ASOCIACIÓN ESCUELA ARGENTINA
DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº3
Criterios de curación y objetivos terapéuticos en
el psicoanálisis. Sigmund Freud1
por César Merea
M.
Dunayevich: Vamos a empezar con la conferencia del doctor
César Merea, el ciclo destinado a elucidar la problemática de objetivos de la
cura y los criterios de curación.
Éste
es el tema elegido por la Comisión Científica para ser desarrollado, comenzando
por las ideas de Freud, que hoy va a tratar el César Merea. Después seguirá con
la escuela inglesa el doctor Piccolo, y luego continuaremos con las diferentes
líneas del pensamiento que tienen posiciones dispares, y algunas incluso
encontradas.
La
idea de la Comisión es que pudiéramos evaluar y discriminar qué es lo que
realmente pensamos desde la teoría, desde la práctica y la clínica
psicoanalíticas cuando llevamos adelante los tratamientos y cómo evaluamos el
proceso terapéutico en función de los objetivos.
Espero
que, a lo largo de este ciclo de conferencias, podamos ir incorporando y
discutiendo acerca de estas diferentes ponencias. Le doy la palabra al doctor
Merea.
C.
Merea: Aparecemos en la vida, somos introducidos en
ella, por un semejante que es un objeto externo real.
Diversas
vicisitudes que surgen contemporánea y subsiguientemente a este encuentro van
complejizando, principalmente por vía del principio de placer, nuestros
vínculos con los objetos reales.
Se
producen transformaciones diversas en nuestro contacto con la realidad
objetiva, y esto en un espectro que va desde un fantasear neurótico hasta la
ruptura lisa y llana con lo real.
Muchas
de esas transformaciones derivan en los diversos estados de alienación que
conocemos como enfermedad mental. El objetivo del psicoanálisis consiste en que
el sujeto pueda recuperar u obtener un contacto lo más objetivo posible con los
objetos reales externos, para satisfacer en ellos sus necesidades pulsionales,
en el primado del principio de realidad y en reciprocidad con el objeto, lo que
implica realizar transformaciones en lo real.
Como
todos sabemos, esto se logra mediante un método que lleva a la indagación del
significado de las representaciones deformadas de esos objetos.
Me
gustaría que esta primera frase quedara como un epígrafe, que dé el sentido del
tipo de pensamiento con que hice el resto del trabajo.
Desde
Lacan es prácticamente imposible hablar de la obra de Freud sin tener que
deslindar el contexto global de su obra, por un lado, de las lecturas que de ellas
se hacen. El énfasis lacaniano ha tenido la ventaja de hacernos volver la vista
hacia la riqueza fundante de los textos freudianos. Pero ha tenido, también, la
desventaja de ser como otras, y en su extremo, una lectura unilateral de Freud.
Volveré sobre esto. Así, por ejemplo, el énfasis en la primera tópica ha
llevado a un realce del fenómeno inconsciente que podía perderse en las
versiones adaptativas de la psicología del yo, pero al mismo tiempo el abandono
de la idea de pulsión, y de la segunda tópica, nos ha dejado la concepción de
un sujeto alienado en una cadena de significantes y con una total pérdida del
concepto del yo.
Dado
que el sujeto no tendría propiamente un yo, en el sentido de Freud, ya no se
sabe quién o qué se cura con el psicoanálisis.
Por
otra parte, y a partir de ciertas críticas metodológicas y filosóficas, por
temor a ideologizar la cura, no queremos pensar en objetivos, no nos preocupan
los criterios. De hecho, estos términos, por ejemplo, no figuran en el
diccionario "erudito e indefectible", como lo llama Masud Kahn, de
Laplanche y Pontalis, ni en otros. Pero no por ello, los criterios y objetivos
dejan de existir.
El
psicoanálisis era para Freud "un procedimiento para indagar procesos
anímicos, un método del tratamiento fundado en esta indagación y un conjunto
teórico ganado por ese camino". Surgieron problemas cuando analistas y no
analistas posteriores, descontextualizaron indebidamente esta definición,
tomando sus contenidos separados y dando lugar así a discusiones que ocuparon
un tanto inútilmente nuestros pensamientos.
De
tal manera que, siguiendo la definición de Freud, se puede ver que hay
objetivos, pero esos objetivos son los de la indagación psicoanalítica
naturalmente, no los de una ideología o esquema referencial particular, y esto
además incluye el ejercicio de un método.
Con
esto me voy adentrando un tanto en el tema.
Pero
quisiera hacer, todavía, un par de precisiones más, porque el intento de dar
comienzo a un ciclo que nos congrega alrededor de un tema tan complejo y
polémico, con sucesivos desarrollos, requiere por lo menos dos aclaraciones:
una, sobre las lecturas de Freud, y otra, sobre las definiciones de salud,
enfermedad y normalidad, que están en la base de este asunto.
Yo
creo que no hay una lectura de Freud, y pienso que diferentes derivaciones
referenciales que hay en psicoanálisis como por ejemplo la psicología del yo,
la escuela kleiniana, la escuela lacaniana, consisten, tal vez, en el hecho de
que han hecho una lectura de Freud. Pero creo que tampoco hay infinitas
lecturas de Freud, tantas como lectores, porque esto implicaría salirse de los
límites de la confrontación científica.
Creo
sí que hay puntos de vista, a veces muy disímiles sobre un mismo tema, dentro
de la misma obra freudiana, pero que articulados entre sí permiten ver cuál es
el pensamiento freudiano en ese tema, y, sobre ese punto, puede haber más de
una interpretación, pero seguramente no infinitas interpretaciones. Tal vez
pocas interpretaciones que posiblemente correspondan con las ideologías
científicas inconscientes, es decir, relativas al modo de conocer de cada uno.
La multitud de citas no articuladas en un pensamiento, sólo llevan a un
engendro frankensteiniano.
Por
lo tanto, yo no me voy a ceñir exclusivamente a las aportaciones clásicas que
bajo este tema trae explícitamente Freud, sino que plantearé algún desarrollo
que surge de contextualizar el tema alrededor de otras temáticas freudianas y
lo haré basado en este criterio de pensamiento que expuse recién.
Lo
que diré se puede aplicar al campo de la neurosis en sentido amplio, lo que
puede incluso tomar perversiones, psicopatías, estados borderline, pero
tal vez requiere algunas precisiones o enfoques diferentes en el caso de las
psicosis en sentido restringido.
Con
respecto a los conceptos de salud, enfermedad, normalidad, habitualmente, y
como herencia de concepciones médicas clásicas, se define a la salud por
ausencia de enfermedad, lo que es casi una tautología por los opuestos.
Otras
definiciones que intentan describir el fenómeno no hacen sino cargarlo con una
larga lista de requerimientos o requisitos más o menos ideales, o bien, por
medio de una petición de principios, en el sentido de un estado de completo
bienestar físico, etc.
La
definición de Freud, en el ámbito de lo mental, sobre este tema, es a mi juicio
revolucionaria: la salud es un estado que debe contener elementos de la
neurosis y de la psicosis, y ninguna otra cosa, agregaría yo. Llamamos sana a
una conducta, dice Freud, que aúna determinados rasgos de ambas reacciones, que
como la neurosis no desmiente la realidad, pero que, como la psicosis, se
empeña en modificarla. Esta conducta, adecuada a fines normales, lleva,
naturalmente, a efectuar un trabajo que opere sobre el mundo exterior y no se
conforma, como la psicosis, con producir alteraciones internas. Ya no es
autoplástica, sino aloplástica.
Es
decir que la salud consiste en transformar la realidad, pero sin desatender al
estado de la realidad y del sujeto. Yo voy a aprovechar una cierta cuota de
dogmatismo, que se puede usar en una conferencia (al menos lo aviso), para
decir que lo que llamamos salud, y que por lo tanto debe figurar con carácter
fuerte en la consideración del tema de objetivos del psicoanálisis, es un estado
conflictivo bajo control del yo.
La
salud se opone a la enfermedad en que ésta es un estado muy conflictivo pero
donde el sujeto queda alienado por el conflicto sin posibilidades de
transformación útil de la realidad externa: es decir, es un estado autoplástico,
con transformaciones del propio sujeto en su interior, pero sin transformación
de lo exterior, salvo en el sentido del incremento o la complicación de la
enfermedad; y la salud se opone también a la normalidad, aunque de un modo
diferente, por ser la normalidad un estado de adaptación que implica una
alienación del sujeto, impedido de producir transformaciones en el seno de la
cultura.
La
normalidad intenta abolir los estados de crisis y la visualización de
diferencias, por ejemplo de pensamientos entre los sujetos que por su variedad
o diferencias son una fuente de malestar en la cultura, pero también la única
posibilidad de transformación. Éstas son, por lo tanto, las concepciones que
tengo en mente sobre la salud, la enfermedad y la normalidad cuando pienso en
los objetivos y criterios del psicoanálisis.
Veamos
ahora, entrando más en la cuestión específica, un listado de objetivos del
psicoanálisis tomados del importante trabajo de Bleger sobre el tema, y con
algunos pequeñísimos agregados.
Fíjense
en esta lista: Abreacción, catarsis, llenar lagunas mnémicas, recordar en lugar
de repetir, hacer consciente lo inconsciente, levantar represiones, transformar
la neurosis en neurosis de transferencia, resolver fijaciones infantiles,
maduración de la personalidad, conocimiento de sí mismo, insight, donde
está el ello debe estar el yo, elaboración, capacidad de sublimación, capacidad
de reparación, relación con objetos internos, cambio del mundo interno del
paciente, mayor libertad interior y libertad y plasticidad del yo, mayor
autonomía del yo, adaptación, integrar disociaciones, integración del yo,
adelanto en la capacidad de síntesis del yo, reducción de clivajes, introducir
discriminaciones.
Como
se ve, esta lista contiene criterios también posfreudianos; los he incluido con
el propósito de marcar los que entresacaré, tomando a Freud.
Ahí
se destaca que posteriormente a los primeros objetivos de abreacción y llenado
de lagunas mnémicas, que en realidad surgen en forma casi directa de la
observación clínica, el primer postulado metapsicológico de Freud respecto a la
cura es hacer consciente lo inconsciente, y éste corresponde a los desarrollos
teóricos de su primer tópica: desde los Estudios sobre la histeria hasta
La interpretación de los sueños.
Bastante
más adelante y en el contexto teórico de la segunda tópica, la fórmula
"donde estaba el ello debe estar el yo" viene a resumir
metateóricamente los objetivos del psicoanálisis a esa altura del desarrollo de
la obra. Creo que estos objetivos se mantienen totalmente vigentes en el actual
punto de evolución del psicoanálisis.
Pero
existen muchas otras aportaciones teóricas de Freud, que sin duda conllevan
objetivos de la cura, y que sin embargo algunas de ellas no han sido
suficientes indagadas en tal dirección.
Me
referiré inicialmente al tema del narcisismo y la relación de objeto, y a su
culminación en la diferenciación yo/no-yo y yo-mundo externo.
En
uno de los varios sentidos del término "narcisismo", éste se opone a la
relación con los objetos. En tanto el narcisismo predomine, el yo tendrá una
versión de sí mismo exagerada en relación con la consideración que tenga de
todo lo externo, lo no-yo, lo otro.
El
sujeto tenderá a confundir los objetos reales, como partes o extensiones de su
propio yo, quedando roto de este modo el requisito fundamental para la cura de
transformación de lo real en objetos considerados como tales, es decir, objetos
no-yo.
De
ahí que sea objetivo privilegiado de la cura el obtener esta diferenciación
yo-objetos.
La
diferencia entre el yo y los objetos implica la sanidad de la percepción, y con
ella el acceso al registro de la temporalidad, con la consiguiente ubicación
del sujeto en su momento del ciclo vital.
Además,
la aceptación de la temporalidad abre, en otro orden de cosas, el camino a la
comprensión por parte del paciente del proceso de elaboración, que implica la
noción de trabajo en el tiempo, aunque sus resultados no se conozcan de
antemano.
Hay
un gráfico que preparé para ilustrar un poco más esta relación entre el campo
del narcisismo y el campo del objeto.
Si
éste es el desarrollo del sujeto a lo largo del tiempo, el eje horizontal
representa el ciclo vital desde el nacimiento hasta la muerte y el vertical, el
eje de la diferenciación del yo/no-yo.
La
curva señalaría el estado en que el sujeto está, en cuanto a su diferenciación
yo/no-yo, en distintos momentos del ciclo vital.
El
eje yo/no-yo se mide en una situación que va de menor a mayor, desde menos
diferenciación yo/no-yo hasta más diferenciación.
Esta
curva sería algo así como la curva que esperamos sana en un sujeto adulto, en
donde al promediar la edad media hay un incremento de la relación de objeto que
se mantiene con abandono del narcisismo, que toma todo el largo período del
desarrollo del niño, y vuelve a aparecer hacia el final de la curva, en la
vejez, aunque se expresa de distinta manera.
Más
grávida de consecuencias aún es la decisión de enfrentar, o no, la derivación
del narcisismo consistente en la proyección del espacio psíquico sobre el
espacio material, apropiándose de bienes y lugares culturales, que en rigor son
bienes y lugares comunes transformados en particulares por el sujeto, por no
renunciar a la agresión en sus diversas formas y a las satisfacciones
narcisísticas, en lugar de dar cabida a la consideración del semejante.
Si
éste es un enclave directo de posiciones narcisísticas, uno debe responderse si
entre los objetivos del psicoanálisis no figura el claro desenmascaramiento de
las actitudes de las personas hacia los bienes materiales y culturales y su
uso, en detrimento o no de otras personas, como mantenimiento del sistema de
equilibrio narcisístico.
Correlativamente
con esto, la consideración del otro, el borramiento de los prejuicios raciales
y sexuales, es también parte del embate que debe llevarse contra ese otro
baluarte narcisista que pretende aislar al yo de todo lo que no sea su igual,
es decir, el rompimiento del "narcisismo de las pequeñas
diferencias".
Dicho
de otro modo, el objetivo de la cura en este punto es el fortalecimiento del
yo, es cierto, pero en realidad, esto significa enfrentar al yo con lo que éste
más teme: su falta de unidad, de síntesis, su finitud, la aceptación de las
diferencias que amenazan fragmentar su ilusoria unicidad.
Subsiguientemente
al desarrollo de la segunda tópica, Freud realizó una serie de trabajos, desde
1924 en adelante, hasta el final de su obra, donde se destaca el descubrimiento
de las diferencias psíquicas que provienen de la diferencia sexual anatómica,
así como las diferencias entre neurosis y psicosis y los mecanismos de escisión
del yo, las construcciones en psicoanálisis y nuevas ideas psicopatológicas. A
mi modo de ver, este conjunto de la obra constituye una verdadera tercera
tópica, pero de carácter más teórico-clínico que las anteriores, que desborda
los términos metapsicológicos de las tópicas anteriores, no tanto en lo
explícito o en lo formal, sino en la libertad con que Freud se mueve de la
teoría a la clínica, y viceversa, de un modo particular y sugestivo.
Esto
conduce a objetivos precisos, relativos a la necesidad de obtener en el
psicoanálisis una clara noción de identidad en el sentido del complejo de
Edipo. Una especie de "quién es quién" en el complejo de Edipo del
paciente y quién es él, que articulado en el tema de la construcción histórica,
lleva asimismo al enfrentamiento con la posición sexual del sujeto, en el orden
del rechazo de la femineidad y el complejo de castración, tema, este último
profundizado por la escuela francesa.
Esta
consideración convierte al descubrimiento de la identidad edípica y al
enfrentamiento de la castración en objetivos del psicoanálisis de pleno
derecho.
Pero
todo este enfoque sería insuficiente si no se extendiera también al sujeto como
miembro de una cultura, y allí se hace imperativo tener en cuenta los aportes
de Freud en cuanto al significado de la religión (Tótem y tabú, El
porvenir de una ilusión), del papel de la agresión y la cultura en El
malestar en la cultura, y las características de la psicología de la masa y
la psicología del individuo, en el texto de título casi homónimo. En tal
sentido, nos estaríamos introduciendo en el polémico ámbito de si estos temas
son objetivos del psicoanálisis, y del análisis de las personas individuales.
En
realidad, si este tema es polémico, ello no se debe a que sea conceptualmente
más difícil que otros, sino que sencillamente implica la máxima determinación
ideológica que portamos todos y cada uno como residuo del complejo de Edipo.
Aunque parezca extraño, aunque nos atrevemos muchas veces a las consecuencias
de la revisión del Edipo, en los tratamientos individuales, otras veces, en una
muestra de notable inconsecuencia, consideramos en general tabú el abordaje del
tema edípico en su vertiente ideológico-religiosa-cultural. Sobre ello, pienso
que el abordaje de lo religioso es la consecuencia natural del análisis del
complejo de Edipo, que se constituye a veces en un exabrupto, cuando es tratado
fuera de este contexto, aunque figure manifiestamente de mil formas en el
material de los pacientes. La persona que ha destronado a sus padres de su
mundo interno, no puede mantener sin incoherencia grave la creencia en esos
protopadres que son los dioses.
En
este punto debemos hacer un comentario sobre la identificación y el concepto
freudiano de "donde está el ello, debe estar el yo".
Es
sabido que existen dos traducciones diferentes de esta famosa frase, la que
habla de "el yo", con artículo, y que aludiría por lo tanto a
funciones o posibilidades del yo, de ganar terreno al ello indómito, y también,
por otro lado, la traducción de Lacan, sin artículo: "donde 'ello' (o
'eso') era, yo debo advenir", que enfatiza el carácter de sujeto del yo,
donde el resultado de la cura implica la liberación de esa cadena que sujeta al
sujeto, en el otro sentido de la palabra, que lo captura.
Aquí
están latentes dos concepciones del yo distintas, pero ambas presentes en
Freud, la de las funciones que el yo cumpliría y la de un yo como producto de
identificaciones.
Desde
esta perspectiva, la desidentificación de aquellas identificaciones alienadoras
de esas adhesiones al objeto constituyente, de esa compulsión referencial al
objeto alienador, y que además se visualiza tan patentemente en los mecanismos
repetitivos de la enfermedad, el logro de esa desidentificación se constituye
también en objetivo básico del psicoanálisis.
En
el marco de la cultura, la desidentificación corresponde al abandono del estado
de hipnosis que caracteriza la "psicología de la masa", para ingresar
en la autonomía que implica la "psicología del individuo" y, desde
allí, poder sumar a la construcción de la cultura.
Ahora
haré un pequeño desarrollo sobre la metapsicología de la cura. No lo llamaré
expresamente "Teoría de la técnica", porque no soy de la opinión de
que la teoría y la técnica tengan relación directa o de continuidad.
Creo
que se puede hacer una metateoría de la cura. Entiendo la cura como el efecto,
o uno de los efectos, de lo que prefiero llamar el método y no la técnica
terapéutica.
Si
se concibe la represión como una división entre la representación de cosa y la
representación de palabra, con el consiguiente resto de un quantum de
afecto, en estado por así decir flotante, en el aparato psíquico, suponemos
también que la recomposición de la coincidencia entre la representación de cosa
y aquello que la nombre producirá el levantamiento de la represión y efectos
sobre el afecto libre.
Aquí
se nos abre una duda, pues la utilización de esta palabra, afecto, en la teoría
freudiana es bastante distinta de su acepción en sentido vulgar.
El
afecto, en la teoría, nombra un quantum económico en el interior del
aparato, pero en su acepción común es un movimiento de sentimientos entre los
sujetos.
Así
como Freud se enfrenta al problema de los sueños y estima que la opinión vulgar
refleja mejor el estado de cosas que las opiniones académicas, creo que del
mismo modo deberíamos optar por el sentido que tiene el afecto en el lenguaje
corriente.
Así,
el objetivo del psicoanálisis pasa a ser la liberación del afecto retenido por
la desconexión entre la representación de cosa y de palabra y la reconducción
del afecto al ámbito de las relaciones interpersonales.
El
afecto, al no permanecer libre en el inconsciente, acompaña también el proceso
judicativo que lleva el pensamiento, es decir, liga la cadena judicativa, cosa
que por otra parte no se logra ni en ausencia de afecto, ni con exceso de
afecto.
De
ahí que un pensar acorde a fines afectivos y ajustado a lo real, es también un
objetivo del psicoanálisis, al mismo tiempo que un criterio de curación, visto
desde este vértice que planteo. Por lo demás, el afecto, en un sentido
económico, intracorporal, se mantiene como una concomitante
"sensación" que acompaña al afecto como un "sentimiento"
intersubjetivo, y muchas veces, incluso, el afecto como sensación corporal
delata ese sentimiento, cuando ese afecto no se expresa en las palabras correspondientes.
La palabra muestra así su total dimensión curativa, pues mediante ella se
convoca al afecto, que, junto con el recuerdo restallante, es el contenido del insight.
La
palabra es, por lo tanto, el latido central del psicoanálisis, porque permite
el reciclaje del afecto desde su acantonamiento inconsciente hacia el mundo de
las relaciones con los demás.
Resumamos
lo visto hasta ahora: 1) abreacción, llenado de lagunas mnémicas en el ámbito
de las primeras observaciones clínicas; 2) hacer consciente lo inconsciente
como criterio de la primera tópica; 3) diferencia yo/no-yo como objetivo en el
campo del narcisismo y los objetos, esto implica consideración de la
temporalidad, el espacio del yo y el espacio ajeno; 4) "donde está el ello
debe estar el yo", es el ámbito de la segunda tópica con los contenidos de
desidentificación personal de conflicto bajo control del yo, que funciona como
inhibidor; 5) en el ámbito de lo que he llamado un poco exageradamente tercera
tópica, identidad edípica, construcción histórica del sujeto, y 6)
enfrentamiento con la castración, más precisamente, en realidad, con el rechazo
a la femineidad, que tal vez es un poco distinto; 7) relación entre el sujeto y
la cultura, lo que implica religión, desidentificación cultural, psicología de
la masa versus psicología del individuo, narcisismo versus
cultura, yo escindido versus sentimiento de unicidad, y, por último, 8)
la palabra como convocante del afecto y a través del afecto conectándose con
los objetos, lo que implica un papel de la palabra, el afecto y el objeto, en
el pensamiento.
Tal
vez una de las más bellas ilustraciones de lo que quiero decir con lo de la
palabra estaría contenida en la última estrofa de uno de los poemas más famosos
de Paul Eluard, que escribió siendo resistente contra el nazismo, en plena
guerra, que dice: "... y por el poder de una palabra, yo recomienzo mi
vida. He nacido para conocerte, para nombrarte, Libertad".
Después
de escribir esto, me pregunté si estábamos pidiendo mucho al psicoanálisis. Yo
entiendo que no, y así lo manifiesta Freud en "Análisis terminable e
interminable" cuando dice: "Hoy puede exigirse que la curación
analítica sea definitiva o por lo menos que la recaída no sea provocada por la
repetición del antiguo trastorno pulsional, manifestado en nuevas formas".
Esto
permite realizar otra pequeña incursión metapsicológica. Freud destaca en la
obra que acabo de mencionar que los factores que determinan la posibilidad de
curación están en relación con la magnitud de aquello que ha enfermado, y son:
el valor del trauma, la fuerza pulsional en juego y el estado del yo.
Si
lo pensamos un momento, veremos que estos factores son justamente los elementos
que componen lo que actualmente se llama una estructura psicopatológica. Lo
expondré de este modo:
La
corriente pulsional, en determinado momento, se encuentra con el yo, pero con un
yo que está formado por identificaciones y que, además, tiene un papel
inhibidor, una función inhibidora.
Este
yo tiene un encuentro con la pulsión, y en ese punto de encuentro entre la
pulsión con la corriente pulsional del sujeto y el yo se forma la estructura.
Luego
vendrán, a partir de este punto, ciertas otras situaciones que lo completan,
como las defensas, el carácter. Si entendemos estructuralmente estos factores,
la pulsión, el trauma, y el yo, y si los tomamos en la cura, estaremos en
condiciones de garantizar hasta donde sea posible la no repetición de la
enfermedad después de la cura.
El
objetivo de la cura puede expresarse entonces como un develamiento de la
estructura del sujeto, es decir, del trauma, con la aproximación al registro de
la verdad material; de la pulsión, con el agregado de la verdad histórica y la
fantasía; y del yo, esto es, del carácter identificatorio del yo tanto como del
estado de su función inhibitoria.
Voy
a decir algo sobre los criterios de curación: al extenderme sobre los objetivos
de la cura, he dejado menos lugar para la consideración de los criterios, es
decir, los indicadores de que ese proceso se está realizando o se ha realizado.
En
parte, se debe a que se trata de un tema algo menos polémico. Así, por ejemplo,
los criterios clásicos de ausencia de síntomas, vida sexual satisfactoria,
buenas relaciones interpersonales, capacidad de trabajo, posibilidades de
sublimación o, como yo preferiría decir, de creatividad, pues creo que el
concepto de sublimación es muy revisable.
Estos
criterios son en general aceptados; salvaguardando la razonable crítica de que
varios de ellos pueden ser pasibles de distorsión ideológica por el paciente, y
en el ámbito de la cultura en que vive. Para sentar mi propio punto de vista al
respecto quiero recordar la definición de salud que di al comienzo, como un
estado conflictivo, bajo control del yo. Pero todos éstos son criterios de
curación que ocurren fuera del contexto del proceso terapéutico, son una
consecuencia del mismo.
Se
han destacado también criterios provenientes del proceso mismo. (En este
sentido, cabe mencionar el interesante artículo de Willy Baranger,
Madeleine Baranger y Jorge Mom sobre el tema, que será presentado en el próximo
Congreso Internacional de Psicoanálisis, en julio, en Madrid.)
Ciñéndonos
al ámbito freudiano, debemos mencionar, en el sentido de estos posibles
criterios del proceso, los siguientes: el soñar, pero también el asociar al
respecto; la emergencia de recuerdos que traen la historia y vencen la amnesia
infantil; el asociar, con lo que implica de lenguaje que lleva al insight,
cuya presencia o ausencia, por otra parte, es también un criterio de curación,
y que produce la recirculación de los afectos. Se ha señalado también la
evolución del diálogo psicoanalítico.
Yo
puedo proponer otro posible criterio que consiste en el registro clínico del
proceso analítico, que creo que está en la dirección de las ideas de Freud
sobre dicho proceso, que, como se sabe, no están unívocamente expresadas, sino
dispersas en algunos artículos técnicos y clínicos.
El
tema es el siguiente: h
Concibo
lo que llamamos la clínica, como las diferentes transcripciones que a lo largo
del proceso irán adoptando esos pocos conflictos básicos.
Les
recuerdo que el término "clínica" es usado, por supuesto,
primordialmente en medicina; proviene del griego kliné, y significa
"cama". Esto es, el proceso de la enfermedad seguido por el médico al
borde de la cama del paciente, o del paciente en cama.
Dentro
de este registro clínico cobran particular importancia los criterios sobre fin
de análisis. Por ejemplo, la posibilidad de la aparición de una actividad
analítica del paciente en el seno del psicoanálisis mismo, como destaca
Liberman. También la ruptura de una cierta disociación entre el psicoanálisis y
la vida.
Esto
es, la paulatina disolución de la transferencia, aunque recién termine, tal
vez, después de la terminación del psicoanálisis; siendo la transferencia ese
espacio intermedio entre la enfermedad y la vida, como le llama Freud, deja
permeables las vías para un más fluido contacto entre el psicoanálisis como
experiencia vívida y la vida. Estas instancias están generalmente separadas por
el paciente al comienzo de la cura, lo que favorece el acting out
cotidiano.
También
podría señalarse, en esta área del fin del análisis, la creación de algo
conjunto entre el paciente y el terapeuta, un registro de la curación común
para ambos, criterio winnicottiano pero que entiendo de raíz freudiana. Yo
agregaría también, como del ámbito de este fin de la cura, el registro de algo
de no curación. El final del análisis no es hollywoodense, en la gran
mayoría de los casos. Y posiblemente ése también es un criterio de curación.
Si
tuviera que resumir lo dicho en muy pocas palabras, diría que, para mi manera
de ver a Freud, los objetivos del psicoanálisis y los criterios de curación son
caras de una misma moneda y se articulan alrededor de algunas palabras o
conceptos clave: el reconocimiento de la variabilidad y el polimorfismo del
psiquismo, con el borramiento que esto implica de los límites artificiales
entre salud y enfermedad; la aceptación de ocupar un lugar en una historia, que
nos desborda por todos los lados, pero que tanto determinamos, como nos
determina; el trabajo por la desidentificación, la autonomía y el acceso a la
transformación de la realidad. Nada más.
M.
Dunayevich: Quiero agradecer al doctor Merea, realmente, esta
conferencia que me ha movido intelectual y emocionalmente, porque pienso que es
realmente un esfuerzo personal de algo que no está hecho y que él se ha tomado
el trabajo de hacerlo objetivamente para nosotros.
Me
ha impactado especialmente el fino hilvanado que ha hecho de conceptos y
criterios que creo que pueden ser muy útiles para poder comenzar a pensar y
discutir.
Una
de las cosas que me hizo pensar es que algo está presente en la cura, que quizá
no tenemos tan en cuenta, y es la cura en el terapeuta; la modificación de
esquemas referenciales que va aumentando la comprensión del material del
paciente, y de esa propia elaboración del material del paciente en sí mismo. Es
evidente que a lo largo de la obra de Freud vamos asistiendo a una integración
en desarrollo progresivo de la teoría, y la utilización de la teoría para la
comprensión de la enfermedad.
Pienso
que éste es un elemento que, cuando se da, es un factor importante de la cura.
Que
el paciente vaya permitiendo al terapeuta que lo vaya conociendo más y más, y
no al revés, que el paciente vaya tratando de conocer más y más al terapeuta, y
el terapeuta cada vez conozca menos y menos al paciente.
Otra
de las cosas que más me hizo pensar es acerca del problema de la
desidentificación, que también es un problema muy central. Yo diría casi
universal de la cura en todos los cuadros, y desidentificación implica el
rescate del sujeto para sí mismo y por sí mismo y para otros; para poder
rescatarse, evidentemente, tiene que comenzar a ser él, es parte del menudo
trabajo que tenemos que hacer en el proceso terapéutico.
Por
eso, aunque este tema de objetivos de la cura puede tener como obturación la
problemática ideológica, creo que si realmente entendemos bien qué es
desidentificación en un paciente, qué significa desidentificarse en un
paciente, la posibilidad de ideologismos en el análisis y el analizado es
remota, si entendemos cuál es el criterio de salida de identificaciones.
Intervención:
Cuando te referís a desidentificaciones, ¿son las identificaciones primarias o
las relacionadas con el tratamiento psicoanalítico?
C.
Merea: La pregunta es muy precisa. Yo tendría que
empezar a contestar ahora; en tal caso voy a comentar algo de lo que decía
Mariano, que en parte toma también este tema que planteás.
En
primer lugar, te agradezco el agradecimiento. Las dos cosas que mencionó
Mariano me parecieron muy bien.... en relación con que uno tiene que conocer
más al paciente, porque si no el paciente termina conociéndolo a uno.
Justamente
me parece que está en la base de una de las situaciones iatrogénicas más
comunes, cuando se invierte ese proceso, y forma parte de lo que yo llamaría,
usando palabras que leí hoy, la normalidad cultural del psicoanálisis, es
decir, una acomodación cultural al proceso psicoanalítico. Con respecto a la
desidentificación, creo que es central, y lo veo en el siguiente sentido:
atendiendo a tu pregunta como objetivo, por supuesto que hay algunas
identificaciones de las que no nos vamos a poder desidentificar. Obviamente,
hay identificaciones primarias, identificaciones fundantes, pero aun así, el
proceso de identificación, contextualizando nuevamente con Freud, que era el
tema de hoy, no es un proceso masivo y total. Creo que es un proceso selectivo,
que en la mayoría de los casos deja lugar para que el sujeto pueda cuestionar
sus identificaciones desde diversos ángulos.
Yo
diría que esto es además lo que nos pasa a todos. Pensemos, por ejemplo, en la
adolescencia, o en la salida del complejo de Edipo, cuando una cierta fuerza
pulsional, que es propia del sujeto, permite romper con identificaciones que de
mantenerse nos atarían a nuestro grupo primario.
En
ese sentido, pienso que la desidentificación sería la ruptura de esas
identificaciones alienadoras.
Piera
Aulagnier dice que, cuando se produce la interacción entre el identificante y
el identificado, en el sujeto que va a devenir neurótico, esta identificación
va en conjunto con la posibilidad de desidentificación; así que la
identificación que realiza la madre, supongamos sobre el hijo, conlleva también
un espacio por donde se puede salir de la identificación, cosa que no ocurriría
en un psicótico.
La
desidentificación sería la condición absoluta del logro de una cierta
autonomía.
Todo
el tema es complejo. Por ejemplo, para dar una idea todavía más marcada o
dramática de la complejidad del asunto, hay una homosexualidad masculina, que
lo es por identificación, uno podría decir primaria, del chico con la madre. Es
decir que es homosexual en el sentido de estar en el lugar de la madre. Esta
identificación es tan fuerte, que lleva a trastornar aquello que sería, a lo
que estaría destinado el sujeto como sexo biológico, pero sabemos que, en
realidad, el precio de esa identificación es permanecer en el sistema de
alienación de la madre, lo que tiene una cierta gratificación narcisística.
Desde
esa perspectiva, se puede entender que la desidentificación implica el intento
de lograr cierta autonomía de aquellas identificaciones que tienen un contenido
alienador muy grande, pero pasa que la dificultad (y por eso tiene que ver con
la repetición) es que a nadie le gusta dejar un goce narcisístico, sobre todo
si cuesta trabajo llevar las cosas a una efectuación o transformación de lo
real.
Por
eso es una tarea muy pesada, pero al mismo tiempo básica.
Lo
que permitiría entender la cuestión en términos de qué es lo que el sujeto
considera bueno para él, tiene que ver con el grado de adaptación que el sujeto
tenga del tipo de conflicto que le provoca la lucha entre la pulsión y la
identificación.
Por
ejemplo, para la homosexualidad que estaba mencionando recién, si este sujeto
alberga un cierto monto de pulsión heterosexual, esto seguramente va a entrar
en choque con la identificación con la madre, y va a producir un conflicto, lo
cual implicaría la posibilidad de cierto camino a la desidentificación; si esta
situación conflictiva no se da, probablemente no.
Es
decir que la pulsión sería aquello que es lo propio del sujeto, que idealmente
no se puede ver transformada por la identificación.
La
pulsión sería, en ese sentido, el lugar de rescate desde el sujeto de aquello
que podría ser lo propio, pues considerando la pulsión sus diversas
características, como da Freud en "La pulsión y sus destinos",
fuente, meta, finalidad, objeto, todos esos elementos son lo bastante
influenciables, pero alterar la fuente misma de la pulsión implicaría una
alteración sobre el cuerpo, que ya es del orden de la psicosis, y creo que
entonces cae un poco fuera de este tipo de criterio del psicoanálisis del que
estamos hablando.
No
sé si esto aclara algo de lo dicho, pero antes habían mencionado otra cosa: lo
de la psicosis como transformación. La idea de la que parto, para homologar
nomenclaturas, es la siguiente.
El
psicótico reniega de la realidad, y en su lugar pone una producción mental,
delirio, lo que fuera, esto es una alteración; pero es una alteración interior,
no es una alteración sobre la realidad.
El
neurótico, si bien es cierto que Freud en ese artículo dice que casi es un
psicótico, en cuanto a que nunca renuncia al mantenimiento de un fantasear que
no está ligado a la realidad, todos sabemos que, sin embargo, en determinado
momento, acepta la realidad; y en ese sentido, estaría más bien impulsado a no
transformarla, para quedarse en el mundo de fantasía. O sea que en relación con
el psicótico, el neurótico atendería demasiado a no transformar la realidad,
mientras que el primero la transformaría mucho, pero por una vía delirante. La
combinatoria que hace Freud es que hay que hacer transformaciones sobre la
realidad; pero estas transformaciones tienen que provenir de un no
desatendimiento de la realidad, no se puede hacer cualquier transformación. Tal
vez Freud aluda, al reseñarlo en función de la neurosis y la psicosis, a lo
siguiente: que hacer transformaciones en la realidad, realmente no es una cosa
fácil, hacer transformaciones de lo real, en un sentido sano, no es cosa fácil.
Intervención:
¿A qué te referías cuando mencionabas esa distorsión ideológica?
No
me quedó claro, no sé bien a qué te referís. Yo lo tomé por el lado de que el
paciente, en determinado momento, puede perturbar su desarrollo en el proceso,
porque está muy aferrado a una concepción ideológica, que puede servir como una
racionalización de determinados conflictos, por ejemplo; veía que hasta puede
existir también desde el punto de vista del analista, es decir, como una
identificación masiva con un marco de referencia.
Intervención:
Me gustó la clasificación que hiciste en cuanto a enfermedad, salud y
normalidad. Me pareció que esta concepción puede contestar unas cuantas
preguntas; salud versus normalidad.
Normalidad
como ajuste de una norma, pero norma pre-establecida o norma ideológica, en
todo caso. Eso me pareció realmente un hallazgo.
Después
quería hacerte una pregunta en relación con lo que llamaste tu tercera tópica,
cuando te referiste al análisis de la angustia de castración y después dijiste
"o rechazo de la femineidad"., ¿qué es eso?
C.
M
Si
se me hubiera ocurrido antes, lo hubiera hecho, o algo hubiera dicho, porque
pienso muchas cosas sobre ese asunto. Creo que después de haber terminado el
análisis, Freud dice que una de las fuentes del autoanálisis es el análisis de
los propios sueños. Creo que eso es totalmente válido.
Para
el que terminó el análisis y es analista, el tratamiento de los pacientes es
una de las fuentes de autoanálisis.
Los
pacientes nos están permanentemente cuestionando y trayendo cosas que tenemos
que elaborar, de tal manera que, en general, el tener una fuerte identificación
con un autor o un tema referencial puede ser justamente una defensa frente a
esta permanente movilización.
Porque
de esa manera, lo que primero hacemos ante un material es colocarlo en el
cartabón conocido y no ponernos a pensar en otras cosas.
De
modo que, en teoría al menos, el proceso terapéutico de los pacientes debería
servir en una situación no entrópica para el permanente trabajo de
desidentificación del analista, incluso diría de la desidentificación, con la
interpretación anterior que le hizo al paciente. Lo otro de la posición
ideológica lo voy a dejar un poquito de lado, porque todavía no lo entendí.
Vamos a ver si después tiene que ver con esto, lo tengo un tanto nebuloso, voy
a ver si lo tomo por otro lado.
El
problema de la agresión ya lo había mencionado en relación con el narcisismo;
es decir, aquel o aquellos pacientes (aquellos pacientes es una buena manera de
hablar), aquel pedazo de cualquiera, que por una razón de mantenimiento del
narcisismo, ocupan lugares o bienes de los demás.
Esto
implica una agresión no muy manifiesta, a mi manera de ver, pero bastante
evidente, y creo que se relaciona con el narcisismo, porque el tipo de
pacientes donde uno lo observa más es justamente en los narcisistas; de hecho,
cuando estaba escribiendo esta parte relativa al narsicismo, se me ocurrió
pensar (pero no lo quise poner, porque no tuve suficiente tiempo como para
elaborarlo) que estos otros objetivos y criterios tienen que ver con el tipo de
pacientes que tenemos ahora.
No
es que Freud no los tuviera, sino que como están conceptualizados de otra
manera, nosotros podemos ahora tener pacientes narcisísticos que serían
rotulados desde el punto de vista de la psicopatología primitiva como
histerias, y en realidad no son histerias, por ejemplo, no son anestesias
sexuales, en cambio son narcisismo.
Y
esto implica otro tipo de enfoque y otro tipo de objetivo y de criterio de
curación.
Hablando
de esto estamos cerca, necesariamente, del tema de la pulsión de muerte; por lo
menos yo lo concebiría del siguiente modo.
Todas
estas situaciones que los pacientes usan para su apuntalamiento narcisístico, implican
siempre una agresión hacia alguien.
Pero,
para estos pacientes, implican también un encerrarse dentro de sí mismos, lo
que conlleva una no circulación de la pulsión con los objetos, lo cual es una
situación de pulsión de muerte.
Uno
lo ve bastante en el tipo de pacientes que tratan de aprender psicoanálisis,
digamos así, y que, en determinado momento, un día dicen: "Bueno, después
de bastantes años".
Éste
fue el problema, y después de tantos años de análisis... pero de pronto uno se
da cuenta de que en realidad nunca hizo circular las transformaciones del
tratamiento en la vida, entonces ahí se ha producido una especie de inflación
narcisística del paciente.
El
rechazo a la posición femenina siempre es una protesta, según veo, de ambos
sexos, que me parece que es un poco distinto que decir rechazo a la castración.
Sería algo así como el rechazo a la posibilidad de ponerse en la posición
psíquica de la mujer, por parte de ambos, por parte del hombre y la mujer. Voy
a ver si lo puedo traducir en términos de afecto.
En
términos de afectos, por ejemplo, estamos acostumbrados en la cultura a
que quede como un dogma de realidad lo siguiente: el hombre da y la mujer
recibe.
Esto,
además, ha sido y es generalmente base de una cantidad de malentendidos con respecto
al uso metapsicológico que Freud hace de actividad-pasividad,
masculino-femenino, que siempre se remite como un nivel empírico y se pierde el
sentido metapsicológico con que Freud lo trae.
Esto
implica poner la actividad o la pasividad en uno de los términos de la
cuestión.
Lo
que tiende, en general, a negar el hecho es lo siguiente: qué elementos de
"dar" implica la entrega de la mujer y qué elementos de
"recibir" entrega el dar del hombre.
En
este sentido, el hombre tal vez más que la mujer, en sentido empírico, pero
igual que ella en sentido metapsicológico, tiene que ponerse en una posición
metapsicológica, en la relación intersubjetiva; en una posición psicológica
femenina que tradicionalmente se adscribe a la mujer.
Esto
implica un cambio bastante sustancial con respecto a lo que tradicionalmente
estamos acostumbrados a pensar en términos de entrega afectiva.
Cuando
lo traducimos en términos de las relaciones sexuales, que la mujer entrega y el
hombre pone, esto comporta un ataque a la noción de diferencias con respecto a
las cuales el yo intenta salvarse.
El
yo no toleraría la admisión de ciertas diferencias, por lo tanto, trataría de
funcionar de acuerdo con los criterios de unicidad, que todo lo imaginario le
presta.
El
hombre tiene pene, por lo tanto, tiene falo; cosa que no es cierta. Pero una
tendencia del yo hacia la unicidad lo llevaría a creer en esto y a tratar de
defenderlo por todos los medios.
De
ahí la dificultad de ponerse en una posición femenina. Éste sería el sentido
con que trataba de reconceptualizar lo del complejo de castración.
Intervención:
Posición femenina, lo ponés como sinónimo de pasivo pero no de mujer.
C.
Merea: Como sinónimo de receptiva. En realidad, esto que
digo tendería a romper las categorías en que nos estábamos moviendo.
Intervención:
Por eso te decía, ¿es el aspecto femenino de la mujer en cuanto a pasividad?
Intervención:
Me confundía lo que puede ser el aspecto femenino del hombre, que no es lo mismo
que el aspecto homosexual del hombre y que ha sido estudiado en relación con
uno de los problemas de paternidad.
Cuando
el hombre no tiene una función femenina, no puede ayudar a la mujer en la
recepción del hijo, lo que no es lo mismo que disputarle homosexualmente la
posición femenina.
A
mí me parece que habría que discriminar el aspecto masculino y el aspecto
femenino del hombre, y el aspecto masculino y el aspecto femenino de la mujer,
de la posición perversa, la posición homosexual que tiene otro contexto. Éste
sería un nivel.
¿Cuál
sería el papel del identificante en la formación de la estructura y cómo se
juega esta situación dentro del proceso clínico?
C.
Merea: A sabiendas de que hay cosas de la tanda anterior
que no están elaboradas, que no están claras, de cualquier modo voy a pasar a
ésta.
Tal
vez el esquema sirva para aclarar.
El
yo se encuentra con la pulsión y en ese punto se forma una estructura; pero
este yo, siempre siguiendo a Freud, es el producto de dos cosas distintas. Es,
por un lado, el producto de la identificación y, por otro lado, un yo que tiene
la posibilidad de establecer inhibiciones.
En
relación con lo que preguntaste acerca de dónde estaría el identificante en
esta estructura, yo creo que sería que las identificaciones están conformando
ese yo.
Esto
es lo que decíamos hace un rato, en el sentido de que, si bien es difícil
pervertir las fuentes de la pulsión, distintos trabajos de la madre sobre la
meta, la finalidad, etc., pueden en sí alterar bastante esas otras condiciones.
Esto es algo que en el sujeto está por identificación.
Supongamos:
cuando uno está ante un chico asmático, puede pensar que es asmático en función
de, por ejemplo, una de las teorías dinámicas, un grito de angustia en relación
con la madre, pero también puede pensarse en términos de la identificación con
una madre ansiosa, que es un poco distinto. El chico ve a la madre ansiosa y
tiene un movimiento de ansiedad que en determinado momento puede transformarlo
en un cierto tipo de respiración.
Es
decir, este ejemplo es para demostrar dónde vería las identificaciones en este
yo; pero lo que pasa es que, además, este yo no es solamente eso –a mi manera
de entender el yo freudiano–, sino que también tiene una capacidad de
inhibición.
Ésta
sería para mí la función primordial del yo. Las otras funciones del yo, en
realidad, serían funciones del sujeto, que el yo de algún modo utiliza; pero la
capacidad básica del yo como función es la inhibición.
El
yo no puede trabajar sino inhibirse. Esta inhibición actúa, por supuesto, en
este proceso, de ahí las distintas estructuras de cada uno.
¿Cómo
estaría esto de la transferencia?
Pienso,
no sé si demasiado simplemente (quizá tendría que detenerme un poco más en tu
pregunta), que eso puede formar parte del juego de proyección que el paciente
haga con respecto a determinadas ideas en el terapeuta.
Supongamos
una estructura cualquiera, una estructura obsesiva, donde tiene importancia el
superyó, que venga por vía de una identificación, y que éste sea el rol
asignado al analista.
Ahí
estaría el analista como figura superyoica, prohibiendo para el paciente
determinada gratificación pulsional.
No
sé si esto responde a tu pregunta, o si ibas a otra cosa que yo no he captado.
Intervención:
A mí me parece que sí, que efectivamente está relacionado todo: la función
inhibidora del yo con la identificatoria, y luego la transferencia, y que esto
puede ponerse nuevamente en el proceso terapéutico en acción, y que en un
momento dado vuelva a través de la función inhibitoria, y aparece "la
falsa identificación", y el terapeuta sería como el objeto original.
Aclaro
un poco más: esa identificación, o una de esas identificaciones, puede provenir
de ser lo que la mamá quiso que fuera, con lo cual eso puede ponerse nuevamente
en acción durante el análisis, y en un momento dado jugar aparentemente sobre
que tenga que inhibir nuevamente, y así el terapeuta ser esa figura primordial
frente a la cual tenga que identificarse de alguna manera.
C.
Merea: Por ejemplo, una paciente que está en un conflicto
de sexualidad adolescente un poco tardío, que comienza la sesión con un
material que tiene que ver con una ligazón con la madre, de mucha represión...
Empieza la sesión con un material que tiene que ver con la mala cara que le
puede poner una profesora si ella llega tarde, supongamos.
Lo
cual podría tener que ver con la mala cara que tendría la terapeuta frente a
ella, según fuera su acción sexual; que ella, en este caso particular, no sabía
si le ponía mala cara por tener relaciones sexuales, o si le ponía mala cara
por no tenerlas. En este caso, la asignación transferencial podría tener que
ver justamente con esta situación conflictiva.
Intervención:
A veces las palabras nos juegan un juego mentiroso. Cuando planteás la renuncia
a la femineidad, caemos en una trampa desde el punto de vista teórico
freudiano, donde actividad y pasividad se adscriben al sexo, al masculino y al
femenino.
En
ese sentido, lo que traías me sirve para pensarlo de la siguiente manera: uno
de los elementos al cual el paciente renuncia, y eso nos da una noción de un
proceso narcisístico en marcha, es la renuncia a la pasividad; y esto me lleva
a pensar en el tema de la creatividad, es decir, cuando desde dentro del
proceso el paciente deja de recibir pasivamente, como el modelo del lactante
que recibe los cuidados de los padres y puede ser ejecutor de acciones
específicas, que lo llevan a una actividad creativa.
Esto
podría ser un parámetro.
Ahí
es donde el proceso empieza a ser comandado creativamente por el propio
paciente.
Ésa
es la renuncia de la pasividad, independientemente de si es masculino o
femenino.
Yo
creo que tiene que ver con el tema de la creatividad como una actitud activa
por parte del sujeto.
C.
Merea: Estoy de acuerdo. Yo creo que justamente habíamos
planteado lo de la crítica a la sublimación, que no hice para no pasar a otro
tema, porque el término "sublimación" está muy connotado desde su uso
a partir de otro ámbito.
Sería
de otro tipo de ámbito, es un término de la física, como si sellara el destino
de la pulsión que no vale o que sería demasiado física; creo que tal vez habría
que usar el término "creatividad", y, en ese sentido, tomarlo como un
proceso activo; incluso la actividad con que el paciente toma el proceso
terapéutico.
Lo
que quiero decir con respecto a la transformación en la realidad es lo
siguiente: e
Sería
casi como registrar la selección de objetos que remiten a la madre; supongamos
que en algún punto frustran, y en ese punto dejan de ser transformaciones en la
realidad; lo que estoy diciendo es que la única satisfacción verdadera de la
pulsión pueden ser esos objetos reales. Objetos
vividos como tales, como objetos.
Todas
las otras gratificaciones de la pulsión, con objetos que en realidad son
representaciones de objetos alienados internos no representan verdaderas
gratificaciones.
Un
ejemplo que podría darse en relación con cómo obtener un indicador de que está
pasando eso sería el siguiente: s
Uno
podría encontrarse con una transformación si, en determinado momento, por lo
que el paciente cuenta, o por lo que el paciente dice que hace por un
movimiento afectivo o por lo que fuera, uno se encuentra con que este
paciente,recibe a su mujer en el momento de penetrarle. No se la da, sino que
recibe a la mujer, penetrándola. Esto implica ponerse en una posición que sería
la que culturalmente estaría ligada a lo femenino.
Aquí
se dan las transformaciones cualitativas, en el orgasmo de este varón, por la
conexión afectiva que implica para el objeto.
La
sensación que domina en esta segunda parte es que la mayoría de las cosas no
quedaron respondidas.
Se
ha cumplido el final terapéutico de la conferencia.
DESCRIPTORES:
AFECTO / CURA / DESIDENTIFICACIÓN / FIN DE ANÁLISIS /
NARCISISMO / PSICOANÁLISIS / PULSIÓN / TRAUMA / YO.
Resumen
César Mere
aborda los objetivos y criterios del psicoanálisis según Freud, considerando
las siguientes concepciones.
Salud:
consiste en transformar la realidad pero sin desatender el estado de realidad y
del sujeto, es un estado conflictivo bajo control del yo (es una conducta
aloplástica).
Enfermedad:
sujeto alienado por el conflicto, sin posibilidades de transformación útil de
la realidad externa (es un estado autoplástico).
Normalidad:
para Merea, ésta intenta abolir los estados de crisis y la visualización de las
diferencias.
Describe
como objetivos de la cura psicoanalítica (entre otros): 1) abreacción, llenado
de lagunas mnémicas en el ámbito de las primeras observaciones clínicas; 2) hacer
conciente lo inconsciente como criterio de la primera tópica; 3) diferencia
yo/no-yo como objetivo en el campo del narcisismo y los objetos, esto implica
consideración de la temporalidad, el espacio del yo y el espacio ajeno; 4)
"donde está el ello debe estar el yo", es el ámbito de la segunda
tópica con los contenidos de desidentificación personal del conflicto bajo el
control del yo, que funciona como inhibidor; 5) la palabra como convocante del
afecto y a través del afecto conectándose con los objetos; 6) en el marco de la
cultura, el sujeto debe abandonar el estado de hipnosis que caracteriza a la
"psicología de las masas" para ingresar en la autonomía que implica
la psicología del individuo, y de allí poder sumar a la construcción de la
cultura.
Ciñéndose
al ámbito freudiano, Merea menciona los siguientes criterios de curación: el
soñar y el asociar al respecto, la emergencia de recuerdos que traen la
historia y vencen la amnesia infantil, el registro clínico del proceso
analítico, las diferentes transcripciones que a lo largo del proceso irán
adoptando los conflictos básicos del paciente.
Notas
1 Reportaje publicado en la Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Nº 11, 1985.
© Esta publicación es propiedad de la
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de Psicoterapia para Graduados
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