ASOCIACIÓN
ESCUELA ARGENTINA DE PSICOTERAPIA PARA GRADUADOS
Revista "Psicoanálisis: ayer y hoy"- Nº1
El
niño del psicoanálisis: distintos modelos teóricos y sus consecuencias en la
clínica
María Teresa Cena
Introducción
Un psicoanalista va cambiando a medida que transcurre
el tiempo. A veces una decisión voluntaria que proviene de un cuestionamiento a
fondo de su vieja teoría y práctica provoca su adhesión a una nueva teoría que
aparece, por lo menos en el primer momento, como la panacea universal para sus
males (de analista). Pero esta forma que el cambio tiene de presentarse no es
la más frecuente. En general, en los psicoanalistas predomina la idea de ser
coherentes con la idea de ruptura.
Rosolato dice que la evolución de un psicoanalista,
práctica o teórica, se desarrolla insensiblemente y se comunica après-coup.
Cuando una teoría surge en un medio analítico, ya sea como producto de ese
medio, ya sea importada, se produce alrededor de este hecho una serie de
acontecimientos que van desde las adhesiones más apasionadas a los
cuestionamientos más agresivos. Pero en ese debate, en esa lucha, todo el medio
analítico se va modificando. De pronto nos encontramos usando nuevas palabras
para designar viejos hechos, o hacemos nuevas preguntas o tenemos nuevas formas
de escuchar. También reorientamos nuestro interés hacia fenómenos que hasta ese
momento no habíamos percibido.
Me interesa discutir con ustedes esta evolución
subclínica del psicoanalista, en este caso, de niños. Un profesor de filosofía,
Luis Guerrero, decía que cuando surge una gran obra de arte, queda allí plasmada
toda la transformación y los nuevos modelos que la sociedad ha creado en ese
momento histórico. Pero además, más allá de esa gran obra, podemos seguir los
cambios en la vida cotidiana: en los utensilios de uso corriente, en las modas
y costumbres. Entonces, la pregunta sería: "¿cuáles son nuestros
utensilios ahora?".
Esta pregunta me obligó a hacer un alto y procesar mi
quehacer de todo este tiempo. En esta historia vamos a encontrar, por supuesto,
los grandes pensadores en psicoanálisis de niños, quienes intervinieron e
intervienen en nuestro medio psicoanalítico, a saber: Melanie Klein –el origen
mismo del psicoanálisis de niños en nuestro país–, Anna Freud, Winnicott
y, actualmente, los analistas de niños de filiación lacaniana.
El niño del psicoanálisis: distintos modelos teóricos
y sus consecuencias para el tratamiento
Tenemos un punto de partida, un momento teórico
importante. ¿Cómo es concebido el ser humano en cada teoría? ¿Cuáles son los
supuestos que éstas implican y qué modelos nos traen? Finalmente, ¿cuáles son
sus consecuencias en la clínica?
El pensamiento de Melanie Klein es, en este punto,
absolutamente opuesto a aquel que imaginase un nacimiento a partir de la mente
en blanco, de una tabla rasa acognoscitiva, aconflictiva, sobre la cual se irán
inscribiendo las distintas experiencias.
El conflicto es para ella inherente al ser humano,
como lo es la angustia. El yo emerge en medio del conflicto, del fragor de la
batalla entre las pulsiones de vida y muerte. En este sentido, para Melanie
Klein, el ser humano nace en una situación de alto riesgo. Herido desde el
vamos por la pulsión de muerte, tiene como primera tarea hacer frente a la
angustia de aniquilamiento que es su correlato.
Surgen así las primeras deflexiones, las primeras escisiones,
la disociación: intentos de organización de una primitiva vida mental que es
concebida como corroída por la acción de la angustia. La pulsión libidinal
también se proyecta, se deflexiona y constituye objetos. Esto, sabemos, mitiga
la angustia y será el embrión del yo unificado. Lagache habla de una
fantasmática trascendental en el pensamiento de Melanie Klein. La fantasía
inconsciente, ese producto privilegiado y omnipresente de la vida mental, tiene
un origen interno, constitucional, instintivo. Pensamos que hay "un
apriorismo" en el pensamiento de Melanie Klein. En medio de la lucha
pulsional, los primitivos medios de defensa parecen funcionar como categorías a
priori, así como las categorías kantianas de espacio y tiempo, como la
forma humana de organizar los datos empíricos. Este a priori en Melanie
Klein nos daría, a la vez, la posibilidad de un conocimiento y un
desconocimiento del objeto. El objeto no es percibido como objeto natural, para
tener una representación interna de él, sino, en primera instancia, para ser
proyectado, para portar la pulsión de muerte, para ser un no-yo amenazante,
pero que puede ser recusado.
Esto nos lleva inevitablemente a interrogarnos por la
función de ese primer objeto: la madre. Ésta es una función que nada tiene que
ver con lo que imagina un realismo ingenuo. La madre está allí para ser
proyectada, para soportar esta proyección. Es importante que la madre tenga la
capacidad de soportar ser el primer objeto persecutorio del niño. Si lo soporta
(el odio) y devuelve amor, inicia un proceso de introyección benigno. Si no lo
hace, condena al niño a un mundo de objetos malignos externos e internos.
La función de la madre es mitigar. Si ella mitiga, el
niño repara. Además de un objeto parcial (bueno y malo), Melanie Klein postula
una presencia total de la madre desde el principio soporte y embrión de la
posibilidad de un reconocimiento futuro como persona completa. He aquí un
aspecto interesante de la famosa reparación en Melanie Klein. El objeto debe
llegar a ser reconocido con una existencia independiente, con deseos propios
más allá de esta manipulación proyectiva.
Este paso no se da sin dolor. Hay un paso del temor al
dolor que se hace a través de la culpa que es vehiculizada por el amor. Sin
amor por el objeto no hay culpa ni integración posible. El dolor por el objeto,
el temor, ya no de la aniquilación personal sino del otro, es un requisito
indispensable para la integración y también para el conocimiento. En los
primeros momentos de su teoría, angustia y dolor son las emociones básicas del
hombre. Son el eje de su creación teórica y de su actuación técnica. El penar
por el objeto, el duelo.
El duelo es uno de los nódulos de su teoría. De allí
nos quedan descripciones extraordinarias: la manía, con su correlato de omnipotencia,
idealización y negación; la reparación obsesiva; la caracterización del triunfo
y el desprecio, y la culpa inconsciente y el fracaso como sus consecuencias.
Pensamos que esta temática no debe ser ajena a la vida
de Melanie Klein, signada por el duelo. En su infancia muere una hermana de 9
años, quien le había enseñado a leer y escribir. En su juventud pierde a
un hermano de 25 años, artista, que había tenido mucha influencia en su vida.
Melanie Klein abandona sus estudios universitarios recién comenzados, no
sabemos si a raíz de ese último duelo, pero coincide con él. Luego se casa,
tiene varios hijos, y uno de ellos muere en un accidente de montaña.
También sabemos que este duelo fue tomado por ella
como material de autoanálisis en su trabajo sobre el duelo y su relación con
los estados maníaco-depresivos.
A esta altura tenemos derecho a pensar, de acuerdo con
lo expuesto, si sería inexacto decir que el niño que Melanie Klein nos trae es
un niño enfermo, o, dicho de otro modo, que en principio no hay niño sano. Las
psicosis y las neurosis no son eventualidades del desarrollo normal sino
inevitables experiencias por las que todos pasamos. De las ansiedades
psicóticas iniciales, la neurosis es un primer grado de cura, de modo que
nuestra manera de referirnos a ella sufre una variación esencial. Desde esta
perspectiva, decir que un niño es neurótico es una redundancia: todo niño lo
es. Y más aún, para Melanie Klein implica ya un logro del desarrollo. Un logro
arduo, trabajoso, otro paso hacia la normalidad y la salud.
En el mundo infantil primitivo terrorífico, lo
percibido y lo proyectado fantasmático se confunde. Baranger dice que la idea
de un mundo objetivo compartido no deformado y la posibilidad de un sujeto
integrado son conquistas, son producto final de un largo proceso; según Klein,
nunca definitivo.
Poner la pulsión de muerte en el seno mismo de la
angustia primera; la agresión y la destructividad en el centro mismo de la
relación del sujeto consigo mismo y con el mundo, es decir, llevar sistemáticamente
este concepto hasta sus últimas consecuencias, permitieron a Melanie Klein
avanzar audazmente en el problema de la psicosis.
Los recursos kleinianos vuelven inteligibles las
estructuras paranoides subyacentes a síntomas como la encopresis y la anorexia,
los terrores nocturnos, el insomnio y la hipocondría como internalizaciones
corporizadas.
Al llevar sistemáticamente la ansiedad y la angustia
al seno mismo del desarrollo libidinal psicosexual, Melanie Klein abre una
óptica diferente, a partir de la cual se hacen comprensibles las patologías
sexuales, se hace comprensible lo tortuoso del desarrollo sexual humano.
Ahora bien, ¿cuál es la consecuencia que esta teoría
tiene en la clínica? Una primera consecuencia es que Melanie Klein, interrogada
acerca del psicoanálisis de niños, afirma: si fuera posible, todo niño debiera
ser analizado; sólo cuestiones de otro orden lo hacen impracticable. También se
desprende otra consecuencia: el jugar del niño, modo privilegiado de elaborar
la angustia y obtener placer.
Desde lo más íntimo de la teoría kleiniana, es decir,
desde sus teorías de la angustia, surge uno de sus mayores hallazgos técnicos:
el psicoanálisis de niños basado en el juego.
El ser humano juega. Juega para repetir, pero también
para elaborar, para simbolizar. Despliega en el juego ese fascinante mundo de
imagos que a través de las personificaciones cobran vida.
Al leer los historiales de Melanie Klein desfilan ante
nosotros figuras arquetípicas: el padre castrador, el brujo, la diosa madre nutricia,
el hada, la mujer fálica, la bruja, y todos los demonios y los dioses que –como
constelación imaginaria– son patrimonio de la humanidad en sus mitos, poemas,
dibujos, cuentos. Melanie Klein tiene el genio de traerlos al interior de la
sesión.
Pretender analizar niños sin juegos es ,desde Melanie
Klein, como analizar adultos sin palabras; en tanto el juego "habla",
dice de los conflictos del niño. El jugar en la sesión del niño es como el
soñar en la del adulto, la vía regia de acceso al inconsciente.
Hay una jerarquía en el juego, así como también hay
una jerarquía de la experiencia analítica sobre las demás experiencias
infantiles. En tanto los procesos de introyección y estructuración son tan
precoces para ella (como correctora de patología), los primeros años de vida
son decisivos para el ser humano, si de normalidad o de patología se trata.
Pero hay algo más: Melanie Klein postula, en determinado punto, la
inmutabilidad de ciertas estructuras, su impermeabilidad respecto a la
experiencia y el hecho de que no entren en el circuito madurativo de la
proyección/introyección.
Hablamos de determinado aspecto de superyó precoz,
fraguado en el punto de sadismo máximo y que Melanie Klein describe como
profundo, inmutable creador de severa patología en los niños y sólo accesible a
la experiencia analítica. Aun en ella encontramos un límite teórico a la cura,
que a veces no logra "reducir o mitigar su exagerado poder". La
descripción de este superyó precoz y sádico es también de innegable valor en la
comprensión de los procesos melancólicos y de las neurosis obsesivas graves.
La acción de este superyó precoz, verdadera
cristalización de identificaciones sádicas, provoca estragos en la vida
psíquica. Sabe de la fantasía inconsciente, amenaza, es fuente de intensos
sufrimientos en las niños ya que genera culpa inconsciente. El superyó precoz
no amenaza con la castración, sino con la devoración y el despedazamiento. En
el psicoanálisis de niños, Melanie Klein lo coloca como factor etiológico de
las perturbaciones psicóticas y neuróticas, y su acción comienza en la mitad
del primer año de vida.
No hay en Melanie Klein una teoría de la neurosis. Por
el contrario, los cuadros neuróticos se disuelven a través de una estructura de
ansiedades y defensas donde quedan, como restos, los núcleos psicóticos,
siempre puestos a desarrollar una nueva y potente actividad (crisis de la
vida). No hay garantía.
El pensamiento kleiniano nos deja un ensanchamiento
del campo de analizabilidad en niños y en psicóticos. Esta ampliación se debe
al hecho de habernos familiarizado con la idea de que la culpa inconsciente
genera sufrimiento psíquico aun en niños muy pequeños. De la mano de Melanie
Klein nos atrevimos a analizar niños con neurosis graves y psicosis, incluso en
niños muy pequeños. Desde su teoría no necesitamos la llamada alianza
terapéutica.
Para Melanie Klein, el conocimiento consciente y la
colaboración consciente no son nunca suficiente garantía como lo es el alivio
de la culpa producido por la interpretación rápida, certera y profunda que
apunta inmediatamente a la fantasía inconsciente.
Para ella, los elementos básicos del proceso analítico
son la transferencia –sabemos que la concibe como inmediata aun en niños
pequeños– y la interpretación. El suceder de este proceso analítico pasa por la
integración, no por el recuerdo. Melanie Klein enfatiza la disociación y
minimiza la represión. En su teoría hay una hipertrofia del concepto de
fantasía inconsciente en desmedro de la reconstrucción histórica freudiana.
También de la identificación proyectiva en desmedro de la identificación que
había descrito Freud, no hay un proceso de identificaciones singularizado.
Descentra el campo del Edipo, como estructurante, y el deseo en favor de la
angustia. Tenemos en ella un sujeto que produce una neurosis casi como una
creación predominantemente subjetiva y desde una perspectiva pulsional más que
significativa. ¿Cuál es la posición del analista en este punto? ¿Cuál es su
técnica?
En tanto la neurosis, decíamos, es concebida como una
creación predominantemente subjetiva, el análisis transcurre en soledad. Quedan
fuera de la teoría y del consultorio, no sólo la historia, sino también la
familia y la delicada trama que une la patología individual con la estructura
familiar, que es una de las tantas preocupaciones actuales del psicoanalista de
niños.
He podido chequear los conceptos de Melanie Klein en
la clínica ya que durante mis primeros años de analista tuve una formación
kleiniana ortodoxa. Así pude reconocer los grandes hallazgos de su pensamiento
y sus limitaciones.
Desde el campo de la práctica cotidiana, esta teoría
me dejaba sin instrumentos para abordar los casos menos graves, las consultas
que no implican neurosis o psicosis. Me faltaban los eslabones intermedios para
dar respuesta a reclamos que no implicaran como indicación un tratamiento.
Desde la teoría y la clínica necesitaba incluir la
historia familiar, los padres, y, como decía antes, la comprensión que aporta
el conocimiento de la delicada trama que une la patología individual con la
familiar.
Desde la intimidad del proceso terapéutico me faltaba
uno de los ejes fundamentales de la teoría freudiana: el de la identificación.
El hecho de que los conflictos no son sólo pulsionales sino conflictos
identificatorios. Y mi idea de que el modo de transmisión de los modelos
familiares, ya sea en la ideología, en el carácter, en la patología
sistemática, se hacen a través de la identificación. Descentrar al paciente de
este conocimiento imaginario de su yo, es uno de los ejes del proceso
terapéutico, a mi juicio.
Desde una perspectiva diametralmente opuesta a la de
Melanie Klein, Anna Freud introduce –en su teoría del desarrollo libidinal y
yoico– la idea de una potencialidad que, en un despliegue total y sin
interferencias, llevaría al individuo a la salud entendida como logro de una
vida genital y de la constancia objetal. Así como vi en Melanie Klein el niño
enfermo, vi en Freud el niño sano. En Anna Freud hay una
promesa de desarrollo normal, hay un niño sano. Hay tendencias innatas al
equilibrio, una vida instintiva pautada y también conflictos esperables en cada
una de las etapas. Existe un progresivo crecimiento desde el estado de
inmadurez al de madurez sobre líneas congénitas predeterminadas. Más aún, las
tendencias innatas hacia la normalidad son tan fuertes –dice Anna Freud– que
pueden ayudar al niño a superar experiencias altamente patológicas. Hablando de
pacientes adultos, ella dice que existen apetencias innatas en las personas
tendientes a completar su desarrollo, obtener satisfacción de los impulsos y
preferir la normalidad. Considera que los psicoanalistas debiéramos ser capaces
de imaginar un desarrollo interno idealmente normal, así como su contrapartida,
condiciones ambientales ideales.
Si recorremos la obra de Anna Freud, vemos que la
preocupación por la prevención de la salud mental es constante. Desde esta
posición teórica es posible proponernos la tarea de detectar los agentes
patógenos, antes que éstos hayan comenzado su tarea nociva.
En realidad, a lo largo de toda su obra, ella muestra
dos preocupaciones: una acerca de la posibilidad y dificultad en lograr una
predicción, es decir, un pronóstico clínico del desarrollo. Dice que dedicarnos
a la predicción es encarar un apasionante y conflictivo problema práctico, la
evaluación y el diagnóstico de los trastornos de la infancia, la predicción de
la patología, la detección precoz del peligro.
Mientras que para Melanie Klein la verdadera prevención,
diríamos la única, es el análisis, para Anna Freud se abre un inmenso campo a
partir de la aplicación de los conceptos psicoanalíticos a la educación, a la
crianza y a la pediatría. Ella trabaja permanentemente con médicos y legistas,
y así, por mencionar algunos de sus hallazgos, trató de crear una técnica de
primeros auxilios mentales en los hospitales pediátricos. En sus últimos años
estudiaba, con un grupo de abogados, el modo de proponer reformas a la severa
ley de adopción inglesa, con la idea básica de que los padres adoptivos son los
verdaderos padres.
En su pensamiento es muy importante entonces la idea
de desarrollo y de factores traumáticos o de agentes patógenos posibles
de ser detectados.
Para Anna Freud, a diferencia de Melanie Klein, la neurosis
no es inevitable, sino una eventualidad del desarrollo, una de las alternativas
posibles. Ella dice que el término neurosis infantil, a su juicio, se ha usado
con demasiada frecuencia y desaprensión. Retoma el concepto freudiano del
Edipo, como complejo nuclear estructurante de la neurosis, y la neurosis como
efecto de la resolución del Edipo, de modo que hay un límite de la
analizabilidad en la latencia.
Anna Freud realiza una descripción muy rica de
fenómenos intermedios entre la neurosis, por un lado, y la salud, por el otro.
Categoriza desórdenes infantiles y perturbaciones como trastornos en el
desarrollo. Digamos que diagnostica, entonces, no sólo neurosis y psicosis sino
reacciones neuróticas, fenómenos neuróticos transitorios, demoras, fallas,
trabas y fracasos o detenciones en el proceso de desarrollo, inhibiciones,
regresiones normales, regresiones patológicas severas.
Anna Freud se acerca con cautela al análisis de niños,
que, como vemos, es una de sus tantas tareas. Su perfil diagnóstico, ya célebre
por su extensión, por el detallismo con que ella hace allí una semiología del
yo y del superyó, y de la libido y la agresión, es una guía no solamente para
un diagnóstico psicoanalítico, sino también para uno psiquiátrico
psicoanalítico. Con cuidado habla de un primer período de investigación en el
análisis del niño, que llama período preparatorio o preanalítico, y que está
destinado a lograr la alianza terapéutica y a reafirmar la transferencia
positiva. Hay un segundo período de cura. Se podría hacer casi un contrapunto,
tanto en la teoría como en la técnica, entre los conceptos kleinianos y los
conceptos annafreudianos.
Mientras Melanie Klein va directamente a la fantasía
inconsciente, Anna Freud toma una especie de recaudo: un largo período preparatorio
antes de iniciar la tarea analítica propiamente dicha. Creemos que esto que
hemos descrito como cautela, como cuidado, teóricamente tiene otro nombre, y se
relaciona con el hecho de que, en la medida en que Anna Freud adhiere cada vez
más a los conceptos de Hartmann y Kris, el yo aparece como un gran actor de la
escena: es el aliado terapéutico, se trata de preservarlo, cuidarlo, de sacar
las defensas patológicas e instaurar defensas normales. Hay un aprendizaje en
la tarea terapéutica, un cuidado con la regresión y la desorganización. Ahora
bien, ¿quién sostiene el tratamiento analítico?
La respuesta en Melanie Klein es sencilla: la culpa.
La culpa inconsciente, la angustia. La culpa es nuestro mejor aliado
terapéutico (es decir, el alivio de la culpa por la interpretación).
Para Anna Freud, el proceso analítico se hace a partir
de un contrato. Hay un contrato de trabajo, y quien lo sostiene es, a mi
juicio, el analista. Ella dice que el niño, como tal, olvida los propósitos a
largo plazo, los propósitos del análisis, y es llevado por la búsqueda de
satisfacción inmediata. El niño quiere satisfacer sus impulsos, y el medio
ignorante o excesivamente represor es el creador de traumas. De este choque
surge la patología y también el lugar del analista, que para ella está en lugar
del ideal del yo, o sea, quien normativiza al niño.
Desde aquí es coherente su idea de la finalidad
analítica como adaptación que en potencia el individuo y su ambiente tienen, en
tanto están coordinados para lograr ese estado ideal de adaptabilidad anterior
al conflicto.
Anna Freud aporta ideas interesantes para el analista
de niños: a) la reconstrucción de la historia del niño en tanto traumática; b)
la reubicación de la neurosis como contingente y no necesaria en una evolución;
c) la patología también puede ser producto de un error, ¿cómo ubicamos aquí la
ignorancia? (esta idea la lleva a desarrollar una intensa tarea pedagógica y
educativa no sólo dentro del análisis, sino también con los padres, maestros,
abogados, etc.); d) la predicción de la patología y el hecho de actuar
preventivamente para evitar la enfermedad infantil.
En esta apretada síntesis trataré de transmitirles las
dificultades y los hallazgos de mi acercamiento al tercer autor que voy a
considerar: Winnicott. Él nos aporta un modelo de niño, pero también un modelo
de analista. La primera lectura de Winnicott me llevó a pensar que éste era un
psicoanalista "no analítico". No podía ubicar este nuevo lenguaje con
el que abordaba temas tan básicos como enfermedad y salud, en términos de
"el ser persona", "el ser persona completa", por ejemplo.
Me parecía que, después de haber alcanzado una gran precisión terminológica,
estábamos de nuevo en el lenguaje corriente. Sus conceptos acerca del verdadero
y falso self también parecían categorías que habíamos dejado de lado en
nuestro quehacer psicoanalítico.
El segundo paso que di en su lectura fue ubicar
algunos de sus conceptos como pertenecientes a un orden completamente diferente
al del lenguaje cotidiano, o sea, justamente como pertenecientes al lenguaje
filosófico.
Cuando Winnicott describe los procesos tempranos del
desarrollo, parece postular una especie de posibilidad innata de evolución
creadora, un principio vital o "élan vital" bergsoniano. Éste
debe ser cuidado y sostenido por una identificación creadora materna, y así
dará lugar a la continuidad del ser, la única garantía de salud.
El concepto de verdadero o falso self
también remite a un concepto filosófico –en este caso, hegeliano–: el de
existencia auténtica e inauténtica, impropia y cotidiana, como dos momentos
ontológicos del existir. La continuidad del ser, la historicidad de este
devenir existencial, la angustia frente a la nada.
Winnicott tiene la suficiente libertad de pensamiento
como para manejarse tanto con conceptos estrictamente psicoanalíticos, o de la
tradición psicoanalítica, como con conceptos filosóficos,
introduciéndolos a su vez en el campo psicoanalítico, enriqueciéndolo.
Esta libertad de pensamiento la encontramos en la
siguiente respuesta: "No comenzaré por dar una visión histórica,
panorámica, ni por mostrar el desarrollo de mis ideas a partir de las ideas de
otro, porque mi mente no trabaja en esta forma. Lo que hago es reunir esto o
aquello, aquí y allá. Lo adapto a la experiencia clínica, formo mis propias
teorías y al final de todo me intereso en saber qué robé y de dónde".
Estas ideas de Winnicott dieron respuesta a una
problemática que se suscitó en nuestro medio acerca del análisis de niños. ¿Es posible
operar psicoanalíticamente con el niño? O, como dice Rosolato, el psicoanálisis
de niños, ¿es psicoanálisis, o psicoanálisis transferencial?, ¿un maternaje?
Por esta ventana, y por su extraordinaria descripción
de las personalidades esquizoides, empecé a entender el pensamiento de
Winnicott y su particular modo de trabajo. Creo que cada uno de nosotros tiene
un modo de penetrar en el universo de este autor.
En las personas o fenómenos esquizoides es donde
justamente está cuestionado el ser. Futilidad y máscara en vez de autenticidad.
Discontinuidad en lugar de temporalidad.
La angustia impensable, producto de una falla materna
temprana, ha quedado atrás. Aunque ha dejado sus huellas en este ser que vive
pero no hace historia.
Otra ventana que me posibilitó entender el
descubrimiento de Winnicott es la idea de que la madre debe respetar al bebé.
Si no lo respeta, si no lo considera de entrada como persona, nunca llegará a
serlo. Es el gesto espontáneo, la movilidad, la agresividad constitutiva del mundo
y de la realidad, la omnipotencia infantil, lo que la madre debe sostener en un
primer momento para que este ser humano alcance ese sentimiento básico de
confianza que dice –aunque no lo diga–: "Si yo lo deseo o lo pienso, sé
que va a haber en el mundo". Sabemos que sólo después puede ser
desilusionado, y que de este modo accederá al no-yo, al simbolismo y, de allí,
al campo inmenso de la cultura.
La vinculación de Winnicott con la pediatría
–vinculación que nunca dejó de lado– marca su peculiar modelo de analista. Él
es un analista que arranca de la clínica, y de una clínica de pacientes graves,
psicóticos, borderline, o severamente regresivos.
Winnicott establece dos condiciones para ser
analista: la primera de ellas es que el analista debe creer en la naturaleza
humana, y en el proceso de desarrollo. Esto es captado inmediatamente por el
paciente. La segunda condición es que el analista no debe refugiarse en la
teoría ni en la técnica. Éstas no están hechas para proteger al analista, quien
debe mantenerse vulnerable, es decir, expuesto.
Ahora bien, ¿cuál es la posición del analista?
Winnicott dice: "Al principio siempre me adapto un poco a lo que el
paciente espera de mí. Sería inhumano no hacerlo. Sin embargo, en ningún
instante dejo de maniobrar en pos de la posición que me permita hacer un
análisis con todas las de la ley". ¿Qué significa hacer un análisis con
todas las de la ley?
Significa comunicarse con el paciente desde la
posición en la cual lo coloca la neurosis o la psicosis de transferencia.
En tal posición se hallan presentes en mí algunas de
las características de un fenómeno transicional, dado que, si bien por una
parte represento el principio de realidad, por otra no dejo de ser un
objeto subjetivo de la fantasía del paciente. Podemos seguir preguntándole a
Winnicott: ¿cómo llega el analista a esa posición? Según él, lo quiera o no el
analista, se producen fallas. El analista produce fallas en el tratamiento que,
a su vez, reproducen metafóricamente otras: aquellas de las que el paciente no
tiene recuerdos.
Winnicott aporta una idea original en ese sentido: la
del proceso analítico en términos de re-desarrollo. He aquí una nueva
posibilidad para el psicótico, para el paciente esquizoide grave. Según él
podemos rehacer lo hecho, lo mal hecho, o lo no hecho.
El regreso a lo real es necesario si la psicosis debe
curar. En el caso de la psicosis, para Winnicott, no es posible un tratamiento
tradicional u ortodoxo. Éste está reservado para las psiconeurosis.
Con los pacientes psicóticos debemos establecer
condiciones para que el derrumbe sea posible, y que a partir de allí se rehaga
o recubra ese hueco de experiencia. En el devenir de las sesiones, se
metaforiza la falla, pero también se metaforiza el holding materno.
El niño y el analista juegan juntos, y así crean entre
dos una escena que nunca ocurrió.
Podríamos decir que Winnicott adaptaba su técnica a lo
que planteaba cada caso en particular.
Así como el enfoque de Anna Freud permite desplegar
una descriptiva muy rica de fenómenos intermedios entre la neurosis y la salud,
y de este modo articular una serie de recursos técnicos para el abordaje de
dichos fenómenos, que no requieren psicoanálisis, en Winnicott encontramos algo
similar pero desde el punto de vista de la psicoterapia. Él convierte la
consulta terapéutica en un fragmento de terapia, en un minitratamiento.
Las "sesiones a pedido", a diferencia de las
sesiones regulares, y las sesiones de duración indefinida, la conducción, son
el método más apropiado para el tratamiento de las psicosis.
En este marco también podemos citar el concepto de
regresión terapéutica, que podía ser realizada en la propia casa del paciente,
si contaba con un medio apropiado de sostén. Winnicott considera que no es útil
ni práctico recomendar un único tratamiento psicoanalítico para cada niño; el
aprovechamiento cabal de las primeras entrevistas pone al terapeuta en
condiciones de hacer frente a las dificultades que ofrece cada caso en
particular. "No hay dos casos iguales", dice Winnicott, y entre el terapeuta
y el paciente se da un intercambio mucho más libre que el que se produce en un
tratamiento psicoanalítico ortodoxo. Eso no significa desmerecer la importancia
del análisis de larga duración: hay casos en los que, específicamente, está
indicado y "el trabajo se lleva a cabo a partir de la emergencia día a
día, en el material clínico, de elementos que llegan a hacerse conscientes como
consecuencia de la continuidad del trabajo". "El psicoanálisis sigue
siendo la base de mi tarea".
Winnicott trabajó cuarenta años en un hospital;
calculo que, entre niños y padres, vio unos sesenta mil pacientes. Este hecho
en sí marca un modelo de analista.
Consideraciones finales
Podemos decir que en nuestro país la obra de Lacan se
conoce desde hace ya algún tiempo, por lo menos quince años. Con lo cual
tenemos dos generaciones: una nueva, que ha sido formada casi con
exclusividad en esta teoría, y otra que comprende a los antiguos
analistas.
También podemos decir que la teoría de Lacan cae, entre
nosotros, en un piso kleiniano, lo cual produce efectos especiales. Por un
lado, este piso era fértil y permeable, ya que estaba cuestionado y sentíamos
la necesidad de reubicar el universo kleiniano en un contexto más amplio. En
este sentido nos interesó la opinión de Mannoni cuando dijo: "Toda teoría
kleiniana se beneficiaría si se retomara dentro del campo de la palabra".
Luego agregó: "Los objetos kleinianos se sitúan dentro del orden de lo
imaginario entre las dos cadenas del discurso manifiesto y reprimido".
En esta teoría, la fantasía inconsciente de Klein
queda reubicada entonces en el orden de lo imaginario como un inventario de las
infinitas formas del fantasma.
Uno de los parámetros lacanianos más aceptados en un
sector de la comunidad analítica de Buenos Aires que se dedica a niños es el
siguiente: se acepta una nueva concepción de síntoma y de la enfermedad
infantil donde ésta pierde su exclusiva dimensión individual para pasar a ser
también, como dice Mannoni,"la denuncia de un malestar colectivo".
Según este marco teórico, la constitución del sujeto
se hace en el otro, y su corte o separación lo deja ligado para siempre a una
estructura significante. Hay una prioridad lógica de representaciones y
significantes paternos que preceden al niño y lo ubican con un nombre y un
lugar. En el niño neurótico el síntoma es, entonces, portavoz de los fantasmas
paternos y está indisolublemente unido a ellos. El deseo inconsciente de los
padres es vehiculizado, a través del lenguaje, por lo dicho o no dicho de un
discurso, y se inscribe en el inconsciente del niño produciendo su efecto a
nivel del síntoma. Dolto dice: "Nuestros niños son portadores de nuestro
pasivo, de la dinámica no resuelta, de todo aquello que hemos vivido y
rechazado".
El síntoma tiene un texto, es ya una primera
interpretación; en ese texto leemos el discurso paterno, el significante del
otro en mí. Así como imaginé en Klein al "niño enfermo" y en Anna
Freud al "niño sano", cuando leí a los franceses imaginé que
nos traían un "niño atrapado", es decir, marcado o significado por el
deseo inconsciente de los padres, o por los significantes que lo precedían.
La lectura de material clínico de estos autores nos
llevó a otras cuestiones: ¿no existiría aquí una hipertrofia del efecto del deseo,
así como en Klein había una hipertrofia del efecto de la pulsión?
Más tarde, leyendo a Rosine Lefort, coincidí con ella
cuando dice: "El lugar que el niño va a ocupar en el fantasma debe ser
calificado en cada caso [...] debemos retomar la cuestión de la atención
prestada al discurso familiar y ver cómo el niño le responde. Y, por lo tanto,
considerar que la prioridad del análisis con los niños es la escucha de los
niños mismos como sujetos enteros, separada de la escucha de los padres, de los
cuales no es meramente un apéndice".
Así, reubicamos a los padres de otro modo: no se trata
de cuestionarlos, pues ellos también están "atrapados", ni se trata
de culpabilizarlos ni de perdonarlos. Cuando nos comentan acerca de su niño,
debemos interrogarlos, es decir, "llevarles o devolverles a ellos esta
cuestión del síntoma", en tanto el síntoma del niño –como todo síntoma–
dice una verdad que el sujeto desconoce. Pero en este caso se trata de una
verdad de todos, y de la que todos saben y no saben.
El movimiento lacaniano y los autores de niños de
filiación lacaniana abren nuevas cuestiones, por ejemplo el lugar del trauma en
la vida infantil.
¿Cuándo el nacimiento de un hermano se vuelve
traumático? ¿Cuándo el niño cambia su carácter, comenzando a desplegar una
nueva patología, o bien regresando a un estado psicótico?
Al respecto, Dolto, en el caso Dominique, aporta una
idea interesante. Ella dice: "Dominique, niño psicótico, bien adaptado al
principio de su vida, personalidad de apariencia, hasta el nacimiento de un
hermano, ignoraba el papel de fetiche que tenía en la madre [...] Es a partir
de este estatuto de fetiche fálico que el psicoanalista puede dar todo su valor
traumatizante al nacimiento de la hermana [...] Desde el día del nacimiento de
la hermana Dominique ha perdido sus referencias, ha sufrido un completo
desnarcisamiento. La posición subjetiva de Dominique es tal que, habiendo
escapado a la castración humanizante, lo deja ahora a merced de una 'imagen sin
palabras'".
La nueva idea es que los celos, la envidia, la
agresión destructiva no son efectos de la pulsión de muerte sino que han sido
disparados por el lugar que el niño ocupaba previamente en la estructura
fantasmática materna y paterna.
Ahora bien –otra cuestión que despertó nuestro
interés–, si en el adulto el análisis busca levantar la represión y hacer
surgir el recuerdo o la fantasía, ¿dónde estaría lo reprimido en el niño?
Podemos decir que en la memoria de los padres, en lo reprimido de los padres,
en el lugar que ocupa ese niño en el discurso paterno. La historia está
presente otra vez en la enfermedad infantil, pero no se trata de las
alternativas de la pulsión como en Klein, ni de la presencia de factores
traumáticos como en Anna Freud, sino de la historia del deseo inconsciente y de
la posición que en el curso de tres generaciones tienen los protagonistas con
relación a la castración y el Edipo. Rosolato dice que se necesitan tres
generaciones para dar cuenta de una identidad. La historia retorna otra vez
como la vuelta de lo reprimido. ¿Cuál será lo reprimido ahora nuevamente? He
tratado de hablarles no sólo del niño y los modelos en la teoría, sino también
del niño como síntoma de la teoría del analista.
DESCRIPTORES: PSICOANÁLISIS
/ PSICOANALISTA / NIÑO
Resumen
Las preguntas que hemos abordado y respondido en este
trabajo son las siguientes: ¿cómo es concebido el sujeto infantil del análisis
en cada teoría?, ¿cuáles son los supuestos que éstas implican y qué modelos
aportan?, ¿cuáles son sus consecuencias en la clínica?
Hemos hecho referencia a tres autores: Melanie Klein,
Anna Freud y Donald Winnicott.
El pensamiento de Melanie Klein gira alrededor del ser
humano como ser en conflicto y, por tanto, referido permanentemente a la
angustia. Angustia y duelo son ejes fundamentales de su teoría. En principio,
para esta autora, no hay niño sano, sino "niño enfermo". Con lo cual
el psicoanálisis infantil es el único y privilegiado modo de prevención.
Anna Freud, en posición diametralmente opuesta a
Klein, introduce en su teoría la idea de una potencialidad del niño que, en un
despliegue total y sin interferencias, llevaría al individuo a la salud.
Para el niño de Anna Freud hay una promesa de
desarrollo normal, y un "niño sano". Ella sostiene que es posible
detectar los factores patógenos antes que éstos hayan comenzado su tarea
nociva.
Para Anna Freud, la prevención de la salud se abre en
abanico y cubre un inmenso campo que va desde lo familiar hasta lo pediátrico,
lo educacional y lo social.
Donald Winnicott describe un modelo de niño y también un modelo de analista. La angustia impensable es, para él, producto de una falla maternante temprana. El niño debe ser "sostenido" para que desarrolle la continuidad del ser, el sentimiento básico de confianza que permite acceder al área transicional primero y, luego, al área simbólica, es decir, a su potencialidad creativa. Winnicott trabajó durante cuarenta años en un hospital y, entre niños y padres, vio unos sesenta mil pacientes. Este hecho marca también un modelo de analista.
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