los bienes, implica también ir más allá del superyó y del
esfuerzo moral, esfuerzo que atormenta al neurótico; el deseo efectivamente no
se despliega en contra del superyó, sino más allá de él.
Dentro del campo del superyó ubicamos la tríada
odio-culpa-temor, dedicada a sostener la idea de un padre idealizado al que se
responsabiliza por el desamparo de la condición humana. Sostener al superyó en
su imperativo de goce es más cómodo pero más costoso.
Una paciente de 15 años se quejaba de la rigidez de su
padre, lo anticuado de sus valores y pretensiones para con ella; él no acepta
su novio, no quiere que salga a bailar, supone que le tiene que pedir permiso
cuando sale de casa aunque sea de día, pone horarios inaceptables, cree que
después de las doce de la noche no hay nadie en la calle, ¿Por qué no se
actualiza? ¿Por qué no cambia? Ella está furiosa por tener que soportar su mala
cara cuando vuelve a las siete de la mañana y cuando él no saluda al novio que
está con ella en el comedor o cuando censura su manera de vestirse, ¿no vio
acaso que todas las chicas de su edad se visten así? ¿Qué pretende? ¿Que se
comporte como su mamá cuando era joven? Es un hipócrita, un mentiroso, dice que
viene acá -se refiere a las sesiones, las entrevistas con los padres - para
cambiar y sigue igual.
Yo le digo que a lo mejor no es que el padre no quiera
cambiar, sino que no puede y que sería fantástico que ella volviera a casa y
nadie le pusiera mala cara, pero que éste es el papá que tiene y que a lo mejor
lo máximo que él puede hacer por ahora es dejarla salir, pero no puede ponerse
contento por eso.
El deseo tiene un precio, y el neurótico no quiere
pagar el precio.
Esta adolescente que había consultado por anorexia
estaba recluida en su casa y vigilada en todo momento por su mamá,
supuestamente para controlar que coma, que no vomite... ahora que el cuadro se
revirtió, ella puso en marcha su deseo, encontró un novio, sale a divertirse
con las amigas pero no acepta la consecuencia: la mala cara del papá.
La sonrisa del padre implicaba que ella era una nena
obediente y amoldada a sus deseos, buena alumna, colaboradora en las tareas de
la casa, no pedía salir con sus amigas, miraba a los muchachos a distancia y
presidía el "club de las que nunca van a tener novio" -eso tenía unas
iniciales que ahora no recuerdo-, pero estaba deprimida, no le encontraba mucho
sentido a la vida y suponía que iba a tener que hacerse monja porque el padre
nunca aceptaría verla con un joven del sexo opuesto.
Hay un punto en el que hay que elegir entre el deseo y
la armonía con el gran Otro, viene a cuento este fragmento de Saint Exupery en El
principito. El principito se encuentra con el zorro y le explica que viene
de otro planetal. El zorro le pregunta si hay cazadores en ese planeta y el
principito le responde que no, a lo que el zorro exclama:
"-Es interesante eso, ¿y gallinas?"
"-No", responde el principito.
"-Nada es perfecto", suspira el zorro.
El neurótico se aferra a la idea de encontrar un
planeta repleto de gallinas y sin cazadores.
Esto sería pretender que no haya castración, pretender
escapar a la condición humana porque, además, en ese planeta perfecto, ¿qué le
quedaría por hacer?
Cierto monto de insatisfacción es el motor del deseo.
Esto es una cuestión delicada, hay una cantidad de displacer inherente al hecho
de estar vivos. Sabemos que desde la perspectiva de la pulsión no hay
satisfacción completa posible, es más, al encontrar la satisfacción que sí es
posible, el sujeto se enfrenta con la imposibilidad de una satisfacción más
plena.
Freud decía que la felicidad obtenida a través de la
satisfacción pulsional sólo podía obtenerse, justamente, como un fenómeno
episódico. Dice Freud: "Toda persistencia de una situación anhelada por el
principio de placer sólo proporciona una sensación de tibio bienestar, pues
nuestra disposición no nos permite gozar intensamente sino del contraste, pero
sólo en muy escasa medida de lo estable. Así, nuestras facultades de felicidad
están ya limitadas en principio por nuestra propia constitución".
Decía que este asunto de la satisfacción es una
cuestión delicada porque, en general, el neurótico se mantiene en un nivel de
insatisfacción superior al impuesto por la condición humana, es un modo de
mantenerse a distancia de la imposibilidad; como dice Lacan, es más cómodo
padecer la interdicción que exponerse a la castración. El argumento neurótico
consiste en decirse: no soy feliz porque no tengo esto o aquello, que es lo que
deseo, y no lo tengo porque está prohibido, porque el Otro no me lo da, porque
no soy capaz de conseguírmelo, todos lo tienen, cualquiera puede tenerlo,
excepto yo. Así transforma el desamparo de la condición humana en una desgracia
personal.
Por eso dice Lacan: "Los neuróticos penan
demasiado, hasta cierto punto este penar de más, este demasiado esfuerzo,
demasiado sufrimiento, es la única justificación de nuestra intervención".
Este penar de más, ¿podríamos llamarlo goce? El goce
no es más que displacer, dice Lacan en la lógica del fantasma. Vemos que esta
palabra tiene aquí un valor distinto del coloquial y el uso freudiano;
entonces, el goce no es más que displacer, y el principio de placer es lo que
hace límite al goce. Pero... ¿Quién goza? El goce es siempre del Otro con
mayúsculas, es el goce atribuido al Otro, no hay quien pueda decir "yo
gozo", no se goza, sino que se es gozado por el Otro, al menos el
neurótico se ofrece en posición de objeto a ser gozado por su Otro, esto no
quiere decir que haya otro allí que goza, la castración recae tanto sobre el
sujeto como sobre el gran Otro.
Volviendo a los síntomas, Lacan nos muestra la
paradoja entre la satisfacción sexual sustitutiva que representan y la
insatisfacción subjetiva de la que se quejan los pacientes. Dice:
"satisfacen algo -los síntomas- que sin duda va en contra de lo que podría
satisfacerlos, lo satisfacen en el sentido de que cumplen con lo que ese algo
exige. Ese algo, ¿de qué se trata? Se trata de una satisfacción pulsional que
acarrea displacer". Eso, Ello, se satisface a costa de una vivencia
subjetiva de padecer, "Donde Ello era, un sujeto debe advenir", así
traduce Lacan la frase freudiana -perdonen mi alemán- "Wo Es war, soll
Ich werden". Ésta suele traducirse, más correctamente de acuerdo al
idioma, como "Donde ello era, el yo debe advenir" pero Lacan le da su
peculiar interpretación.
Podría decirse que esto es un objetivo terapéutico:
donde era pulsión –sujeto acéfalo–, que advenga un sujeto del deseo, tal es el
trabajo a realizar sobre el fantasma. Y donde era letra, insistencia de la
letra, como concepto límite entre saber inconsciente y goce, que advenga el
significante; que un significante represente al sujeto del inconsciente para
otro significante, este efecto de metáfora acarrea una mengua de goce.
Entonces, desde esta perspectiva, el análisis no avanza por un progreso en el
saber. No se trata de saber más, de saber lo no sabido del inconsciente, sino
por la travesía del fantasma –prefiero la palabra travesía a la de
atravesamiento–, ya que con los mismos términos constituyentes del fantasma, el
sujeto dividido y el objeto a, hay un cambio de posición del sujeto con
relación al objeto de su deseo; el objeto va dejando de funcionar como algo que
permite responder al goce del Otro y empieza a funcionar como causa, como
falta. Veo que el tiempo de mi exposición está en el límite, así que voy a
formular algunos criterios a tener en cuenta en la dirección de la cura a
través de algunos conceptos centrales en la teoría psicoanalítica.
1) Desde la perspectiva del narcisismo, la disminución
de los efectos de fascinación y de tensión agresiva entre el moi y el
semejante, este último aparece más como proveedor del menú de los deseos que
como rival a eliminar.
2) Desde el punto de vista de la pulsión, el
analizante cambia su posición de objeto ofrecido al goce del Otro para
realizarse como sujeto del deseo a nivel del significante. El analizante toma
compromiso con su deseo, lo que significa aceptar cierta pérdida; la
sublimación aparece como un destino posible del exceso pulsional no tramitado
por la vía inconsciente-deseo-represión.
3) En cuanto a las operaciones de
alienación-separación, la castración es aceptada tanto en el campo del sujeto
como en el campo del Otro, funcionando el objeto a como causa del deseo
una vez desprendido del ideal del yo, coalescencia que condicionaba en el
neurótico su disposición a la transferencia en el sentido de la sugestión: el
analizante se vuelve menos sugestionable, se presta menos a creer en un Otro
sin barrar.
4) Por último, se entrevé, se vislumbra la
imposibilidad del goce, esto es ir más lejos que el efecto de prohibición
inherente al Edipo; sobre la base de la imposibilidad del goce, de ese límite
infranqueable, se edifica lo que es del orden del placer y de la creación, de
lo cómico y de lo lúdico.
Dr. Jaroslavsky:
Bueno, gracias Mabel, ahora le toca a Aldo Melillo.
Dr. Aldo Melillo: Bueno, en primer lugar le agradezco
la invitación a Ezequiel para participar de esta mesa. Recuerdo la edición de
ese número de la revista sobre los objetivos terapéuticos, era una época de
fuertes discusiones sobre estos temas y yo tenía la sensación de que actualmente
había disminuido ese interés, pero lo que recién Mabel marcaba del
atravesamiento del fantasma o la travesía, como ella corrige, la culminación de
la elaboración de la posición depresiva desde el punto de vista kleiniano, las
fórmulas freudianas de terminación, había una cierta idea de terminación del
análisis, pero ninguna de estas perspectivas me satisfacían desde la
experiencia clínica. Cuando revisé el prefacio que escribí para esa número de
la revista, encontré una cita de Freud de una carta a Fliess, la número 133,
fechada en 1900. Allí Freud escribe sobre el paciente E: "Él concluyo por
fin su carrera como paciente mío con una invitación a cenar en mi casa, su
manera de ser ha cambiado por completo, se siente perfectamente bien y su
enigma está casi completamente resuelto; de los síntomas subsiste todavía un
resto, comienzo a comprender que el carácter en apariencia interminable de la
cura es algo acorde a ley y depende de la transferencia. Espero que ese resto
no menoscabe el éxito práctico. En mis manos estaba continuar la cura pero
vislumbré que ése es un compromiso entre salud y enfermedad, compromiso que los
propios enfermos desean y por eso mismo el médico no debe entrar en él. La
conclusión asintótica de la cura a mí me resulta en esencia indiferente;
decepciona más bien a los profanos. En todo caso mantendré un ojo vigilante
sobre este hombre".
O sea que la idea de terminación es esencialmente
clínica. Para Freud, el proceso de construcción de la historia reprimida está
casi totalmente resuelto. El paciente se siente bien, podría seguir el
tratamiento, está en manos de él, un éxito práctico, pero se produce un
compromiso entre salud y enfermedad que satisface al paciente, y Freud lo
acepta.
Leí en el libro de Bruno sobre Depresión un comentario
acerca del final del análisis de un paciente que llama Oscar (página 43), donde
dice lo siguiente: "en un principio habíamos decidido terminar de común
acuerdo, en un principio Oscar propuso seguir, pero con menos frecuencia, con
una especie de tratamiento de sostén, yo creí que la situación podría favorecer
una fantasía de análisis eterno y crónico que a mi criterio chocaría con la
posibilidad de que Oscar tuviera un registro de terminación compartida de un
proceso incluyendo las zonas en que no habíamos logrado introducir cambios
relevantes. Estuvo de acuerdo y nos pusimos a trabajar el fin del análisis
durante un periodo que fuese satisfactorio para mí ya que él no me puso
límites. Concluimos con un diagnóstico compartido de las zonas modificadas y de
aquellas en que tal cambio no se había producido, aunque persistían las micro
depresiones. Un síntoma de los que tenía Oscar a lo largo del proceso había
disminuido mucho el estrés y tenía cierto contacto consigo mismo, adecuado para
terminar una tarea cuya prolongación...". Bueno, Bruno dice alguna otra
cosa más.
O sea que más que pensar en el completamiento de una
cura o la finalización de un psicoanálisis, y esto es lo que yo hago por lo
menos, elijo encontrar un modo de cierre de un ciclo de análisis habiendo
acordado con el paciente los beneficios logrados y los temas que pueden quedar
pendientes, pero que no justifican continuar con el tratamiento por lo menos en
ese momento.
Sin embargo, quisiera ahora compartir con ustedes
algunas ideas acerca del proceso psicoanalítico que volqué en un trabajo
presentado en el II Coloquio Interdisciplinar: Transformaciones - Psicoanálisis
y Sociedad, en Barcelona en 2000.
En ese trabajo reviso el proceso psicoanalítico desde
el punto de vista de los sistemas autopoiéticos, y lo comenzaba también con una
cita de Freud. La cita es del texto "Sobre la iniciación del
tratamiento" y dice: "El médico analista es capaz de mucho, pero no
puede determinar con exactitud lo que ha de conseguir. Él introduce un proceso,
a saber, la resolución de las represiones existentes; puede supervisarlo,
promoverlo, quitarle obstáculos del camino, y también, por cierto, viciarlo en
buena medida. Pero, en líneas generales, ese proceso, una vez iniciado, sigue
su propio camino y no admite que se le prescriban ni su dirección ni la
secuencia de los puntos que acometerá". Esta cita de S. Freud (1913)
dirige nuestra atención sobre una cierta autonomía del proceso psicoanalítico
una vez que se inicia. Pero esto plantea algunas preguntas: ¿qué alcance tiene
esta autonomía del proceso psicoanalítico?, ¿supera incluso la voluntad del
analista, quien es el que organiza y decide en primera instancia el comienzo
del proceso?, ¿somos tan sólo una nueva especie de "aprendices de
brujo"?
Yo, ahí, empecé a pensar en la posibilidad de otro
modelo que quizás podía representar mejor algunas de las características de los
procesos psicoanalíticos, y así incluí la posibilidad de pensar el modelo del
proceso psicoanalítico con una similitud al modelo de los sistemas autopoiéticos,
que es un modelo de la biología, usado por Humberto Maturana y Francisco
Varela, que tiene que ver con la idea de que los seres vivos se constituyen
sobre la base de esta característica, la autopoiesis, la posibilidad de crearse
a sí mismos constantemente, dentro del límite que los define como un organismo,
con un entorno que influye sobre ellos pero que desde su propia
autodeterminación van constantemente produciéndose a sí mismos. Este modelo del
sistema autopoiético se ha mostrado fructífero para aplicarlo en otras
disciplinas; por ejemplo en sociología. Niklas Lukman dice que las sociedades
también son sistemas autopoiéticos, y desde ese punto de vista él trabaja su
sociología.
¿Cómo llego a esto? H. Thomä y H. Kächele (1989)
sugieren dirigir "nuestra atención sobre el proceso terapéutico, es decir,
sobre el camino total que paciente y analista recorren juntos, entre la
entrevista inicial y la terminación del análisis", e intentar entenderlo a
través de un modelo, que deberá dar cuenta de aquello que surge de la
constitución de la pareja analítica (No veo inconveniente en extender los
conceptos que se desarrollan en este trabajo a cualquier otro proceso
psicoanalítico: de pareja, grupo, familia, niños, etc.).
Esto lleva a otro modelo de proceso, considerado como
"diádico-específico", un proceso de dos que interactúan, donde la
contribución del terapeuta no es la de un observador exterior, sino la de un
participante plenamente incluido, con un papel central como codeterminante del
proceso terapéutico; y específico por la singularidad irreductible de cada par
paciente-analista y de cada proceso.
Thomä y Kächele entienden "la neurosis de
transferencia como una representación interaccional de los conflictos
intrapsíquicos del paciente en la relación terapéutica, cuya configuración
concreta es una función del proceso. Esta configuración es única para cada
díada -debido a lo cual el psicoanálisis puede, con todo derecho, ser
clasificado como una ciencia histórica- aunque permite, en un nivel de abstracción
superior, la identificación de paradigmas evolutivos típicos".
En la Argentina, varios autores se han expresado de
manera parecida. Emilio Rodrigué (1966) ve a la sesión analítica y al proceso
que allí tiene lugar bajo "el principio vigente en psicoanálisis de que
para estudiar un fenómeno psicológico es necesario participar en la inducción
del mismo". Y lo reafirma con las acotaciones de D. Liberman (1962):
"El psicoanalista está permanentemente implicado en el campo en que
observa los fenómenos, y debe saber que interviene en cuanto se va produciendo,
de ahí que sus conocimientos de la materia, sus características individuales,
trascienden el estrecho ámbito de su propia persona e inciden en la forma en
que son enfocados los fenómenos que observa, y especialmente la manera como
explica lo que ha comprendido". J. Bleger (1963) afirma que "la
sesión psicoanalítica es una totalidad o configuración dinámica (gestalt-gestaltum)
en la cual cualquier modificación en uno de sus elementos no deja de alterar la
estructura total del campo, porque todos sus elementos son interdependientes y
-lo que nos interesa particularmente- el emergente que surge en estas
condiciones es un original de la situación dada, y no la mera exteriorización
de algo ya totalmente presente en el psiquismo del paciente".
Hugo Bleichmar (1997) entiende que en la actualidad
debe reformularse "la teoría de la situación analítica en tanto campo
dinámico, es decir, del proceso analítico como construido por el analizando y
el analista: la transferencia dando vida a la contratransferencia y ésta a
aquélla, en una circularidad en la que no se puede fijar un punto de partida
sino constatar el proceso y luego mostrar los puntos de inflexión", que
serían, agrego, los puntos de producción de nuevos significados.
O sea que en esta senda se comprende el proceso
analítico como el fruto de la pareja analista y paciente produciendo algo,
historia, nuevos significados, emergentes originales como si el objetivo del
psicoanálisis para producir la cura no fuera tanto la reconstrucción
arqueológica del pasado del paciente, sino la generación de algo nuevo, algo
original.
Freud insiste en que toda interpretación efectiva debe
contener por lo menos una pieza de verdad histórica pero en
"Construcciones en el análisis" se contradice, afirmando que a veces
basta la verosimilitud de la construcción y sobre todo su aceptación por el
paciente para que sea terapéuticamente operativa.
Donald Spence, en Narrative truth and historical
truth, se ocupó extensamente de esta contradicción freudiana, llegando a la
conclusión de que en psicoanálisis trabajamos sobre la narrativa, aquello que
surge de nuestra experiencia del mundo, que incluye lo consciente y lo
inconsciente, y nuestros esfuerzos por describir lingüísticamente esa experiencia.
En el lenguaje, crear significados implica narrar historias. Constantemente se
va sustituyendo la copia directa del acontecimiento por la significación que
adquiere en la narración. Spence insiste, por ejemplo, que la puesta en
palabras de la imagen de un sueño o de un recuerdo involucra siempre una cierta
interpretación, que a menudo hay elementos que desaparecen o se transforman en
la traducción verbal y siempre resultará, en algún sentido, insuficiente,
parcial, deformadora o, también, reveladora. Pero la inclusión en una narración
que guarda cierta congruencia con la imagen originaria, la hace viable y
significativa, adquiere "verdad" narrativa.
En este punto es importante aclarar que lo que D.
Spence entiende como "verdad histórica" (que diferencia de
"verdad narrativa") se acerca más al concepto freudiano de verdad
material, a lo realmente ocurrido, que a la verdad histórico-vivencial, que
para Freud se debe considerar con una cuota de desfiguración del acontecer
histórico-objetivo. Si se trata de la verdad material, o sea del
"acontecer histórico-objetivo", habría que exigir una concordancia
con datos fehacientes, comprobados, que no se le exigen a la "verdad
histórico-vivencial" freudiana ni a la verdad narrativa, que son
equivalentes.
La narración implica siempre una estructura que da a
los sucesos un orden de significación. Spence afirma que cuando una
construcción adquiere verdad narrativa, se vuelve tan verdad como cualquier
otra clase de verdad (él tiene en mente las "verdades" de las ciencias
duras); ésta es la que opera en la cura psicoanalítica. En tal sentido,
"parece más apropiado concebir una interpretación como una construcción
-una proposición creativa- más que como una reconstrucción que se supone
corresponde a algo del pasado". Esto del lado del analista; el paciente,
por su parte, produce descripciones en forma narrativa que son una creación del
presente más que una pieza del pasado, un acto creativo con un cierto número de
significados dependiente del contexto que lo rodea (Viderman, 1979). Por eso,
el hecho de descubrir un significado no disipa la ambigüedad del relato ni del
síntoma y nos sentimos impedidos de dar por terminada una interpretación.
Pensaba en esto cuando Mabel hablaba de sugerirle a su
paciente que el modo en que la mira el padre no va a cambiar, que era a lo que
aspiraba ella desde su neurosis, que va a tener que convivir con eso; ahí ella
introduce otra manera de mirar una situación que antes no estaba en la
posibilidad de la paciente, que es el permiso paterno para que ella pudiera
salir de la casa, lo que le permite realizar sus deseos.
Lo que dice Spence, finalmente, es que, cuando una
construcción adquiere verdad narrativa, se vuelve tan verdad como cualquier
otra verdad, pensando en lo que habitualmente siempre se reprocha al
psicoanálisis: que nunca puede trabajar con verdades duras como las que
presuntamente trabajan las ciencias duras.
Volviendo al concepto de autopoiesis, aplicable en
diversos campos del conocimiento, podemos señalar en él varias cualidades: a)
es procesal, tiene un comienzo, un desarrollo y un fin; b) es autorreferente,
aunque se vincula con el entorno; c) se constituye sobre la base de un nexo
estructural que se autorreproduce, construyendo nuevos emergentes; d) es
autónomo, una vez que se pone en marcha.
No es muy difícil notar que hay muchos puntos de
contacto con las características que habíamos puesto de relieve respecto del
proceso psicoanalítico: la autonomía que le otorga Freud, la circularidad
referencial de la transferencia-contratransferencia, la producción y
reproducción de narrativas que portan sentidos en transformación.
Además permite la inclusión plena del terapeuta en el
sistema sin que se altere la especificidad de su rol y explica o permite
distintas aproximaciones a varias cuestiones:
1) Con respecto a la interminabilidad del análisis y/o
de la relación transferencial, hay que despejar definitivamente la idea de que
un análisis pueda "completarse", simplemente porque la posibilidad de
seguir produciendo narrativas por parte de la pareja analítica es infinita: no
se trata de un rompecabezas histórico que se puede terminar. Recuerden la carta
a Fliess: no se termina. El modelo arqueológico de la reconstrucción del pasado
induce la expectativa de una conclusión definitiva. El modelo de la
construcción creativa de una nueva narrativa de la vida del paciente permite
pensar que se ha producido una cura (se siente "perfectamente",
"ha cambiado por completo"), pero el proceso podría seguir
indefinidamente. Simplemente se acuerda discontinuarlo, en la medida en que ha
satisfecho las expectativas de ambos (o no, por supuesto). La interminabilidad
del proceso depende de su capacidad creativa y autorreproductiva.
2) La posibilidad del autoanálisis a posteriori,
gracias a la referencia del proceso analítico internalizado y su índole
autorreproductiva, más la flexibilización de la narrativa vital del paciente:
aprendió que las historias se pueden entender de modos diferentes y, por lo
tanto, cambiar su sentido y sus efectos.
3) Si entendemos al proceso psicoanalítico como un
sistema autopoiético, se hace patente la inclusión plenamente participativa del
analista y permite diferenciar como entorno del sistema: a) las creencias y los
deseos del terapeuta que la abstinencia le pide dejar en suspenso; b) los
"otros" significativos de la vida del paciente y, a veces, también
del analista; c) las teorías psicoanalíticas; d) el imaginario social y la
realidad social en su conjunto; e) la supervisión del caso; etc. Lo que emerge
en el sistema, influye en el entorno, pero lo existente en éste también puede
gatillar cambios en el sistema, o sea producir modificaciones del proceso.
4) Por otro lado existe la posibilidad de una
observación de segundo grado, la supervisión, que no intersecta con el proceso
psicoanalítico en sí: produce un nuevo emergente, diferente del propio proceso,
más próximo a la teoría, que, a su vez, es parte de otro sistema, el de la
ciencia. Si el código de la ciencia apunta a la diferenciación verdad/falsedad,
el del analista trabajando apunta más hacia la viabilidad/inviabilidad de la
construcción que le ofrece al paciente. En una observación de segundo grado
como es la supervisión, se puede ir introduciendo el código de la ciencia en la
medida en que se puede revisar el proceso a lo largo del tiempo, comparar con
los conocimientos teóricos previos y producir nuevas intelecciones. Desde esta
perspectiva se comprende mejor el viejo precepto técnico de Freud de no tomar
notas en las sesiones, y más aún, no hacer elaboraciones teóricas del caso
hasta haber terminado la labor clínica. La tarea de la supervisión debe hacerse
con el cuidado de dejar en claro que no se van a "corregir
interpretaciones", sino que se va a producir algo nuevo, diverso,
alrededor del proceso que se observa.
5) El carácter esencialmente creativo del acto
analítico con la producción de nuevos significados. J. Carpinacci (1997) lo
alinea con la necesidad teórica de incluir al psicoanálisis en las nuevas
corrientes científicas: si la naturaleza, en lugar de obedecer sólo a las
eternas armonías de la mecánica newtoniana, se nos presenta como esencialmente
inestable, caótica, donde se observa cómo súbitamente puede surgir una nueva
forma orgánica-funcional, basada tanto en las condiciones iniciales de la
estructura del sistema como en las condiciones actuales del entorno, es
imprescindible prestar atención a la condición esencialmente creativa del acto
psicoanalítico para dar cuenta del mismo. "No es la sola historia del
deseo... Es un conjunto de circunstancias aleatorias que confluyen con esa
historia las que construyen el sentido del encuentro paciente-analista".
6) La recuperación de los eventos del pasado no se
produce a la manera de una huella mnémica que insiste o repite, sino como una
disposición más de las que producen un presente y un futuro. La memoria se
constituye como una narrativa viable para el sujeto, aun la más patológica: a
veces sólo la "enfermedad" hace posible al sujeto continuar su vida
en las peores condiciones.
7) También explica por qué un reanálisis va a producir
emergentes diversos del anterior: lo que surge no es "algo" que está
en el paciente, sino un producto nuevo de un nuevo dúo, aunque sea el mismo.
8) Por otro lado, lo que han dado en llamarse nuevas
prácticas del psicoanálisis, aquellas que se alejan del consultorio privado y
los encuadres clásicos, la inclusión de los analistas en prácticas
multidisciplinarias y la aparición de nuevas patologías que requieren nuevos
abordajes, se legitiman, no desde el encuadre, sino desde el producto de la
práctica, el proceso psicoanalítico establecido en formas atípicas pero
"produciendo" psicoanálisis, nuevos significados, nuevas narraciones,
con efectos terapéuticos. La cuestión está en aferrarse al meollo de la empresa
psicoanalítica: construir significados.
Uno puede decir que el método psicoanalítico consiste
en proporcionar al paciente nuevos conocimientos de sí, o bien en volver a
describir lo narrado por él de una manera diferente, generativa. Ambas
afirmaciones son correctas.
En función de definir cuál es el producto de la
autopoiesis analítica, la referencia a la historia nos hace preferir la
narración: es la descripción lingüística de nuestra experiencia del mundo a lo
largo del tiempo, el cómo nos narramos a nosotros mismos. Implica a nuestra
identidad en sentido amplio, incluyendo nuestra patología. Y sin duda se
corresponde mejor con lo que un paciente nos cuenta y con nuestra tarea de
darle significado a su experiencia (tarea tan semejante a la del poeta, el
narrador y el historiador).
Por eso preferimos mantener al psicoanálisis en el
terreno de la narrativa, donde la represión y la defensa se recortan en una
dramática significativa, y cuya comprensión trasmitida al paciente puede
desencadenar un proceso de cambio. Como bien afirma G. Klein (1970) "los
analistas no tienen por qué sentirse culpables [...] de los objetivos de su
empresa. Para los analistas [...] existen [...] sólo 'encuentros'
que tienen un significado".
Jaroslavsky: Bueno, muchas gracias Aldo, le toca al
Dr. Bruno Winograd.
Dr. Bruno Winograd: De las seis viñetas que presento
en el libro, Aldo eligió la que yo pensaba desarrollar hoy, entonces juraría
primero que lo tengo acá, segundo que con Aldo no hemos hablado lo más mínimo,
tal vez esa amistad de cuarenta y pico de años y nuestros reencuentros
periódicos hayan jugado algo en ese sentido, no sé si voy a llegar al caso
clínico.
Me parece que es redundante decir que a este tema uno
lo trata desde su perspectiva personal; es decir que lo de la
"actualidad" tiene que ver cómo yo actualmente, a través de mi
experiencia, de mi historia como analista y como paciente, veo este tipo de
cuestión.
Voy a ubicar dos contextos para tratar de desarrollar
un aspecto de ese inmenso tema y ver si puedo llegar al caso clínico que ya ha sido
anticipado.
Uno podría ser el denominativo semántico, objetivos
terapéuticos en psicoanálisis, con toda la gama de autores y líneas y... ¿hay
algún término unificador en eso? Yo tengo el mío; el de "cura" ya no
me convence por toda una serie de malentendidos, sin pretender para nada
cuestionar los enfoques winnicottianos que me resultan riquísimos.
El término que a mi me satisface es el de
"cambio" o "transformación", creo que nadie diría que el
psicoanálisis no busca cambios, aunque en el congreso del '91, el de la IPA, se
abordaba el término "cambio psíquico" y en la reunión final, donde
hubo algunos aportes muy interesantes, una analista italiana, Estefanía
Manfredi Turilassi, dijo con acento italiano: "¿Ma que tanto cambio?, los
pacientes tienen miedo a que se los cambie", y todo el mundo quedó
impactado. Esa fue la única discusión en la que yo encontré que el cambio no
fuera un objetivo universal de cualquier psicoanalista sea cual fuese la
pertenencia que tuviera.
Un primer contexto es bibliográfico, estuve pensando
un poco cuál fue la bibliografía que en estos cuarenta años que yo transito por
este tipo de cosas me resultó un jalón interesante; con una característica, que
tanto en Freud como en algunos autores posfreudianos –por lo menos los que transito–
uno no nota, como en otros ámbitos disciplinarios, que un modelo liquida el
otro. Freud ha refutado pocas de sus teorías, la de la angustia, la de la
absolutización del trauma, y no muchas más, sino que agrega... Lo que si uno
podría decir es que cada sistema referencial, cada sistema conceptual, tiene su
propio modo de concebir el cambio.
Entonces, en Freud, en sus primeros trabajos en
psicoterapia de la histeria, hay algún modelo de cambio que es recuperable, la
idea del sistema mnemónico con sus nudos, casi puede ser intercambiado con
alguno neurocientífico.
"Recuerdo, repetición y elaboración" es el
paradigma de que el "trabajo" psíquico tiene que ver con recuperar
los recuerdos, la memoria, que también puede por implicancia significar
recuperar los deseos infantiles, reencontrarse con la sexualidad, etc.
En "Análisis terminable e interminable", uno
de los trabajos de cierre, aparecen el término el trauma, el yo y la pulsión
como tres ejes, o que habría que intentar cambiar con la limitación del caso.
Es decir, uno piensa que Freud fue agregando, no fue oponiendo modelos, o sea
que la segunda tópica, "donde estuvo el ello que esté el yo", no es
necesariamente contradictoria, lógicamente, con recuperar la memoria, el deseo
y lo demás, sino que hay agregados, y eso a mí metodológicamente me resulta
convincente, porque incluso en el análisis posfreudiano me doy cuenta de que mi
modo de ir agregando elementos de distintos esquemas referenciales tiene esa
característica: la de la compatibilidad.
Por supuesto que esto merecería una discusión crítica.
¿Son todos compatibles? ¿Es eso eclecticismo? Yo creo que ni es eclecticismo ni
son igualmente compatibles. Uno evalúa, hace una especie de introspección de lo
que es su análisis y su práctica clínica y encuentra convenientes a tales y
cuales modelos.
Bueno, por supuesto que a mí me influenció mucho el
artículo de Bleger sobre criterio de curación y me parece que ha sido un jalón
y que sigue teniendo valor actual en un sentido general. Los criterios de
Liberman sobre su modo de reparación, otro tanto. Y esta revista de la Escuela
Argentina de Psicoterapia para Graduados, que es única porque no hay otra
revista que yo conozca que haya juntado diez modelos diferentes... es otro
jalón.
Entre los autores más actuales que a mí me han
influenciado puedo nombrar a Thöma y Kächele, y a Hugo Bleichmar.
Ahora bien, dentro de esta especie de
"minivademécum temático", ¿cuáles son algunas de las nociones que yo
creo que tienen cierta relevancia en mi modo de entender la posibilidad de
cambios? Aclaro que ni eclecticismo, ni sumatoria indiscriminada ni acrítica,
sino compatibilidad parcial que hace a la antecámara teórica de cada analista,
donde también se debe discutir cuáles son los movimientos internos de sus
teorías. Creo que las teorías en psicoanálisis tienen que funcionar de este
modo, como antecámara y no en la relación directa con el paciente, donde lo que
importa es el vínculo emocional, el vínculo con el propio análisis, la
descodificación mucho más directa. Pero esa antecámara realimenta
espontáneamente, como señalaba Liberman, la comprensión.
También tengo una fuerte impronta kleiniana. A mí me
ha quedado la idea de la necesidad de modificación cualitativa y cuantitativa
de las ansiedades. Este modelo me sigue sirviendo usando un criterio pragmático
más allá del cuestionamiento al kleinismo bueno, a la exageración, a la
transferencia automatizada, etc. Creo que muchos de los aportes kleinianos no
deberían perder relevancia. Es decir, a mi me parece que el problema de los
esquemas referenciales posfreudianos no es cuáles sirven más o cuáles sirven
menos, sino el reduccionismo de absolutizar a cada uno en su propio mundo.
Personalmente, mi posición –que no es neutra– es que ninguno de los esquemas
referenciales posfreudianos alcanzan por sí solos a dar cuenta de la
complejidad de la vida psíquica, parto de ahí.
En mi historia, después de Klein vino Kohut, con el
cual tuve muchos contactos y me implicó replantearme la problemática del
narcisismo productivo, tratando de ser fiel a una tradición freudiana según la
cual el narcisismo es una problemática y no sólo una patología, y pensar en la
recuperación del narcisismo saludable que plantea Kohut.
La idea de Kohut de recuperar el narcisismo saludable,
o generarlo cuando no se produce, como decía Aldo, ha marcado mucho mi propio
procesamiento.
La idea de Bion de la importancia del conocimiento
emocional, esa posición procognitiva pero de un conocimiento muy particular la
enganché con autores como Piera Aulagnier, francesa, discípula de Lacan, que
hablaba mucho de la rehistorizacion y de los procesos identificatorios, es
decir que el conocimiento, no intelectual sino un contacto muy particular con
el mundo emocional y la rehistorización aulagnierana podía actuar como antídoto
al exceso de presentificación de algunos pensadores kleinianos.
Entre los autores rioplatenses, uno de los modelos que
creo que es bastante universal es el de Willy Baranger. Me refiero a la
desidentificación de los códigos enfermantes. Desidentificación no con las
figuras, sino con los códigos, desidentificación con los funcionamientos que
los personajes significativos han generado en la historia del sujeto.
En ese sentido hay algo de Hugo Bleichmar que me
parece merecer énfasis. Y aquí término con las citas, y espero poder llegar a
la viñeta.
Hugo señala que el área de intervención que uno elige,
en general, en un proceso terapéutico, tiene que ser pertinente, y lo es cuando
uno trabaja sobre un componente problemático del paciente articulado con los
otros, es decir, cuando uno aísla componentes sin tener en vista el total del
sujeto, ahí se entra en cierto reduccionismo y en cierta no pertinencia.
Por ejemplo, lo que dice Bleichmar es que habría que
tener un modelo conceptual (que es el que él propone) para captar globalmente
al paciente como un sujeto con proyectos, con angustias, con modos de
vincularse, y operar en los sectores parciales que interfieren con alguna de
estas cuestiones. Él dice que hay que moverse entre las microscopias del
análisis de las sesiones, de las secuencias en la sesión, y la microscopia de
la captación de los pacientes en los grandes movimientos que pautan su vida. Él
dice que puede ser de pertinencia tratar de estimular una mayor libertad
emocional en personas con bloqueo afectivo, como por ejemplo la problemática
obsesiva, y no para las personas que experimentan desbordes, y viceversa; es
nada más que un ejemplo.
Concluyendo esta visión, y creo que puedo pasar a algo
de mi material, diré que para mi gusto el modelo "actual" del cambio
implica, primero, respetar una relación entre las teorías explicativas como la
del inconsciente y las otras con las estructuras psicopatológicas, es decir que
creo que fracasa la universalidad de los enunciados generales, que los
enunciados generales tienen que adjudicarse a cada estructura psicopatológica
que se pretende modificar. Pero eso no es suficiente, además de las estructuras
psicopatológicas, son importantes las combinatorias personales.
Creo que el psicoanálisis contemporáneo, como dice mi
amigo Rubén Zukerfeld, tiene que ser cada vez más de "medida" y cada
vez menos de confección.
Pero no "medida" en una especie de
individualismo a ultranza, sino donde se conecten teorías generales, esquemas
referenciales que uno considere adecuados, estructuras psicopatológicas y
combinatorias personales.
Les voy a leer algo del caso Oscar, que era el que
había pensado para ejemplificar.
Oscar consultó por una problemática variada que se
caracterizaba sobre todo por situaciones de irritabilidad tanto en el terreno
afectivo como en el laboral; padecía además algunas micro-vivencias depresivas
cotidianas que por lo general surgían de su sensación de no lograr
circunstancias placenteras, aspiración que en él adquiría un elevado estatus,
éstas y otras decepciones eran origen de caídas anímicas y consecuente búsqueda
de recuperación a través de múltiples caminos.
El diagnóstico inicial fue de situación emocional
productora de un estrés que, por tener varios disparadores, poseía cierta
continuidad aunque no absoluta.
Oscar se dedicaba al comercio internacional y tuvo
mucho éxito desde muy joven en distintas tareas, incluyendo algunas
experiencias micro-empresariales. Los distintos logros, paradójicamente, nunca
resultaron suficientes para su estabilidad anímica. Me dio la impresión de ser
una persona inteligente pero con vivencia cotidiana de gran exigencia y
tensión, lo cual me hizo pensar en la posibilidad de que corriera riesgos
somáticos, tema que como ahora estaba muy presente en el imaginario social en
la época en que tuvieron lugar nuestros primeros contactos.
Primer período: el proceso de Oscar duró bastantes
años y se realizó en distintas etapas que tuvieron diferentes objetivos. En la
primera, el diagnóstico compartido con él fue que el tema central era el estrés
y que debíamos considerarlo nuestra prioridad.
Mi criterio era que si Oscar no cambiaba alguna de sus
estrategias cotidianas, trabajar sobre el conflicto más de base podía resultar
inadecuado desde el punto de vista de los riesgos físicos. Acordamos trabajar
cara a cara durante un período de un año y meses con el propósito de cuestionar
la concepción según la cual el máximo placer era la meta buscada y el manejo
peculiar de las pérdidas y el tiempo propio y ajeno en que esta concepción
derivaba.
Estas cuestiones fueron enfocadas de manera general
para intentar un diagnóstico compartido al menos en el campo de lo que podíamos
llamar macro-problemas.
La tarea no resultó nada fácil pues la irritabilidad y
la intolerancia a la frustración alcanzaron nuestra tarea, pero disminuyó el
ritmo de carrera desenfrenada que Oscar imprimía a su cotidianidad y que no
dejaba tiempo libre para la intimidad, la distensión o las tareas familiares.
Yo insistí mucho en que ese ritmo lo llevaba a situaciones de riesgo, en algún
momento cité un artículo del New York Times donde se hablaba de las diez
o quince estrategias posibles para lograr un infarto de miocardio, y Oscar me
aclaró que él podía agregar ejemplos.
A partir de entonces se fue organizando una nueva
distribución de su tiempo y se despertó en él la convicción de que le convenía,
incluso por seguridad física, algún espacio propio más distendido.
Segunda etapa: durante este largo período terapéutico,
que duro alrededor de cinco años, pudimos observar varias zonas de cambio
importantes en lo referido a sentimientos depresivos, pero el clima irritante
en muchos ámbitos de sus intereses y de sus vínculos habituales se mantuvo.
Este enfrentamiento con actuación caracterológica se
mantuvo, y me llevó a reflexionar sobre el modo de abordaje. Si seguía una
línea que cuestionase ciertos matices de narcisismo agresivo y de rechazo de la
diferencia o de poca consideración por el otro, corría el riesgo de que mis
formulaciones fuesen registradas como una crítica, lo cual solía ocurrir con
él, y que reforzasen su mecanismo de autocrítica y de reprobación de su
funcionamiento y su identidad nuclear. Si, en cambio, seguía la línea más afín
a mi postura dentro del trabajo con el narcisismo, que consiste en tratar de
ubicarse empáticamente y entender el sufrimiento del paciente en su propia
interioridad, localizando cuáles circunstancias determinaron su agresividad,
corría el riesgo de no cuestionar las modalidades agresivas a las que estaba
haciendo referencia.
Esta problemática de abordaje puede ser referida a la
diferencia entre autores como Kohut y Kernberg en el plano del enfoque de la
agresión en el campo narcisístico.
En el caso de Oscar, mi postura era bastante más
cercana al planteo de Kernberg que al de Kohut, a pesar de que el último ha
influido mucho más en mi modo de abordar la problemática en este campo
psicopatológico.
Para intentar prevenir los riesgos implícitos en la
línea elegida, intenté explorar con mucha atención la decodificación que Oscar
hacía de algunos señalamientos. Entendía que así podíamos evitar parcialmente
que los aportes interpretativos fueran decodificados como crítica.
Fue una tarea difícil, plagada de vicisitudes, cuyo
trasfondo positivo era el marcado interés que Oscar ponía en la tarea y su
sinceridad manifiesta.
Desde mi registro era claro que mostraba su
inseguridad, sus vaivenes afectivos, incluidas las irritabilidades y
agresividades en el ámbito del proceso terapéutico.
Fueron sesiones muy interesantes para mí por la
riqueza descriptiva de la narración de Oscar, por su inteligencia para captar
personajes y situaciones y también por el desafío que implicaba penetrar en un
sistema de funcionamiento psíquico tan variado por un lado, tan repetitivo y
sintónico por el otro. En muchos casos, por ejemplo en las micro-depresiones
cotidianas, buscar una explicación a sus conflictos y choques implicaba una
introspección productiva y difícil, es decir que el clima era atractivo desde
el punto de vista del interés temático de la sesión, pero muy frustrante cuando
se hacían evaluaciones de la zona que llamé de difícil penetración, aunque
contamos siempre con el tesón y la voluntad de Oscar.
Voy a terminar con un trozo del diálogo, pues lo otro
ya lo escucharon en palabras de Aldo. Hace referencia a cuando yo hablo de
zonas no modificadas.
En un momento cercano a las últimas sesiones de su
terapia, Oscar, antes de subir al consultorio, decide no apagar su celular por
si tenían que darle alguna noticia urgente, y dice:
Oscar: -Antes de subir a sesión decidí no apagar el
celular, sonó y tuve que tragar una catarata de protestas de un cliente, me dio
una bronca tremenda haberlo dejado abierto y aguantarme todo el discurso del
tipo.
Analista: Me parece registrar de nuevo cómo ante un
inconveniente una reacción suya es empezar a enojarse con una parte de usted
mismo, lo conecto con lo que hablamos tantas veces de que en su historia ha
faltado una voz que ante un error, un mal momento, tenga una actitud de
consuelo flojo, como una mamá que de algún modo señala sana.
Oscar, con voz reflexiva y cierto tono dolorido:
–Sana... ¿Cómo puede haber consuelo? Si a mi vieja, cuando yo hacia algún lío,
le preocupaban las consecuencias, ¡Ay, lo que va a pasar ahora! Y a mi papá lo
único que se le ocurría era culparme por lo que había hecho, ¿dónde puede haber
consuelo ahí?
Este tramo muestra una conexión entre sufrimientos
actuales y códigos posiblemente armados en la historia identificatoria de
Oscar, sin embargo la comprensión de este enlace no modificó notoriamente la
sintomatología.
El resto lo leyó Aldo.
Dr. Jaroslavsky: Bueno agradezco muchísimo a los tres
panelistas y quiero dar lugar y un tiempo a los que quieran hacer alguna
pregunta, y yo me reservo una pregunta para después. Tiene la palabra el
publico.
Público: Bueno, yo quería plantearle una pregunta a
Mabel. Me pareció, por lo que escuché en relación con Lacan, que en el
horizonte ético de la curación por el análisis está el deseo. Mi pregunta sería
respecto a cómo sería la posición del sujeto en relación con el goce, que vos
relacionaste con la satisfacción de la pulsión. ¿Cómo se modificaría? ¿Cómo
sería la posición del sujeto en relación con el goce?
Dr. Jaroslavsky: ¿Otras preguntas? Mientras van
pensando, yo agrego la siguiente pregunta. Si Bruno hablaba de no tomar en
cuenta líneas generales –que creo que se han tomado y son importantes–, sino,
en particular, de acuerdo a las estructuras psicopatológicas, yo estaba
pensando en la cuestión de las aestructuraciones, o también llamadas cuestiones
borderline, que plantean problemas en el encuadre y donde el método
psicoanalítico clásico tiene algunos problemas, y quería mencionar justamente
lo que le pasó a Winnicott con Margaret Little, cuando ella le rompe un jarrón
y él se tiene que retirar de la sesión, un poco espantado de la situación
conflictiva que planteaba esta paciente. ¿Qué criterio de objetivos
terapéuticos podemos establecer en estas psicopatologías que ponen en
cuestionamiento nuestro método psicoanalítico habitual?
Lic. Silvia Huberman: En relación con estas zonas que
no se modifican en un proceso analítico, me gustaría saber qué opinan respecto
a qué pasaría con este paciente que mencionó Bruno, por tomar un ejemplo, si se
utilizara otra técnica, por ejemplo poniéndolo en grupo, o en grupo con
psicodrama. Incluso con un cambio de sexo del terapeuta, pues quizá así se
podría ver de otra manera la relación con la madre; no recuerdo bien si era la
madre la que tenía ese estilo de respuesta.
Dr. Jaroslavsky: Bueno, mientras van pensando alguna
otra pregunta, vamos a dar lugar a los panelistas.
Dra. Mabel Fuentes: Agradezco la pregunta, porque en
realidad es muy difícil en tan poquito tiempo desarrollar todas las cuestiones
y me parece que lo que vos preguntás hace a esta noción de travesía del
fantasma, que la enuncié y no la desarrollé. Digamos que la cuestión es que el
objeto a es el objeto de la pulsión, y es, a su vez, lo que puede
funcionar como objeto del deseo y también la forma en que en su fantasma el
paciente puede ofrecerse como objeto de la pulsión a su Otro. Entonces, lo que
yo llamo subjetivarse, realizarse como sujeto de deseo, tiene que ir
forzosamente en la línea contraria al goce en la medida en que en cierta zona
de la enseñanza de Lacan, bastante amplia en los años, goce es opuesto a deseo.
Hay una mengua de goce y, cuanto más el sujeto puede posesionarse como
deseante, esto implica que se sustraiga a ser gozado por su Otro, es decir que
en lugar de ofrecerse como objeto al goce de quien sea su Otro, quien
represente su Otro para él, el Otro no existe, es algo imaginado por el
neurótico, pero lo encarna en alguno de los seres hablantes que lo rodean. En
el ejemplo, ya que Oscar vino hoy acá de invitado, vamos a aprovecharlo,
pareciera que su trabajo podría constituir algo del orden del Otro que lo goza.
Este hombre, cuando no apaga el celular y trabaja para el infarto, digamos,
trabaja para el goce del Otro; entonces, parte de lo que pudo ocurrir en el
análisis con Bruno parece que fue que empezó a trabajar menos para el Otro.
Ciertamente el fin de análisis no es sin síntoma, es con síntoma, o sea que
algo sigue trabajando para el goce del Otro, pero menos que en la posición
inicial, por eso yo preferí para contradecir a algunos lacanianos no hablar de
objetivos, sino de criterios, no ubicar el final de análisis como algo tan
absoluto, porque no lo veo en la práctica.
Dr. Aldo Melillo: Lo que yo respondería en relación
con la última pregunta –superado el susto que me dio pensar si el que tenía que
cambiar de sexo era el mismo terapeuta– es que personal y actualmente lo haría,
lo que pasa es que he dejado de tener grupos terapéuticos. Antes era muy común
recurrir, por ejemplo, al tratamiento combinado para producir algunas
modificaciones o acelerar o confrontar cosas que de otro modo eran muy difíciles
de resolver, y realmente era muy rico. Otras técnicas, no sé, pero incluir ese
tipo de modificaciones, hacer psicoanálisis en grupo o a veces entrevistas de
pareja en casos que podía ser necesario, eso sí, en general con buen resultado.
Dr. Bruno Winograd: Sobre problemática borderline
que planteaba Ezequiel me parece que lo que uno podría decir, muy
genéricamente, es que la literatura, por lo menos la que yo recorro, no es
convergente. El objetivo terapéutico en la problemática borderline, como
es un campo sumamente polisémico, es definir singularmente de qué tipo de zona
fronteriza se trata. Si se trata de una persona con fuerte desborde, con poco
control, con una tendencia a la angustia ilimitada, se intentaría hallar
criterios que permitan más demarcación, más calma, más discriminación
intersubjetiva, que permitan trabajar todo lo que Green llama la
bitriangularidad. Cuando hay una enorme tendencia a las actuaciones auto y
heterodestructivas el modelo de iceberg creo que funciona más, dicho muy
genéricamente.
En relación con la pregunta de Silvia, yo creo que el
psicoanálisis contemporáneo tiene que ser modelo abierto. Abierto, ¿quiere
decir abierto indiscriminado? ¿Quiere decir vale todo? De ninguna manera.
Abierto quiere decir cuidar su propio campo, cuidar la metodología, ver qué
esquemas referenciales son compatibles. Abierto quiere decir que en mi
experiencia con los grupos esta técnica es altamente terapéutica y al paciente
se la indico no porque sea barata, sino porque, como dice Gerardo Stein, la
multifuncionalidad de los distintos integrantes abre muchos campos, lo mismo
indicaría el trabajo corporal y los psicofármacos. Yo creo que el psicoanalista
hoy día tiene que ser un interprofesional, y un interdisciplinario moderado.
Moderado quiere decir no medicar a todo paciente, como yo digo en el libro,
pero es imprescindible en los pacientes depresivos que tienen una calidad de
vida bajísima y que están con angustia todo el día.
Dr. Jaroslavsky: Bueno, ¿alguna otra pregunta?
Lic. Perla Albaya: No voy a formular ninguna pregunta,
lo cual no significa que el panel haya estado poco interesante ni mucho menos,
todo lo contrario... Quiero saludar a los panelistas, pero además quiero
celebrar el motivo convocante de este panel: la existencia de la revista
virtual. Realmente esta iniciativa personal de Ezequiel Jaroslavsky es digna de
ser celebrada con una actividad científica como la de hoy, pero también es de
destacar por la posición en la que pone a la asociación en un medio
absolutamente contemporáneo como es esa realidad virtual tan transitada. Así
que mis felicitaciones al panel, claro. Y mis felicitaciones a Ezequiel por el
éxito de la revista virtual.
Dr. Jaroslavsky: Bueno como me sentí aludido voy a
responder. Me siento muy agradecido por tu comentario, quiero avisar que por
ahora, hasta lo que yo sé, hay dos revistas en lengua española en Internet: la
nuestra y la de Bleichmar. En Argentina es la única, en ese sentido somos
pioneros.
Muchas gracias a los que están de ese lado y a los que
están acá conmigo.
* Mesa redonda realizada en la sede de la Asociación
Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados el 31 de agosto de 2005 como
primer aniversario de la revista virtual El Psicoanálisis: Ayer y Hoy.