ASOCIACIÓN ESCUELA ARGENTINA
DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº3
Objetivos terapéuticos y criterios de curación en
la obra de Lacan1
César Merea: La actividad de
hoy propuesta por la Secretaría Científica es una conferencia del licenciado
Juan Carlos Indart, a quien conocemos porque ha dado cursos en nuestra Escuela.
Él va a tratar
sobre objetivos terapéuticos y criterios de curación en la obra de Lacan. Con
lo cual culminará un ciclo que empezó el año pasado sobre este tema y en el que
hemos desarrollado los más importantes autores psicoanalíticos.
El modelo va a ser
el de siempre, una exposición y después un rato para hacer preguntas. De modo
que los dejo con él.
Juan Carlos Indart: Aclaremos algo
de entrada. No hay mejor tema que el propuesto para hacerme declarar que me es
imposible atinar con alguna respuesta. Con alguna respuesta propia. ¿Acaso
alguien me supone terapeutizado y/o curado según Lacan? Me referiré entonces a
lo que se oye decir sobre su enseñanza. De eso que se oye decir no todo me
interesa por igual. Lo que más me interesa es lo que ofrece y exige pruebas.
Sabemos que lo
fundamental de la obra de J. Lacan es un seminario dictado en forma oral
durante muchos años, como treinta. Además está lo que escribió. Pero lo que
escribió hay que situarlo en relación con el seminario, cosa indicada por él en
uno de esos escritos. El problema es que en el mencionado seminario Lacan no
dice siempre lo mismo, y que continuamente discute, corrige, modifica,
profundiza sus propias invenciones. Como esto ocurre durante un tiempo tan
prolongado, los comentarios sobre la enseñanza de Lacan son muy relativos al
momento a que ha llegado cada comentarista en su propio trabajo sobre la misma.
Esto afecta muchas cosas, y muy especialmente el tema que se plantea, es decir,
¿cuál es la posición de Lacan en cuanto a los objetivos terapéuticos y los
criterios de cura en análisis? Decirlo así, de todos modos, ya es mucho decir,
porque la cuestión ha circulado más bien bajo un "¿cómo se plantean 'los
lacanianos' la cuestión de los objetivos terapéuticos o los criterios de cura?
Hay que estar alerta en cuanto al empleo de este término, "los
lacanianos", porque el que se presente como inevitable no le impide
engendrar una clase que es, en un punto fundamental, ilusoria. Los llamados
"lacanianos" son esos comentaristas a los que me refería. Algunos se
desprendieron del seminario de Lacan relativamente rápido, sacaron sus
conclusiones y plantearon su punto de vista. Otros lo siguieron más tiempo y
entonces sus consideraciones son diferentes. Aparentemente, pocos lo siguieron
hasta el final, si entendemos por esto la inclusión de su muerte dentro de su
enseñanza. Mi propio camino es tratar de ubicar psicoanalistas en esto. Por eso
se me ocurrió iniciar este comentario con la siguiente referencia...
En el año 1963,
hace ya mucho tiempo, circulaba en el contexto de los psicoanalistas que
seguían la enseñanza de Lacan una idea un poco perturbadora. Y que perturbaba a
los analistas totalmente alejados de Lacan por poco que oyeran decir que se
decía que él decía. Circulaba la idea de que Lacan había dicho que la cura era
una suerte de eventual resultado secundario de un análisis; algo que a lo sumo
sobreviene por añadidura.
Se comprende el
porqué de cierto escándalo. Era chocante que un analista declarase un desapego
o desinterés tan grande por algo que parece tan esencial, por lo menos para el
enclave social del psicoanálisis. Agreguemos lo fácil que era reducir su teoría
a un devaneo filosófico-especulativo (por la facilidad que da la insolencia de
la ignorancia), y completemos la obra de la maledicencia con la supuesta
ausencia de referencias clínicas en su enseñanza.
El caso es que en
ese mismo año '63, en una de las lecciones de su seminario, Lacan sale al cruce
de tanto malentendido diciendo: "Bueno. Está bien. Se anda diciendo eso.
Voy a aclarar lo que quiero decir. Planteemos el problema así: si uno de
vuestros pacientes, a través de su análisis, análisis que puede haber dado ya
como resultado un gran alivio sintomático, decide ingresar en alguna orden
religiosa, ¿consideran esto un buen término de la cura?".
Hay una enorme
picardía en ese modo de presentar el tema.
Observemos, por el
momento, que responder daría lugar inmediatamente a un encendido debate sobre
algo, me parece, bastante íntimo.
Aquí, como trato
muchas veces de hacerlo en nuestros pagos, doy versiones más criollas de estas
ideas de Lacan. No es un mérito. No me ha salido otra cosa en diez años que el
intento de acriollar la enseñanza de Lacan. Si un paciente de ustedes, a través
de su análisis, y habiendo obtenido sin duda un alivio sintomático, ingresa en
el ejército o la policía, ¿lo consideran un resultado óptimo y que sanciona una
cura? Dicho así, nos resulta más vívido que esa cosa más lejana del ingreso
posible a órdenes religiosas.
Cuando Lacan hace
esa pregunta, no la hace para escandalizar ni para imponer su respuesta.
(Aunque es posible que la tuviese.)
La hace, me
parece, para hacer surgir esta conclusión, a saber, que no hay terreno más
endeble, más sin salida, más ideológico, que el de enfrentar así, de sopetón,
de modo directo, la cuestión del criterio de cura. De eso se trataba en la
alusión a que la cura es una suerte de beneficio secundario, algo tangencial,
una añadidura. Se trataba de no encandilarse con ese objetivo de la cura, y de
ponerlo a un costado. Porque no estamos preparados para enfrentarlo. Sabemos
que lo que para uno es una cura, para otro es una enfermedad, y que todo
depende de los puntos de vista adoptados.
Mientras tanto,
para Lacan se trataba de perseverar en la búsqueda de los fundamentos clínicos
y teóricos de la verdad freudiana. Ponerse primero eso enfrente.
Para seguir esa
perseverancia, me parece muy cierto que es necesario contar con ciertas
puntuaciones indispensables para orientarse alrededor de aquello de que se
trata. Tales puntuaciones son relativas, y nada impide que una nueva nos
renueve las conclusiones. Pero no son arbitrarias, porque hay que usarlas para
sacar a luz las contradicciones.
Comencemos con
una. Podríamos decir que hay toda una primera parte de la obra de Lacan
profundamente centrada en resolver y fundamentar el concepto freudiano de
"deseo inconsciente". Digamos, incluso, que es lo primero que nos
llegó de su enseñanza. Podemos situar acá el principio fundamental según el
cual para sostener ese concepto de Freud era necesario postular que el
inconsciente está estructurado como un lenguaje. Que tal cosa no es posible si
se piensa al inconsciente como una estructura energética, o de homeostasis, o
instintiva. Había que renunciar a la terminología económica freudiana y revisar
todas las formaciones del inconsciente para probar, una por una, que la
estructura que está en juego es una estructura significante. Había que
formalizar los motores del proceso primario, condensación y desplazamiento,
cosa que sabemos hizo Lacan con su modo muy especial de articular las nociones
de metáfora y metonimia. Había que reformular y precisar la teoría del ideal
del yo... etc. Pero, fundamentalmente, y para resumir brutalmente toda esa
primera y ya ciclópea tarea, había que situar con precisión, teórica y
clínicamente, las nociones freudianas de falo y castración.
Destaco esto
último no por lo más obvio, el que sea un problema que está todo el tiempo en
la obra de Freud y seguidores, sino por algo un poco más oculto. Lo destaco
porque es el resultado final a que llega Freud con su invento, con el método
psicoanalítico. Observemos que ese final freudiano, desde el punto de vista de
los objetivos terapéuticos, supone cierto desfallecimiento, si no un desengaño.
La cosa termina, en "Análisis terminable e interminable", con la
revelación del deseo del falo, lo que no va sin la correlativa revelación de la
castración, y de la castración en tanto angustiante. Para el varón, tal final
lo deja, como mínimo, con una fobia insuperable, pues su deseo del falo estará
siempre acompañado de una amenaza. Para ella, su deseo jamás se liberaría de un
componente de envidia irreductible. Freud tironea sin salida respecto de ese
tipo que llamó angustia de castración. No podemos decir que sea un problema del
joven Freud. Me parece más bien que es algo que queda como una suerte de
testamento respecto de a qué se puede aspirar por vía del análisis.
Lo que he llamado
"toda una primera parte de la obra de Lacan", creo que tuvo por
resultado demostrar que a nivel de la teoría del falo puede salirse de esa duda
freudiana entre el análisis terminable e interminable. Francamente, el análisis
es interminable.
La demostración de
esto último requiere cierto tecnicismo propio de la teoría del significante,
para lo que no hay tiempo hoy. Pero el argumento es fácilmente evocable. Si el
analista opera con la palabra, es sobre la base de este principio bien
verificado: que todo lo que se diga reenvía a una otra cosa aún no dicha. Así,
el deseo es tal que en cuanto consigue articulárselo ya es mera expresión de un
otro deseo. Siempre es posible por vía de las asociaciones verbales "sacar
a luz", como se dice, lo reprimido, pero la operación con que se lo hace,
por definición, vuelve a dejar un resto bajo la represión. Así, perseguir lo
caído bajo la represión originaria a través de la llamada asociación libre es
tarea interminable. No me extiendo más en esto. Más adelante podríamos
retomarlo. Pero lo que quiero transmitirles es que, en mi opinión, hay una
demostración muy precisa y formal de esto en Lacan.
De todos modos, el
que ese análisis sea interminable no quiere decir que sea gratuito o sin
consecuencias. Durante su transcurso pasan cosas. Por ejemplo, puede producirse
el levantamiento de síntomas vividos por el sujeto muy dolorosamente. (Aunque
no podemos hacer de esto ley general, porque a veces el resultado es que se
agrava.) Lo que no podríamos creer es que el análisis lleve a la extinción
definitiva del síntoma en cuanto tal. Un corolario de la demostración a que
aludí es que el síntoma y las formaciones del inconsciente prosiguen. Podríamos
llamar cura a la sustitución de síntomas que el paciente vive dolorosamente por
otros que vive más ligeramente. Pero sería una ficción sostener como término de
un análisis el acceso a una posición asintomática.
Sigamos con otra
puntuación. Hay una "segunda parte de la obra de Lacan" que es
cualquiera en la que ustedes encuentren que él empieza a sugerir, a insinuar, a
mostrar, a discutir, a explicitar por lo menos dos cosas: 1) la posibilidad
clínica de obtener un verdadero fin de análisis, resolviendo, por tanto, el impasse
freudiano antes mencionado; 2) la necesidad de reconsiderar toda la teoría y la
práctica analítica a la luz de una noción por él forjada (no está en Freud) y
que llamó "objeto a".
Este objeto a
es muy famoso en la difusión del lacanismo, pero es difícil dar pie en cuanto a
su implementación clínica. Lo seguro es que alrededor de él Lacan teje la trama
de un final de análisis propiamente dicho.
Por alguna razón,
fue un tema que tardó mucho tiempo en ser detectado como tal. Algunos
seguidores de Lacan, cercanos y de mucho tiempo, jamás lo mencionaron. Hay que
decir que para nuestro contexto porteño fue necesario una intervención de
Jacques-Alain Miller, en el año 1980, en Caracas, para que el tema se fijara
como tal. Me parece que el espíritu de ese trabajo, en el año '80, era algo así
como decir: "Señores, les digo y les demuestro que hay esto en la
enseñanza de Lacan (¡el cual estaba presente!). Puede que no sepamos las
consecuencias que acarrea pero no podemos seguir ocultando que el tema está
ahí. Está, y grande como una casa".
En efecto, es
explícito que Lacan ha tratado de transmitir una prolongación de Freud. Una
salida al atolladero del análisis terminable e interminable. Pero,
contrariamente a lo que supone la gozosa tozudez de cierto lacanismo, esa
salida no se ubica por vía de la pura teoría del significante. Es relativa, en
cambio, a la noción de objeto a.
Esa noción había
sido introducida inicialmente para designar al objeto del deseo. Podríamos
decir que de algún modo estaba incluida en el concepto de castración de Freud,
pues si se dice que el deseo es deseo del falo, es necesario aclarar
inmediatamente que ese deseo no es estrictamente el deseo del falo, sino de lo
que el falo representa y que es algo que falta.
Esto es lo que
condena al deseo, en este estatuto, a una marca de ilusión. Pero una marca de
ilusión que no es la de los deseos que solemos ubicar como preconscientes. Se
trata de una marca de ilusión del deseo inconsciente propiamente dicho. En
general uno piensa, desde el psicoanálisis, que todo podrá ser más o menos
engañoso, pero que encontraremos alguna certeza en el deseo inconsciente.
Siguiendo a Lacan, me parece que hay que estar dispuesto a relativizar un poco
esa idea. Por ejemplo, siguiendo la segunda puntuación que les mencioné, uno no
puede saltear párrafos de su enseñanza donde vocifera que la ilusión del deseo
humano como infinito no es más que eso, un efecto que deriva de la ficción que
introduce el significante. Y que contrariamente a esa ilusión, el deseo es bien
finito. El deseo parece infinito cuando su objeto, ese objeto faltante, ese
objeto a, funciona como objeto objetivo a alcanzar. (Teoría del deseo
alegorizable con la imagen del burro tras la zanahoria.) Tal es el deseo que
Lacan llama metonímico. Es un deseo que grita "otra cosa" no importa
lo que ustedes le arrojen al buche. Hay una expresión, como un cliché
lacaniano, que representa la exaltación de ese tipo de deseo. Es la expresión
"relanzar el deseo" con la que se definía el quehacer del analista.
¿Por qué no pensar que eso no lleva más lejos que al homenaje perpetuo de la
insatisfacción histérica? Muy distinta me parece la expresión de Lacan
"rescatar el deseo", operación respecto de la cual ninguna duda cabe
en cuanto a que esa maquinaria del deseo interminable es un hueso duro de roer.
Tampoco se puede
ignorar, siguiendo esa segunda puntuación, que Lacan afirma, desde cierto punto
de vista, que ese deseo interminable inconsciente es defensivo.
¡Qué viraje!
Observemos que si uno se queda exclusivamente a nivel de la primera puntuación,
más bien el deseo termina siendo una especie de gloria maravillosa. Todos atrás
del deseo. Hay que volver a Freud al deseo, al deseo y al deseo. Es mucho esto,
y no estamos negando los efectos de esa primera puntuación. Porque es muy
cierto que muchas corrientes psicoanalíticas tan vigentes entonces como ahora ya
habían desestimado ese proyecto freudiano y conducen la cura con criterios que
ya no ponen en juego la cuestión del deseo. Cumple su función, entonces,
retornar a que no hay psicoanálisis sino del deseo. Pero no podemos
eternizarnos en los beneficios de ese primer logro. Porque en Lacan, una vez
ahí, la cosa recién empieza. Empieza con ese viraje. Decir que, desde cierto
punto de vista, el deseo inconsciente es defensivo, y que él es el que impide
el fin de análisis. Se comienza a explorar entonces cómo tras la supuesta
infinitud del deseo, el sujeto, sin saberlo, tiene una relación fija con el
objeto de su deseo.
El problema de ese
viraje es que se va produciendo por el análisis de muchas cosas, digamos, en el
estilo del una por una. Pero puedo dejarles una fórmula que a mí me orientó. No
se trata de una modificación de la noción de objeto a, ya presente en
Lacan como designación del objeto del deseo. Se trata de analizar ese objeto ya
no como objeto objetivo, objeto puesto adelante, objeto tras el cual el sujeto
corre interminablemente, sino de analizarlo como causa del deseo. Es aquí, en
este último punto y en ningún otro, donde ubica la dificultad mayor para la
obtención del fin de análisis. Porque demuestra cómo toda emergencia del deseo
como causa hace surgir inmediatamente la angustia (esa misma en la que Freud
había hecho su alto). Y lo más extraordinario es que Lacan demuestra que el
sujeto se defiende de la angustia que le suscita el deseo-causa muy
precisamente con el deseo mismo, pero con el deseo-objetivo, es decir, con la
fantasía. Es por esta ubicación especial de la fantasía que su concepto
fantasma es crucial en la enseñanza de Lacan. Y justifica la importancia dada
por J.-A. Miller al hecho de distinguirlo del concepto de síntoma y al de extraer
las consecuencias de esa distinción. Esas consecuencias dan respuesta al tema
que se han planteado. Si los objetivos terapéuticos y los criterios de cura se
plantean en torno al síntoma, entonces girará alrededor del alivio. Pero el
análisis permanecerá como interminable. No hay salida de la neurosis. El deseo
continuará bajo su forma de insatisfacción histérica o de imposibilidad
obsesiva. Que el resultado final sea una neurosis más benigna o más severa
dependerá del punto de vista en que se coloquen. Es decir, dependerá de con qué
ideales se hayan identificado. Otra cosa muy distinta es plantear el tema,
siguiendo a Lacan, en torno a la fantasía o fantasma.
Aquí, lo que a uno
debería ir de a poco interesándolo es: ¿cómo Lacan consiguió psicoanalizar la
fantasía? Sabemos que es por esa vía que introduce su criterio de fin de
análisis. Y sabemos que no lo consiguió recurriendo a lo que entendemos por
interpretación, en el sentido de la intervención analítica que mostró su
eficacia respecto del síntoma. En efecto, en Lacan la fantasía no es tratada
como en el kleinismo, donde se le interpreta como si fuese un síntoma. En esta
última corriente se reemplazan los términos de la fantasía por otros según la
mecánica de las leyes asociativas, a las que se concibe, por lo demás, y
generalmente, al modo de la analogía y la contigüidad realista. No es éste el
camino propuesto por Lacan, y por eso acá hay que estudiar otro cambio de
acento propio de su enseñanza: el que va de la noción de interpretación a la
noción de acto analítico. En mi opinión, hay que orientarse respecto de esto
último (que no está en Freud), sin perder nunca de vista su articulación con la
cuestión de la dificultad específica que presenta para el análisis el
psicoanálisis de la fantasía (lo que sí está en Freud).
Las fantasías,
como todo el mundo sabe, son múltiples y se sustituyen unas a otras.
Organizadas fálicamente, el verdadero objeto con el que animan al deseo no está
en ellas, y por eso se renuevan incesantemente. Dando un vistazo a la cultura,
se ve que es un mecanismo insistente. Pensemos en la publicidad. Sin duda esa
renovación defiende de la angustia, pero la clínica de la fantasía en Lacan
pareciera estar destinada a no ceder en ese punto. Contrariamente al objetivo
de permitir al paciente una renovación de fantasías que lo conduzca a su
bienestar, se trata en Lacan de obtener el nudo de las mismas. Un nudo que se
repite en todas ellas por distintas que parezcan desde el punto de vista de su
libreto, y por diferente que sea el malestar o el bienestar que producen en una
u otra de sus versiones. Todo parece indicar que lo que Lacan muestra, es que
cada sujeto se ha defendido de una angustia primordial (ante la cuestión del
deseo) taponando ese punto con un nudo fantasmático fundamental. Ese nudo está
tan realmente determinado que no puede decirse que sea posible disolverlo. Pero
Lacan habló de un fenómeno clínico que sería su atravesamiento. Y con
esa noción nombró su criterio de fin de análisis. No hay otro, y por eso, me
parece, la respuesta a cuál es se vuelve, para el analista en el sentido de
Lacan, el objetivo de la cura. Pero no se puede decir que ese objetivo tenga
que ver con un alivio. No se trata de obtener un bienestar. Y el que alguien
atraviese su fantasma fundamental no es valorable desde ningún sistema de
ideales del yo.
No obstante, y
porque toda enseñanza tiene su retórica, uno encuentra aquí o allá pequeños
anzuelos referidos a los efectos que determina para el sujeto el haber
terminado de ese modo un análisis. Como es algo que colocamos adelante,
creemos que se trata de un nuevo ideal, y que lograrlo debe ser maravilloso.
Esto sólo indica que aún no se ha pagado el precio.
De tales efectos
no hay ninguna clasificación o tipología. Más bien se irán conociendo por vía
testimonial y de a uno en uno.
Aparentemente
habría una caducidad del sostén narcisístico derivada de una caducidad de la
relación del sujeto con el ideal del yo. Es lo que haría del que obtenga ese
final de análisis alguien un poco a contrapelo de toda sociedad. Por lo mismo,
se trataría del acceso a una posición ética que nos es sumamente enigmática,
porque no es ninguna de las que se pueden derivar del sistema de los ideales.
Podríamos decir, siempre esquemáticamente, que el sujeto estaría en una
posición sin moral pero con una ética. No es fácil de entender, porque esa
ética no tendría otra garantía que la certeza solitaria del que la sostiene.
También podríamos
mencionar el desprendimiento de la pasión amor-odio, la que ya no interesa sino
en el punto en que se disuelve en lo real, la caída de la polaridad
éxito/fracaso; el fin de la esperanza común; el desapego respecto del temor a
la muerte; la eventual ubicación de la belleza en el entre-dos-muertes... ¡Qué
querrá decir todo esto! Pero observemos que vuelve interesante interesarse, por
ejemplo en ciertos modos de decir de un Borges.
¿Y la posibilidad
de franquear lo que ya estaba, el paso por entre la antinomia entre el deseo y
el goce? Una de las indicaciones más intrigantes sobre los efectos del fin de
análisis hecha por Lacan es la que alude a la obtención de una posición
enteramente nueva respecto de la pulsión. Se conoce la pulsión por la clínica
de la neurosis. Es lo que Lacan teoriza, a nivel de lo que llamamos primera
puntuación, con el materna $ 0 D (s barrada rombo D). Pero esa fórmula articula
la pulsión en el neurótico y no es el todo de lo que Lacan dice al respecto.
Por eso es posible que el fin del análisis también tenga que ver con el acceso
a una sublimación real. He escuchado a J.-A. Miller agregar ese término de real
al término sublimación. Me lo explico en parte por lo siguiente: la sublimación
es un destino de la pulsión que permanece en y desde Freud en suspenso. Pero se
creyó que ese destino tenía que ver con la realización de valores socialmente
útiles, o sea, los que imponen los ideales. Hubo siempre lo que podríamos
llamar ideal de sublimación. Pero cumplir un ideal de sublimación no es sin
represión. Por eso de lo que se trata luego del fin de análisis es de otra
cosa. De la sublimación propiamente dicha. De la sublimación real, a la que el
neurótico no tiene acceso. De la realización de la pulsión sin represión. ¡Qué
promesa!
Temas freudianos,
prolongados. Veremos qué pasa a medida que se efectivicen los comentarios
teórico-clínicos de la enseñanza de Lacan.
Dejo aquí y
hablemos un rato sobre lo que les haya sugerido esta charla.
C. Merea: Vamos a empezar
entonces con las intervenciones.
Intervención: Yo quería
pedirte si nos podés aclarar, hablaste del acto analítico, que atravesar la
fantasía era algo distinto de la interpretación.
¿Se puede
ejemplificar técnicamente cómo sería?, porque no puedo imaginarme en esa
distinción a la que te referís.
J. C. Indart: Sí. La pregunta
es clarísima pero no podría responderla.
Hay un seminario
de Lacan, cercano a una suerte de cierre de lo que llamé primera puntuación,
que se llama "El deseo y su interpretación". Muchos años después
tenemos otro seminario que se llama "El acto analítico".
Por supuesto, hay
en esto un problema constante (que el psicoanalista conoce bien), y que es el
problema de las palabras. A veces uno consigue cambiarle a una palabra un
significado que se ha cristalizado en ella. Por ejemplo, hay términos que Lacan
mantuvo, consiguiendo, luego de un enorme esfuerzo crítico-conceptual, variar
para sus seguidores su empleo y su definición. Pero a veces las palabras son
más fuertes. Nadie es Humpty Dumpty para ordenarle a las palabras que quieran
decir lo que uno quiere que quieran decir.
Pareciera que algo
así ocurrió, en cierto modo, con el término "interpretación". De
entrada Lacan lo manejó ya muy a contrapelo. Es explícito en él que la
interpretación analítica no es nada de lo que quiere decir la interpretación en
general. Pero esto ya es pedirle más a la palabra que lo que la pobrecita puede
dar. Porque arrastra dos mil años de precipitar el mismo significado: dar
sentido a un enigma. De todos modos, creo que Lacan trabajó mucho el término
"interpretación" para llevarlo a querer decir otra cosa. Pronto
podrán leer al respecto un trabajo de Colette Soler.
Por eso, me es
sugerente que, de pronto, Lacan empiece a insistir con otra noción, y que es
esa noción de "acto". No porque esta última no tenga su historia,
pero es nueva en psicoanálisis. Por supuesto que, cuando uno se va interesando
en los temas de la "segunda parte de la obra de Lacan", descubre que,
entre líneas, estaban en la primera. En el Seminario 1, con la expresión
"palabra plena", ya definía a la interpretación como "palabra
que hace acto". Ahora bien, decir "palabra que hace acto" y
poner los dos dedos en el enchufe es lo mismo. Es un cortocircuito teórico
juntar eso.
Habrá que
perseverar. Es un gran problema saber qué es el acto analítico.
Intervención: Una pregunta.
Hay algo que yo no entiendo (se divulga popularmente, yo no conozco mucho el
tema), que es la interrupción de una sesión analítica cuando el terapeuta
lacaniano supone que se terminan las asociaciones (es lo que yo tengo
entendido), donde no hay un tiempo predeterminado en la duración de la sesión.
¿Esto puede tener algo que ver con lo que llamás acto analítico, o es algo
absolutamente separado? Según yo entiendo, acto es actuar algo, algo que no se
hace con palabras sino con una acción.
J. C. Indart: Pululan los
malentendidos en todo eso, y creo que hay que tratar de aclararlos
urgentemente.
Trataba de decir
que más allá de las palabras "interpretación" y "acto" hay
un debate teórico. Lo que está en juego es algo conceptual de posibles
consecuencias decisivas para la práctica. No se trata de una división empírica,
en el sentido de que lo que se haga con palabras es interpretación y lo que se
haga con motricidad es acto. Esa distinción fenoménica no se sostiene
cualquiera sea el término que elijan. Porque sabemos que se puede considerar
"interpretación" (si deciden centrarse en ese término) a silencios o
gestos, o decisiones o en general cosas que intuimos como acciones.
Inversamente, si nos centramos y venimos de la noción de "acto
analítico", lo que fenoménicamente llamarías "interpretación",
porque ha sido un hecho de palabra, puede ser considerado un acto. Entonces,
hay mucha confusión en todo esto. No se trata de una suerte de agregado
lacaniano por el cual el analista, además de interpretar, puede realizar una
serie de maniobras más o menos insólitas tales como echar a un paciente,
interrumpirle la sesión, dar una vuelta carnero en el consultorio. No sé, cosas
que se creen son actos por una pura consideración fenoménica.
No es de eso de lo
que se trata.
El tema es arduo.
Este tema con el que ustedes cierran este ciclo, no es un tema en el que pueda
ubicarse a Lacan como una escuela dentro de otras. Una escuela plantea los
objetivos terapéuticos de esta manera, esta otra de este otro modo, aquella así
o asá, y veamos cómo los plantea "la escuela de Lacan".
Mi planteo es
otro. Lo de Lacan, o es un delirio, o es una revolución más que copernicana.
Trato simplemente de ponerme a la altura de la tremendidad del asunto, y no
vamos a resolverlo en veinte minutos. Puede que se trate de un francés más o
menos delirante. Porque decir que dio un paso más allá del tope freudiano de la
angustia de castración... Hay que medir lo que son esas palabras... la audacia
de esas palabras... Y hay que demostrarlo. Pero si se demuestra, me parece que
estamos ante un corte no sólo en la historia del psicoanálisis... Momento
crucial respecto del cual la inquietud acerca de los objetos terapéuticos debe
resignar su menudencia.
Intervención: Y esto del acto,
¿no tiene que ver con lo de efecto?
J. C. Indart: ¿En qué sentido?
Intervención: Palabra que hace
acto, efecto de; digamos, los efectos que mencionabas, se podría considerar que
un análisis está terminado, teniendo en cuenta los efectos.
J. C. Indart: Bueno, pero un
efecto muy especial, no cualquier efecto. Un único efecto que Lacan llama
"atravesamiento" de la fantasía fundamental.
C. Merea: Varias preguntas
sobre ¿qué es eso?
J. C. Indart: Tienen un texto
que igualmente los va a dejar con hambre, pero es lo mejor que conozco en
cuanto a la exposición, paulatina, de este tema. Es un seminario que dictó
Jacques-Alain Miller y que se llama "Síntoma y fantasma". Por lo
menos uno saca de ahí una especie de temario y bibliografía, desde Freud hasta
Lacan, sobre el tema. Tema que requiere una demostración larga. Pero la gran
cuestión está en cómo poder demostrar que la fantasía no se mueve con la misma
lógica que el síntoma. De algún modo la comunidad analítica heredó, en el mejor
de los casos, la lógica interpretativa correspondiente al síntoma. Pero la
demostración de Lacan es que las fantasías son completamente opacas e
impermeables a esa lógica interpretativa.
Intervención: Sí, al principio
de tu exposición mencionaste algo de repensar o reformular la noción de ideales
o ideal del yo, quería preguntarte si esto a lo que te referías está en
relación con lo que casi al final de tu exposición hablaste acerca de la
diferencia entre lo moral y lo ético o la sublimación, o si hay alguna cosa más
alrededor de eso.
J. C. Indart: Es claro que uno
se encuentra con esas cuestiones en la obra de Lacan.
Volvamos al
ejemplo que les conté al principio, el de si dan por lograda una cura si se
resuelve con la asumida y feliz entrada del paciente a una orden religiosa. Un
debate sobre esto sería muy inquietante. Alguno podría ser tan audaz como para
decir que si un paciente continua siendo religioso persistirá el rechazo de la
castración y no habrá terminado su análisis. Tiene que ser muy audaz y hasta
indiscreto, porque si dice eso no se va a llevar bien con ideales muy bien
establecidos en la sociedad. Creo más bien que los analistas han sido
cautelosos al respecto. Lo han sido desde Freud, porque no es cosa de
introducir al psicoanálisis en el debate doctrinario sobre el teísmo o el
ateísmo, ni de un lado ni del otro. Pero ¿qué quiere decir ni de un lado ni del
otro? ¿Qué lugar es ése? Tampoco es cuestión de que esa cautela tome la
vertiente de Pilatos: "yo me lavo las manos, si estaba inscripto en el
deseo del paciente...". Respuesta habitual. Pero... ¿el deseo del analista
no está en juego para nada? Acá limitamos el valor del ejemplo a la obtención
de esta conclusión: el riesgo constante en la discusión de los criterios de
cura es no poder salir de la cuestión de los ideales. Participo diariamente en
debates sobre los objetivos terapéuticos y lo he discutido infinidad de veces.
No se llega más lejos que a las divergencias existentes en los analistas
respecto de sus ideales del yo. Por eso, a la luz de esa expectativa, diría que
efectivamente en ese nivel no hay respuesta en Lacan. En cambio, en su onceavo
seminario es explícito en cuanto a estos dos puntos: 1) que el deseo del
analista no puede sustraerse de lo que está en juego; 2) que el fin del
análisis tiene que ver con la obtención, por parte del analizante, de una
separación absoluta entre el objeto-causa de su deseo y su ideal del yo. Se
trata, pues, de un desplazamiento radical del tema que los ocupa. Avanzar en su
entendimiento nos irá haciendo ponderar las consecuencias. Esa separación
absoluta no debe ser fácil de obtener, porque el ideal del yo es una instancia
sólidamente agarrada a la estructura. (Es en la que Freud veía el resultado del
Edipo.) Pero si se la obtiene, se trata de un resultado que por definición no
es evaluable ni como bueno ni como malo, pues para esto último se requieren
ideales. Desde estos últimos, dentro de 500 o 1000 años, la gente dirá del
psicoanálisis (tal vez extinguido), y si la gente perdura y se le da por
reflexionar este tema, que fue una de las lacras de la pequeña burguesía del
siglo XX contable entre las más nefastas que se conozcan; o podrá decir que fue
la apertura gloriosa del saber del inconsciente capaz de proyectar al ser
humano en la socialista síntesis final de la dialéctica de no sé qué... Para
unos un mal, para otros un bien. Hay una razón para esta fábula. Podemos
agregar al ingreso a la orden religiosa y al ingreso al ejército el ingreso al
PC, ¿no?
Tal vez la
cuestión se podría plantear como la posibilidad de que el sujeto acceda a la
certidumbre de su goce. Al menos, dicho así, se confirma que se trata de algo
que nada tiene que ver con los ideales, pues el goce está más allá de ellos por
la misma razón que está más allá del principio de placer. También se podría
decir que se trata, en el fin del análisis, del rescate, por parte del sujeto,
de su deseo, liberándolo de su relación con la demanda del Otro. Tiene que ver
con la obtención de una certeza.
Hay una frase de
Lacan que dice: "Yo le entregué mi vida al psicoanálisis". Esa
expresión es un horror. ¿Ustedes están dispuestos a eso? Porque habría que
preguntar, ¿cuál es el precio a pagar?
Por eso la
evocación de todos estos temas bien puede caer en la vertiente del deseo como
interminable. Es fácil darse cuenta de que relacionarse con la enseñanza de
Lacan histerifica. Sabemos desde Freud que eso es lo que abre la posibilidad de
un análisis, y también es así en un análisis... de la obra de Lacan. Se llega a
estar pendiente de no sé qué cosa que hay en su enseñanza que no está en una
página sino tal vez en la siguiente, no, en la siguiente, etc. Hay algunos que
ya no leen a Lacan de esa manera, ¡pero los van a contar con los dedos de la
mano! Entonces, hablar del fin de análisis hace que el tema se convierta en un
objeto para nuestro deseo en el sentido de objetivo, de objeto faltante. Y es
también por eso que al respecto siempre alguno piensa: "Se habla de un más
allá de los ideales y con eso no hacen más que introducir un nuevo tipo de
ideal". A mí, por esta chicana no se me mueve un pelo. Busquen ustedes la
respuesta. Por lo demás, para Lacan no hay esperanza común, de modo que no
podemos hacer del fin de análisis no sé qué gloria universal de todos los
psicoanalistas. Se trata de algo particular. Lacan fue cauteloso en este punto.
Sugirió algunas cosas y dijo: "Los que pasen por eso que den su testimonio".
Ahora bien, que ese particular llegue a hacer colección, ya está más allá de
mis entendederas. Cortas.
Intervención: No, simplemente,
hablabas de certeza, certeza del goce, hablaste de sublimación real y de final
verdadero. ¿Hay algún concepto de verdad en la obra de Lacan? Porque tanto
énfasis en lo de certeza, verdad, ¿qué es un final verdadero de análisis? O
sublimación real, como si hubiese alguna otra engañosa, digamos. Concretamente,
¿con qué concepto de verdad se maneja?
J. C. Indart: La cuestión de
la verdad es una de las claramente afectadas por las dos puntuaciones a que
hice referencia antes. Desde el punto de vista de la primera,
"verdad" es uno de los nombres que se puede poner al objeto del deseo
en el sentido interminable. La verdad como mujer, la coqueta casquivana,
inalcanzable. No es posible recubrirla plenamente con un saber, ella siempre se
escapa en un punto, y en la tarea de perseguirla hay para rato. Por eso, desde
la segunda puntuación, uno encuentra los momentos en que Lacan se empieza a
pudrir de toda esa historia y empieza a hablar pestes de esa verdad. Justamente
porque por ahí no hay salida. Entonces se puede encontrar que es el término
"real" el que prevalece, o, lo que es lo mismo, el tratar a la verdad
como lo hace la lógica. Todo esto hay que matizarlo y articularlo con
delicadeza porque es un tema difícil y lleno de trampas.
En cuanto a lo de
certeza, es algo que me permite fabricar este argumento que me parece
transmisible, aunque extraerle sus consecuencias ya sea otra cosa. Es realmente
útil (al menos para el argumento) poner de un lado la verdad, el deseo
metonímico, interminable, la indeterminación, la insatisfacción. Y del otro, lo
real, la pulsión, la certeza, el goce. Entonces, si partimos de la idea de que
el deseo, en última instancia, anda a la búsqueda de un goce, puede demostrarse
que el resultado será siempre la no certeza. En efecto, como la maquinaria del
deseo inconsciente es "algo falta, a otra cosa, algo falta, a otra cosa,
algo falta, a otra cosa..." introducirá un poco de vinagre en cualquier
goce obtenible y cualquiera sea el modo vanidoso con que intentemos engañar al
respecto al otro si no a nosotros mismos. Porque el vinagre del goce es la
falta de certeza. Vemos en nuestra cultura el increíble predominio de la
búsqueda del goce por la vía del deseo metonímico. Por eso al goce se lo
imagina cuantificable y se cree que para obtener más hay que aumentar la
medida. Sabemos que la verdad a los gritos de todo esto es la insatisfacción. Y
que no estamos acá en presencia de una contradicción dialectizable, sino más
bien de una antinomia atroz. Pero si hay un pasaje, porque ya estaba allí, ¿qué
tiene de raro decir que toda perspectiva de obtener una certeza en el goce
tiene que ir obligatoriamente, en la estructura, acompañada de un proceso de
desapego del sujeto respecto de su deseo inconsciente?
Intervención: Cuando
tereferiste a que trata de colocar en el objeto a, en el objeto faltante
como causa del deseo y no como objeto, como meta, ¿es para revertir esa
situación en función del goce y el deseo?
J. C. Indart: Sí, sí. Todo
parece ser consecuencia de esa experiencia. De una experiencia por la cual el
objeto del deseo como falta, funcionando como lo que Lacan llama j, se presenta
propiamente como a, es decir, como causa del deseo. Pero a su vez, todo
indica que se trata de algo difícil, porque ese deseo inconsciente interminable
es el mejor truco dado al ser humano para zafarse de la angustia. Por poco que
lo mantengan me van a decir: "¡No le voy a entregar mi vida al
psicoanálisis! ¡No nos tomemos la cosa tan en serio!; bastante con algunas
horas por día, pero ¿¡toda mi vida!?". De sólo pensarlo ya "da
cosa", como decía el Chavo para referirse a la angustia. Preservemos una
falta que nos permita eventualmente tener otro tipo de fantasías y otros
caminos del deseo. Bien, entonces se los planteo así. Basta con que dejen de
ver televisión, ir al cine, leer novelas y tomarse vacaciones. Porque, en caso
contrario, ¿de dónde van a sacar tiempo real para el trabajo que supone
fabricar una respuesta para la pregunta inmensa que hoy se hacen?
C. Merea: Yo tengo para
hacer un par de preguntas si no hay otros. Bueno, un par de preguntas es una
manera de reducir drásticamente las dos mil preguntas, incluso discusiones que
naturalmente se me han ocurrido en relación con la exposición de lndart.
Pero quisiera
centrarme de este modo, me parece que son dos preguntas epistemológicas diría.
La primera iría intrínsecamente a un concepto, el de atravesamiento de la
fantasía, ¿cuál sería la dificultad epistemológica para desarrollar ese
concepto? Esto teniendo en cuenta que, por otra parte, tanto el término
"atravesamiento" como el de "fantasía" tienen algún
registro en cada uno de nosotros, y que por lo tanto todos podemos tener alguna
impresión acerca de lo que es el atravesamiento de la fantasía, aunque no
signifique que estemos acertando con el sentido que Lacan le da; pero de
cualquier modo sería: ¿cuál es la dificultad epistemológica intrínseca para
hablar de ese concepto?
Y la segunda
pregunta, y creo que también es epistemológica: ¿ no habría una relación
bastante fundamental entre esa situación de sin salida (que según vos se
presenta en Freud en "Análisis terminable e interminable") y el sin
salida de los requisitos que planteaste al final como requisitos de la cura,
referentes a la caída del ideal, al cambio de posición con la pulsión, a la
sublimación real, a la posición ética? Es decir, esta situación, ¿no tiene una
cierta ambigüedad fundamental que es equiparable epistemológicamente a la
ambigüedad fundamental del sin salida que vos veías en el artículo
"Análisis terminable e interminable" de Freud?
J. C. Indart: Sí, creo que
tienen un punto común las dos preguntas. Tomemos lo "epistemológico"
en el sentido de la propiedad de la ciencia en cuanto a su transmisión. En ese
sentido, efectivamente, la dificultad del tema del fin de análisis es que no
tiene transmisión científica. No existe una fórmula (al menos aún) que
garantice su transmisión como demostración.
Pese a eso, Lacan
(para que vean hasta dónde extremó su cuestión) diseñó un dispositivo para que
una persona que haya hecho esa experiencia de fin de análisis (profundamente
marcada por lo intransmisible) pudiese sin embargo transmitirla. Para él, el
tema era decisivo, porque esto es lo que podría introducir una nueva relación
de los psicoanalistas entre sí, en la comunidad analítica. Llamó a ese nuevo
dispositivo "el pase", y, según parece, hubo algunas experiencias que
habrían dado en la tecla respecto de lo que Lacan pretendía, pero digamos que
globalmente fue un desastre. Así que es una experiencia que está un poco
resguardada en este momento.
Tomar su aspecto
puramente formal, burocrático, justamente porque es imposible enfrentar el
problema del pase, si antes no hay, paulatinamente, una clínica de fin
de análisis. El pase es relativo al problema del fin de análisis. No puede
articulárselo si no hay casos de fin de análisis.
De todos modos,
hay una sugerencia de Lacan que, por provisoria que sea, me permite introducir
un tipo de media respuesta al planteo que usted hacía. Se podría decir que esa
transmisión comparte en algo la estructura del chiste. Es muy cierto que el
chiste requiere "estar en la parroquia". Expresión muy compleja. Pero
es un dato seguro que para que el chiste se transmita, el otro ya tiene que
estar en cierto modo en algo, nada fácil de definir, pero que se verifica. Así,
la transmisión de la experiencia de fin de análisis requiere un otro que este
en la parroquia, porque si no está en la parroquia no entiende nada o mal
entiende todo. Pero aun con alguien que esté en la parroquia, es muy singular
la transmisión del chiste, porque no es una transmisión epistemológica. La
respuesta de risa del otro indica que algo pasó, que uno ha utilizado un
pequeño discurso, ha contado una pequeña historia y no sé qué "x" de
esa pequeña historia resuena en el otro en la más perfecta transmisión, desde
cierto punto de vista. Nada es más cierto en el fondo, tan cierto como la
transmisión de la ciencia pero no por vía de fórmulas y sin embargo indecible;
porque si quisieran ponerse de acuerdo en qué es lo que han compartido al
reírse juntos de un chiste, las divergencias serían extraordinarias.
Bueno, respecto
del pase Lacan sugirió esa idea: tenía que concebirse sobre la base del modelo
del chiste. Pero es un problema muy arduo, ¿por qué vías pensar una transmisión
que se presenta a todas luces como intransmisible? Quede claro, de todos modos,
en este punto, que Lacan no forzó jamás el lugar del discurso analítico en
relación con la ciencia: el discurso analítico tiene una articulación con la
ciencia, pero no es el discurso científico. Esto me parece que cubre un
poco lo que era la segunda cuestión.
Creo que las
dificultades sobre la transmisión no anulan para nada, lógicamente, que la
experiencia sea posible. Hay que trabajar muchos textos, en muchas líneas.
Lacan estudió para esto no sólo el antecedente occidental (es un problema ya
planteado por Sócrates: cómo se transmite algo que no es exactamente episteme,
pero que tampoco es la doxa vulgar), sino que sacó muchos datos también
de doctrinas orientales (del taoísmo especialmente). Hay un librito muy lindo,
publicado en castellano, sobre dos pensadores taoístas: Lao-tse y Chuan-zu. Hay
ahí páginas referidas al encuentro de personas que se supone han llegado a la
certeza taoísta. Cuando se reúnen, cada cual cuenta una pequeña historia, y lo
que se nos dice es que el otro se ríe, se ríen todos. Y que a partir de allí
fueron amigos, pero en el sentido taoísta, es decir que son amigos pero no son
amigos. Así que la cosa tiene antecedentes que deben interesar al
psicoanalista. Si es cierto que esa transmisión no tiene la garantía propia de
un algoritmo, resulta el punto de la impostura posible. Es cierto tanto en
París como en Buenos Aires. Se trata de un fraude que introducirá angustia, si
no en los que lo cometen, fatalmente en sus descendientes.
C. Merea: Tal vez la
pregunta que te iba a hacer tiene que ver con eso, sería: ¿qué papel tiene en
toda esa conceptualización la experiencia clínica de muchos fines de análisis?
J. C. Indart: ¿Cuáles?
C. Merea: Los fines de
análisis que un terapeuta puede tener, no sólo el propio sino los de sus
pacientes.
J. C. Indart: Son
terminaciones de tratamientos. Hay solamente cuestión, si se retoma una
vocación freudiana. Freud sugirió que tal vez podría haber, como en el ajedrez,
un tratado del final. Eso exige no terminar los análisis sino hacer una clínica
del fin de análisis.
Lo poco que sé al
respecto lo debo a los trabajos de Eric Laurent. Y son pocos los analistas que
hayan dicho, a través de su experiencia, qué entienden por un verdadero fin de
análisis. Lacan se interesó por Balint, quien dijo algo, y se interesó por la
teoría de Melanie Klein, donde se plantea en términos de duelo y separación del
objeto. Pero discutió y criticó esos planteos.
Las mejores
descripciones plantean un problema de despedida que es cómico. Después de haber
explorado tanto el inconsciente, llegar a una despedida que plantea las mismas
problemáticas de amor, desilusión, desengaño, que las despedidas de cualquiera.
Una neurosis de transferencia purísima e intacta.
Está toda esa
historia de Guntrip y sus analistas, toda esa historia de Ferenczi con Freud.
Todo el mundo sabe que hay un problema transferencial; se dice "liquidar
la transferencia", pero nadie le encontró la vuelta.
También se podría
decir, entonces, que el problema en Lacan es cómo sacarse de encima al
analista. Pero tratando de darle a esa expresión su peso más hondo. Se sabe que
no es por decirle "Suficiente, gracias por los servicios prestados"
que un sujeto liquida realmente la transferencia. Se lo puede ver poco tiempo
después consultando el horóscopo, porque se sigue planteando cosas acerca de su
destino. Así que en ese sentido diría: "Bueno, ha habido finales de
tratamiento". Los finales de tratamiento se pueden hacer de muchas
maneras.
En Lacan tampoco
el fin de análisis es un objetivo que el analista pueda asumir con el
empecinamiento de un tirano, porque un fin de análisis, en el sentido de Lacan,
es un milagro que depende no sólo del deseo del analista, sino del deseo del
paciente, y no todos los tratamientos son susceptibles de llegar a ese punto.
Winnicott, en el
caso Piggle, o sea no un principiante, sino un psicoanalista con una gran
pasión por el psicoanálisis, emplea el sistema: "Fue a conciencia pura que
perdí tu amor, nada más que por salvarte". Es decir, hace adrede algo a su
paciente para que su paciente lo odie, porque él piensa que por el odio va a
tener una chance de separación, en la terminación del tratamiento, mejor que si
sigue con el amor de transferencia. Son cosas que hay que preguntárselas porque
son sintomáticas. No es un cualquiera el que llega a eso.
Para Lacan una
solución así es discutible. A la luz de la teoría del narcisismo es difícil
demostrar que de ese modo haya una separación real. Pero si a Winnicott se le
ocurrió eso, es porque llegó hasta ahí. Están los tratamientos analíticos más
"sencillos". Los más "sencillos" son aquellos en que no
hubo mucho análisis. La transferencia fue siempre cosa sin mayor intensidad y
los termina la vida de a poco, y el paso del tiempo. Esa es la paradoja, que si
ha habido un proceso real analítico y el analizante ha profundizado mucho su
análisis, más difícil se vuelve resolver analíticamente su final.
Son temas a
estudiar.
Intervención: Decías recién:
"¿Cómo se saca de encima al analista?". A lo mejor uno no necesita
sacarse de encima al analista, o el paciente no necesita sacarse de encima al
analista. Quizás uno se podría plantear todo esto a partir de llevarse encima
al analista, y estoy hablando concretamente del acto de identificación. La
pregunta sería: ¿tiene algo que ver el acto analítico con la incorporación del
acto analítico, con la incorporación de un proceso que no ha hecho con la
figura del analista y que después uno lo puede seguir haciendo?, ¿tiene algo
que ver todo esto con lo que propone Lacan?
J. C. Indart: Es el tema que
Lacan criticó y desmenuzó. Sus conclusiones lo llevan a estar en contra de la
teoría de la introyección de la figura del analista como criterio de fin de
análisis. En Lacan, creo que el analista que ha logrado su fin de análisis es
un solitario. Es difícil sostener esa solución por introyección,
psicoanalíticamente. Todo el mundo aceptará que no puede ser que lo que el
analizante se lleve sea la identificación narcisística con el analista. Es un
hecho, sin embargo, que ocurre en las comunidades y muy intensamente. Lo que
muestra que el problema no es fácil y que ocurre más cuanto más se llega a la
cúspide, al plano de los didactas. Paradójicamente, más se ve ahí que lo que se
llevan es la identificación a hábitos, rasgos, costumbres, modos de ser y
palabras que corresponden a los fenómenos de mayor sugestión. Efecto de haber
"introyectado" una suerte de ideal del yo analítico. Lejos estamos,
en las antípodas, de esa separación absoluta entre el objeto causa del deseo y
el ideal del yo que mencioné antes. Por definición, un cierto saber sobre el
acto analítico no es cosa que pueda recibirse del analista, aun cuando éste
fuese quien le abrió el camino por donde vino a encontrar su propio e
irreductible lugar.
Intervención: Desde todo lo
que estuvimos planteando, se me ocurrió recién pensar que el encuentro de un
terapeuta lacaniano y un paciente "terapeuta y paciente" (entre
comillas) no sería un tratamiento tal como lo entendemos habitualmente, en el
sentido de objetivos de cura, de transferencia; sería alguna otra cosa, pero me
resulta difícil poder entender qué es. 0 sea, para qué se encontrarían esas dos
personas.
J. C. Indart: Insisto en este
punto: no existe la clase del "analista lacaniano". Tienen que
sacarse esa idea de la cabeza. Lo que se puede plantear es cómo se plantea el
análisis con un analista. Con ése, porque con los otros los análisis se
plantean de manera diferente. Ésa es la verdad de la cuestión. De esa
particularidad nos queremos defender tratando de que represente alguna escuela,
de que represente algún conjunto. ¿No es la fuerza del ideal del yo?. Se
prefiere que lo haya, aunque fuese "lacaniano".
Intervención: Sin embargo, de
hecho se da.
J. C. Indart: Se da, y se va
dando porque el ideal del yo no es poca cosa. Es lo que organiza toda una
sociedad y también la sociedad de los analistas.
Intervención: A lo mejor es
inevitable.
J. C. Indart: No sé. Pero no
da respuesta a lo que Lacan plantea. Si lo buscan, creo que van a encontrar
gran disparidad entre los llamados "analistas lacanianos".
Y se puede
intentar retomar, no los emblemas, sino la posición de Freud. De él es seguro
que no tuvo el ideal del yo de ser psicoanalista, y no me parece que haya
garantizado su acción por un saber recibido de su analista.
Bien, les
agradezco muchísimo la invitación, y la paciencia.
C. Merea: Somos nosotros
quienes te agradecemos, pues como toda presentación lacaniana suscita mucho
debate. La idea acá no era un debate, más bien preguntas, pero de cualquier
modo se pudieron realizar varias. Así que muchas gracias.
DESCRIPTORES: CURA / DESEO / FALO / FIN DE ANALISIS /
OBJETO A / SIGNIFICANTE.
Resumen
Lacan sostiene que no hay terreno más endeble, más
sin salida, más ideológico, que el de enfrentar la cuestión del criterio de la
cura. Alude a que la cura es una suerte de beneficio secundario, algo
tangencial, una añadidura, y apunta a la conveniencia de no encandilarse con el
objetivo de la cura, y de ponerlo a un costado.
Sabemos que lo que pasa uno en una cura, para otro es
una enfermedad, y que todo depende de los puntos de vista adoptados. Lo que no
podríamos creer es que el análisis lleve a la extinción definitiva del síntoma
en cuanto tal. Podríamos llamar cura a la sustitución de síntomas que el
paciente vive dolorosamente, por otros que viva más ligeramente. Pero sería una
ficción sostener como término de un análisis el acceso a una posición
asintomática. Lacan reconsidera la teoría y la práctica analíticas a la luz de
una noción por él forjada y que llamó “objeto a”, es alrededor de éste
que se teje la trama de un final de análisis. El deseo parece infinito cuando
su objeto, ese objeto faltante, el objeto a, funciona como objeto
objetivo a alcanzar. La expresión de Lacan “rescatar el deseo” apunta a la
operación, respecto de la cual, ninguna duda cabe, en cuanto a que es
maquinaria del deseo interminable, de que es un hueso duro de roer. Explora
entonces cómo tras la supuesta infinitud del deseo, el sujeto tiene una
relación fija con el objeto de su deseo, no es el objeto tras el cual el sujeto
corre interminablemente, sino el objeto como “causa” del deseo.
Si los objetivos terapéuticos y los criterios de cura
se plantean en torno al síntoma, entonces girará alrededor del alivio, pero
permanecerá el análisis como interminable.
Otra cuestión es plantear el tema siguiendo a Lacan
en torno al fantasma. Muestra que cada sujeto se ha defendido de una angustia
primordial (ante la cuestión del deseo) taponando ese punto con un nudo
fantasmático fundamental, nudo que no puede decirse que sea posible disolverlo,
pero sí es posible su atravesamiento. Es con esta noción que Lacan nombra su
criterio de fin de análisis. No se trata de obtener un bienestar, el
atravesamiento del fantasma fundamental no es valorable desde ningún sistema de
ideales del yo.
El riesgo constante en la discusión de los criterios
de cura es no poder salir de la cuestión de los ideales. Se podría decir que,
en el fin del análisis, se trata del rescate, por parte del sujeto, de su
deseo, liberándolo de su relación con la demanda del otro. La dificultad del tema
del fin de análisis es que no tiene transmisión científica. No existe una
fórmula que garantice su transmisión como demostración. Pese a eso, Lacan
diseño un dispositivo para que una persona que haya hecho esa experiencia de
fin de análisis, pudiese transmitirla: el pase.
En Lacan, tampoco el fin de análisis es un objetivo
que el analista pueda asumir porque no sólo depende del deseo del analista,
sino del deseo del paciente, y no todos los tratamientos son susceptibles de
llegar a ese punto.
Lacan cuestiona la teoría de la introyección de la
figura del analista como criterio de fin de análisis, efecto de haber
introyectado una suerte de ideal del yo analítico que es correspondiente a los
fenómenos de sugestión.
Notas
1 Reportaje
publicado en la Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para
Graduados, Nº 11, 1985.
© Esta publicación es propiedad de la
Asociación Escuela Argentina
de Psicoterapia para Graduados
(CDHA1425) Julián Alvarez
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